El gran rescate
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El gran rescate

Desflorando al viento (3a. Edición)

  1. 208 páginas
  2. Spanish
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  4. Disponible en iOS y Android
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El gran rescate

Desflorando al viento (3a. Edición)

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Información del libro

Bajo un relato que es crónica, diario, epistolario y soliloquio, un hombre escribe, desde la soledad del recuerdo, la organización y ejecución de la operación de rescate en helicóptero -desde la Cárcel de Alta Seguridad- de un grupo de presos pertenecientes al Frente Patriótico Manuel Rodríguez. El hecho ocurrió el 30 de diciembre de 1996, siendo calificado por la prensa como "la fuga del siglo". El acontecimiento remeció al país, demostrando que bajo la aparente tranquilidad pospinochetista, existen fuerzas que bullen en el interior.

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Información

Editorial
LOM Ediciones
Año
2019
ISBN
9789560012081

Capítulo X

–¿Y no hay uno que sea más grande y con algo más de capacidad? –preguntó Distéfano, observando las fotos colgando de la pared.
Hace un rato había pensado en lo poco acogedor de la oficina, con todos esos papeles por todos lados. Poco común una oficina en medio de hangares, hélices de helicópteros y aviones. Un mundo de seres voladores que se pasan gran parte de su tiempo en el aire, lo que les genera una percepción distinta a la del hombre terrestre, que lo ve casi todo hacia arriba, que camina mirando hacia el cielo o simplemente hacia el frente. Quizá si el hombre, desde sus inicios, hubiera sido alado, sus dioses inventados permanecerían bajo la tierra. Aquel lugar sería el sitio deseado para el merecido descanso de las almas y no el cielo, como ocurre con el hombre terrestre.
–Sí –contestó Juan Griffin con la amabilidad acostumbrada, conocida por Distéfano.
Juan Griffin era hijo del dueño de Lassa, empresa que arrienda aparatos voladores, sobre todo helicópteros. Griffin solía pilotear algunos cuando no había otro piloto que lo reemplazara. Ahora hacía de administrador, dejando a su padre las tareas de más alta alcurnia en el negocio.
–Hay un UH Bell, pero no sabría si está disponible para los días que usted me ha pedido; tendría que verificar, porque creo que lo ocuparán para ir al sur. ¿Sabe?, en esta temporada de fin de año se incrementan los pedidos de vuelos, sobre todo de turistas que quieren conocer nuestro país desde el aire. En todo caso, el modelo que tengo es el más grande que le podemos ofrecer por el momento. La verdad, no tenemos otro más grande.
–Pero, bueno –dijo Griffin, tratando de ganarse la confianza de Distéfano con palabras seguras–, me imagino que no es tanta gente la que debe querer viajar en helicóptero, ¿o sí?
–No, no es mucha. Son alrededor de cinco turistas y yo, quien hace de guía para que conozcan el país. Tienen la intención de ir hacia el sector de Farellones o en su defecto, hacia la costa o la Sexta Región, para ver el lago Rapel.
–¡Ah, excelente región en esta temporada! –acotó Griffin– Pero la sequía está afectando el paisaje de esa hermosa zona, aunque aun así lo recomiendo.
La situación no incomodaba en ningún sentido a Distéfano, quien relucía de confianza y tranquilidad, posesionado de su papel de guía turístico. La mentira ya era parte de su rutina, falseaba con estilo, inventaba como un mitómano situaciones y hechos que solo existían en aquellos momentos en que lo dominaba la actuación y la falsa realidad. Se movía con soltura y desplazaba sus brazos para realzar la coherencia de sus continuas teatralizaciones.
Hace un tiempo, Distéfano le había entregado a Emilio una precaria lista con lugares donde prestaban ese tipo de servicio. Fueron eligiendo con una dinámica de descarte y, al fin, solo quedó la empresa Lassa, ubicada en el aeródromo de Tobalaba.
Ahí estaba ahora Distéfano, consultando las posibilidades y disposición de las aeronaves. Fuera de la oficina y esperando a Distéfano, permanecía el Piloto. Observaba las aeronaves y acudían a su memoria viejas hazañas del aire, ahí se posaban nuevamente frente a él los aparatos voladores. Le gustaban, los admiraba como quien ve un secreto muy profundo de su propia personalidad. Tenía desde su infancia una obsesión por todo lo que volara impulsado por engranajes y metales, todo lo que cruzara el cielo dejando una estela de ruido provocado por hélices y turbinas demoníacas.
