Una historia natural del pensamiento humano
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Una historia natural del pensamiento humano

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Una historia natural del pensamiento humano

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"Haciendo una revisión de su trabajo anterior, Tomasello argumenta que los simios están cognitivamente mucho más cerca de los humanos de lo que se creía hace solo una década. La gran virtud de Una historia natural del pensamiento humano es su análisis conceptual de los pasos acumulativos que se requirieron en términos de cognición para transformarnos de simios en humanos." —Stephen Levinson, Science. En Una historia natural del pensamiento humano Michael Tomasello argumenta que la interacción social cooperativa es la clave de la singularidad cognitiva de los humanos. Una vez que nuestros ancestros aprendieron a pensar juntos para lograr unas metas comunes, la raza humana se forjó un camino evolutivo propio. Nuestros ancestros humanos, como los grandes simios actuales, eran seres sociales que podían resolver problemas por medio del pensamiento, pero eran competitivos y apuntaban solo a sus metas individuales. A medida que los cambios ecológicos los obligaron a ser más cooperativos, los humanos primigenios tuvieron que coordinar sus acciones y comunicar sus pensamientos, lo que engendró nuevas formas de interacción colaborativa. La hipótesis de la intencionalidad compartida que Tomasello propone en este libro explica cómo estas formas de vida socialmente más complejas condujeron a formas de pensamiento conceptualmente más complejas. Para sobrevivir, los humanos tuvieron que aprender a ver el mundo desde múltiples perspectivas sociales, a hacer inferencias socialmente recursivas y a monitorizar su propio pensamiento según los estándares normativos del grupo. Incluso el lenguaje y la cultura surgieron de la necesidad preexistente de trabajar en conjunto. Una historia natural del pensamiento humano es el análisis científico más detallado que se ha publicado a la fecha de la conexión entre la sociabilidad humana y la cognición.

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Información

Editorial
Ediciones UC
Año
2019
ISBN
9789561423862
[ 1 ]
La hipótesis de la
intencionalidad compartida
Solo la cooperación constituye un proceso que puede producir razón.
Jean Piaget, Sociological Studies
Podría parecer que la actividad de pensar es completamente solitaria. De hecho, lo es para otras especies animales. Sin embargo, en el caso de los seres humanos, pensar es similar a lo que ocurre cuando un músico de jazz improvisa un novedoso riff en la privacidad de su habitación. En efecto, es una actividad solitaria, pero que se lleva a cabo con un instrumento hecho por otros para ese propósito, después de muchos años de tocar y aprender con otros intérpretes, dentro de un género musical que cuenta con una historia rica en riffs legendarios, para un público imaginario de aficionados al jazz. El pensamiento humano es una improvisación individual imbricada en una matriz sociocultural.
¿Cómo llegamos a esta novedosa forma de pensamiento socialmente inculcado y cómo funciona? Un grupo de teóricos clásicos ha puesto el énfasis en el papel de la cultura y sus artefactos para explicar cómo fueron posibles ciertos tipos de pensamiento individual. Por ejemplo, Hegel (1807) sostenía que las prácticas, instituciones e ideologías sociales de una cultura particular, en una época histórica particular, constituyen un marco conceptual necesario para la razón humana individual (véase también Collingwood, 1946). Peirce (1931-1935) aseguraba, de manera más específica, que prácticamente todos los tipos de pensamiento humano más elaborados —incluyendo sobre todo las matemáticas y la lógica formal— son posibles solo porque los individuos tienen a su disposición artefactos simbólicos creados culturalmente tales como los números arábigos y la notación lógica. Vygotsky (1978) subrayaba que los niños humanos crecen rodeados por las herramientas y los símbolos de su cultura, entre los que se cuentan sobre todo los símbolos lingüísticos que preorganizan el mundo; durante la ontogenia, los niños internalizan el uso de dichos artefactos, lo cual conduce a un tipo de diálogo interno que es uno de los prototipos del pensamiento humano (véase también Bakhtin, 1981).
