Lo bueno queda
Con años, soledades y abandonos como ropajes sobre sus restos, intento hablar o agregar una simple mirada desde el cuarto rojo de este pecho, como gesto de los que amamos y gozamos cuando el día nos golpea el cristal y se reinicia la vida.
Hablar de Rodolfo Enrique Facundo Cabral es traer al hoy, donde debiera estar, a la persona, al hombre de voz profunda en sonido como en contenido. Su vida, las letras de sus composiciones, golpearán por largo tiempo. Llegó a este mundo con un cuaderno bajo el brazo un 22 de mayo de 1937, desde ahí su vida jugó a ser una encrucijada con el día a día; según sus palabras: “Facundo nació en un puerto argentino y desde que aprendió a andar no se detuvo jamás”. Llegó con su voz y las manos como herramientas potentísimas, un rosario con cuentas que hablaban de cómo llenaría su vida. La libertad y la igualdad estarían constantemente punzando su pecho, no alzaría bandera partidista, excepto la de su Argentina.
La imagen materna es decidora en la vida la Facundo Cabral, en sus frases y pensamientos la describe así: “Cada mañana es una buena noticia, cada niño que nace es una buena noticia, cada hombre justo es una buena noticia, cada cantor es una buena noticia, porque cada cantor es un soldado menos. Tengo esto y mucho más, lo aprendí de mi madre, se llamaba Sara, la elegí como madre por la misma razón por la que Dios la eligió como hija. Nunca pudo aprender nada, puesto que cada vez que estaba por aprender, llegaba la felicidad y la distraía. Nunca usó agenda porque hacía lo que amaba y eso se lo recordaba el corazón. Se dedicó a vivir y no le quedó tiempo para otra cosa”.
Facundo dejó su casa a los siete años. Su madre lo acompañó a la estación y, cuando subía al tren, le dijo: “Este es el segundo y último regalo que puedo hacerte, el primero fue darte la vida y el segundo la libertad de vivirla”.
El 9 de julio de 2011 falleció asesinado, se dice que por equivocación. ¿La muerte se equívoca? Creo que en este caso lo hizo rotundamente, se llevó uno de esos discursos que acá, en cada metro cuadrado que tenemos, hace falta oír.
Aquí, la letra de una de sus hermosas canciones:
SIN TU LATIDO
Hay algunos que dicen
que todos los caminos llevan a Roma
y es verdad porque el mío
me lleva cada noche al hueco que te nombra.
Y le hablo y le suelto
una sonrisa, una blasfemia y dos derrotas;
luego apago tus ojos
y duermo con tu nombre besando mi boca.
Ay, amor mío,
qué terriblemente absurdo
es estar vivo
sin el alma de tu cuerpo,
sin tu latido.
Que el final de esta historia
enésima autobiografía de un fracaso
no te sirva de ejemplo,
hay quien afirma que el amor es un milagro.
Que no hay que no cure,
pero tampoco bien que dure cien años
eso casi lo salva,
lo malo son las noches que mojan mi mano.
Ay, amor mío,
qué terriblemente absurdo
es estar vivo
sin el alma de tu cuerpo,
sin tu latido.
Aunque todo ya es nada,
sé por qué te escondes y huyes de mi encuentro.
Una plácida noche de concierto
Tengo que sentarme y cerrar los ojos para no olvidar lo vivido anoche. Escapa de este diccionario humano con el que cuentan las páginas de mi piel y mi cuerpo. Los que estuvieron en mi sueño (miro a todos lados para que así haya sido), seguramente aún estarán colgados de aquellos pentagramas mágicos, de aquellas cuerdas vocales preciosas, maravillosas, que posee un ser humano tan cálido como el señor Plácido Domingo. Las horas fueron notas, los latidos letras en todos los idiomas, las miradas todos los escenarios posibles, los que uno quisiera, deseara, imaginara. ¿Vale la pena hablar de sus orígenes si lo que importa traspasa el tiempo? Estuvo anoche para todos y para nosotros. Vino desde el antes, desde siempre, por el aire, la tierra, los cielos. Vino a saciar la sed del alma y sones como estos son los únicos que la calman.
José Plácido Domingo Embil nació en Madrid el 21 de enero de 1941. Es cantante lírico (tenor y barítono) y director de orquesta. En 1949 su familia se trasladó a Ciudad de México, donde inició lecciones de piano para luego ingresar a la Escuela Nacional de Artes y al Conservatorio Nacional. Comenzó como barítono, teniendo participación en un sinnúmero de obras, entre las que destacan Rigoletto, La traviata, Otelo, Tosca, Turandot y Carmen.
