Las bienaventuranzas y la oración del padrenuestro
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Las bienaventuranzas y la oración del padrenuestro

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Las bienaventuranzas y la oración del padrenuestro

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La Primera predicación de Cristo parece haber sido resumida en una corta, pero crucial oración, tal como lo fue la de Juan el Bautista antes de Él, "Arrepentíos, porque el Reino de los cielos se ha acercado" (Mateo 3: 2; 4: 17). No es apropiado exponer en un estudio tan breve aquel tema tan interesante, el Reino de los cielos, pero estas Bienaventuranzas nos enseñan mucho respecto de aquellos que pertenecen a aquel Reino, y sobre quienes Cristo pronunció las formas más sublimes de bendición.Después de todo lo que ha sido dicho y escrito por hombres de Dios sobre la oración, necesitamos algo mejor que aquello que es de origen meramente humano para guiarnos, si es que vamos a cumplir de forma correcta este esencial deber. Cómo criaturas ignorantes y pecadoras han de intentar presentarse ante el Dios Altísimo, cómo han de orar de manera aceptable a Él y cómo han de obtener de Él lo que necesitan, tan sólo puede ser descubierto a medida que el gran oyente de las oraciones se complace en revelarnos Su voluntad. Desde los tiempos más antiguos ha sido llamada "la Oración del Padre Nuestro", no porque sea una oración que Cristo mismo le dirigió al Padre, sino porque fue provista con gracia por Él para enseñarnos, tanto la manera como el método para orar y los asuntos por los cuales orar.

