Crónicas de la Araucanía
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Crónicas de la Araucanía

Relatos, memorias y viajes

  1. 312 páginas
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Crónicas de la Araucanía

Relatos, memorias y viajes

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Nadie habría imaginado, unos veinte años atrás, que la cuestión étnica en Chile se iba a transformar en un asunto político central.Estas Crónicas de la Araucanía, que se disponen como un conjunto de relatos, memorias y viajes, fijan la mirada sobre lo que está ocurriendo en el sur de Chile. Se entregan antecedentes, a veces olvidados, que se ponen en consideración del lector para una mejor comprensión de esta complejísima situación.He elegido la "crónica" como tipo de escritura, en que se combina la experiencia personal, el texto en primera persona, con los análisis e investigaciones en las que he estado trabajando a lo largo de una vida intelectual y académica.El libro se divide en tres partes: la primera aborda preguntas sobre el origen de las sociedades humanas en Chile y en particular de la mapuche, la segunda contiene crónicas propiamente tales y, la tercera parte se compone de textos afines escritos en diversas circunstancias, incluyendo obras de teatro en las que he colaborado.Algunas de estas crónicas han sido publicadas en otros medios, principalmente The Clinic, de lo que estoy agradecido. Otras, la mayoría, han permanecido inéditas hasta ahora. JOSÉ BENGOA

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Información

Año
2019
ISBN
9789563247244

SEGUNDA PARTE
CRÓNICAS DE LA ARAUCANÍA


“La crónica es una narrativa histórica que expone los hechos siguiendo un orden cronológico. La palabra crónica viene del latín chronica, que a su vez se deriva del griego kronika biblios, es decir, libros que siguen el orden del tiempo, según el término griego chronos que significa tiempo. Una crónica se caracteriza por: los hechos que se narran según el orden temporal en que ocurrieron, a menudo por testigos presenciales o contemporáneos, ya sea en primera o en tercera persona, se utiliza un lenguaje sencillo, directo, muy personal y admite un lenguaje literario con uso reiterativo de adjetivos para hacer énfasis en las descripciones, emplea verbos de acción y presenta referencias de espacio y tiempo.
Los cronistas buscan describir los hechos relatados en la crónica de acuerdo con su propia visión crítica de los hechos, a menudo con frases dirigidas al lector, como si estuviera estableciendo un diálogo”.
Diccionario RAE.