Gran filántropo, ha ayudado a necesitados en diversas partes del mundo, también en catástrofes naturales. En marzo del 2008, fue elegido como el más grande tenor de todos los tiempos.
La ópera, invento, creación, estremecimiento, vino envejecido para cuerpos sensibles y bocas sabias, regalo que convive entre nosotros dispuesto a que lo descubran en el instante menos pensado. Historia, escenarios de todas las historias entre las manos y su garganta cuyas alas son la voz, vuelan y provocan vuelos inimaginados, convirtiéndonos en frágiles ecos con respiros a veces pausados, casi dormidos.
Música
Cambia lo superficial
cambia también lo profundo
cambia el modo de pensar
cambia todo en este mundo.
Cambia el rumbo el caminante
aunque esto le cauce daño
y así como todo cambia
que yo cambie no es extraño.
Cambia, todo cambia
cambia, todo cambia…
Fragmento de la canción “Cambia, todo cambia” del músico y cantante Julio Numhauser, chileno, fundador del grupo Quilapayún.
Hoy, entrada la tarde, la emoción obliga. Me siento obediente, conmovida y plácida, cual gata remolona y apasionada. Es más, tuve que comenzar pidiendo permiso a la historia y tomar esa bella estrofa con la que comienzo este texto, pues leer y analizar su contenido fue el impulso que me llevó a delinear con este pincel lo vivido días atrás y no, no puedo dejar de aplaudir lo escrito al comienzo. ¡Qué letra! ¡Qué verdad tan grande!
Música, la bella música. Elemento mágico, genialidad de combinar sonidos de la voz humana con instrumentos musicales. Potentes, nos permiten volar, cambiar, sentir y no sentir; invisibles elementos que movilizan sin importar la edad, los segmentos sociales ni los sexos, en el día a día de los seres humanos.
Quiero nombrar, como pequeño homenaje, a mi padre y a mi madre. A él, que aún me acompaña y ha amado los tangos desde que tengo uso de razón; a un antiguo conjunto argentino de música folclórica, los Charchaleros: “Angélica, cuando te nombro / me viene a la memoria…”. Y a mi madre que me mira desde lejos. Amaba la música en general, su debilidad era la clásica. Desconcertante, sin tener grandes estudios, cuando encendía la radio reconocía por oído a Maller, Mozart y a su preferido, Beethoven. Los escuchaba, con ellos bordaba y soñaba; son mis acordes de esta gran canción llamada vida.
Podemos cortarnos el cabello, darle distintas formas; sobre el rostro aplicar colores que nos identifiquen, enfundarnos ropas, pero solo hay algo interno, profundo, que llevamos y nos permite abrirnos ante lo que nos estremece; podría ser la pintura, el cine, un libro, una obra de teatro, una guitarra eléctrica, pero en este caso hablo de la música, de toda y de la única.
Hablo de una mágica e incomparable. Una que estremece, de voces, violines, oboes, chelos y contrabajos, pianos y en el centro ellas, las voces, sopranos y barítonos, regalo de unas maravillosas cuerdas vocales. Hablo de la ópera, de una en especial: la bella Madame Butterfly, de Giacomo Puccini, presentada en el Teatro Municipal de Santiago días atrás.
A veces se evoluciona de manera lenta, se descubren tesoros ya entrada la tarde, ¡pero ocurre! ¡Lo sentí! ¡Lo viví! Sentí cómo los sones subían hasta el balcón del segundo piso, cómo exploraron mis vísceras y arterias alterando el recorrido tibio de mi sangre. La oscuridad fue el cómplice perfecto para que el alma se estremeciera y hablara por mis ojos. La vida fluía en el escenario, entre trajes, figuras y artefactos. La historia nos contó sobre el escenario del amor, el olvido y la traición, de un final como a veces ocurre, trágico, por amor y orgullo.
El silencio de los espectadores fue el jardín nocturno más bello que pude haber encontrado. Cada butaca abrigaba extremidades, metros de piel y un músculo rojizo, vivo, latiendo y dejándose acariciar una y otra vez… Qué maravilla. ¿Habrán sentido ellos toda esta marea de emociones?
