Capítulo Cinco
El Entrenamiento Militar del Soldado Cristiano
Como hay tres etapas en el desarrollo de la vida cristiana que empieza en la niñez, luego pasa por siervo y, finalmente, termina en la del servicio militar, así también hay tres etapas en el entrenamiento del soldado cristiano. Estas etapas son las siguientes:
• Retiro estratégico
• Defensa inflexible
• Ataque total
Tenemos que aprender cómo, cuándo y a dónde correr para refugiarnos del peligro abrumador; estar firmes para una defensa inflexible; y avanzar para un ataque seguro.
Retiro Estratégico
Puede parecer contradictorio lo que hemos afirmado frente a la victoria en Cristo y en aconsejar a los soldados jóvenes a huir del enemigo, pero es necesario. La discreción suele ser la mayor parte de la valentía, especialmente cuando Dios suelta a Satanás para nuestro entrenamiento. Claro, nunca está realmente suelto: Dios simplemente alarga su cadena, para que tenga más alcance en probarnos. Sin embargo, puede ser una experiencia espantosa hacer frente a su avance insidioso, porque quizá desee huir de la batalla, correr de todo el asunto de ser cristiano. Muchos lo han intentado y se han esforzado en mantener un acuerdo frágil entre Cristo y el diablo, entre el cielo y el infierno, pero sin éxito.
Además, la Palabra de Dios clara y estrictamente nos prohíbe temerle a Satanás. ¿Cuántas veces se nos dice en la Biblia: “no temas”? Sin embargo, parte de nuestro entrenamiento es conocer al enemigo, y antes de tener el gozo indescriptible de hacerle huir, tenemos que aprender qué tan terrible es nuestro adversario. Mientras aprendemos, también veremos que es importante saber a dónde correr para refugiarnos, porque hay días en los que Satanás es más fuerte (cf. Lucas 22:53b), y cuando la situación es así, es mejor correr a Cristo en busca de refugio. Las Escrituras enseñan, a través del cántico que David expresó después de ser librado de sus enemigos, lo siguiente: “Jehová, roca mía y castillo mío, y mi libertador; Dios mío, fortaleza mía, en él confiaré; mi escudo, y la fuerza de mi salvación, mi alto refugio. Invocaré a Jehová, quien es digno de ser alabado, y seré salvo de mis enemigos” (Salmo 18:2-3). Este mismo gran guerrero dice otra vez: “Oye, oh Dios, mi clamor; a mi oración atiende. Desde el cabo de la tierra clamaré a ti, cuando mi corazón desmayare. Llévame a la roca que es más alta que yo, porque tú has sido mi refugio, y torre fuerte delante del enemigo. Yo habitaré en tu tabernáculo para siempre; estaré seguro bajo la cubierta de tus alas” (Salmo 61:1-4). Y Salomón, el hijo de este guerrero poderoso, dice: “Torre fuerte es el nombre de Jehová; a él correrá el justo, y será levantado” (Proverbios 18:10).
Se dice mucho sobre la tendencia cada vez más grande de escapar de las presiones de la vida actual, y es claro que son malos algunos escapes como las drogas o el suicidio; pero a veces es necesario escaparse. Nadie es capaz de tratar con el mal del mundo sin ayuda. Sin embargo, el cristiano no queda sin ayuda. Él tiene a Cristo por refugio, y tiene que aprender, especialmente en el día malo (cf. Efesios 6:13), a retirarse del enemigo de manera ordenada y refugiarse en la Roca de la Eternidad, hasta que pase la furia de Satanás (cf. Salmo 57:1).
Cuando entramos en el entrenamiento básico de guerra espiritual, tenemos que ser advertidos acerca de los ataques de Satanás, porque usualmente son muy repentinos y surgen del lado menos esperado. Puede ser un ataque en el interior, o puede llegar desde fuera, como si fuese un relámpago en un día de cielo despejado, para desanimarnos aún antes de conocer lo que somos. Es un enemigo genuino con el que estamos peleando, y quiere derribarnos antes de iniciar de la pelea.
Muchos cristianos aceptan este tipo de enseñanza en general, pero carecen de un conocimiento personal de la malicia del diablo y, por tanto, se mantienen un poco escépticos al respecto. Luego terminan bastante alarmados cuando Satanás se cruza por su camino, o les hace caer boca abajo al comienzo de una gran campaña. Consecuentemente, se tambalean y se preguntan qué les pasó; pero no debemos caer en pánico, ni estar morbosamente preocupados por temor a Satanás. Debemos velar seriamente y dar por sentado que sin buscar problemas, de todas maneras nos atacará Satanás.
Defensa Inflexible
Es maravilloso refugiarnos en Cristo en el día malo y, con el enemigo que ruge alrededor, saber que no nos puede tocar. Solo entonces, cuando hayamos aprendido en la práctica lo que sabíamos por teoría, podremos darnos cuenta que Jesús es más fuerte que Satanás. Con esta nueva confianza en el poder de nuestro Salvador estamos preparados para la próxima etapa en nuestro entrenamiento, y nos graduamos en una clase superior en la escuela del Capitán. Aquí hay una paradoja, porque siempre tenemos que correr a Cristo en el momento de peligro, ya que solo somos almas indefensas; pero Dios no es solo nuestro refugio, sino nuestra fortaleza. Al refugiarnos en Él y ser conscientes de la armadura que nos proporciona, pronto somos animados a vestirnos con sus piezas y a contemplar cómo enfrentar a nuestro adversario. Ahora, cuando Satanás nos ataca, en vez de retirarnos de miedo, nos atrevemos a estar firmes y a resistirle con valentía. Hebreos 2:14; 1 Juan 3:8; y Colosenses 2:15 nos proporcionaron un fundamento para confiar en la victoria de Cristo. Ahora comenzamos a aceptar que el poder de Cristo es nuestro refugio contra el diablo y nuestra fortaleza para confrontarle.