PRIMERA CRÓNICA
Viaje por el río Imperial


Hasta 1881 los mapuches mantuvieron un enorme territorio independiente. En períodos históricos no es mucho tiempo el que ha pasado. ¿Cómo era ese territorio? ¿Cómo estaba trabajado, cuáles eran los caminos que lo cruzaban, cómo lo ocupaban los mapuches? ¿Cómo era la propiedad, la jurisdicción?, en fin, cuál era la densidad y cómo vivía esa población, son algunas preguntas legítimas en este momento…No es un mal punto de partida para estas Crónicas.
Este último tiempo se ha producido en Chile –y en cierto modo en Argentina– una suerte de “intifada” mapuche; la alevosa muerte del comunero Catrillanca y todas las mentiras que han ocurrido a su alrededor, han provocado una ola de indignación en la sociedad chilena. Muchas preguntas surgen. Una de las más recurrentes se refiere al modo cómo estaba ocupada la Araucanía a fines del siglo XIX, esto es, antes que llegara la colonización europea. Esto es de dónde surge la reivindicación mapuche. Hay quienes creen que estaba desocupada, otros que los mapuches eran “nómades” (sic), otros que no tenían territorios delimitados, etc. La mayor parte de las personas consideran que era, como decretó unilateralmente el Estado chileno, “Terra Nullius”, esto es, “tierra de nadie”. En función de lo que se está discutiendo en este momento en el país nos ha parecido oportuno dar a conocer algunas crónicas en base a textos de la época que permitirán comprender un poco mejor este complejo asunto y quizá apoyar los procesos de reconocimiento, cambio socio político, y mejoramiento de las relaciones tan deterioradas entre el Estado chileno y la sociedad mapuche.
El río Imperial pareciera ser desde la llegada de los primeros españoles, Pedro de Valdivia y sus seguidores, uno de los espacios más plenamente habitados del sur. Les llamó de tal suerte la atención que allí, en lo que hoy es Carahue, se pensó fundar la capital de Chile Imperial, y no por casualidad allí se instaló el primer obispado, aunque al parecer no llegó a concretarse. Llamaba la atención los cultivos en las orillas del río, en los lomajes y en fin, la cantidad de población. El cronista Mariño de Lobera relata que al subir a una loma se veía el valle totalmente poblado, como si fuesen pueblos organizados. Raguintuleufú (entre dos ríos), se lo denomina hasta hoy, y es una suerte de isla que queda entre el río Quepe y el Cautín. Una suerte de “Mesopotamia” del sur.
El río Imperial se forma principalmente con el Cautín que viene desde las cordilleras de Lonquimay cruzando la Araucanía de norte a sur. Después de pasar por Temuco se le unen varios ríos que antaño eran muy caudalosos, el Quepe, que viene más bien desde sur a norte y sobre todo el Chol Chol, que cruza desde la Cordillera de Nahuelbuta y cae en el Cautín a la altura de lo que hoy es la ciudad de Nueva Imperial. Este era tan grande y navegable que cuando fue la invasión militar a fines del siglo XIX, el ejército chileno instaló una “cañonera”, barco bastante grande, que recorría de sur a norte y vuelta y vuelta, los campos de las comunidades desde lo que es hoy Galvarino hasta el encuentro con el Cautín.
La descripción de los campos de Cautín en 1869, realizada por el Capitán Leoncio Señoret,38 Capitán de Navío de la Armada de Chile, a cargo del vapor Maule que realizó el “Reconocimiento del Río Imperial” nos permite asomarnos a esa sociedad. Era un barco de la Armada chilena que se interna por el río de modo de conocer su hondura y posibilidades de navegación.39
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“Las márgenes del río ostentan vegas cada vez más extensas i las orillas están cubiertas de arbustos que las defienden del embate del río; de manera que no se distingue en ellas el menor derrumbamiento. Llanuras i cerros se muestran limpios de bosques i se distinguen sobre ellos numerosas chozas de indios. Los indígenas se agrupan silenciosos a vernos pasar…”
“En el transcurso de la navegación hemos recibido varias embajadas de indios que pretenden siempre que no pasemos adelante…Al amanecer continuamos navegando para el interior. El río sigue de Este a Oeste, limpio sin bajos, sus márgenes presentan el mismo aspecto que las del día anterior…”
