Selk'nam
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Selk'nam

Genocidio y resistencia

  1. 368 páginas
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Selk'nam

Genocidio y resistencia

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"Alonso Marchante se ha dado un trabajo interpretativo mayor, revisando una gran base documental de narraciones segmentadas temporal, disciplinar e institucionalmente. De esta tremenda revisión de bibliografía y documentos, surge una interpretación de conjunto con valor propio, que permite desmontar juicios y prejuicios convertidos a fuerza de repetición en una suerte de sentido común al pensar la historia de la colonización de la Tierra del Fuego. Es un libro que le pasa el cepillo a contrapelo a la historia colonialista, nacionalista, regionalista, supremacista, para contribuir a una interpretación humanista". Alberto Harambour"Este libro contiene la historia del pueblo selk'nam, víctima de uno de los más terribles genocidios del pasado reciente. Un conjunto de actos criminales, asesinatos, persecuciones y deportaciones, planificados con la intención de destruir a los habitantes autóctonos de la isla y de arrebatarles sus territorios ancestrales. Un exterminio ocultado deliberadamente por la historiografía oficial para "blanquear" las biografías de los autores intelectuales y materiales de aquel. Sin embargo, también es un libro que habla de la resistencia de los selk'nam frente a los invasores, de las estrategias que llevaron a cabo para tratar de frenar el avance de las explotaciones ovinas y, cuando todo su territorio fue usurpado, para sobrevivir en un entorno hostil. Y es que, a pesar de que los indígenas fueron diezmados, hubo supervivientes y hoy los selk'nam contemporáneos, mujeres y hombres orgullosos de su sangre y su linaje, luchan para que se reconozca su pasado y sus legítimos derechos. Todo ocurrió hace poco más de cien años en la Tierra del Fuego, en Karukinká en el idioma selk'nam, "el último rincón de los hombres". José Luis Alonso Marchante

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Información

Año
2019
ISBN
9789563247589
Categoría
Historia

Capítulo 1
La tierra de los humos

Tierra del Fuego puede ser descrita en pocas palabras: un país montañoso en parte sumergido, de tal suerte que profundos estrechos y vastas bahías ocupan el lugar de los valles. Una inmensa selva que se extiende desde la cima de las montañas hasta la orilla del agua.
Charles Darwin, 1832


La isla Grande

En el extremo más austral del continente americano está situada la isla Grande de Tierra del Fuego, entre los 52 y 55 grados de latitud sur del paralelo del Ecuador y los 65 y 72 grados de longitud oeste del meridiano de Greenwich. Con forma de triángulo isósceles, comprende una extensión de unos 48.000 kilómetros cuadrados que la convierten en la isla de mayor tamaño de América del Sur. Está rodeada al este por el océano Atlántico, al sur por el canal Onashaga2 y al norte y al oeste por el estrecho de Magallanes, que la separa del territorio continental.
La mayor parte de la isla está formada por mesetas y llanuras suavemente onduladas, mientras al suroeste se localiza un terreno muy accidentado moldeado por las últimas estribaciones de la cordillera de los Andes que, corriendo de oeste a este, tiene en los montes Shipton y Darwin las alturas máximas con sus casi dos mil quinientos metros sobre el nivel del mar. La orografía condiciona el clima, de tal modo que existe un enorme contraste entre la climatología de la región montañosa, con frecuentes precipitaciones y pocos días de cielos despejados, y la de la comarca esteparia del centro y el norte, con menores lluvias, clima más estable y un fuerte viento. Precisamente el viento inclemente, cuya tenaz persistencia es una de las características comunes a toda la Patagonia, sopla con fuerza en esa zona de la isla, barriendo sus extensas planicies. En las regiones boscosas del centro y sur la capa del suelo propicia para la vegetación es muy estrecha. Por ello las raíces de los árboles se extienden por la superficie en lugar de hundirse en la tierra, lo que provoca que estos sean arrancados por el viento con facilidad. La temperatura media anual en la isla es fría, sobre los cinco o seis grados centígrados, con una amplitud térmica moderada, sin grandes heladas ni días muy calurosos. En las montañas del sur existen nieves perpetuas y las masas de hielo se precipitan lentamente hacia el mar formando los glaciares, otra de las señas de identidad de la región.
Existe gran disparidad entre las costas de la isla Grande de Tierra del Fuego. De carácter recto y salpicadas de algunos acantilados hacia el océano Atlántico; sinuosas y pobladas de bahías y ensenadas en el sur, frente al canal Onashaga; y de forma irregular y caprichosa en la parte occidental, en el litoral del estrecho de Magallanes. La isla está surcada por numerosos cursos de agua, ríos y arroyos, entre los que destaca el río Grande, el de mayor longitud, que nace en el lado chileno de la isla y desemboca en el océano Atlántico, ya en la parte argentina. Cuenta también con varios lagos y lagunas, destacando el lago Kakenchow3 en el centro sur de la isla, con 645 kilómetros cuadrados de superficie. Por tanto, el agua se encuentra en casi cualquier sitio, lo que dará lugar a una flora pastosa que será aprovechada por los herbívoros silvestres como el guanaco (Lama guanicoe) y, tras la colonización, por cientos de miles de ovejas. Los otros mamíferos autóctonos de Tierra del Fuego son el zorro (Lycalopex culpaeus) y el cururo (Ctenomys magellanicus fueguinus), este último en situación de peligro de extinción al haberse visto afectado muy negativamente por la sobreexplotación ovina. También existen casi doscientas clases de aves, entre las que destacan el cauquén, el zorzal y algunas especies de patos. Entre los mamíferos marinos más comunes en el hábitat fueguino, además de los pingüinos, se encuentran los lobos marinos, el elefante marino y la foca leopardo, que forman nutridas colonias que residen casi todo el año en las roquerías.
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Bahía Yendegaia en el canal Onashaga, 1932. Fotografía: Robert Gerstmann.
Museo Chileno de Arte Precolombino.

