1. La imagen del héroe: su trayectoria
La construcción de la imagen de Juárez constituye un fenómeno en sí mismo; ofrece un aspecto del personaje que se relaciona con su trayectoria vital y política pero que la trasciende; es un tema, en suma, que merece su propia historia. Cuando hablo de imagen, me refiero en principio a un fenómeno visual que, gracias a la pintura y la fotografía, permitió la difusión de los rasgos físicos de Benito Pablo y de algunos de sus atributos como político de primera línea, desde finales de los años cincuenta del siglo XIX. La existencia de un conjunto relativamente extenso de representaciones de esta índole (retratos fotográficos, retratos al óleo y efigies de todo tipo)1 involucra, no obstante, una imagen de otra naturaleza. Esta última se nutre de fuentes diversas; su presencia es fuerte pero tal vez menos obvia, pues se compone de ideas a veces vagas y de significados diversos que asociamos con el nombre Benito Juárez o con el de Juárez a secas. Se trata, en suma, de un imaginario construido a lo largo del tiempo en virtud de distintos intereses y con diferentes recursos. Durante las últimas cuatro décadas del siglo XIX, los principales vehículos de difusión de esa imagen fueron el retrato al óleo, la monumentaria, la fotografía, la caricatura política y el discurso elogioso. Con el paso del tiempo se sumaron a esa labor los timbres y las tarjetas postales, la poesía y las efemérides, los billetes y las monedas conmemorativas, la historiografía y la biografía histórica o novelada, la estatuaria y el cine. Pero cómo y en qué circunstancias se fueron produciendo estos objetos y discursos; qué papel desempeñaron en la configuración del imaginario sobre el héroe, en la difusión de concepciones estereotipadas sobre su persona; cuáles fueron los atributos que, gracias a ellos, se fueron volviendo habituales para designar a Juárez y representar su significado como personaje histórico y como emblema patriótico.
Las páginas que siguen están destinadas a narrar una historia vinculada con estos interrogantes, parcialmente resueltos mediante la consideración diacrónica del fenómeno. El presente capítulo ofrece una periodización de los usos y la manipulación de la imagen (en sentido amplio) de Juárez: una descripción general de sus transformaciones. El análisis de la secuencia que siguieron los rituales conmemorativos y la ordenación de los productos que fueron emergiendo a raíz de ellos permite apreciar cambios y permanencias, y también señalar un repertorio delimitado de rasgos comunes que, entre 1872 y 1972, nutren los epítetos más significativos del Benito idealizado. El propósito que persigo es delinear, bosquejar por así decir, la trayectoria de su imagen heroica. El talante de héroe civil que, hasta la fecha, parece un derivado instantáneo del nombre de Juárez es resultado de un complejo proceso que se inaugura con su muerte. Es a raíz de ese episodio que tuvieron lugar las expresiones más evidentes de fervor patriótico, gracias a las cuales se multiplicó la difusión de su imagen pública en el contexto del culto al héroe. Aquí se muestran las características de ese culto a lo largo de tres etapas relativamente diferenciadas. Como mencioné en la introducción, he privilegiado la descripción del proceso que va habilitando la creación de distintas expresiones (artísticas, historiográficas o propagandísticas) y no tanto el análisis formal de cada una de ellas, problemática que el lector encontrará desarrollada con mayor rigor formal en el segundo capítulo.
