Yo y los otros
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Yo y los otros

De la identidad a la relación

  1. 280 páginas
  2. Spanish
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  4. Disponible en iOS y Android
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Yo y los otros

De la identidad a la relación

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Al leer el título y el subtítulo de este libro, tal vez algunos se sorprendan de que conceptos abstractos como la identidad y la relación tengan que ver no sólo con algo concreto y singular como la corporeidad humana, sino también con aquello de lo que ella es condición, el yo, la fuente misma de la acción que revela a la persona. El presente ensayo describe con precisión la relación entre estas realidades, en apariencia tan distantes unas de otras, pues -esta es la idea central del libro- el origen y el destino de la libertad humana se hallan en la relación con otras personas. Psicología, neurociencias y sociología son algunas de las disciplinas de las que se sirve el autor.

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Información

Año
2016
ISBN
9788432146619
Edición
1
Categoría
Filosofía
CAPÍTULO III
La unión de identidad y diferencia
Después de tratar de las diferencias que se encuentran en las diversas etapas de desarrollo del Yo, debemos centrarnos ahora en aquellas que son sobre todo externas. Frente a lo que sucede con las diferencias ya estudiadas, para la relación del Yo con este nuevo tipo de diferencias —ya sea las que naturalmente forman parte de él, como la diferencia sexual, ya sea las que pertenecen al otro sexo— se requiere el uso de la libertad, pues las que pertenecen al Yo deben ser integradas, y las que conciernen a la alteridad, si bien no forman parte de la unidad ontológica de la persona, pueden entrar en relación con ella en cuanto otras, dando así lugar a diferentes tipos de unión.
1. GENERACIÓN VERSUS VIOLENCIA
Pero, ¿es posible la integración y relación de las diferencias? ¿Tal integración no será acaso una máscara para esconder la violencia? La duda planteada por los nuevos maestros de la sospecha, como Derrida, debe ser disipada si se desea continuar con la reflexión acerca de la identidad personal. Para ello hay que encontrar un criterio que permita distinguir entre relación positiva y violencia.
¿Qué se entiende por relación positiva? Como primera aproximación, puede decirse que es aquella relación que, además de consentir a las personas el desarrollo de su identidad, las genera y regenera. Y esta es la tesis que trataré de defender: el criterio para distinguir la imposición violenta de la relación positiva es la generación, entendiendo este término no solo en sentido físico, sino sobre todo relacional, como capacidad de originar relaciones que hacen crecer la identidad de las personas. Por eso, aun cuando la unión de dos identidades —y, por consiguiente, de sus diferencias— no constituye unidad ontológica alguna, no es tampoco una pura construcción cultural o social, sino más bien una relación generativa.
El origen de la identidad física y, en parte, también psíquica de la persona nos habla del poder de la relación; un poder que es generativo incluso cuando no engendra una nueva identidad, pues la relación cuando es positiva siempre produce un crecimiento de las identidades que ya existen. De ahí que la unión entre identidad y alteridad producida por la relación se observe tanto en el nivel de la generación de la identidad como en el de las diferencias. De todas formas, la analogía principal de la generación se refiere al nacimiento de una nueva identidad, la persona. Así, la unión entre hombre y mujer engendra, desde el punto de vista corporal, una identidad irrepetible: el hijo. Por su parte, la célula embrionaria del hijo —nacida de la unión entre espermatozoide y óvulo y alma espiritual— genera en sentido amplio una serie de diferencias (miembros, órganos y funciones, tendencias, sensaciones y movimientos) que, sin embargo, forman parte de una misma identidad ontológica.