Los bosques son frecuentes en la parte más meridional, predominando allí una vegetación lujuriosa en la que sobresalen las variedades de hayas, como la lenga (Nothofagus pumilio), el coihue (Nothofagus dombeyi), el guindo (Nothofagus betuloides) o el ñire (Nothofagus antartica). Como veremos más adelante, serán precisamente los bosques de la parte central de la isla Grande, al pie de las montañas, el lugar donde los selk’nam buscarán refugio para huir de las persecuciones.
Todo este inmenso territorio, conquistado por una generosa naturaleza y ocupado por infinidad de especies animales y vegetales, fue poblado por los humanos hace miles de años.

Los primeros habitantes de Tierra del Fuego

El ser humano comenzó a habitar la Tierra del Fuego hace unos once mil años, a fines del Pleistoceno, cuando la gran isla aún estaba unida al continente y el estrecho de Magallanes no existía. Era la época del final de la última glaciación, caracterizada porque los campos de hielo cubrían amplias partes del planeta y los océanos todavía se encontraban entre veinte y sesenta metros por debajo del actual nivel. Poco a poco los primeros glaciares se derretirán y subirá el nivel del mar, dando lugar a la presente distribución orográfica del archipiélago de Tierra del Fuego, formada por el quiebre de la cordillera que eclosiona en una infinidad de islas e islotes y en una laberíntica red de canales que se extienden hasta el cabo de Hornos. Además de la isla Grande, territorio selk’nam, las otras islas de mayor tamaño son isla Hoste e isla Navarino, región yagán, y la isla Santa Inés en el extremo noroeste, frecuentada en el pasado por los kawésqar.
El sitio arqueológico con más antigüedad de la isla Grande es el yacimiento Tres Arroyos, situado en la parte chilena, entre bahía Inútil y bahía San Sebastián, y cuyas excavaciones dirigidas por Mauricio Massone desde 1983 han demostrado la temprana presencia de ocupación humana del territorio. Por otra parte, en la costa norte de Tierra del Fuego se ubica el abrigo Marazzi, con varios niveles estratigráficos, siendo el de más edad de hace nueve milenios. En las sucesivas campañas de excavación se han descubierto varias sepulturas y artefactos líticos, bifaces, percutores, bolas, etc., pertenecientes a grupos de cazadores y tallados con un alto grado de perfeccionamiento. Más recientemente, el sitio Ewan ha sido estudiado desde una perspectiva etnoarqueológica por un equipo coordinado por María Estela Mansur, arqueóloga del Centro Austral de Investigaciones Científicas (CADIC), encontrándose los restos de una de las últimas ceremonias del Hain, celebrada en ese lugar en 1905.
Hace ahora siete mil años, la Tierra del Fuego se transforma en un archipiélago y las sociedades de cazadores-recolectoras que la habitan se especializan en nomadismo terrestre o marino, en función de la configuración del territorio que frecuentan. Los selk’nam y haush pertenecerán al primer grupo y los kawésqar y yaganes al segundo. A partir de ese momento, los pueblos canoeros extenderán gradualmente su área de ocupación abarcando, en el caso de los yaganes, las islas comprendidas entre el canal Onashaga y el cabo de Hornos, y en el de los kawésqar, el territorio hasta el golfo de Penas. Siguiendo a la doctora Dánae Fiore, “no podemos afirmar con total certeza que estas poblaciones prehistóricas hayan sido los ancestros directos de los pueblos fueguinos conocidos por los europeos desde el siglo XVI (…) Sin embargo, existen varias similitudes entre el modo de vida de las poblaciones prehistóricas de cazadores y recolectoras del norte-centro con la sociedad selk’nam y el de las poblaciones prehistóricas canoeras del archipiélago sur-oeste fueguino con las sociedades yámana y alakaluf” (Fiore, 2009: 50).
De cualquier modo, y mientras la arqueología no nos proporcione nuevas evidencias, para contar la historia de los pueblos autóctonos de la Tierra del Fuego debemos recurrir necesariamente a los registros escritos. Los primeros exploradores y navegantes procedentes de Europa iban a aparecer por el horizonte hace quinientos años, un lapso de tiempo insignificante si tenemos en cuenta los miles y miles de años que los habitantes ancestrales llevaban viviendo en ese lugar. Sin embargo, serán ellos quienes describan el modo de vida tradicional de estos pueblos, siempre de manera fraccionaria, puesto que cubren solo parcialmente los últimos cinco siglos y sus relatos además están condicionados por la época, las circunstancias y los intereses concretos del autor. Los europeos también serán quienes modifiquen abruptamente su existencia, acabando con su cultura y tradiciones milenarias.