Es cierto, tenía una inclinación por el espanto y la turbulencia, como la tuvo el día que vio cruzar el cielo esos caza-bombarderos de la Fuerza Aérea de Chile para el once de septiembre de 1973.
Desde su casa quedó conmocionado por el ruido y la quebrazón del cielo. Los vio sin la acostumbrada carga de emociones dilatadas por el dolor y la rabia. Los vio con placer, no por la significación política que llevaban en el aire esas máquinas, sino por la vitalidad y el poder que le provocaban. Así, se quedó todo ese largo día en el patio de su casa mirando hacia el cielo.
Nunca entendió mucho lo que estaba sucediendo, tampoco comprendió cuando su padre y su madre desaparecieron de un momento para otro en esos días convulsionados.
Quedó, tiempo después, al cuidado de su tía, una señora con la cual jamás tuvo algún tipo de relación.
Era un adolescente, y jamás pidió explicaciones de lo sucedido. No supo hasta años después que sus padres habían sido fusilados, ya cuando era demasiado tarde para reanudar el recuerdo de ellos. El tiempo había pasado por su memoria arrasándolo todo.
Siguió amando lo que volaba, pero no en esa relación platónica de objeto de admiración pura. No le gustaban las aves, las encontraba demasiado frágiles, incongruentes, excesivamente prosaicas, como un fragmento de cielo inconcluso. Le gustaba abordar las naves como un corsario a la usanza del impostor Tom Castro, antiguo y lóbrego pirata suplantador chileno, conocido en los suburbios de Talcahuano.
Así, el Piloto aceptó una tarde de domingo cuando le ofrecieron pilotear una nave entre disparos y gritos de desesperación. Aquel día se dio a la reflexión y se otorgó importancia a sí mismo. «Lo voy a pensar», dijo con un aire desmejorado, y al cabo de diez segundos aceptó, preguntando: «¿Dónde está mi helicóptero?»
Pasaron siete meses y tenía su helicóptero ante él. En rigor, no era suyo, pero en unos días más y con el argumento de la intimidación se armaría de un helicóptero propio por unas horas.
En la oficina seguían acordando los requisitos para el alquiler de la nave.
–Bueno, el precio es elevado, no es barato alquilar uno de estos –decía Griffin, interrumpiéndose a la vez que comprobaba las reacciones de Distéfano–. Son seis mil dólares de depósito, más el tiempo de vuelo. –Los ojos de Griffin se volvían hostiles cada vez que mencionaba la palabra dinero, como si un apetito inconmensurable lo abordara.
–Señor Griffin –respondió Distéfano–, no se preocupe por el dinero. Mis clientes son gente con recursos, y por ese lado no hay ningún contratiempo, lo que sí le rogaría es que me ponga en conocimiento de la disponibilidad, para que mis clientes no pierdan su tiempo en ir y venir.
–Mmm, así es, trataré de ser lo más exacto posible, pero aquí, en determinados momentos hay urgencias que nos es imposible soslayar, ¿me entiende? Aunque durante toda la semana no tenemos ningún compromiso, lo que significa que pueden venir y abordar una máquina sin problemas.
–Bueno, pero deme una fecha para finiquitar nuestro trato. Es decir, dígame un día para venir con mis clientes.
–Eso no es problema –respondió Griffin, tomando un calendario y pasando el índice por las fechas, mientras mascullaba algunas palabras, agregando: –Sí, puede ser mañana mismo, ¿le parece?
–Perfecto, me parece bien, así me da tiempo de arreglar otros contratos que tengo a la vista.
–Parece que le va bien en estas fechas, ¿no?
–Así es, mientras más turistas mejor para mí. ¡ Ah!, una cosa se me olvidaba, ¿los pilotos tienen experiencia?
–Por supuesto, tenemos los mejores y más experimentados pilotos, así es que vayase tranquilo y comuni...

Índice

  1. Resistimos porque amábamos estar vivos
  2. Prefacio
  3. Capítulo I
  4. Capítulo II
  5. Capítulo III
  6. Capítulo IV
  7. Capítulo V
  8. Capítulo VI
  9. Capítulo VII
  10. Capítulo VIII
  11. Capítulo IX
  12. Capítulo X
  13. Capítulo XI
  14. Capítulo XII
  15. Capítulo XIII
  16. Capítulo XIV
  17. Capítulo XV
  18. Epílogo