El conocedor de esos parajes verá que el barco ha ingresado por el río al lado de lo que hoy es la ciudad de Puerto Saavedra, y se ha internado casi unos cincuenta kilómetros hasta donde hoy se encuentra el puente de Carahue, que es el lugar de las ruinas de la antigua ciudad de Imperial, destruida por los mapuches en el 1600, en el gran levantamiento. Ciertamente hasta hoy es un río apacible, ancho, y con grandes campos de vegas a su alrededor. El terremoto de 1961, el gran terremoto del sur, hundió muchos de estos terrenos, los que se llenaron de agua salina de mar y hoy no siempre son aptos para la agricultura.
“Deseoso de llegar con el buque hasta las ruinas de la antigua Imperial que supongo ya mui cerca, mando dos botes bien armados para que remonten el río hasta donde les sea posible. Estos botes después de andadas unas tres millas han avistado las ruinas de la Imperial i no han podido bajar a ellas porque estaban defendidas por gran número de indios armados de lanzas y hondas. La marjen opuesta se hallaba también coronada de jente armada, entre la que se distinguía un batallón de mujeres que daba grandes alaridos. Los botes, sin embargo, han seguido al medio del río, sin ser molestados de otra manera que con injurias…”
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Las ruinas de la antigua ciudad de Imperial, fueron defendidas durante siglos por los mapuches. Hay muchas historias de ello. También era una obsesión ir a verlas por parte de los españoles, como por ejemplo el conocido Marqués de Baydes que después de celebrar el pacto de Quilín viaja a conocerlas. Era una suerte de ícono histórico para ambos bandos. No tenemos mucha más información sobre este “Batallón de mujeres”, pero sin duda es del mayor interés consignarlo. En todo caso es preciso reiterar que no se trata de algo que ocurriera al inicio de la Conquista española, sino de un hecho que está ocurriendo en la segunda mitad del siglo diecinueve, cuando el Estado y República de Chile estaba plenamente constituido; quien lo relata es un Capitán de navío de la Armada Nacional que difícilmente se confundiría al hablar de “Batallón”.
“Desde el “Maule” se divisa durante el resto del día un espectáculo extraño. Los cerros que dominan las antiguas ruinas están cubiertos de un lado i otro del río, de indios a pie i caballo, armados e inmóviles en sus puestos, mientras que en las orillas que enfrentan el buque, una muchedumbre de hombres y mujeres i niños cambian pacíficamente con la jente de nuestros botes, gallinas y huevos por galleta i dinero”.
“Ambas orillas del río están tapizadas de parras silvestres, rosales, manzanos, i enormes laureles entremezclados con diversas clases de árboles indígenas…”
Es una escena propia de una película. Las colinas cultivadas, no hay selvas ni bosques, como se podría imaginar, están custodiadas por tropas de a pie y a caballo inmóviles; observan al barco que se mueve por medio del río; abajo, en el borde del río hay una suerte de feria en que se comercian productos locales. Doble dimensión de una sociedad: defensa del territorio y capacidad productiva y comercial.
“Vuelvo a bajar el río i fondeo frente a las posesiones de Carmona, uno de los caciques más poderosos de la vega del Imperial. Recibo la visita de este potentado que viene acompañado del alférez Villareal, el cacique Paolo, decidido amigo nuestro i de muchos mocetones. Me trae un carnero de regalo… regreso a bordo a la una después de haber visitado a Carmona que me ha recibido perfectamente. Su casa, a inmediaciones de la cual se agrupan otras cinco habitadas por sus hijos i parentela, es un vasto rancho, bien edificado, pero sin puertas i ninguna división interior. Dos fogatas poco distantes entre sí ocupan el centro i las mujeres i niños están agrupados alrededor, mientras los hombres están sentados en vigones cubiertos de mantas i de pieles.”