Magallanes y su estrecho

En marzo de 1520 apareció frente a las costas de la Patagonia una flota española formada por cinco barcos y capitaneada por un portugués, Hernando de Magallanes. Aunque los hombres que componían la expedición entonces no lo sabían, estaban protagonizando un acontecimiento histórico, ya que un reducido grupo de ellos iba a completar años después la primera vuelta al mundo. En realidad, el principal interés de los expedicionarios era puramente económico, puesto que su objetivo era localizar una nueva ruta para llegar a las Molucas, las fabulosas “islas de las especias”. Muy visitadas desde tiempos antiguos por mercaderes chinos, árabes e indios, en 1512 los portugueses instalaron allí una fortaleza para monopolizar este comercio.
Se trataba de alcanzar la codiciada región por mar, ya que las rutas terrestres hacia Oriente habían sido clausuradas tras la caída de Constantinopla en manos del poderoso Imperio otomano en 1453. También se hacía necesario evitar la navegación por el litoral de África donde Portugal, para entonces enemigo mortal de los españoles, tenía una poderosa flota y varias ciudades amuralladas. El viaje fue azaroso y lleno de dificultades, de tal forma que, cuando los marinos tocaron las costas de la Patagonia, una buena parte de los capitanes y tripulantes se encontraban en franca rebeldía, convencidos de que no existía ningún paso entre los océanos y que había que emprender el regreso a España. Magallanes, que conocía bien la cartografía de la época4 y estaba seguro de hallar ese paso, reaccionó con gran violencia contra los sediciosos y ahogó en sangre la revuelta, ejecutando a los principales cabecillas de la misma: “Luego que hubo amanecido, mandó Magallanes a tierra el cadáver de Mendoza y lo hizo descuartizar, pregonándolo por traidor, ahorcó a Gaspar de Quesada y lo descuartizó con igual pregón, por mano de Luis de Molino, su cómplice y criado; sentenciado a quedar desterrado en aquella tierra Juan de Cartagena y a un clérigo, su confidente” (Pigafetta, 1899: 197). Conocemos las peripecias de este viaje gracias principalmente al relato del italiano Antonio Pigafetta, que formaba parte de la tripulación y se convirtió en el cronista de la expedición. En su diario anotó los avatares y penurias de una travesía que duró tres largos años y en la que perecieron la mayoría de los hombres embarcados en el puerto de Sevilla, Hernando de Magallanes incluido.
Solventada la rebelión, la flota española permaneció durante el invierno en las costas de la Patagonia, donde se encontraron con los míticos aónikenk. A los visitantes les llamó poderosamente la atención la gran envergadura y corpulencia de los habitantes nativos:
[U]n día apareció de improviso en la playa un hombre de estatura gigantesca, casi desnudo, que, bailando y cantando, se echaba arena en la cabeza (…) Era tan alto aquel hombre, que le llegábamos a la cintura, siendo en lo demás muy proporcionado. Era ancho de cara, cuyo contorno estaba pintado de rojo, de amarillo el de los ojos, y en los carrillos dos manchas en forma de corazón. Su traje, muy elemental, estaba hecho de pieles cosidas; son de un animal que tiene cabeza y orejas de mula, cuello y cuerpo de camello, patas de ciervo y cola de caballo, y relincha como este. Abunda mucho en esta tierra según pudimos ver más adelante (Pigafetta, 1899: 11).
Los europeos bautizaron a este pueblo con el nombre de patagones5, palabra que más tarde evolucionará y servirá para nombrar a la región entera, Patagonia.
A Hernando de Magallanes se le antojó llevarse de vuelta a España a algunos de esos extraños “gigantes” para exhibirlos como sus trofeos en la corte real:
Mostró empeño en quedarse con los dos más jóvenes de aquellos salvajes. Para conseguirlo empleó la astucia más bien que la fuerza; el recurrir a ella habría costado la vida a más de uno de nosotros. Regaló a todos cuchillos, espejos, cascabeles, cuentecillas de vidrio; tantas cosas que tenían las manos llenas. Enseñóles después unos anillos de hierro, que no eran otra cosa que grillos, y, viendo cuánto les gustaban, se los ofreció también; pero tenían las manos tan ocupadas, que no podían tomarlos, observado lo cual por el capitán general, les hizo entender que se los dejaba poner en los pies, y con ellos se marcharían, a lo que accedieron por señas. Entonces nuestra gente les puso los anillos y pasaron la clavija del cierre, que remacharon con presteza. Mostráronse recelosos durante la operación manifestándolo así; pero el capitán general los tranquilizó. Apercibidos, no obstante, del engaño se pusieron furiosos; bufaban, daban tremendos alaridos e invocaban a Setebos, o sea el demonio, en su ayuda. Se intentó detener también a los otros dos, mas fue preciso usar de la fuerza, pues resistíanse de tal modo, que apenas si nueve hombres bastaron para derribarlos en tierra y poderles amarrar las manos (Pigafetta, 1899: 14).
Ninguno de los dos muchachos llegó a España. Ambos murieron en la larga travesía, afectados por las enfermedades y la reclusión a bordo.
Ya hemos visto cómo este primer contacto entre indígenas y europeos estuvo muy lejos de ser cordial. Bien al contrario, la mayoría de los encuentros entre los navegantes y los pueblos originarios de Patagonia y Tierra del Fuego serán muy violentos, puesto que a los conquistadores los movía casi exclusivamente un desmedido afán de riqueza. El enfoque histórico tradicional que presentaba el “descubrimiento” de América como un diálogo y encuentro de dos mundos, como la interconexión entre culturas, ha sido ya ampliamente superado ante la realidad de los hechos: asesinatos, robos de tierras, malos tratos, deportaciones, contagio de enfermedades, esclavitud. Como afirma el periodista magallánico Rafael Cheuquelaf, “acontecimientos similares tildados de descubrimientos son en realidad actos violentos que implican daño y padecimientos para los ‘descubiertos’, los habitantes del lugar, que son incorporados sin saberlo ni quererlo a una dinámica de tipo imperialista de la que son víctimas”. Estos violentos encuentros provocaron una catástrofe sin precedentes, ya que se calcula que, en solo un siglo, murieron el noventa por ciento de los nativos americanos, posiblemente el desastre demográfico más extremo de la historia de la humanidad6.
En 1520 los selk’nam tuvieron más fortuna que los aónikenk, sus vecinos del continente, puesto que evitaron el encuentro físico con los recién llegados. En efecto, desde el 21 de octubre de aquel año, día en que Magallanes comenzó la lenta progresión por el estrecho que hoy lleva su nombre7, los europeos no pudieron observar a ninguno de los habitantes de la isla Grande de Tierra del Fuego a pesar de haber fondeado en una de sus bahías, la de San Felipe. En cambio, los selk’nam sí que vieron a los conquistadores y sus asombrosas embarcaciones, manteniéndose prudentemente ocultos, pero avisándose entre ellos, por medio de fogatas, de la presencia de extraños en su territorio. Los primeros navegantes europeos en transitar por un mar que ya había sido surcado mucho antes por las canoas kawésqar advirtieron las columnas de humo blanco que se elevaban hacia el cielo. Es por esta razón que bautizaron el lugar como “Tierra de los humos”. Ni siquiera sabían si se hallaban ante una isla o un continente, simplemente estaban frente a un espacio inexplorado. Y evidentemente habitado. Así lo cuenta Maximiliano Transilvano, quien, aunque no participó en la expedición, escribió una relación del viaje publicada tan solo unos años después: “Procediendo pues por el Estrecho tardaron hasta pasar de la otra parte y llegar al mar del sur veintidós días, en el cual tiempo jamás pudieron ver por ninguna de aquellas costas hombre alguno mortal, salvo que una noche vieron gran multitud de fuegos en la tierra que estaba a la mano siniestra del estrecho hacia el austro, de donde conjeturaron que habían sido vistos de los habitadores de aquella región, y que se hacían aquellas almenaras de fuego unos a otros, nunca empero pudieron ver persona alguna” (Fernández, 1837: 266).