El otro grupo de teóricos clásicos se ha concentrado en los procesos fundamentales de la coordinación social que, para empezar, hacen posible la cultura y el lenguaje humanos. Mead (1934) señalaba que, cuando los humanos interactúan los unos con los otros, sobre todo en la comunicación, pueden imaginarse en el lugar del otro y asumir para sí mismos la perspectiva del otro. Piaget (1928) iba más allá y sostenía que esas capacidades para asumir roles y perspectivas —sumadas a una actitud cooperativa— no solo hacen posible la cultura y el lenguaje, sino que también hacen posible el razonamiento en el cual los individuos subordinan su propio punto de vista a los estándares normativos del grupo. Wittgenstein (1955) elucidaba diferentes maneras en las cuales el uso apropiado de una convención lingüística o una regla cultural depende de un conjunto preexistente de prácticas y juicios sociales compartidos («formas de vida»), que constituyen la infraestructura pragmática a partir de la cual todos los usos del lenguaje y de las reglas obtienen su significado interpersonal. Todos estos teóricos de la infraestructura social, como podríamos llamarlos, comparten la creencia de que el lenguaje y la cultura son solo «el glaseado del pastel» de las maneras ultrasociales como los humanos se relacionan cognitivamente con el mundo.
Aunque sus reflexiones eran bastante perspicaces, todos estos teóricos clásicos trabajaron sin contar con varias piezas nuevas del rompecabezas —tanto empíricas como teóricas— que solo han aparecido en los últimos años. Desde el punto de vista empírico, un nuevo descubrimiento son las capacidades cognitivas sorprendentemente elaboradas de los primates no humanos, que han sido descubiertas en las últimas décadas (para reseñas, véanse Tomasello y Call, 1997; Call y Tomasello, 2008). Así pues, los grandes simios, que son los parientes vivos más cercanos de los humanos, ya comprenden de maneras parecidas a los humanos muchos aspectos de sus mundos físicos y sociales, incluyendo las relaciones causales e intencionales que estructuran esos mundos. Esto significa que muchos aspectos importantes del pensamiento humano proceden no de las formas humanas exclusivas de sociabilidad, cultura y lenguaje, sino de las capacidades individuales de resolución de problemas de los grandes simios en general.
Otros descubrimientos nuevos tienen que ver con los bebés humanos prelingüísticos (o escasamente lingüísticos), que todavía no están completamente empapados en la cultura y el lenguaje que los rodea. Sin embargo, estos humanos en ciernes operan con unos procesos cognitivos que no tienen los grandes simios y que les permiten interactuar socialmente con otros de maneras inalcanzables para los grandes simios, por ejemplo, mediante la atención conjunta y la comunicación cooperativa (Tomasello et al., 2005). El hecho de que estas criaturas preculturales y prelingüísticas ya sean cognitivamente únicas da sustento empírico a la afirmación de los teóricos de la infraestructura social según la cual importantes aspectos del pensamiento humano emanan no de la cultura y el lenguaje per se, sino, más bien, de formas más profundas y más primitivas de comportamiento social exclusivamente humano.
Desde un punto de vista teórico, avances recientes en la filosofía de la acción han aportado nuevas y sólidas maneras de pensar sobre estas formas más profundas y más primitivas de comportamiento social exclusivamente humano. Un pequeño grupo de filósofos de la acción (por ejemplo, Bratman, 1992; Searle, 1995; Gilbert, 1989; Tuomela, 2007) ha investigado cómo los humanos juntan sus cabezas con otros humanos en actos de lo que se conoce como intencionalidad compartida o intencionalidad del «nosotros». Cuando los individuos participan con otros en actividades colaborativas, conforman metas conjuntas y una atención conjunta, las cuales producen, a su vez, roles y perspectivas individuales que deben coordinar entre ellos (Moll y Tomasello, 2007). Más aún, existe una continuidad profunda entre, por una parte, esas manifestaciones concretas de acción y atención conjuntas y, por otra, prácticas y productos culturales más abstractos, tales como las instituciones culturales, la cuales se estructuran —de hecho, se crean— sobre la base de convenciones y normas sociales acordadas de forma colectiva (Tomasello, 2009). En general, los humanos son capaces de coordinarse con otros de una manera que al parecer no existe en otros primates, y formar un «nosotros» que actúa como una especie de agente plural para crear colaborativamente desde una partida de caza hasta una institución cultural.