La identidad ontológica, que surge de la unión de dos identidades diferentes tiende, por eso, a una unidad superior mediante la integración, cada vez mayor, de sus diferencias constitutivas: cuerpo-psique-espíritu. Esto significa que la persona debe alcanzar una identidad que inicialmente posee sólo de manera germinal. Las diferencias que deben integrarse no son únicamente corporales o psíquicas, sino sobre todo personales. Por tanto, además de la identidad actual del hijo, entre las diferencias generadas por los padres se encuentra la potencial, la que este puede llegar a ser, ya que tanto una como otra con-vienen para permitir alcanzar al hijo una identidad más integrada. Además de los distintos tipos de causalidad, principalmente, formal y final, la condición de posibilidad para integrar esas diferencias potenciales es la temporalidad. La separación entre identidad ontológica y plena (es decir, el yo «pre-ético» y la personalidad) se colma en parte mediante las acciones personales en el tiempo, las virtudes y, sobre todo, el amor con que obramos. En cierto modo somos, por eso, lo que queremos ser. Se trata, sin embargo, de un querer profundo del que a veces no somos del todo conscientes. De ahí que pueda hablarse de la integración de las diferencias en la identidad como de una orientación personal que da sentido a cuanto nos ocurre, incluso a aquello mismo que no queremos o rechazamos, a cuanto hacemos con los demás, lo que es fundamento de la sociedad, o a cuanto realizamos a favor de otras personas, lo que es principio de la comunidad.
La necesidad de integrar las identidades con sus diferencias explica también por qué el origen de la persona humana, en cuanto que generada por la unión hombre-mujer, va más allá de la simple relación sexual, pues requiere en los padres una unión profunda que se manifiesta en su entrega mutua. Efectivamente, junto a la contingencia de la materia, en el origen de la persona humana debe tenerse en cuenta otro tipo de contingencia, la que nace de la relación entre dos libertades. Por esto, el principio de la persona es contingente por partida doble: física e intencionalmente, es decir, es completamente innecesario y gratuito. En este sentido, el acto amoroso de los cónyuges excede la causalidad natural, en la medida en que expresa o puede expresar la intencionalidad amorosa de quien se da a sí mismo aceptando el don del otro.
1.1. La afinidad de las diferencias
Pero existe aún otro problema; esta vez, de tipo epistemológico, que podemos formular de este modo: ¿cómo podemos hablar de unión entre diferencias que se concluye en un novum si son precisamente diferentes?
Volvemos así a observar, desde otro ángulo, la distinción entre diversidad y diferencia. En efecto, para que sea posible la relación generativa, las realidades que se unen deben ser diferentes, pero no diversas pues, frente a lo diferente, lo diverso excluye la unión, ya que en él no hay ninguna afinidad (ni actual ni potencial ni originariamente) más áun, precisamente por la falta de afinidad, en lo diverso no hay generación. Parece, pues, que la exclusión completa de unión, por falta de afinidad, es causa de la ausencia de novedad.
Ahora bien, ¿qué se entiende aquí por afinidad originaria? Esta corresponde en parte al concepto de similitudo o semejanza, que puede entenderse de dos maneras: como potencia, cuando uno tiende a aquello que el otro ya posee, o como acto, cuando dos sujetos poseen la misma cualidad en grado diferente[166].
La integración de las diferencias dentro de una misma identidad personal es así parecida a la semejanza como potencia, como ocurre en la unión que se da en el acto humano entre tendencias, sentimientos y movimientos corporales. Por eso, el acto contiene intencionalidad, emotividad y expresividad o comunicabilidad. Por otro lado, la integración de dos identidades diferentes, como sucede en la relación conyugal, se basa en una semejanza en parte potencial y en parte actual. En efecto, desde el punto de vista de la diferencia sexual, en el hombre y la mujer hay una semejanza como potencia y, por ello, tienden a la unión conyugal. Desde el punto de vista de la identidad personal, hay semejanza actual: hombre y mujer se asemejan como un acto respecto de otro, pues ambos son personas y, por ello, su unión puede generar y regenerar a las personas. Por último, la afinidad originaria entre dos identidades corresponde a la semejanza como acto, por lo que la unión implica también la perfección de los dos actos, es decir, el crecimiento de sus identidades, como sucede en la relación progenitor-hijo o hija. De ahí que, en la unión de los esposos, además de la afinidad originaria en virtud de su diferencia sexual, sea necesario el ejercicio de sus libertades para transformarse en marido y mujer y en padre y madre. En definitiva, la integración de las diferencias se presenta no solo como inclinación natural, sino ante todo como tarea responsable, como un poder ser que es también un deber ser.