El origen nos lo confirma también el cronista Alonso de Ovalle: “La Tierra del Fuego tan nombrada en los mapas, relaciones y noticias que tenemos del estrecho de Magallanes, ha engañado a muchos con su nombre, juzgando que se lo habían puesto por algunos volcanes o fuegos que de ella brotasen; y no es así, porque la etimología de este nombre no tuvo más fundamento que haber visto en ella los primeros que pasaron por este estrecho muchos humos y fuegos de la gran gente que la habitan, y por ello comenzaron a llamarla Tierra del Fuego” (Ovalle, 1646: 63). Muchos siglos después, en 1882, el explorador Edelmiro Correa vio las mismas hogueras, lo que es indicativo de que, durante largo tiempo, los habitantes de la isla Grande de Tierra del Fuego no fueron molestados y siguieron llevando su forma de vida tradicional: “Se veían en el fondo de este puerto grandes humaredas como si vivaqueara en numeroso campamento, estos humos que llamaron nuestra atención y cuya causa no nos explicábamos, supimos más tarde que significaban una señal de aviso que los indios de la costa daban a los del interior indicándoles la existencia de un buque en la bahía, acontecimiento poco frecuente hasta entonces y que les causaba el más serio sobresalto” (Correa, 1892: 16).
Finalmente, el 27 de noviembre de 1520, los tres barcos restantes8 alcanzaron la boca occidental del estrecho, completando el recorrido de este paso legendario. Nada más salir a mar abierto, el inmenso océano con el que se encontraron fue bautizado por los expedicionarios con el nombre de océano Pacífico, al ponderar las aguas serenas y calmas por las que navegaron.
Merece la pena hacer aquí un inciso para señalar cómo, aprovechando este suceso histórico, algunas personalidades de la región de Magallanes se empeñan hoy en datar el “descubrimiento” de Chile en 1520, adelantándose así en quince años a la conquista de Diego de Almagro por el norte. El alcalde de Punta Arenas prepara para 2020 los festejos de los “500 años del descubrimiento de Chile”, un acto en el que espera congregar al presidente de Chile y a autoridades de España y Portugal, y que va en la misma línea de lo sucedido en 1920 cuando, con ocasión del IV centenario, se inauguró el monumento a Magallanes. Construido en el centro de la Plaza de Armas de la ciudad por decisión testamentaria del terrateniente José Menéndez, se hizo con la clara intencionalidad de engrandecer la figura del navegante portugués, la del mismo Menéndez y de paso la de todos los europeos que serían considerados como únicos impulsores del progreso de esas regiones.
Ahora bien, defender el nacimiento de Chile en 1520 es un claro ejemplo de anacronismo histórico, puesto que sabemos que Magallanes y ...

Índice

  1. Portada
  2. Créditos
  3. Índice
  4. PRÓLOGO Entre el espanto y la ternura, por Alberto Harambour
  5. PREFACIO Con una bala en la cabeza
  6. Capítulo 1: La tierra de los humos
  7. Capítulo 2: Cazadores del viento
  8. Capítulo 3: Una isla por descubrir
  9. Capítulo 4: Los zoológicos humanos
  10. Capítulo 5: Las misiones religiosas
  11. Capítulo 6: El genocidio olvidado
  12. Capítulo 7: Selk’nam hoy
  13. EPÍLOGO Ecos de un genocidio, memoria de la resistencia
  14. AGRADECIMIENTOS
  15. BIBLIOGRAFÍA
  16. NOTAS