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PRIMERA QUINCENA DE SEPTIEMBRE DE 1932
POR UN SENTIMIENTO DE PATRIOTISMO
El martes 30 de agosto de 1932 el ingeniero civil peruano Óscar Ordóñez, procedente de Iquitos, capital del departamento de Loreto, desembarcó en Chimbote, última población peruana, en la margen derecha del Amazonas, antes de llegar al Trapecio Colombiano. Allí estaba destacada una guarnición del Ejército de su país al mando del alférez Juan Francisco La Rosa. El ingeniero entregó al oficial 50 carabinas Winchester calibre 44 y 1.000 tiros. De acuerdo con los partes que luego envió a sus superiores, La Rosa, ya con las armas en su poder, decidió abandonar Chimbote en las horas de la noche. Antes de partir renunció al grado militar que le había conferido el Estado peruano. Cómo lo hizo, mediante qué ceremonia y ante qué autoridades es algo que el alférez no aclara en sus informes. Según él, su propósito era no comprometer al Ejército ni al gobierno de su país en las acciones que emprendería. Por esta razón delegó el mando en otro oficial del mismo Ejército, el alférez Roberto Díaz, a quien ordenó por escrito unírsele más adelante con los hombres de la guarnición.
La Rosa se embarcó con Ordóñez hacia Caballococha, la más importante de las poblaciones peruanas en los alrededores de Leticia, capital de la intendencia colombiana del Amazonas. Allí llegaron a las 2:30 de la mañana del miércoles 31 de agosto. De inmediato procedieron a despertar a los civiles que se habían comprometido de antemano con su causa y los dividieron en cinco grupos, cada uno con jefe y armamento. En la playa se les unió la guarnición de Chimbote, que había zarpado al mando del alférez Díaz. Ninguno de los soldados estaba uniformado. Antes de embarcar de nuevo, La Rosa ordenó a los civiles y a los militares retener todos los remos que encontraran a su paso e impedir que llegara a Leticia persona alguna. El primer punto de reunión fijado fue la isla Yahuma. La expedición se puso en marcha en una embarcación a motor y en otras a remo, que avanzaron al mismo tiempo por ambas orillas del Amazonas y también por el centro para cumplir las consignas. A las 10:00 de la noche de ese 31 de agosto, en Yahuma, La Rosa expuso su plan de ataque a los cinco jefes de grupo. De nuevo se pusieron en marcha hasta el siguiente punto de reunión, Isla Ronda. De aquí se dirigieron el motor y un batelón hacia la hacienda La Victoria, en la margen izquierda del Amazonas y por lo tanto dentro del Trapecio Amazónico colombiano, pero de propiedad de un hombre de negocios de Iquitos. El administrador de la hacienda les prestó una carabina Máuser con 30 tiros y les dio consejos sobre la mejor manera de entrar a Leticia. Teniendo presente estas advertencias, los planes fueron modificados y la invasión se inició, en la madrugada del jueves primero de septiembre de 1932, por el costado en que se levantaba el hito que marcaba la frontera con Brasil1.
De acuerdo con varios testigos, los asaltantes entraron disparando a las casas de los colombianos y también a sus dueños sin causarles un solo rasguño. Tal vez por esta razón La Rosa calificó las Winchester de Ordóñez de “viejas y casi inservibles”, aunque no se tienen datos que permitan calificar la puntería de los civiles de Caballococha. Los disparos también se hicieron con una ametralladora “de cinta” que fue ubicada apuntando a la casa de la Intendencia. Los tiros no fueron muchos, pues la cinta se atrancó en el mecanismo de la ametralladora y el ingeniero Ordóñez tuvo que hacer uso de sus conocimientos técnicos para arreglarla2. El alférez Díaz, por su parte, cumplió la orden escrita de La Rosa de emplazar con sus hombres el cañón de la guarnición de Chimbote en la playa de Leticia y tomar parte en la operación sólo si se lo solicitaba por medio de una señal convenida3.