Avanzando en esta dirección teórica, en tanto que forma específica de la actividad colaborativa y la intencionalidad compartida de los humanos, la comunicación cooperativa humana implica una serie de procesos especiales intencionales e inferenciales, identificados en un comienzo por Grice (1957, 1975) y posteriormente elaborados y enmendados por Sperber y Wilson (1996), Clark (1996), Levinson (2000) y Tomasello (2008). Los comunicadores humanos conceptualizan situaciones y entidades mediante vehículos comunicativos externos para otras personas; esas otras personas luego buscan determinar por qué el comunicador piensa que esas situaciones y entidades serán relevantes para ellas. Este proceso dialógico implica no solamente habilidades y motivaciones para la intencionalidad compartida, sino también cierta cantidad de inferencias complejas y recursivas sobre la intención de los otros respecto a mis estados intencionales. Esta forma única de comunicación —característica no solo del lenguaje maduro sino, también, de la comunicación prelingüística gestual de los bebés humanos— presupone tanto un marco conceptual compartido entre los participantes en la comunicación (también llamado terreno conceptual común) como un reconocimiento de las intenciones y perspectivas individuales de esos participantes.
Estos nuevos avances empíricos y teóricos nos permiten construir una explicación mucho más detallada de la que era posible anteriormente respecto a las dimensiones sociales de la cognición humana en general. En este libro ponemos el énfasis en las dimensiones sociales del pensamiento humano en particular. Aunque los humanos y otros animales resuelven muchos problemas y toman muchas decisiones sobre la base de una heurística intuitiva evolucionada (conocida como procesos de sistema 1), los humanos y algunos otros animales resuelven algunos problemas y toman algunas decisiones pensando (procesos de sistema 2; véase Kahneman, 2011). Ese énfasis específico en el pensamiento es útil porque restringe nuestro tema a un solo proceso cognitivo, pero que comprende varios componentes claves, en particular (1) la capacidad para representarse cognitivamente experiencias a uno mismo «off-line»; (2) la capacidad para simular o hacer inferencias y transformar esas representaciones causal, intencional y/o lógicamente; y (3) la capacidad para automonitorizarse y evaluar de qué manera esas experiencias simuladas pueden conducir a resultados conductuales específicos y, así, tomar una decisión conductual pensada.
Parece obvio que, en comparación con otras especies animales, los humanos piensan de maneras especiales. Pero esta diferencia es difícil de caracterizar usando teorías tradicionales del pensamiento humano, pues estas presuponen aspectos claves del proceso que son, en realidad, logros evolutivos. Estos son precisamente los aspectos sociales del pensamiento humano que constituyen nuestro principal interés aquí. Así, pues, aunque muchas especies animales pueden representarse cognitivamente situaciones y entidades de manera ligeramente abstracta, solo los humanos pueden conceptualizar una misma situación o entidad bajo perspectivas sociales diferentes, incluso opuestas (lo cual conduce, en último término, a un sentido de «objetividad»). Más aún, aunque muchos animales también hacen inferencias causales e intencionales simples sobre eventos externos, solo los humanos hacen inferencias socialmente recursivas y autorreflexivas sobre los estados intencionales de los otros o de ellos mismos. Por último, aunque muchos animales monitorizan y evalúan sus propias acciones con respecto al éxito instrumental, solo los humanos automonitorizan y evalúan su propio pensamiento respecto a las perspectivas y estándares normativos («razones») de los otros o del grupo. Estas diferencias fundamentalmente sociales conducen a un tipo de pensamiento ostensiblemente diferente y que podemos llamar, en aras de la brevedad, pensamiento objetivo-reflexivo-normativo.
En este libro intentamos reconstruir los orígenes evolutivos de este pensamiento objetivo-reflexivo-normativo exclusivamente humano. La hipótesis de la intencionalidad compartida es que aquello que creó este tipo único de pensamiento —sus procesos de representación, inferencia y automonitorización— fueron las adaptaciones para hacer frente a problemas de coordinación social, específicamente problemas que se presentaban con los intentos, por parte de los individuos, de colaborar y comunicarse con otros (de co-operar con otros). Aunque los grandes simios ancestros de los humanos eran seres sociales, vivían principalmente vidas individualistas y competitivas, razón por la cual su pensamiento estaba orientado a alcanzar metas individuales. Sin embargo, los humanos primigenios se vieron obligados en algún punto, por las circunstancias ecológicas, a llevar modos de vida más cooperativos. De esta manera, su pensamiento debió dirigirse más hacia el objetivo de encontrar formas de coordinarse con los otros para alcanzar metas conjuntas o, incluso, metas de grupo colectivas. Esto lo cambió todo.