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Información

Año
2020
ISBN
9781629461281
Categoría
Religión





La Oración del Padrenuestro




Introducción

Después de todo lo que ha sido dicho y escrito por hombres de Dios sobre la oración, necesitamos algo mejor que aquello que es de origen meramente humano para guiarnos, si es que vamos a cumplir de forma correcta este esencial deber. Cómo criaturas ignorantes y pecadoras han de intentar presentarse ante el Dios Altísimo, cómo han de orar de manera aceptable a Él y cómo han de obtener de Él lo que necesitan, tan sólo puede ser descubierto a medida que el gran Oyente de las oraciones se complace en revelarnos Su voluntad. Esto lo ha hecho Él: (1) al abrir un nuevo y vivo camino de acceso a Su presencia inmediata para el más grande de los pecadores; (2) al señalar a la oración como el medio principal de intimidad y bendición entre Él mismo y Su pueblo; y (3) al suplir con gracia un patrón perfecto según el cual las oraciones de Su pueblo han de ser modeladas. Observe la sabia instrucción de los teólogos de Westminster: “Toda la Palabra de Dios no sirve para dirigirnos en oración, pero la regla especial de dirección es aquella forma de oración que Cristo le enseño a Sus discípulos, comúnmente llamada “La Oración del Padre Nuestro”. (El Catecismo Menor de Westminster).
Desde los tiempos más antiguos ha sido llamada “la Oración del Padrenuestro”, no porque sea una oración que Cristo mismo le dirigió al Padre, sino porque fue provista con gracia por Él para enseñarnos, tanto la manera como el método para orar y los asuntos por los cuales orar. Por lo tanto, debiera ser estimada en gran manera por los cristianos. Cristo conocía, tanto nuestras necesidades como la buena voluntad del Padre hacia nosotros y, por consiguiente, nos ha provisto misericordiosamente con una simple, pero a la vez, completa guía. Cada parte y aspecto de la oración está incluido en esta oración. La adoración se haya en sus cláusulas iniciales y la acción de gracias en la conclusión. La confesión esta necesariamente implícita, ya que aquello que se pide nos da a suponer nuestra necesidad y nuestra condición pecaminosa. La petición suple la sustancia principal, como en toda oración. La intercesión y la súplica por la gloria de Dios y por el triunfo de Su Reino y su voluntad revelada, están involucradas en las tres primeras peticiones, mientras que las últimas cuatro tienen que ver con la súplica y la intercesión por nuestras propias necesidades personales y las de otros, tal como está indicado por los pronombres en persona plural.
Esta oración se puede encontrar dos veces en el Nuevo T estamento, siendo dada por Cristo en dos ocasiones distintas. Esto, sin duda, es una sugerencia para los predicadores para reiterar aquello que es de fundamental importancia. Las variaciones son significativas. El lenguaje de Mateo 6:9 da a entender que esta oración nos es dada como un modelo, sin embargo, las palabras de Lucas 11:2 indican que ha de ser usada por nosotros como una forma. Como todo lo que está en las Escrituras, esta oración es perfecta —perfecta en su orden, en su construcción y en su redacción. Su orden es adoración, súplica y argumentación. Sus peticiones son siete en número. Es, virtualmente, un arquetipo de los Salmos y un resumen de suma excelencia de todas las oraciones. Cada cláusula en ella ocurre en el Antiguo Testamento, denotando que nuestras oraciones deben estar basadas en las Escrituras si han de ser aceptables. “Y esta es la confianza que tenemos en él, que si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye” (1 Juan 5:14). Pero no podemos conocer Su voluntad si es que somos ignorantes de Su Palabra.
Se ha presumido que esta oración fue diseñada tan sólo para el uso temporal de los primeros discípulos de Cristo, hasta que se inaugurara un nuevo tiempo como el del Nuevo Pacto. Pero ambos, Mateo y Lucas, escribieron sus evangelios años después de que la dispensación cristiana había comenzado, y ninguno de ellos da un indicio de que esta oración había pasado a ser obsoleta y que había dejado de ser de uso para los cristianos. Algunos sostienen que esta oración no encaja con los creyentes ahora, ya que las peticiones que esta contiene no son ofrecidas en el nombre de Cristo, y no contienen ninguna referencia expresa a Su expiación e intercesión. ¡Pero esto es una grave equivocación y error; ya que por paridad de razonamiento, ninguna de las oraciones del Antiguo Testamento, en efecto, ninguno de los Salmos, podría ser usado por nosotros! Pero las oraciones de los creyentes del Antiguo Testamento eran presentadas a Dios por causa de Su nombre; y Cristo era el Ángel del Pacto de quien se dijo, “mi nombre está en él” (Exodo 23:20, 21). La Oración del Señor no tan sólo ha de ser ofrecida en la confianza de la mediación de Cristo, sino que también es aquella oración que Él dirige especialmente y nos autoriza a ofrecer.
