LA ESCUELA DE PALO ALTO
O LA CIBERNÉTICA EN COMUNICACIÓN
ENCUADRE
A inicios de la convulsionada e iconoclasta década de los sesenta, comienzan a difundirse las indagaciones respecto de la comunicación que han llevado a cabo diversos investigadores vinculados a instituciones psiquiátricas y de terapia psicológica ubicadas –principal, aunque no exclusivamente-, en la ciudad norteamericana de Palo Alto. Se denomina al grupo “Escuela de Palo Alto”, “Universidad” o “Colegio Invisible”. Forman una comunidad intelectual bastante sui generis. Investigan sobre las enfermedades mentales, ensayan nuevos métodos de estudio, buscan principios generales acerca de la comunicación, discuten sobre los alcances de los procedimientos terapéuticos, escuchan a especialistas de variadísimas disciplinas, asisten a charlas, dictan conferencias, redactan escritos. Entre 1953 y 1962 publican más de sesenta trabajos, aunque solo dos son de autoría grupal. Aquello que realizan es lo que tradicionalmente se espera de las instituciones de educación superior. Sin embargo, no lo son. Carecen de un edificio que los aglutine, de estructuras formales y jerarquías institucionales. Más aun, no existe unanimidad de criterios epistemológicos. Paul Watzlawick, uno de sus más conspicuos colaboradores, solía ironizar respecto del particular modus operandi: “El grupo de Palo Alto no existe”.
Entre sus integrantes se cuentan Don Jackson, John Weakland, Jay Haley, Richard Fisch, Arthur Bodin, Paul Watzlawick –todos colaboradores en distintos momentos del Mental Research Institute (MRI) de Palo Alto, fundado por el primero, en 1959. Muy cerca de allí, y desde 1956, Ray Birdwhistell se adscribe al Center for Advances Study in the Behavioral Sciences. Albert Scheflen, por su parte, colabora con las investigaciones del grupo desde el Institute for Direct Analysis de Filadelfia. Las redes son densas e intrincadas. Geográficamente se extienden a otros países y estados de norteamérica. Edward Hall, por ejemplo, trabaja en varios centros de investigación y universidades de su país. Recorre Europa, América Latina y Medio Oriente. Las influencias se irradian incluso hasta sudamérica: germina en Chile un potente brote en las figuras de Francisco Varela y Humberto Maturana; y en Argentina, a través de Carlos Sluzki y Eliseo Verón.
A la extensa cobertura espacial, se suma un amplio espectro metodológico, derivado de sus muy diversas formaciones académicas originarias: biología, zoología, ingeniería, filosofía, antropología, psiquiatría, psicología, sociología. De allí la heterogeneidad de sus tareas: filman animales, fotografían tribus primitivas, observan interacciones comunicativas, analizan paradojas, experimentan con el LSD y la hipnosis, estudian la naturaleza del lenguaje, discuten sobre los alcances de la cibernética, aplican las enseñanzas del budismo zen. Tan variopinto grupo de investigadores no podía conformar una comunidad científica al modo clásico. No obstante la variedad, hay una cohesión de medios y fines que los aúnan. A nuestro entender son, básicamente, tres.
