Con el amor no alcanza
Primero se necesita un orden, como un río necesita su cauce
Hace poco más de diez años, atravesé una gran crisis interna, que me llevó a dejar la carrera que estaba estudiando. Y aunque en ese momento me sentía muy desorientada, algo me llevó a comenzar un viaje hacia mi interior que continúa en el presente, que nunca se ha detenido e intuyo que nunca lo hará. Un viaje que me ha transformado completamente, desde mi manera de conectar con la naturaleza, de relacionarme conmigo misma, la familia y la comunidad, con mi vocación y mi trabajo, en fin, un viaje que transformó por completo mi modo de ver la vida, de ser y estar en el mundo.
En este proceso llegaron diversas personas con recursos hermosos que me acompañaron, me permitieron atravesar ríos de incertidumbre, miedos, enojos, tristezas y alegrías. ¡Son tantos que podría escribir un libro entero! Guardo como un tesoro a cada uno de ellos y cada vez que los necesito sé que están, tanto afuera como adentro, como guardianes del alma.
El camino ha implicado un cambio de paradigma enorme: desandar, desanudar, desentramar, desenredar, desencontrar, soltar, redescubrir, resignificar, reinventar, reconectar. Volver una y otra vez sobre las antiguas huellas, con la fuerza de una leona y la paciencia de una tortuga, para generar nuevos hábitos más saludables y amorosos.
La filosofía y la práctica que sustentan mi trabajo y la maternidad, son para mí dos fuentes de inagotable aprendizaje, que me habilitan cada día a abrir un poco más mi corazón para que el amor circule libre y pleno.
Cuando hace unos once años conocí las Constelaciones Familiares y su filosofía de vida hubo una frase que me impactó mucho. De alguna manera parecía contradecirse con la filosofía con la que venía resonando en esos momentos: ‘con el amor no alcanza’ dice Bert Hellinger. ¿Cómo que no alcanza? ¿Acaso el Universo no es Amor? ¿Acaso el Amor no es la fuerza que sana todas las heridas? ¿No lo es Todo? Sí, pero para que el amor fluya primero se necesita un orden, como un río necesita a su cauce. Y el orden tiene que ver con cuál es mi lugar dentro de mi familia, o del grupo de trabajo, o de mi comunidad. Estando en mi lugar encuentro mi fuerza y la manera de estar anclada en mi presente y disponible para lo que la vida me brinde.
A partir de este proceso se transformó mi mirada sobre nuestra humanidad: no somos individuos aislados, sino que formamos parte de algo más grande, de múltiples sistemas o redes. Ir hacia las raíces de los conflictos humanos y comprender los profundos movimientos amorosos que nos llevan a comportarnos y relacionarnos como lo hacemos me ha permitido caminar más liviana y con más aceptación. Saberme parte de algo más grande que nos sustenta y nos guía, me permite confiar y entregarme a la Vida, más allá de mis juicios, de mis creencias o intenciones.
Luego de unos años llegó nuestra hija Ambar, quien me mostró de mil formas -las más amorosas y las más dolorosas- que algunas cicatrices aún estaban esperando ser sanadas; que mis sombras aún necesitan ser abrazadas con igual o incluso más amor que mis partes luminosas, que mi mirada siempre se puede ablandar un poco más, que este camino en realidad no se inauguró con mi crisis de estudio, sino que comenzó el día que llegué al vientre de mi madre y terminará con el último aliento.
Y nuevamente, en esta etapa del viaje llegaron decenas de personas y herramientas que me acompañan y nutren; sin ellas la crianza sería aún más desafiante de lo que -al menos desde mi vivencia- naturalmente es. Estoy segura de que nuestro parto y crianza, nuestra vida toda en realidad, sin la red amorosa no se sost...