Mary Monte de López Moreira
a 150 años de la guerra guasu
grupo editorial atlas
prólogo
Con buena razón, los paraguayos piensan en la Guerra de la Triple Alianza como el momento clave de su historia. Esta opinión está totalmente justificada. El precio que los paraguayos pagaron por la defensa de su país fue increíblemente alto tanto en términos de vidas perdidas como de recursos gastados. Y, sin embargo, como he argumentado durante muchos años, el impacto de la guerra fue mucho más amplio que algo que las fronteras de la República pueden delinear. De hecho, estimuló el surgimiento del nacionalismo moderno en muchas áreas de América del Sur, cambiando los contornos del desarrollo político en varios países y de manera notable. Este hecho merece ser subrayado siempre que reflexionemos sobre la guerra. En pocas palabras, el conflicto de 1864-1870 fue importante y no solo para el Paraguay.
Los lectores que buscan patrones fundamentales en la historia pueden argumentar que la Guerra de la Triple Alianza ilustra una regla general que Hegel y Herder ya habían sugerido: que las nuevas identidades nacionales se fusionan como resultado de la guerra y estas identidades, a su vez, se formarán para hacer que los desafíos futuros sean más aguantables y más fácil de superar. La violencia de la Segunda Guerra Mundial, según este concepto, dio lugar a un nuevo orden internacional que aseguró una paz y prosperidad más amplia a través de negociaciones en organismos como la ONU y la OEA. Incluso donde las confrontaciones eran inevitables, como en Corea, Yugoslavia y el Sinaí, tendían a estar confinadas dentro de claras demarcaciones que los beligerantes de generaciones anteriores habrían encontrado absurdamente inapropiadas o poco realistas. Las guerras podrían volverse “frías” cuando antes eran casi siempre “calientes”. Esta dialéctica, tal vez ingenuamente, ofrece una cierta tranquilidad hoy, ya que plantea un vínculo causal entre la peor manifestación del comportamiento humano (es decir, la guerra) y la realización final de una amplia paz.
Pero, para volver a la Triple Alianza, parece que encontramos su impulso más catalítico no en sus enfrentamientos más graves, como en las batallas de Tuyutí, Boquerón y Curupayty, sino en los periodos mucho más largos de relativa incertidumbre entre las batallas. Argumentar que las pausas crean más que batallas parece ser una premisa novedosa, ya que desafía la formulación clásica que enfatiza el sacrificio a gran escala, lo que Juan E. O’Leary llamó “recuerdos de gloria”.
Al tratar de encontrar la gloria en tal sacrificio, ambos, los historiadores tradicionales y revisionistas, a veces han representado la guerra como una tragedia griega en la que ya sabemos el final mucho antes de que termine la obra y los participantes también lo sepan. En el fondo, el coro se lamenta por los males de la vida, mientras que el público agotado debe reflexionar sobre el significado de la obra antes de que los actores abandonen el escenario. Y cuando se recitan los elogios finales, las palabras transmiten un sentimiento de alivio tanto como ofrecen la señal de que es locura contraponerse de la voluntad de los dioses.
Hay ciertas atracciones en esta forma clásica de ver las cosas. Pero nunca debemos olvidar los muchos pequeños detalles que se incluyen todos los días, cómo estos afectaron el desarrollo de la guerra y cómo prepararon el escenario para el mundo de la posguerra. Para ilustrar el punto, cada vez que a un soldado se le asignó el deber de guardia en Humaitá no estaba pensando en las complejidades de las negociaciones diplomáticas con las potencias aliadas, ni tampoco le preocupaba mucho la eficacia de los globos de observación, ni la posible intervención de los Estados Unidos. Estaba pensando en cosas más simples: hambre, fatiga y lo que su esposa en Yaguarón podría estar haciendo en ese momento. Esos fueron los factores que se imprimieron en su mente y que, diría, fueron fundamentales para una comprensión real de la guerra. En una campaña de desgaste, después de todo, las pequeñas cosas eran las más cruciales. La guerra de desgaste puede ser un proceso profundo y simultáneamente catalítico. Ciertamente fue así en Paraguay en la década de 1860.
Es por eso que deberíamos dar la bienvenida a la aparición de este nuevo estudio de Mary Monte de López Moreira. Al catalogar los eventos día a día durante todo el periodo de seis años de la guerra, ella nos ayuda a enfrentar el conflicto como adultos, para ir más allá de la imagen de la lucha que es todo flash, explosión y coraje bajo fuego. Como lo hizo Efraím Cardozo en una generación previa, Monte de López Moreira nos ayuda a ver que la Guerra de la Triple Alianza también era algo que involucró trabajo muy duro, de soledad y conflictos emocionales, y del dolor en el estómago que se deriva de no tener suficiente para comer.