Hubo dos pasos evolutivos claves. El primero, que refleja el enfoque de teóricos de la infraestructura social tales como Mead y Wittgenstein, comprende la creación de un tipo novedoso de colaboración a pequeña escala en la búsqueda de alimentos de los humanos. Los participantes en esta búsqueda colaborativa de alimentos crearon metas conjuntas socialmente compartidas y una atención conjunta (terreno común), lo que creó la posibilidad de roles y perspectivas individuales dentro de ese mundo compartido ad hoc o «forma de vida». Para coordinar esos roles y perspectivas recién creados, los individuos desarrollaron un nuevo tipo de comunicación cooperativa basada en los gestos naturales de señalar y gesticular: un participante dirigía la atención o la imaginación del otro, de manera perspectiva y/o simbólica, respecto a algo «relevante» para su actividad conjunta. Luego, ese participante hacía inferencias cooperativas (recursivas) sobre el propósito de la acción. Para automonitorizar este proceso, el comunicador debía simular anticipadamente las inferencias probables del receptor. Dado que la colaboración y la comunicación en este punto era entre pares ad hoc de individuos en el momento —basados en una interacción social puramente de segunda persona entre un «yo» y un «tú» — podemos referirnos a todo esto como intencionalidad conjunta. Al usarla para el pensamiento, la intencionalidad conjunta comprende representaciones simbólicas y de perspectiva, inferencias socialmente recursivas y automonitorización de segunda persona.
El segundo paso, que refleja el énfasis de teóricos de la cultura tales como Vygotsky y Bakhtin, se dio cuando el tamaño de las poblaciones humanas comenzó a crecer y estas empezaron a competir unas con otras. Esta competencia significaba que la vida grupal como un todo se convertía en una gran actividad colaborativa, con lo cual se creaba un mundo compartido más amplio y más permanente, es decir, una cultura. La mentalidad grupal resultante entre todos los miembros del grupo cultural (donde caben extraños que pertenecen al grupo) se basaba en una nueva capacidad para construir un terreno cultural común mediante convenciones, normas e instituciones culturales colectivamente conocidas. Como parte de este proceso, la comunicación cooperativa pasó a ser una comunicación lingüística convencionalizada. En el contexto de la argumentación cooperativa en la toma de decisiones grupales, las convenciones lingüísticas se podían usar para justificar y explicitar las razones de cada individuo para hacer una aseveración dentro del marco de las normas de racionalidad del grupo. Esto significaba que los individuos ahora podían razonar «objetivamente» desde el punto de vista, neutral en cuanto al agente, del grupo (es decir, «desde ninguna parte»). Como en este punto la comunicación y la colaboración eran convencionales, institucionales y normativas, podemos llamar a todo esto intencionalidad colectiva. Al usarla para el pensamiento, la intencionalidad colectiva comprende no solamente representaciones simbólicas y de perspectiva, sino también representaciones convencionales y «objetivas»; no solamente inferencias recursivas, sino también inferencias autorreflexivas y razonadas; y no solamente automonitorización de segunda persona, sino autogobierno normativo basado en las normas de racionalidad de la cultura.
Es importante anotar que este escenario evolutivo no significa que los humanos de hoy en día ya vengan previamente programados para pensar de estas nuevas maneras. Un niño moderno criado en una isla desierta no construiría por sí solo, de forma automática, procesos de pensamiento completamente humanos. Por el contrario. Los bebés nacen con adaptaciones para colaborar, comunicarse y aprender de los otros de maneras particulares: la evolución selecciona acciones adaptativas. Pero solo mediante el uso efectivo de estas habilidades en la interacción social con los otros durante la ontogenia pueden los niños crear nuevos formatos de representación y nuevas posibilidades de razonamiento inferencial, a medida que interiorizan, de modo vygotskiano, sus interacciones coordinativas con los otros en forma de un pensamiento para el propio ser. El resultado es un tipo de cognición y pensamiento cooperativo, que implica no tanto la creación de nuevas habilidades como la cooperativización y colectivización de las habilidades de los grande...

Índice

  1. PORTADA
  2. PORTADILLA
  3. CRÉDITOS
  4. CONTENIDO
  5. LISTA DE CUADROS E ILUSTRACIONES
  6. PREFACIO
  7. 1 LA HIPÓTESIS DE LA INTENCIONALIDAD COMPARTIDA
  8. 2 LA INTENCIONALIDAD INDIVIDUAL
  9. 3 INTENCIONALIDAD CONJUNTA
  10. 4 LA INTENCIONALIDAD COLECTIVA
  11. 5 EL PENSAMIENTO HUMANO COMO COOPERACIÓN
  12. CONCLUSIÓN
  13. REFERENCIAS