La identidad a la que tiende cada uno es, por tanto, natural y libre. Por ser libre, la persona coexiste con otras identidades sin metabolizarlas puesto que la libertad confiere a la persona el poder de afirmarlas en sí y por sí mismas, de modo semejante a como uno se afirma a sí mismo cuando acepta su propia identidad. Para que pueda existir respeto por los otros y donación se requiere la afirmación de la propia identidad. Es más, la misma relación entre identidad y diferencias propias o entre diferentes identidades es posible únicamente si hay libertad. En efecto, cuerpo-psique-espíritu, marido y mujer, progenitores e hijos, hombre y Dios son algunos de los posibles tipos de unión que se descubren a partir de la libertad. La unión con otras identidades, sobre todo con la identidad Absoluta, muestra que la persona humana trasciende su propia identidad, pues posee la potencia de unirse libremente a otro sin anularse y, en el caso de la unión con Dios, sin dejar de ser humana. La persona humana es capax Dei o capaz de unirse con la Identidad Absoluta, que, por ser a la vez diferente en sumo grado, puede llamarse Diferencia Absoluta. La unión con Dios y con las otras identidades es Caridad, participación del Amor con el que en la Identidad Absoluta se aman mutuamente las Personas divinas. Esta es la razón por la que el amor de la persona humana por la Identidad Absoluta, que respecto de ella es Diferencia Absoluta, es el fundamento para que la persona se una con todas las demás identidades, integrando así activamente las diferencias.
Por eso, además de la semejanza, para la integración y relación entre identidades es necesario el amor. Por lo que se refiere al origen del amor, son posibles, según Santo Tomás, tres tipos: el primero depende de la unidad, y los dos restantes, de la unión. En primer lugar, está la unidad sustancial, que es causa del amor con el que uno se ama a sí mismo. Por eso, el amor con que amamos todo lo demás decimos que es por semejanza al amor con que nos amamos. En segundo lugar, está la unión que se identifica esencialmente con el mismo amor, la cual puede asimilarse a la unión sustancial ya que, mediante el amor, el amante está en el amado como si fuese él mismo (amor de amistad) o bien como si fuese algo que le perteneciera (amor de concupiscencia). Por último, está la unión que es efecto del amor: la unión real del amante con el objeto de su amor[167].
Aunque el amor natural con el que uno se ama y ama a otro depende de la unidad sustancial, en la persona el amor natural —por no hablar del sobrenatural— depende de la unión más que de la unidad. Esto es así debido a que, el orden de la semejanza implica la trascendencia del propio ser hacia las demás personas, incluyendo las divinas. Además el amor nacido de la unión personal es más perfecto que el de la simple unidad sustancial en cuanto que es precisamente la unión en el amor la que genera a la persona, la acompaña y destina. En definitiva, la unión, y no la unidad, es generativa de la persona. Por eso, el primer analogado del amor no es la unidad sustancial, sino la unión de las personas. La persona está llamada a amar porque su origen es la unión.
La expresión fundamental de la unión entre hombre y mujer es la comunidad familiar, la cual se fundamenta en el hecho de compartir un mismo origen y destino, es decir, una afinidad originaria. La comunidad, por eso, es distinta de la sociedad civil basada en cambio en la participación de derechos y deberes. Si bien siempre ha existido cierta tensión entre la pertenencia a la comunidad y a la sociedad, actualmente el conflicto se manifiesta en el enfrentamiento entre el integrismo religioso y el individualismo liberal. La lucha entre estas dos posturas se debe, en parte, a la opinión común a unos y otros de que los lazos familiares, tradicionales y religiosos son contrarios a la libertad[168].
Es verdad que, en el pasado, a menudo no se ha logrado conjugar pertenencia a la comunidad y autonomía personal, llegando a veces a la disolución de las identidades por un apego impersonal y rutinario a tradiciones y esquemas de comportamiento. Sin embargo, me parece que no es preciso elegir entre autonomía y pertenencia, o mejor aún, entre una libertad que se autodetermina sin ligarse jamás a nada ni a nadie y una libertad que se deja sacrificar fatídicamente siguiendo el destino de su propia pertenencia[169]. Identidad y pertenencia, a pesar de las fricciones que entre ellas haya, se reclaman mutuamente; la coimplicación de estos dos aspectos de la condición humana signifi...

Índice

  1. INTRODUCCIÓN
  2. CAPÍTULO I. En busca de la crisis de identidad
  3. CAPÍTULO II. Unidad y diferencia como elementos de la identidad humana
  4. CAPÍTULO III. La unión de identidad y diferencia
  5. CAPÍTULO IV. La familia como trascendencia de la unión de las Diferencias
  6. CAPÍTULO V. El perfeccionamiento de la identidad: la personalidad
  7. EPÍLOGO. Elementos para una teoría de la relacionalidad humana
  8. BALANCE FINAL
  9. BIBLIOGRAFÍA