«Hermano Galión, no hay quien no quiera vivir felizmente, pero cuando se trata de ver con claridad qué hace que la vida sea feliz, la oscuridad los ofusca. Por eso no es nada fácil conseguir una vida bienaventurada hasta el punto de que tanto más se separa de ella quien con más vehemencia la busca.»
Séneca, De la vida bienaventurada
1.
¿Pero cómo se puede
hablar de felicidad
con la que está cayendo?
El escritor turco Orhan Pamuk, premio Nobel de Literatura en 2006, publicó la historia de Ka e Ipek y sus encuentros amorosos en el entorno político y cultural de la Turquía moderna en el relato Nieve. El narrador explica:
Después de hacer el amor, Ka e Ipek se quedaron un rato abrazados sin moverse. El mundo estaba tan silencioso y Ka tan feliz, que le pareció que pasaba mucho tiempo. Sólo por eso, se dejó llevar por la impaciencia y saltando de la cama se acercó a la ventana y miró al exterior. Mucho más tarde pensaría que aquel largo silencio había sido el momento más dichoso de su vida y se preguntaría por qué se había deshecho del abrazo de Ipek y había acabado con ese instante de felicidad incomparable. Respondería a la pregunta diciéndose que lo había hecho a causa de cierta inquietud que le poseyó, como si al otro lado de la ventana, en la calle cubierta de nieve, fuera a ocurrir algo y él tuviera que llegar a tiempo.
No obstante, al otro lado de la ventana no había otra cosa sino la nieve que caía. […] Más tarde Ka pensaría que había abreviado el momento más dichoso de su vida porque no podía aguantar la excesiva felicidad. Pero en un primer momento tampoco fue consciente de lo feliz que era en la cama entre los brazos de Ipek: había paz en su corazón y era algo tan natural que parecía que hubiera olvidado la razón por la que hasta entonces se había pasado la vida con una sensación mezcla de angustia e inquietud.
Esta historia sucede en la ciudad de Kars, cerca de la frontera entre Turquía y Armenia. Ochocientos kilómetros más al oeste se encuentra Ankara, y ahí es donde vamos a realizar una primera parada.
Ankara es una ciudad antigua; incluso hay un palacio construido durante la Edad de Bronce, hace unos 4.000 años. La leyenda dice que el nombre de la ciudad procede de un sueño; mientras el rey de la Frigia dormía, escuchó una voz que le confió: «Busca un ancla grande en tu tierra y construye una gran ciudad allí. Esta ciudad os llevará felicidad y prosperidad a ti y a sus habitantes». A la mañana siguiente ordenó a sus hombres que saliesen en busca del ancla por toda la península de Anatolia y, efectivamente, la encontraron tierra adentro, en la colina donde hoy se levanta Ankara. La ciudad fue un centro de comercio muy importante entre los siglos VII y V a.C.
A ese rey que trajo la prosperidad a Frigia, realmente le preocupaba hallar la felicidad, y tuvo que pasar una dura prueba para descubrir de qué se trata realmente. Su nombre era Midas, el hijo de la diosa Ida. El poeta romano Ovidio explica su historia en el Libro XI de Las Metamorfosis.
El rey Midas como símbolo
El sátiro Sineo no pudo seguir a Baco cuando se marchó de Tracia con las Bacantes. Midas lo acogió en sus tierras prósperas hasta que se hubo recuperado, y le agasajó con festejos y regalos; diez días más tarde le acompañó hasta el lugar donde se encontraba Baco. Este, agradecido por la hospitalidad del rey, decidió concederle un deseo y Midas, amante de las riquezas, no dudó en pedirle poder convertir en oro todo lo que tocase para alcanzar la felicidad completa.
Al día siguiente, cuando se despertó, el rey empezó a comprobar con regocijo el alcance de su poder. El trigo, las frutas y todos los objetos que iba tocando en su palacio se convertían en oro reluciente. Sin embargo, Midas no tardó demasiado en darse cuenta de que este don le hacía inmensamente rico, pero era, al mismo tiempo, un gran problema: no sólo no podía comer ni beber, sino que cuando fue a acariciar a su gato, lo convirtió en una figura de oro puro. El rey feliz empezó a tener miedo, y la contrariedad al comprobar su desgracia le puso enormemente triste. Cuando lo vio postrado, su hija Zoe corrió a abrazar a su padre y, en el mismo instante en que lo hacía, ella también se convirtió en una estatua de oro.
Este fue el detonante. El rey Midas, incapaz ante su propio poder y tremendamente infeliz, se fue a buscar a Baco de nuevo. Le suplicó que le quitase su poder, pero este le dijo que la única forma de lograrlo era ir a mojarse las manos en el río Páctolo, cerca de la costa egea, y, además, dar todo el oro que poseía en su reino.
Así lo hizo el rey Midas y, al regresar a Frigia, comprobó con gran alegría que Zoe había recobrado la vida, su sonrisa y su voz. El rey volvió a ser feliz, entregó todas sus posesiones y se marchó a una cabaña del bosque. Allí le acontecieron otros hechos remarcables que le fueron enseñando qué es la vida. Pero eso ya queda fuera del propósito de estas páginas.
Gasolina, Easterlin y dudas
El oro no siempre proporciona felicidad. Esto lo dice la sabiduría popular, pero también lo apuntan algunos estudios llevados a cabo en los últimos años por quienes se dedican a la economía de la felicidad.
A pesar de no ser economista, permítame un breve apunte pre...