1- Repensar la relación entre psicoanálisis e historia
¿Por qué la relación del psicoanálisis con la historia resulta problemática? Abramos un texto reciente de Michel Schneider. El autor se propone convencernos de una nueva interpretación del nazismo, según la cual este último tendría por fundamento psíquico no ya, como sugirieron otros en la posguerra, la “personalidad autoritaria”, la dominación masculina, el patriarcado, sino, en cambio, el poder de las madres, cuyos estragos recientes durante la social-democracia de François Mitterrand, Schneider ya había descrito. El nazismo respondería a una fuerte preocupación materna por el poder. Aprovechando ciertos trabajos feministas, cuya intención era no eludir la cuestión de la participación de las mujeres en el nazismo, deduce de allí la implicación y la “complicidad” de las mujeres y en particular de las madres. El vínculo social totalitario derivaría de un vínculo fantasmático con la madre-Estado. Así, Freud no habría advertido las consecuencias de su teoría del pasaje de la madre al padre, un tema que se reitera una y otra vez en su visión psico-histórica; la ejemplificación faltante la habría tenido Freud frente a sus ojos, en el nazismo. El nazismo habría sido entonces, el primer signo de una regresión histórica de la civilización, desde el padre a la madre.
Resultan de allí dos consecuencias capitales. En primer lugar, lejos de haber roto con él por medio de la democracia, los Estados posmodernos habrían hallado en el nazismo su prototipo. Éste habría, en efecto, introducido la indiferenciación de los sexos a una escala gigantesca, que la modernidad democrática no habría cesado de promover. Las democracias actuales serían así insidiosamente totalitarias, lo cual explica la lucha de Schneider contra las intervenciones estatales en materia de sexualidad. En segundo lugar, siendo la madre el corazón del proyecto totalitario (“la matriz primordial de un estado totalitario es la totalidad madre-niño”), tocaría una vez más al psicoanálisis analizar “la ilusión materna que se halla en el corazón de la política actual.” Podemos preguntarnos enseguida: ¿por qué “actual”? Dejemos al sociólogo la tarea de mostrar que lo que caracteriza nuestra actualidad, hoy acaso no menos que en el pasado, es precisamente la oposición entre políticas sexuales plurales y opuestas (según el concepto propuesto por los trabajos de Eric Fassin); concentrémonos, en cambio, en las implicaciones de esta representación del rol dado a “la ilusión materna hoy”.
Partamos de una constatación sencilla: es en la medida en que ciertas estructuras patriarcales se ven atacadas a nivel social por el conjunto de movimientos (feministas, minorías sexuales, etc.) que intentan hacer prevalecer la libertad y la igualdad democráticas, que los analistas que han dotado a esas estructuras de un valor ahistórico, se lanzan a una ofensiva feroz e incansable contra las madres. Es discutible que pueda identificarse con seriedad una suerte de “poder materno” ahistórico, como un espectro que estaría acosando la modernidad. Resulta mucho más verosímil que este tipo de representación de la madre peligrosa sea parte del arsenal psíquico de resistencia tanto frente a la emergencia histórica de las mujeres como sujetos políticos, como al cuestionamiento de las normas sexuales dominantes.
Permanece abierto el problema de la relación de esas luchas democráticas respecto de la estrategia del capitalismo liberal y del imperialismo, que destruye y remodela las estructuras subjetivas para acomodarlas a su conveniencia. Sin entrar en detalles, podemos decir que el discurso de la “decadencia” genera una serie de representaciones reactivas y reaccionarias acerca de un pasado mejor y de un hoy sin “gravedad”, de la “perversión cotidiana” de la época; un discurso que, desde la noche de los tiempos, caracteriza a los fóbicos del cambio y a quienes gozan anunciando el apocalipsis. Pero la contradicción no es responsabilidad del psicoanálisis. ¿Por qué, entonces, cuando Michel Schneider refiere el rol que juega la relación con la madre en un vínculo social totalitario, fascista, que estaría en el corazón de la democracia, a la vez que invoca la sana separación paterna como requisito de una democracia “winnicottiana”, experimentamos tal malestar?