DE LA IMAGEN EN VIDA A LA IMAGEN PÓSTUMA
Afirmar que el culto a la figura de Juárez surge a partir de su muerte no significa negar el hecho de la manipulación de su imagen en vida. La construcción de una imagen pública del personaje es un fenómeno que acompañó su trayectoria política, sobre todo desde su llegada a la presidencia y hasta el triunfo de la causa liberal sobre el Segundo Imperio. A lo largo de estos años (1858-1867), la figura del liberal oaxaqueño fue promovida por al menos tres vías: el ensayo panegírico, el retrato y la fotografía. Ni el hecho en sí (la promoción de la imagen pública) ni las plataformas mediante las cuales se manifestó son exclusivas del político que fue Benito Pablo Juárez García. A lo largo del siglo XIX, la prensa se constituyó como un espacio habitual para rendir homenaje a los caudillos y construir la percepción enaltecida de su legado histórico.2 La tradición iconográfica del retrato nobiliario3 sirvió también como un vehículo eficaz para afianzar el estatus de ciertas personalidades y, al igual que la fotografía, que hacia la segunda mitad del siglo comenzaba a desarrollarse técnicamente, no tardó en constituirse en un medio de difusión de la imagen que los políticos juzgaban pertinente dar a conocer al público.4
En la década de los años sesenta, el presidente había sido retratado por dos de los artistas más reconocidos de la época: Pelegrín Clavé y Santiago Rebull. El primero (figura 1.1, p. 97) lo representó en tonos fríos y con un semblante notable por su sobriedad y por la seriedad de su expresión. En un tenor muy distinto, aunque ataviado con la misma indumentaria, Rebull (figura 1.2, p. 98) lo muestra en un entorno de mayor calidez y con rasgos físicos vívidos y evocativos que contrastan con la imagen producida por Clavé. Tal como se ha señalado, en el cuadro de Rebull “el claroscuro es más dramático, la pincelada más protagónica”. La ausencia de adornos y referentes (se mantiene la levita pero se omiten el reloj e incluso la banda presidencial) proyecta una imagen más expresiva del personaje y por lo mismo menos centrada en sus atributos como funcionario.5 El realismo con el que se representan algunos de sus rasgos distintivos —las cejas pobladas, las bolsas bajo los ojos o las mejillas abultadas— evoca la humanidad del personaje y no sólo su estatus político.
FIGURA 1.1. Pelegrín Clavé, retrato de Benito Juárez, óleo sobre tela, 74 × 60 cm, 1861-1862.
FIGURA 1.2. Santiago Rebull, retrato de Benito Juárez, óleo sobre tela, ca. 1862.
Al óleo de Clavé, por otro lado, no se le ha concedido la expresividad del de Rebull, pero también ofrece atributos intrínsecamente asociados con la figura de Juárez, como la sobriedad y la firmeza. Se trata, en este caso, de una imagen un tanto más estilizada, retocada por así decir, que años más tarde la estampa postal y la tarjeta de visita se encargarían de popularizar. Es importante destacar que en los dos casos la dignidad civil del personaje protagoniza la imagen. Con el paso del tiempo, esta cualidad se hizo inherente a la gran mayoría de las representaciones de Juárez, que por lo regular se mostraron impermeables a una configuración distinta de su personalidad.
Atributos similares a los simbolizados por la plástica se manifestaron en el ámbito de la fotografía. Junto a otros, Deborah Dorotinsky ha señalado que “la pintura, objeto de lujo, mantuvo entre la élite [del siglo XIX] un prestigio con el que la imagen fotográfica no pudo rivalizar del todo. En un amplio sentido, fueron los cánones sentados para el retrato pictórico los seguidos por los fotógrafos.”6 Los pocos pero muy significativos retratos fotográficos del oaxaqueño difunden una imagen que podríamos llamar oficial en virtud de los parámetros rígidos con los cuales fueron elaborados.7 Se trata de imágenes cuidadas y sobrias caracterizadas por el semblante grave, la postura solemne y la indumentaria formal del gobernante. Las pocas veces en que se incluyeron objetos dentro de la composición fue para enfatizar los rasgos de autoridad y el estatus político del personaje.8
Tal es el caso, por ejemplo, de una fotografía que algunos autores ubican en 1858 (figura 1.3) y que ha destacado por su calidad técnica. Los elementos que contribuyen a resaltar la “recia personalidad” del retratado y su papel de funcionario civil son los libros gruesos y la mesa de trabajo sobre la cual apoya uno de sus brazos. Cabe recordar que la gran mayoría de los óleos del presidente utiliza libros o documentos como símbolos de la ley y objetos varios (una mesa de trabajo, un escritorio o una silla) como atributos inherentes a la dignidad política.9 Otro documento interesante en este sentido es un retrato de cuerpo entero (figura 1.4), tal vez el único con esa característica, en el que la mano de un Juárez impecable y elegantemente ataviado descansa sobre un pedestal. De acuerdo con Aguilar Ochoa, el gesto es “típico de las fotografías en formato de tarjeta de visita”,10 gracias a las cuales se difundió ampliamente la imagen de personalidades importantes hacia finales del siglo XIX. Las famosas tomas elaboradas en 1867 en el estudio Valleto también circularon como tarjetas de visita11 y contribuyeron a inmortalizar la figura del oaxaqueño como ícono de autoridad y sobriedad republicana. Para 1872, podemos decir que esta imagen estereotipada constituía ya un referente visual, que el éxito comercial de la fotografía de finales de siglo había logrado consolidar.12
FIGURA 1.3. Fotografía de Benito Juárez, ca. 1858.