Ya deberíamos reconocer esto, por supuesto, pero en nuestro propio tiempo, que está dominado por las imágenes asociadas con la televisión e internet, a veces debemos recordar que no todo es un “recuerdo de gloria”. La mayoría de las veces el conflicto en Paraguay fue como un rompecabezas cuyas piezas merecen ser ensambladas en una composición dinámica. Algunas de esas piezas son muy pequeñas y aun así merecen nuestra atención. Ya intenté hacer algo de esto en mis trabajos publicados anteriormente. Pero equivaldría a una arrogancia insostenible de mi parte pensar que la historia está terminada. Nada de Francis Fukuyama en este caso. Al contrario, debemos alentar más trabajo sobre este tema. Y tener A 150 años de la Guerra Guasu en la mano me parece un buen lugar para comenzar. No solo es útil como obra de referencia, sino que también proporciona inspiración para buscar nuevas maneras de investigar cómo Paraguay se enfrentó a la Triple Alianza y lo que eso significó a largo plazo. Sí, sin duda, han pasado un siglo y medio desde Cerro Corá, pero quedan muchos, muchos años aun antes de que el tema pierda su interés para los paraguayos o para las personas en otras partes del mundo.
Thomas Whigham
Watkinsville, Georgia, EE. UU.
Diciembre, 2019
año 1864
introducción
En el mes de diciembre del año de 2014 se cumplieron un siglo y medio del inicio de la guerra que el Paraguay sostuvo contra las fuerzas bélicas, primero del Brasil y posteriormente de la Argentina y del Uruguay, contienda conocida como la Guerra contra la Triple Alianza. A ese efecto, se han compilado todos los acontecimientos que formaron parte de ese lustro tan luctuoso para nuestra historia, con el propósito esencial de brindar al lector las efemérides más importantes en forma resumida, es decir, como hitos cronológicos, cuyos prolegómenos se iniciaron años antes con los episodios sucedidos en el Río de la Plata y muy especialmente en la Banda Oriental del Uruguay.
Desde 1830, año de la instauración de la República Oriental del Uruguay, dos partidos políticos: el Blanco y el Colorado se disputaban el poder. Al principiar la década de 1850, fue elegido presidente el general Venancio Flores, quien pertenecía a la segunda de las agrupaciones citadas. Durante su mandato, permitió que algunos brasileños se estableciesen en el norte del país con sus empresas agropecuarias solventadas por los ricos terratenientes de Rio Grande do Sul. Una revuelta iniciada por los dirigentes del Partido Blanco, en agosto de 1855, obligó a Flores a dimitir y a trasladarse a la Argentina. En 1860, fue electo Bernardo Berro, quien preconizó una política de defensa del interés nacional y despojó a los brasileños de sus bienes. En consecuencia, estos fueron expulsados del territorio uruguayo.
Entretanto, desde abril de 1863, comenzaba a gestarse desde la Argentina un proceso revolucionario destinado a sustituir a los blancos en la dirigencia del Uruguay, liderado por el caudillo colorado Venancio Flores con la ayuda y simpatías del partido gobernante de Buenos Aires, dirigido por Bartolomé Mitre. En ese sentido, el 2 de setiembre de ese año, el gobierno de Montevideo, representado en Asunción por Octavio Lapido, se había dirigido al presidente paraguayo Francisco Solano López para denunciar tales maniobras sediciosas y agregaba que la actitud argentina entrañaba una amenaza contra la independencia uruguaya, puesto que tendía a la fundación de un nuevo Estado rioplatense sobre la base de los territorios del antiguo virreinato. En consecuencia, el 16 de setiembre de 1863, el Gobierno del Paraguay envió una nota al de la Argentina con el objetivo de solicitar explicaciones sobre los acontecimientos que se estaban desarrollando en la República Oriental del Uruguay, hechos conocidos como la Crisis Uruguaya y que en el futuro iban a tener vastas y trascendentales repercusiones en la historia contemporánea.
A raíz de este motivo, el general Solano López resolvió introducir un cambio fundamental en la política internacional paraguaya. Hasta entonces el Gobierno se había abstenido de inmiscuirse en los asuntos internos de los otros Estados de la región, pero ante las denuncias uruguayas, López entendió que el Paraguay, sin perjuicio de sus intereses fundamentales, no podía permanecer indiferente y que debía actuar en defensa de la independencia oriental, pues, de lo contrario, se pondría en grave peligro el equilibrio entre los países del Río de la Plata.
Un año más tarde, el emperador del Brasil, Pedro II, empezó a presionar al Gobierno oriental, exigiendo severas sanciones a los funcionarios que habían causado malos tratos a...