Sin embargo, antes de entrar al campo de la batalla, tenemos que asegurarnos de que estará disponible para nosotros la victoria de Cristo. Creer esto requiere de un esfuerzo tremendo de fe, y tenemos que aprender a fijar nuestros corazones en tales palabras como “nos da” (1 Corintios 15:57) y “le han vencido” (Apocalipsis 12:11), para saber que es nuestra la victoria de Cristo. Esto no es fácil, aun si contamos con el ejemplo de los héroes de fe en Hebreos 11. Sin importar cuántos santos hayan confiado en el poder de Dios y les haya resultado eficaz, este es nuestro primer intento en una nueva dimensión.
De hecho, esto exige una confianza en las obras y la Palabra de Cristo que en el momento crítico es nada menos que hacer morir todas las racionalizaciones emocionales y fatalistas que pudieran asaltarnos en el conflicto. Esto es simplemente un asunto de seguir a Cristo en esa muerte en la que él ganó nuestra victoria. Ganamos nuestra victoria de la misma manera, al seguir por donde Él victoriosamente caminó. Si no nos funciona, no solo fallamos sino también él por consecuencia, porque no será eficaz su Palabra. Dios no puede tomar ese riesgo, y está igualmente preocupado en que su poder funcione en nosotros como lo hizo en su Hijo. De modo que tal como funcionó en su Hijo en su muerte, así funcionará en la de nosotros. “Por nosotros” significa nuestro fortalecimiento, y así, fortalecidos, avanzamos confiadamente para encarar al adversario. Y más vale que lo hagamos, como Jeremías (el más tímido de los profetas), se encontró cuando fue demandado a enfrentar todo el poder malvado del judaísmo decadente en su tiempo.
Jeremías buscó un pretexto para no aceptar el llamado de Dios cuando dijo: “¡Ah! ¡ah, Señor Jehová! He aquí, no sé hablar, porque soy niño” (1:6); pero Dios le dijo: “He aquí he puesto mis palabras en tu boca” (v. 9), “No temas delante de ellos, porque contigo estoy para librarte” (v. 8). Y por si fuera poco, Dios le agregó: “Tú, pues, ciñe tus lomos, levántate, y háblales todo cuanto te mande; no temas delante de ellos, para que no te haga yo quebrantar delante de ellos. Porque he aquí que yo te he puesto en este día como ciudad fortificada, como columna de hierro, y como muro de bronce contra toda esta tierra, y pelearán contra ti, pero no te vencerán; porque yo estoy contigo, dice Jehová, para librarte” (vv. 17-19).
Cuando estamos expuestos a los cañonazos del enemigo, nuestra alternativa debe ser quedarnos firmes en la Palabra del Señor. De otra manera, no tendremos más que una derrota y total desánimo.
Considere nuevamente al rey David. En el Salmo 23 podemos hallar una palabra alentadora para tales situaciones, pues se encuentra en el valle de la sombra de muerte, y sabe que hay fieras escondidas entre las peñas en su derredor por los rugidos y aullidos, pero tranquilamente está sentado mientras se adereza mesa delante de él y recibe finas atenciones, ¡hasta la unción de su cabeza con aceite (cf. Salmo 23:4-5)! ¿Podríamos disfrutar de un banquete si un león rugiente está a punto de atacarnos?
Sin embargo, el pasaje más útil y completo acerca de esta hazaña se encuentra en Efesios 6:10-18. Después de la introducción (cf. vv. 10-13), observe que Pablo habla cuatro veces de estar firmes o de resistir (cf. vv. 11, 13, 14). Es fácil decir “estar firmes”, pero cuando todos los demonios del infierno se sueltan contra uno, resulta un poco difícil hacerlo. ¿Cuánto más si estamos sentados tranquilamente y disfrutamos de un banquete? No obstante, en Cristo no quedamos indefensos y expuestos a los ataques del enemigo, sino que se nos proporciona algo apropiado para la batalla. Ahora dirijamos la atención a este asunto.
El cinturón de la verdad
La primera pieza de defensa de la armadura es el cinturón de la verdad. Las Escrituras tienen mucho que decir con respecto a “ceñir nuestros lomos”. Nos instan a prepararnos para la acción como los soldados romanos que se ceñían para la batalla. El cinturón de la verdad nos recuerda que solo la verdad puede prevalecer en la guerra contra la falsedad.
“Gozosamente nos uniríamos con los bienaventurados,
y seguir en el poder de la fuerza
del Señor, el Fiel y Verdadero,
con vestiduras limpias y blancas.
Mas, ¿quién puede luchar por Dios y la verdad,
estando esclavizado por mentiras y pecado?
Aquel quien ha de luchar así en la tierra
primero debe tener la verdad dentro de sí.”
(Thomas Hughes)
El apóstol probablemente se está refiriendo tanto a todo el cuerpo de la verdad bíblica, como a las verdades particulares que declaran el poder y victoria de Dios sobre las fuerzas del mal. ¿Y cuáles serán estas verdades? Se tratan de la naturaleza de Dios y del diablo y las distintas dimensiones de sus actividades:
• Dios Padre ni es creado ni ...