Han pasado varios días y parece increíble que aún quiero más. Fantástica la manera en que se abren apetitos secretos, desconocidos y tan personales, únicos, extraños.
¡Qué riqueza nos entrega la música, sea en nuestro idioma o en otro, cantada o solo música! ¡Qué ganas de hacer y sentir! ¡Qué alegría de estar viva y dejar que ella pernocte hasta llegada la noche! En fin, es la fiesta declarada en el mundo, en las cabezas y en los cuerpos.
Cambia todo cambia
lo que cambió ayer
tendrá que cambiar mañana…
Música de muerte
Hablo de música, hablo de muerte.
Es magia… ¿Qué? De qué habla, pensará usted, ¿dónde se encuentra la magia, señorita? En la muerte o en la vida, le respondería.
Las dos se retroalimentan, una sin la otra no existe, pensé hoy a eso de las diez de la mañana al encender la radio, uno de los aparatos tecnológicos que me encantan y no cambio por nada. Vino, al encenderla desde el silencio, desde la oscuridad, una de las voces que más me ha estremecido desde una adolescencia ya muy, muy lejana; hablo del cantante Barry White.
La relación vida-música-muerte me parece algo ingrata, pero poderosamente real; existe, se da, y como dice mi padre, mientras se recuerde lo que se quiere o ama, no desaparece. Es gracias al CD, al casete, al disco de vinilo ―y aunque parezca locura, espero en días no muy lejanos acceder a comprar ese aparato que nos acompañó por mucho tiempo, me refiero a un tocadiscos―, a toda esa tecnología que hoy nos rodea y nos hace disfrutar, pues aunque esa voz que nos hacía estremecer, soñar, no se encuentre presente, mágicamente ―me gusta la palabra magia―, al apretar o hundir un botón la traemos a nuestro día, nuestra casa, nuestro cuarto. Me conmueve pensar en tantas voces hoy ausentes y que, al solo presionar algo, tengamos la fortuna de revivirlas, tantas veces como deseemos. Me gusta pensar también que, aunque la muerte hizo lo suyo, podemos robarle por los minutos que nos apetezcan al gran Barry White, al entrañable John Lennon, a los bellos boleros de Leo Marini, a Gardel y su tango cuerpo a cuerpo…
¡La música! Ella, con su Beethoven y música propia, imaginada, inventada y descifrada a través de su cuerpo, ella con un Maurice Rabel y su estremecedor bolero, ella y su humano Víctor Jara, la presencia y voz inigualable sobre el escenario de Freddie Mercury; en fin, la lista es demasiado larga, quizá infinita. Podría estar horas trayendo al hoy a tantas magnificas voces y melodías.
Tal vez uno de los aspectos desconocidos de esta amable dama llamada muerte, es lo sensitivo de su oído y dejar sin culpa que le extraigamos de su vientre oscuro cuanta nota recordemos, pero la magia en que a veces creo se desvanece de mi alma cuando quisiera que existiera con todo mi corazón un botón, una tecla que me permitiese rescatar de entre sus brazos la voz de mi madre. Ella no fue cantante, pero han pasado largos años de su partida y su voz sigue intacta, melodiosa, hermosa dentro de mi cabeza.
Su nombre es Gilda
De cuerpo pequeño y voz suave, dice tener setenta… pero no le creo, no los representa, y pienso que las conversaciones con el espejo son bastante profundas y serias cuando se observa por las mañanas. Desde que conozco a Gilda, son ya varios años, nos vemos una vez al mes por motivos profesionales. He llegado a conocer y apreciar su persona de manera bastante especial, es una mujer sencillamente bella.
Desde hace algunos meses me viene contando sobre un taller en el cual participa, un taller de teatro para la tercera edad. Cuando le pregunté por qué eligió el teatro como actividad anexa a las tantas que realiza ―trabaja, pertenece a un grupo folclórico, mantiene una casa, es madre y abuela, en fin, hace tantas cosas…―, me respondió que le serviría, además de para distraerse, para entrenar su memoria y activar su cabeza, que dice se ha puesto algo lenta.
Cuando me conversa, me emociono. Reconozco que me conmueve “el hacer” en el ser humano, y lo confirma el relato que me brinda desde que sale de casa hasta que termina su clase.
De pieles distintas y formas féminas algo extintas, esa hora una vez al mes ha sido suficiente para desarrollar entre ella y yo algo así como una amistad, cariño, una admiración de mi parte hacia ella que, sinceramente...