FIGURA 1.4. “Licenciado Benito Juárez”, s./f.
De la misma época, y en plena correspondencia con estas manifestaciones plásticas y fotográficas, son algunas de las muestras de oratoria política más célebres que, sobre Juárez y la causa de la Reforma, escribieron personalidades de primera línea como Francisco Zarco, Ángel Trías, Ignacio L. Vallarta y Guillermo Prieto,13 por mencionar sólo algunos de los más conocidos. Todas ellas comparten el afán de ennoblecimiento e idealización del personaje que el retrato hace tangible gracias a la imagen y que el panegírico evoca por medio de la prosa encomiástica. En este contexto, el prócer también luce firme, impasible y empoderado porque “representa el principio del orden legal y el voto legítimo de la nación”,14 y porque la legitimidad de su lucha descansa en los ideales de libertad y progreso del género humano.15
En franco contraste con esta imagen solemne y celebratoria, surgió otra construida por la caricatura satírica que, con su siempre oportuno cálculo político, convirtió al personaje en su blanco predilecto de ataques y escarnio público. Debido a que la construcción de la imagen pública de Benito Pablo surgió con su carrera política y corrió paralela a ella y a su eventual encumbramiento, no es extraño que haya adquirido connotaciones diversas a lo largo del tiempo y que incluso encontremos visiones simultáneas que, aun así, resultan radicalmente opuestas. Frente al aura de dignidad del retrato oficial y la elegancia ensayada de la fotografía de la época, destacan la flexibilidad y el sarcasmo de la caricatura, una de las manifestaciones más corrosivas y críticas del personaje.16 No obstante lo anterior, es preciso decir que no todas las representaciones caricaturizadas del político oaxaqueño tenían como finalidad el vituperio. En ese mismo entorno se generaron diversas estrategias para honrarlo mediante el uso de la parodia. Éste es el caso, por ejemplo, de “El presidente carga a la República como San Cristóbal” (1870), una caricatura aparecida en El Boquiflojo (figura 1.5), en la que Juárez es simbolizado con la figura del conocido santo patrono de los viajeros: aparece aquí bajo la forma de un gigante negro que, con la ayuda del bastón de la ley, sostiene la frágil República por encima de las aguas movedizas de la política. Cabe destacar que la alegorización del presidente involucra el énfasis en algunos rasgos típicos ya mencionados, como las cejas pobladas y la nariz pronunciada. Estos atributos se reiteraron en un gran número de ilustraciones, independientemente de su inclinación, encomiástica en algunos casos y francamente satírica en otros.
En resumen, la figura simbólica e intencionalmente construida de Juárez preexiste a su muerte pero no se trata de un fenómeno aislado que podamos disociar del encumbramiento o la ridiculización, por las mismas vías, de cualquier otro político de su tiempo. Antes del 18 julio de 1872, la preeminencia de los atributos que enaltecían su personalidad solía diluirse en medio de la práctica cotidiana de la crítica política y el sarcasmo periodístico de los controversiales años de su gobierno, sobre todo en tiempos de paz (1867-1872).
FIGURA 1.5. “El presidente carga a la República como San Cristóbal”, caricatura de El Boquiflojo, 25 de octubre de 1870.
En los meses inmediatamente anteriores a su muerte, la imagen del presidente fue objeto de las representaciones más diversas, muchas de ellas teñidas por el escarnio manifiesto, por ejemplo, en los incisivos trazos de La Orquesta o El Padre Cobos, por citar al menos dos de los casos más conocidos y estudiados.17 Precisamente en relación con estos antecedentes es que, con frecuencia, se dice que la muerte le llegó en buen momento. Una aproximación apenas superficial de la manipulación de su imagen en vida permite apreciar no sólo la ambivalencia, sino la franca oposición entre algunas de sus formas de representación. No obstante, a partir del deceso, las distintas imágenes del personaje redujeron considerablemente sus mecanismos de expresión ante circunstancias que, no por obvias, resultan menos significativas. El aura de luto y consternación que embargó a gran parte de las élites liberales tras la intempestiva muerte del presidente condicionó, necesariamente, la construcción y la difusión de su imagen pública. Las manifestaciones surgidas en este contexto se mostraron cada vez más orientadas a sub...