Ocurre que la formulación de la pregunta se articularía así: ¿«las mujeres» son inocentes o responsables del fascismo? -es ella misma puramente sintomática. ¿Por qué, en efecto, plantear la pregunta en esos términos? La incriminación o el indulto de “las mujeres” se propone como argumento, según un modelo metapsicológico-metafísico, para probar algo. ¿Pero qué? En el artículo de M.S. resulta evidente que de lo que se trata es de incriminar a las madres y a las mujeres en la esfera política y pública, a partir de aquello que los psicoanalistas habrían aprendido en el espacio privado del consultorio psicoanalítico.
Sin embargo, y esta es la cuestión principal, cuando los estudios que se ocupan del mundo público se refieren a “una relación con la madre” o a “un vínculo madre-niño”, lo hacen como si ese vínculo fuera una esencia y no una región de lo real psíquico en la que pueden distinguirse una variedad de modalidades de vínculo, algunas altamente patológicas, otras estructurantes y todo el espectro de situaciones intermedias. Cuando se discute, por lo tanto, un objeto social, lo único que podemos hacer es señalar en todo caso los aspectos que dan cuenta de ciertos tipos de vínculo.
Pero si nos mantenemos fieles a la idea de una diversidad de relaciones, resultará muy difícil adjudicarle esa diversidad a la situación social. Es sin duda muy fácil afirmar de manera global que tal vínculo social es un “vínculo con el Padre” o “con la madre”; algo que de ningún modo nos atreveríamos a hacer en la clínica con ese nivel de generalidad.
¿A qué se debe esta deriva? A que el rol atribuido “al Padre” o a “la Madre” es la manzana de la discordia desde los orígenes, y no dejará de serlo sino con referencia a la igualdad y a su ejercicio, en tanto se trata de una relación de poder, ligada a representaciones “biológicas” y fantasmáticas.
Sucede que las relaciones entre padres y madres son reguladas socialmente; y que aquello que caracteriza el principio de su regulación, al menos desde la Revolución, es la igual libertad, o por utilizar el término de Étienne Balibar, la igualibertad. El derecho, en consecuencia, tiende a hacer prevalecer de manera cada vez menos formal (en el sentido que da al término “formal” la teoría marxista del derecho) la igualdad de esas relaciones de género y de sexo.
En cambio, en la teoría psicoanalítica, tanto en aquella que regula la clínica y toma de ella su inspiración, como en la teoría que surge de las especulaciones histórico-antropológicas de ciertos psicoanalistas, las tendencias dominantes de las relaciones entre los sexos, entre padres y madres, han sido consideradas desde siempre como estructuras ahistóricas. Reina aquí una confusión entre la universalidad de las fantasías de base y la historicidad de los dispositivos de relación entre sexos y géneros, a la cual se agrega la diversidad clínica de los tipos de situación. Ciertos psicoanalistas tienen certezas inconmovibles sobre cuál debería ser la norma respecto de las relaciones entre los sexos y los géneros. Esas certezas, lamentablemente, coinciden con tanta exactitud con las que dominan tradicionalmente el orden social y la organización de los sexos, que el “fundamento psicoanalítico” de esos dispositivos queda desacreditado.
Dicho en otros términos, no es criticable a priori que los psicoanalistas se lancen a la interpretación de fenómenos tales como el pensamiento totalitario o de ciertos aspectos de las sociedades democráticas. Pero a condición de que los análisis producidos y presentados como sofisticados descubrimientos del psicoanálisis, no difundan sus certezas salidas trivialmente del discurso común de una época y no del psicoanálisis. ¿De dónde viene entonces nuestro malestar? Se hace presente cada vez que el psicoanálisis avanza sin esfuerzo sobre las huellas de cierto estereotipo social...