En tiempos más recientes, algunos “estudiantes de profecía” se han opuesto al uso de esta oración a causa de fundamentos dispensacionales, argumentando que es una oración exclusivamente judía y legalista en su tenor. Pero esto no es ni más ni menos que un flagrante intento de Satanás de robarle a los hijos de Dios una valiosa porción de sus derechos como hijos. Cristo no le dio esta oración a los judíos como judíos, sino que a Sus discípulos. Está dirigida al “Padre nuestro” y, por lo tanto, ha de ser usada por todos los miembros de Su familia. No sólo está registrada en Mateo, sino también en Lucas, el evangelio de los gentiles. El mandato de Cristo para Sus discípulos, luego de Su resurrección, de enseñarle a los creyentes a guardar absolutamente todas las cosas que el les había ordenado (Mateo 28:20), incluye Su mandamiento en Mateo 6:3-13. No hay absolutamente nada en esta oración que sea inadecuado para el cristiano hoy en día y, más bien, todo lo que está en ella le es necesario.
Por mucho tiempo ha sido un tema de disputa, que ha causado una muy enconada controversia, si es que la Oración del Señor ha de ser considerada como una forma para usar o como un patrón para imitar. La respuesta correcta a esta pregunta, es que ha de ser considerada como ambas. En Mateo es evidentemente presentada como un ejemplo o patrón del tipo de oración que ha de ser ofrecida bajo la nueva economía. “De esta manera pues, orad”. Debemos orar “con reverencia, humildad, seriedad, confianza en Dios, preocupación por Su gloria, amor por la humanidad, sumisión, moderación en cosas temporales y con fervor por las cosas espirituales que inculca” (Thomas Scott). Pero, en Lucas 11:2 encontramos a nuestro Señor enseñando esto: “Cuando oréis, decid…”, esto significa, que debemos usar Sus palabras como una fórmula. Entonces, el deber de los discípulos de Cristo es usar en sus oraciones la Oración del Señor continuamente como un patrón, pero también algunas veces como una forma.
Y en cuanto a quienes se rehúsan a utilizar cualquier forma de oración, les recordamos que Dios mismo, a menudo, pone en la boca de Su necesitado pueblo el mismo lenguaje que han de emplear para acercarse a Él. Por ejemplo, el Señor le dice a Israel, “Llevad con vosotros palabras de súplica, y volved a Jehová, y decidle: Quita toda iniquidad, y acepta el bien” (Os. 14:2). Sin duda, debemos estar muy atentos y en guardia contra lo que es meramente formal y aun más, en contra de un cumplimiento supersticioso de la Oración del Señor. No obstante, de la misma manera debemos evitar diligentemente irnos al extremo opuesto y nunca emplear en absoluto esta oración. En la opinión de este escritor, esta oración debe ser recitada de manera reverente y sentida una vez en cada servicio público y debe ser usada diariamente en la adoración familiar. El hecho de que ha sido pervertida por algunos, cuyo uso demasiado frecuente de la misma pareciera equivaler a las “vanas repeticiones” que el Salvador prohibió (Mateo 6:7), no es una razón válida por la cual debiéramos ser totalmente privados de ofrecerla ante el Trono de la Gracia, en el espíritu que nuestro Señor inculcó y con las mismas palabras que el dictó.
En toda expresión, petición y argumento de esta oración, vemos a Jesús: Él y el Padre son uno. Él tiene un “Nombre” dado a Él, el cual es sobre todo nombre. Él es el bendito y único Potentado y Su “Reino” domina sobre todo. Él es el “pan de vida” que bajó del cielo. Él tenía el poder en la tierra para “perdonar los pecados”. Él es capaz de socorrer a aquellos que son “tentados”. Él es el ángel que “libra del mal”. El Reino, el poder y la gloria le pertenecen a Él. Él es el cumplimiento y la confirmación de todas las promesas divinas y las garantías de gracia. Él mismo es “el Amén y el fiel Testigo”. Muy correctamente, Tertuliano denominó a la Oración del Señor como “El Evangelio abreviado”. Entre más claramente entendemos el evangelio de la gracia de Dios, “el Evangelio de la gloria de Cristo”, más amaremos esta maravillosa oración, y al gloriarnos en el evangelio que es “el poder de Dios y la sabiduría de Dios” para aquellos que creen, nos regocijaremos con un gozo inexpresable a medida que ofrecemos las peticiones divinamente prescritas y esperamos las respuestas llenas de gracia (Thomas Houston).