Esta escena debería estar cerca de lo que hoy es la comunidad de Calof. Hace unos años visité a la familia descendiente de los “Carmona, o que en otros textos aparece como “Carmonahuel”. Me senté en una loma que daba de forma abrupta al río Imperial a conversar con el viejo Lonko, en unas sillas de paja que él dispuso para esa ocasión de modo de estar cómodos. Pasamos varias horas y me contó del origen de ese apellido no mapuche, al parecer muy antiguo. Las tierras de esa comunidad están arriba de las lomas, no muy altas, son fértiles y bien cultivadas. Lo que se recuerda bien es que las tierras de las vegas, al lado del río, fueron rematadas a no mapuches en el período de la radicación, ya que los funcionarios consideraron que no estaban por ellos ocupadas. Era evidente, son tierras que se inundan en invierno y se cultivan en verano; muy fértiles ya que el invierno trae el limo, que cual río Nilo, deja los campos muy bien fertilizados. Era evidente que los mapuches sabían que allí no había que edificar las viviendas.
“La vega presenta muchas trazas de cultivo i su capa vegetal tiene muchos pies de hondura de una tierra excelente para toda clase de semillas…” (Anales de la Universidad de Chile. Tomo 37 de 1870 pag 4 a 6.)
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Embarcadero de Carahue y el Vapor Cautín que posteriormente se hundió dejando muchos muertos. Aprox 1940.
La agrupación de casas para los miembros de la familia, la consignan todos los observadores y es parte de la tradición mapuche. La familia extensa se agrupaba en seis habitaciones, la central muy grande, con dos fuegos en su interior. Fácilmente se podrá calcular unas sesenta personas viviendo allí. El texto, que hemos transcrito parcialmente, muestra con claridad la existencia a lo menos de las siguientes situaciones: las márgenes del río, las vegas y lomajes estaban cultivados; dos, las casas eran absolutamente estables; tres, había una conciencia clara de jurisdicciones territoriales, y había que solicitar permiso para pasar por ellas, cosa que no hacían los vapores chilenos que remontaban el río; cuatro, había comercio, crianza de gallinas, corderos, etc… y, quinto, había defensa militar del conjunto del territorio o mapu, frente a la amenaza de invasión. La mayor novedad de este testimonio es la existencia de un destacamento militar de mujeres mapuches.
La descripción es sin duda, de utilidad para la comprensión del mundo mapuche prerreduccional, esto es, antes de que el ejército chileno ocupara la Araucanía. Rompe las imágenes distorsionadas e interesadas de que esa sociedad no tenía control de su territorio, que eran “nómades” como señalan incluso algunos textos de estudio escolares, y que se vivía mal. El Capitán Señoret de la Armada chilena, no era un indigenista propiamente tal pero consigna que las habitaciones son de buena calidad, dos fuegos prendidos siempre de modo de calefaccionar el frío del sur, en fin, mucha abundancia de alimentos. La economía combinaba la producción ganadera, de carácter mercantil como lo hemos visto en otros trabajos, con la fértil producción de las huertas y la obtención de productos vegetales en los bosques más lejanos y de altura, (digüeñes, piñones, changles del pellín, avellanas, etc.) y peces, pájaros y animales. Las huertas se trabajaban en vegas, claros de bosque (huapi) de gran fertilidad, y otros lugares húmedos si se trataba de hortalizas y colinas suaves tratándose de siembras de cereales.
La memoria de estos territorios de una u otra manera se mantiene presente. Hasta 1927 aproximadamente, en que termina la “radicación” estos paisajes se mantuvieron, y la vida a su alrededor también. No han pasado siquiera cien años y los abuelos de hoy escucharon de sus abuelos las historias del tiempo en que se vivía de manera independiente. Porque son los abuelos quienes le cuentan a los nietos, en todas partes, cómo se vivía en esos años. Es la memoria por generación saltada, como se la conoce. Cualquier búsqueda de acuerdos en La Araucanía tendría que tener presente estos elementos; defensa territorial, vida quizá sencilla pero de abundancia, sistemas jurisdiccionales claros y definidos, en fin, un pasado demasiado reciente para olvidar.