NEXOS
El maestro. En primer lugar, debe tenerse especialmente en cuenta que todos los colaboradores -circunstanciales o frecuentes- del grupo, se consideran herederos de la tradición intelectual instaurada por Gregory Bateson. Así lo testimonia Watzlawick, quien dedica su primer libro, Pragmatics of Human Communication (1967), a “Gregory Bateson mentor y amigo”. En una entrevista de 1977, se le pregunta por tal inscripción. Sostiene allí que “todo lo que ha salido del Mental Research Institute lleva sin duda alguna la marca de Bateson. Es un gran teórico. Nuestras interpretaciones y nuestras aplicaciones personales de sus ideas no le han complacido siempre, pero eso es probablemente inevitable”. Jay Haley refiere que no obstante los intereses, estilos y metodologías diferentes “pocas personas han tenido la suerte que tuvimos John Weakland y yo durante este decenio (1952–1962). No solo nos agradaba estar juntos, sino que pudimos investigar a tiempo completo sobre todo lo que encontrábamos importante, con Bateson como profesor y guía. Cuando luchábamos en la oscuridad contra unas ideas imprecisas, Bateson nos aseguraba que trabajásemos de la manera más apropiada a nuestras capacidades, mostraba una actitud confiada que dejaba a entender que todo problema podía resolverse, y, muy a menudo, incluso nos daba una idea para resolverlo. ¿Qué más puede pedírsele a un director de investigación?” Los de Palo Alto actualizan de modo permanente el principio del Zaratustra nietzscheano: “mal se paga al maestro si se permanece siempre discípulo”.
Gregory Bateson (1904-1980) es un inglés educado en Cambridge. Allí recibe una esmerada formación en biología, bajo la atenta mirada de su padre, el destacado zoólogo William Bateson, académico e investigador de esa vetusta institución de educación, quien nombra de ese modo a su tercer hijo en homenaje a Gregor Mendel. Dispuesto a no tener que vivir bajo la sombra paterna y a continuar sus investigaciones, Gregory reorienta sus proyectos intelectuales hacia la antropología. Esta decisión se vio fuertemente influenciada por un crucero de seis semanas, que realizara en 1925, a las islas Galápagos. Viaje frustrante desde el punto de vista biológico, pero muy apasionante por el encuentro con gentes de culturas diferentes. Motivado por ello, viaja en 1927 a Nueva Guinea, donde permanece ocho meses estudiando la tribu baining. Retorna, posteriormente, a Guinea en 1929 y 1932. En estos viajes conoce a la antropóloga norteamericana Margaret Mead, con quien contrae matrimonio en 1935. Este mismo año publica su primer libro, Naven, resultado de las investigaciones con los iatmul. El libro es recibido con frialdad y su mismo autor, al analizarlo retrospectivamente, descubre deficiencias metodológicas, especialmente al evidenciársele la confusión tan frecuente –aunque invisible hasta el momento- entre hechos y teoría, entre “territorio” y “mapa”. Mientras convive con los aborígenes lo embarga la sensación de no “entrar” en ese mundo, de ser un intruso; conmoción que reaparece al revisar el libro y que, en términos teóricos, constituyen el gran desafío intelectual que Bateson pretendió superar a lo largo de su vida: construir un modelo explicativo que dé cuenta de los hechos sin suplantarlos.
Junto a su flamante esposa, emprende viaje de nupcias y trabajo a la isla de Bali. Él filma y fotografía a los habitantes del lugar, mientras ella toma notas sobre sus comportamientos. Los recursos tecnológicos les brindan la posibilidad de fijar las imágenes que luego son analizadas y contrastadas con los apuntes recogidos. De esta experiencia nace Balinese Character: a photographic analysis, libro que publican en 1942. En el texto se comentan 759 fotografías que pretenden mostrar cómo se produce el proceso de socialización de los niños. Registra la secuencia de imágenes que muestra una madre que arrulla amorosamente a su hijo, quien lloriquea mimoso. Responde restregando su cabeza con la de él; luego el niño la acaricia emocionado mientras ella se torna ausente. Las últimas imágenes los muestran distantes y contrariados. El registro fotográfico revela que la secuencia de estímulos y respuestas no se refuerza ascendentemente que es lo que podría esperarse, pues la madre da y quita; es decir, ejecuta acciones contradictorias que rompen el vínculo antes generado, desconcertando al niño quien no sabe a qué atenerse. De la “lectura” de las imágenes los autores del texto deducen que si este tipo de mensajes y relación se repiten, el niño aprenderá que ese es el modo “correcto” de corresponder al entorno y de comunicarse con los ...