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A Quién está dirigida

“Padre nuestro que estás en los cielos.” (Mateo 6:9)
Esta cláusula de apertura es un prefacio apropiado para todo lo que le sigue. Nos presenta el gran Objeto a quien oramos, nos enseña el oficio de pacto que Él sostiene con nosotros y denota la obligación impuesta sobre nosotros, ésta es, la de mantener un espíritu filial hacia Él, con todo lo que aquello implica. Toda oración real debe comenzar con una contemplación devota y debe expresar un reconocimiento del nombre de Dios y de Sus benditas perfecciones. Debiéramos acercarnos al Trono de la Gracia con adecuadas aprehensiones de la soberana majestad y del soberano poder de Dios y, aun así, con una santa confianza en Su bondad paternal. En estas palabras de apertura somos claramente instruidos a prologar nuestras peticiones a través de expresar la impresión que tenemos de las glorias esenciales y relativas de Aquel a quien nos dirigimos. En los salmos abundan los ejemplos de esto. Véase el Salmo 8:1 como un claro ejemplo.
“Padre nuestro que estás en los cielos”. En primer lugar, hagamos un esfuerzo por determinar el principio general que es plasmado en esta cláusula introductoria. Nos informa, de la manera más simple posible, que el gran Dios está misericordiosamente preparado para concedernos una audiencia. Al guiarnos para que nos dirijamos a Él como el Padre nuestro, nos da una seguridad definitiva de Su amor y poder. Este precioso título está diseñado para hacer aflorar nuestros afectos, para provocar una atención reverente y para confirmar nuestra confianza en la eficacia de la oración. Existen tres cosas que son esenciales para la oración aceptable y eficaz: fervor, reverencia y confianza. Esta cláusula de apertura está diseñada para despertar en nosotros cada uno de estos elementos esenciales. El fervor es el efecto de nuestras afecciones siendo llamadas a ser ejercitadas; la reverencia será promovida por una aprehensión del hecho de que nos estemos dirigiendo al trono celestial; la confianza será profundizada por ver al Objeto de nuestra oración como nuestro Padre.
Al acercarnos a Dios con actos de adoración, debemos “[creer] que le hay, y que es galardonador de los que le buscan” (Hebreos 11:6). ¿Qué está más premeditado para que profundice nuestra confianza y para que saque a la luz el amor más fuerte y las esperanzas más fervientes de nuestros corazones hacia Dios, que Cristo presentándose a nosotros en su aspecto más tierno y en su relación más entrañable? ¡Cuán animados somos aquí a usar la valentía santa y a derramar nuestras almas ante Él! No podríamos invocar de manera adecuada a una Primera Causa impersonal; menos aun, podríamos adorar o suplicar a una gran abstracción. No, es hacia una persona, una Persona Divina, Aquel que tiene en su corazón nuestros mejores intereses a quien estamos invitados a acercarnos, incluso a nuestro Padre. “Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios” (1 Juan 3:1).
Dios es el padre de todas las personas naturalmente, siendo Él su creador. “¿No tenemos todos un mismo padre? ¿No nos ha creado un mismo Dios?” (Malaquías 2:10). “Ahora pues, Jehová, tú eres nuestro padre; nosotros barro, y tú el que nos formaste; así que, obra de tus manos somos todos nosotros” (Isaías 64:8). El hecho de que tales versículos hayan sido extremadamente pervertidos por algunos que tienen ideas erroneas sobre “la paternidad universal de Dios y la hermandad del hombre”, no debe llevarnos a repudiarlos por completo. Es nuestro privilegio asegurarle al más impuro y abandonado que, si tan sólo arroja las armas de su guerra y hace lo que hizo el hijo pródigo, existe un Padre amoroso listo para recibirlo. Si Él escucha el clamor de los cuervos (Salmo 147:9), ¿va a hacer oído sordo a las peticiones de una criatura racional? Simón el Mago, mientras aún estaba “en hiel de amargura y en prisión de maldad”, fue guiado por un apóstol a arrepentirse de su maldad y a orar a Dios (Hechos 8:22, 23).