En comunicación enviada al gobierno en Bogotá, el intendente del Amazonas y antiguo cónsul de Colombia en Iquitos, Alfredo Villamil Fajardo, dejó constancia de las diferentes impresiones que causó entre los habitantes del lugar el arsenal peruano:
En relación con las armas empleadas en el asalto a Leticia, está plenamente comprobado, y así lo afirman la totalidad de los declarantes, que se emplearon una ametralladora, y […] en la playa de Leticia un cañón de tiro rápido. Esto no obstante, los declarantes Carlos Aguilar Rengifo (peruano) y Francisco Sánchez Ibarra (colombiano) coinciden al decir que las ametralladoras empleadas en el asalto a Leticia han sido dos. Otro tanto sucede con el cañón emplazado en la playa: a tiempo que la mayoría de los declarantes dice haber visto sólo un cañón, los testigos Patricia Sarria, Luis F. Fernández (colombianos), Carlos Aguilar (peruano), Romelia Cachique, Sabino Gómez de Oliveira (brasileros) y Alfonso Romo (colombiano) declaran bajo la gravedad del juramento haber visto, los cuatro primeros, dos cañones emplazados en la playa, y los dos últimos dicen haber visto tres de estas máquinas de guerra en la playa en referencia4.
En medio de los disparos—que sin duda se multiplicaron también en la memoria de los leticianos—algunos asaltantes apresaron en sus casas a los colonos colombianos que servían de agentes del orden. Otros se apoderaron del cuartel de Policía y del resguardo de aduana, ambos desiertos a esa hora, y de los fusiles Máuser que había en cada uno de estos edificios. Otros más detuvieron a las autoridades civiles una a una. Tan pronto se vio en poder de los invasores, el intendente Villamil ordenó rendición a los pocos agentes que habrían podido ofrecer resistencia. Como lo manifestó al presidente de la República en una extensa carta fechada una semana después, Villamil quiso evitar cualquier derramamiento de sangre para que el asalto no apareciera “como un hecho de armas favorable al Perú”. El último de los funcionarios en caer en manos de los peruanos fue el jefe de la oficina radiotelegráfica, quien fue obligado por La Rosa y Ordóñez a enviar dos mensajes: uno al comandante del Regimiento de Infantería n.º 17, destacado en Iquitos, y otro a una importante casa comercial de la misma ciudad, Israel y Compañía, dando cuenta del éxito de la operación y pidiendo apoyo5.
Al cabo de sólo quince minutos los 46 ocupantes peruanos liderados por La Rosa y Ordóñez habían tomado prisioneros a seis funcionarios y 19 colonos-policías colombianos6. Los archivos de la Intendencia y los fondos de Aduanas y de Hacienda quedaron en poder de los captores, quienes pusieron al alférez Díaz al tanto del éxito de la operación arriando la bandera tricolor del mástil de la aduana e izando en su lugar el pabellón peruano, tal como había sido convenido. Ese día el sargento peruano Mamerto Bardales recibió en Güepí, río Putumayo, al general colombiano Amadeo Rodríguez con los honores del caso, sin saber el uno ni el otro lo ocurrido en Leticia.
La mayor parte de los testimonios de la toma, sin importar la nacionalidad del declarante, coinciden en afirmar que hubo soldados, suboficiales y oficiales peruanos en Leticia desde las primeras horas de la mañana de aquel jueves primero de septiembre7. El colombiano Samuel Arámbula Bueno dijo haber visto “una veintena” de soldados uniformados en la playa contigua al puerto de Leticia la mañana del asalto. Dedujo que eran de Chimbote porque el cañonero de la armada peruana América sólo llevó refuerzos el tercer día y en Ramón Castilla—última guarnición peruana enfrente del Trapecio antes de llegar a Brasil8—no había el número de soldados que había visto en la playa. Agregó, sin embargo, que durante el asalto sólo vio civiles armados9. Alfredo Noronha Videira, natural de Iquitos y vecino de Leticia, dijo haber visto varios soldados de la guarnición de Chimbote que había conocido en Ramón Castilla, comandados por un cabo de apellido Ríos, uniformados y armados de fusiles, pero con sombreros de paisano. Con ellos estaba un sargento de apellido Cifuentes10, suboficial que también reconocieron Patricia Sarria y Pedro Vásquez11. El ciudadano peruano Adán Bermeo Monzón confirmó la presencia del alférez Díaz y de sus hombres. Supo por compatriotas suyos que participaron en el asalto que los 30 hombres de la guarnición de Chimbote se quedaron “al pie del barranco de Leticia” con un cañón de montaña “como protección y refuerzo de los asaltantes listos para entrar en acción en caso de que fueran rechazados”12. Según el intendente Villamil, el ingeniero Ordóñez justificaba la presencia de soldados en Leticia porque los civiles peruanos habían pedido protección.