SEGUNDA CRÓNICA
Los viajes en tren

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Salía de la Estación de Chepe, al lado de la Estación de trenes de Concepción, en un tren que tiraba humo maravillosamente rumbo a Lota, la mítica mina de carbón. Eran los años sesenta, el comienzo de esa década movida. En esos años vivía en Concepción. Cruzaba el tren por un puente el río Bío Bío y el convoy con muchos vagones de tercera clase, asientos de madera y repletos de gente, pasaba por túneles, cortos y largos, en que se llenaba todo de humo, y los pasajeros gritaban “¡cierren las ventanas!” y luego que se pasaba la oscuridad se escuchaban los gritos de “¡abran las ventanas!”, lo que era un juego entretenido, aunque todo se llenaba de ese humo oloroso y pegajoso del carbón de piedra. Se pasaba por Lota por supuesto y continuaba seseando y repartiendo humos por diversos pueblitos hasta llegar a Curanilahue. En Laraquete, me recuerdo bien, se paraba un buen rato ya que había mucho comercio de pescado, mariscos, jaivas sobre todo, y diversos tipos de sanguchotes que la gente golosa compraba. Hasta ahí era el carbón y de allí comenzaba La Araucanía, las comunidades, los colonos, en fin…Hasta allí no había quedado ninguna comunidad mapuche sobreviviente. Una suerte de frontera había sido construida con el ferrocarril.
Este tren era muy curioso. Resulta que en Curanilahue el tren moría. A pocos kilómetros, en la localidad de Los Álamos, pasaba otro tren, que no se comunicaba con este que provenía de Concepción. Venía desde Lebu y rumbeaba con sus estridentes locomotoras hacia el Lago Lanalhue, y de allí cruzando la Cordillera de Nahuelbuta, hasta Angol y luego se suponía, uniéndose a la línea férrea central que corría a lo largo de este angosto país. ¿Por qué no se unían? Vaya uno a saber. Hay muchas hipótesis. En Curanilahue había algunos camiones y microbuses en la estación, esperando el tren de Concepción, que nos trasladaba hasta Los Álamos a esperar el que venía desde la costa, de Lebu. No deben haber sido muchos los kilómetros. Me recuerdo bien de un día agarrado a una cabina de un camión cruzando por esos malos caminos; iba a Elicura, en la orilla del Lago Lanalhue y para ello había que hacer el transbordo de trenes.
A uno se lo recuerda como el “tren del carbón” y el otro sería el tren de la inmigración o de los colonos. Porque ese trencito que cruzaba La Araucanía, había partido desde Angol hasta Los Sauces en un esfuerzo de ir penetrando el territorio. En Purén habían dejado a unos franceses, en Quino a unos ingleses, en Traiguén a los suizos, en Contulmo a unos alemanes, y así uno tras otro. Fue una verdadera obsesión la que tuvo el Estado chileno a fines del siglo diecinueve y comienzos del veinte, por construir una enorme red de trenes en la Araucanía. Ramales se les llamaba. Porque no cabe duda que, cuando en 1876, llega el tren a Angol se produjo un cambio radical en la situación territorial de esa parte del país. Antiguamente llegar a cruzar el Bío Bío era un asunto de semanas y meses desde el centro del país. De un día para otro se transformó en un asunto de horas y días. Se llegaba en tren hasta San Rosendo, o en barco a Talcahuano y se subía a la gente y sus bártulos al tren que en una larga noche los dejaba en Angol, en medio ya de la Araucanía.
Los ramales siguieron construyéndose con gran entusiasmo y éxito. Es evidente que la línea central fue fundamental en esta aventura. Pasar el río Malleco, con su enorme barranco, fue una odisea. Ahí está hasta hoy el viaducto, que parece una suerte de Torre Eiffel, pero que al parecer–no soy tan experto ni importa tanto– no la construyó como se cree el famoso francés, aunque sí es el tipo de construcción de hierro, como un mecano. De Temuco, el ferrocarril siguió lentamente hacia al sur hasta llegar a Puerto Montt varias décadas después. Pero los ramales de la Araucanía continuaron.
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Púa, que hoy es apenas un recuerdo, era un centro de distribución importante. El conductor pasaba por los carros gritando “Púa, Ramal Curacautín”, que siempre tuvo el propósito de llegar a Lonquimay. Más aun, muchos tenían la ilusión de unir el Océano Pacífico con el Atlántico por esa vía. El Túnel de las Raíces se hizo muchos años después para paliar la cesantía del salitre. Curiosamente las primeras veces que fui a ese lugar, a mediados de los sesenta, se cruzaba el túnel y cien metros más allá estaba la “punta de rieles”. Un tren que no llegaba a ninguna parte. Pero así se construyó este país y este territorio del sur de Chile.
Me voy a arriesgar a una fuerte hipótesis, un tanto aventurada quizá, pero que el lector podrá sopesar. Los trenes fueron el gran intento del Estado chileno de construir un territorio integrado. No solamente para los extranjeros que llegaban sino para el conjunto de la población, indígena y no indígena. Los ramales se multiplicaban y pasaban por pueblitos –que vivían del tren– que movían productos, mercancías y también, muy importante, personas. El poeta Tellier en Lautaro escuchaba pasar “los trenes de la noche” por su pueblo de Lautaro y lejos ya en Santiago soñaba con esos pitazos y estruendos en la noche silenciosa del sur de Chile. Neruda es impensable sin el olor a humo de los fogones ferroviarios y los paisajes que lo llevaban humeando hasta Puerto Saavedra. En definitiva, era la presencia del Estado que se escuchaba a lo lejos en los pitazos de esas oscuras locomotoras de los trenes a carbón.
Las inequidades con las que había nacido la Araucanía se mantuvieron, por cierto. Las comunidades mapuches estaban por lo general aisladas. Pero había un intento estatal de mínima presencia territorial marcado por los trenes. Estaban al servicio de la extracción de madera y productos agrícolas, por cierto, pero también movían personas. El ramal de Freire a Toltén por ejemplo, destruyó el bosque nativo y se sacó madera durante décadas gracias a ese ferrocarril. En la ciudad de Carahue actualmente hay una ca...

Índice

  1. Portada
  2. Créditos
  3. Índice
  4. PRIMERA PARTE | APROXIMACIONES
  5. SEGUNDA PARTE | CRÓNICAS DE LA ARAUCANÍA
  6. TERCERA PARTE | APÉNDICE
  7. Notas