Pero la profundidad y el completo significado de esta invocación puede ser ahondado tan sólo por el cristiano creyente, ya que existe una relación entre él y Dios que es superior a la que es meramente de naturaleza. En primer lugar, Dios es espiritualmente su Padre. En segundo lugar, Dios es el Padre de Sus elegidos porque Él es el Padre de su Señor Jesucristo (Efesios 1:3). Cristo lo anunció expresamente de esta manera, “Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios” (Juan 20:17). En tercer lugar, Dios es el Padre de Sus elegidos por decreto eterno: “habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad” (Efesios 1:5). En cuarto lugar, Él es Padre de Sus elegidos por regeneración, donde nacen y se vuelven “participantes de la naturaleza divina” (2 Pedro 1:4). Está escrito, “Y por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama: ¡Abba, Padre!” (Gálatas 4:6).
Estas palabras “Padre Nuestro”, no sólo significan el oficio que Dios sostiene hacia nosotros por virtud del eterno pacto, sino que también implican claramente nuestra obligación. Nos enseñan, tanto a cómo debemos disponernos a nosotros mismos hacia Dios cuando le oramos a Él, como también nos enseñan la conducta que se está convirtiendo para nosotros por virtud de esta relación. Como Sus hijos, debemos “honrarlo” (incluso más que a nuestros padres humanos; véase Exodo 20:12; Efesios 6:1-3), debemos estar en sujeción a Él, debemos deleitarnos en Él y debemos esforzarnos en todas las cosas para agradarlo. Nuevamente, la frase “Padre nuestro”, no sólo nos enseña nuestro interés personal en Dios mismo, quien por gracia es nuestro Padre, sino que también nos instruye de nuestros intereses en nuestro prójimo cristiano, quien es nuestro hermano en Cristo. No es meramente a “mi Padre” a quien yo oro, sino a “nuestro Padre”. Debemos expresar nuestro amor a nuestros hermanos a través de orar por ellos; debemos estar tan preocupados por sus necesidades como lo estamos por las nuestras propias. ¡Cuánto está incluido en estas dos palabras!
“Que estás en los cielos”. Qué bendito balance le da esto a la frase anterior. Si aquella nos cuenta de la bondad y de la gracia de Dios, ésta nos habla de Su grandeza y Su majestad. Si aquella nos enseña de la cercanía y afecto de Su relación hacia nosotros, ésta anuncia Su infinita elevación sobre nosotros. Si las palabras “Padre Nuestro” inspiran confianza y amor, entonces, las palabras “que estás en los cielos” debieran llenarnos de humildad y asombro. Éstas son las dos cosas que siempre debieran llenar nuestras mentes y captar nuestros corazones: la primera sin la segunda tiende hacia la familiaridad no santa: la segunda sin la primera produce frialdad y temor. Al combinarlas, somos protegidos de ambos males; y un adecuado equilibrio es forjado y mantenido en el alma, mientras contemplamos debidamente, tanto la misericordia como el poder de Dios, Su insondable amor y Su inmensurable sublimidad. Observe cómo el mismo bendito balance fue preservado por el apóstol Pablo, cuando empleó las siguientes palabras para describir a Dios el Padre: “el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria” (Efesios 1:17).
Las palabras “que estás en los cielos”, no son usadas porque Él esté limitado a ese lugar. Se nos recuerdan las palabras del rey Salomón: “Pero ¿es verdad que Dios morará sobre la tierra? He aquí que los cielos, los cielos de los cielos, no te pueden contener; ¿cuánto menos esta casa que yo he edificado?” (1 Reyes 8:27). Dios es infinito y omnipresente. Sin embargo, existe un sentido particular en el cual el Padre está “en los cielos”, ya que ése es el lugar en el cual Su majestad y Su gloria son manifestadas de la forma más eminente. “Jehová dijo así: El cielo es mi trono, y la tierra estrado de mis pies” (Isaías 66:1). Darnos cuenta de esto debiera llenarnos con la reverencia y el asombro más profundo. Las palabras “que estás en los cielos”, llaman a poner atención en Su providencia, declarando el hecho de que Él está dirigiendo todas las cosas desde lo alto. Estas palabras proclaman Su habilidad de encargarse de nosotros, ya que nuestro Padre es el Todopoderoso. “Nuestro Dios está en los cielos; Todo lo que quiso ha hecho” (Salmo 115:3). Aunque es el Todopoderoso, Él es el “Padre nuestro”. “Como el padre se compadece de los hijos, se compadece Jehová de los que le temen” (Salmo 103:13). “Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?” (Lucas 11:13). Finalmente, estas benditas palabras nos recuerdan que estamos viajando hacia allá, porque el cielo es nuestro hogar.

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La Primera Petición

“Santificado sea Tu nombre...

Índice

  1. Las Bienaventuranzas
  2. La Oración del Padrenuestro
  3. Otros títulos de Publicaciones Faro de Gracia