La Rosa, líder militar de la operación, rehuía la conversación con los colombianos y sólo le dirigió la palabra al alcalde municipal de Leticia, quien declaró: “[La Rosa] me manifestó que él estaba exponiendo su cabeza con su gobierno puesto que su actuación era en un todo ajena a la misión que como militar le correspondía, pero que lo hacía sólo por un sentimiento de patriotismo”. De acuerdo con el mismo testigo, Ordóñez le dijo a Villamil que La Rosa había renunciado a su grado. El alférez quería confirmar su nueva condición exigiendo que no lo llamaran teniente ni alférez. Al respecto dijo el alcalde colombiano: “Cuando acababa de hacernos esas manifestaciones, salía a impartir órdenes a los soldados uniformados, como también a los civiles” y varias veces lo vio marchar al frente de pelotones uniformados y armados, prueba de que “dicho individuo no había dejado su carácter militar, lo cual le daba la autoridad para hacerse obedecer”13.
Ordóñez, líder civil de la operación, fue un poco más extrovertido que La Rosa de acuerdo con el informe que el súbdito británico J. N. Johnson, empleado de la firma de telegrafía Marconi, envió a Londres por intermedio del cónsul de Su Majestad en Iquitos. En esta ciudad había conocido a Ordóñez y a La Rosa. El día del asalto ambos llegaron a la casa del técnico británico en Leticia a las 7:30 de la mañana:
El señor Óscar Ordóñez, el líder, con una inmensa pistola Máuser bajo el brazo, me dio un abrazo [en español en el original] y me explicó que estaba al mando de un contingente organizado por una junta patriótica en Iquitos, que después de tomar el control de todo el occidente [sic] de Perú, es decir, de los Andes hacia el oeste [sic], había decidido recapturar Leticia, pese al tratado con Colombia, y declarar su independencia del resto del país si el gobierno central los desautorizaba14.
Johnson construía por esos días la nueva estación de radio. Ordóñez le prometió no interferir en su trabajo y la obra reinició a las 9:00 de la mañana. A mediodía, a petición de Ordóñez y del administrador de Aduanas de Leticia, Johnson aceptó hacerse cargo del tesoro colombiano. En su vivienda fueron escondidas dos arcas a cambio de un recibo por 19.000 pesos. Ordóñez invitó al administrador colombiano a tomar un trago en la vivienda de Johnson. Para el súbdito británico esta era una revolución excepcional, pues el hecho de haber dejado intactos los fondos probaba que su líder era un hombre honesto y con suficiente carácter para que sus seguidores lo imitasen15.
El intendente colombiano también tuvo la oportunidad de departir con este hombre honesto. La primera conversación tuvo lugar en la casa de la Intendencia, muy temprano. Villamil todavía estaba en piyama y pidió permiso para vestirse. Ordóñez lo acompañó hasta su casa y en el camino le explicó que la toma había sido motivada por “ese indigno tratado que firmó Leguía”16 y que Colombia no había cumplido en su totalidad. De acuerdo con el ingeniero, el movimiento era sólo de Loreto, pero esperaba que otros departamentos peruanos lo apoyaran tan pronto se conociera la noticia. Ya en la casa, Ordóñez le preguntó a Villamil si tenía escondida algún arma. El intendente respondió afirmativamente y entregó a Ordóñez un revólver de su propiedad17.
Los funcionarios colombianos pasaron la primera noche bajo vigilancia estricta. El día siguiente Ordóñez se quejó ante Villamil por los mensajes que habían enviado a Manaos desde el puerto brasilero de Benjamin Constant los colombianos fugados en los primeros momentos de la toma. Villamil propuso entonces enviar un mensaje por radio al Consulado de Colombia en Manaos explicando en sus palabras lo que había sucedido. El texto narraba con detalle los sucesos del día anterior, decía que los colombianos habían gozado de garantías y que los fondos no habían sido tocados, pero no mencionaba en ningún lugar la participación de los alféreces La Rosa y Díaz, ni de los suboficiales y soldados de Chimbote. Ordóñez lo aprobó. El sábado tres de septiembre llegó a Leticia el cañonero América procedente de Iquitos. Quizá por el hecho de verse con refuerzos efectivos, los ocupantes autorizaron la salida de sus prisioneros al ...