Curso de formación teológica evangélica
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Curso de formación teológica evangélica

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Información del libro

Ética, en general, es la ciencia que estudia y analiza el comportamiento y conducta del ser humano. Busca y establece los principios morales según los cuales cada individuo procura determinar sus reacciones y actuaciones en cada una de las distintas situaciones que se le presentan en la vida. Ética Cristiana es la aplicación a estos principios de las enseñanzas de la Escritura. Este libro se ha escrito con el propósito de ayudar a los estudiantes de teología y a los creyentes en general a discernir y cimentar sus criterios de valoración ética acuerdo a una base bíblica.

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Información

Año
1975
ISBN
9788482677521
Quinta parte
Etica Cristiana sistematizada particular
LECCION 24.ª
ETICA PRIVADA O DEBERES PARA CONSIGO MISMO
1. ¿Puede un cristiano amarse a sí mismo?
En Lc. 9:23-24, Jesús asegura que todo el que quiera seguirle, ha de negarse a sí mismo, tomar la cruz, que es contradicción con la propia naturaleza, y estar dispuesto a perder la vida por Su causa. ¿Qué significa “negarse a sí mismo”? ¿Borrar el propio “yo”? ¿destruir nuestra personalidad? ¿Odiarse a sí mismo?
El pesimismo radical de Lutero y Calvino les llevó a negar que el cristiano pueda amarse a sí mismo, puesto que de nosotros mismos sólo tenemos maldad.
Antes de dar una respuesta categórica, es necesario hacer algunas puntualizaciones acerca del concepto de amor y de yo. El verdadero amor es el que quiere el verdadero bien, y todo ser aspira a poseer el verdadero bien donde se encuentra su felicidad. Por tanto, el cristiano no puede menos de desear para sí el verdadero bien, puesto que, al poseer un ser limitado y relativo que tiene que hacerse existencialmente (no es como Dios que no tiene nada que adquirir), ha de tender hacia la perfección final. Desear este bien es amarse a sí mismo de verdad. Aquí estriba la virtud de la esperanza. Ello está tan acorde con la constitución misma de la personalidad humana y con la misma Palabra de Dios, que incluso Jesucristo-Hombre se amó a sí mismo al escoger el oprobio de la Cruz por el gozo que tenía puesto delante (Heb. 12:2, comp. con Is. 53:11; Flp. 2:9-11). Por otra parte, el propio yo como personalidad irrepetible fue creado por Dios con amor. Si Dios ama mi persona, ¿por qué voy yo a odiarme?
Pero hay otro sentido en que hemos de negar nuestro yo y odiar nuestra vida, y ése es el que expone Lc. 9:23-24. Por el pecado, nuestro “ego” = “yo” tiende (incluso después de la conversión) a constituirse en centro de todo (egocentrismo), a regirse por sus propios planes (autismo), a buscar su comodidad (carnalidad). Ahora bien, la salvación del hombre consiste en que, renunciando a sus propios criterios y planes, acepte el plan de Dios y se someta a él, recibiendo por obediencia de fe el regalo de la gracia, y entregando todo su ser a Cristo para que lo santifique, lo consagre y lo guarde para la vida eterna. En este sentido, es preciso negar el yo, o sea, DECIRLE QUE NO al “ego” que pretende ser autónomo en el modo de buscar la propia salvación y la propia felicidad. Y en este mismo sentido, es preciso estar dispuesto a perder LO QUE ES COMODO Y PLACENTERO para la vida terrena y para nuestra carnalidad, a fin de asegurar lo que tiene verdadero valor para nuestro verdadero ser.1
Es cierto que el amor perfecto, el “agápe”, consiste en buscar el bien del amado, olvidando el bien propio. Eso significa que éticamente el amor constituye el motivo más elevado de la conducta. Pero eso no destruye la búsqueda de la propia perfección, que es algo enraizado en la ontología del ser humano. De lo contrario, el verdadero amor sería incompatible en esta vida con la virtud de la esperanza, lo cual sería incluso hacer una injuria a Dios (comp. con Jer. 2:13), como fuente única de verdadera felicidad.
2. La consagración total a Dios
La total consagración a Dios, que nos exige Rom. 12:1, es la raíz de nuestra ética personal, tanto privada como social. Y esta consagración exige por su parte un constante progreso vital y un crecimiento en todo lo que comporta verdaderos y útiles (para sí y para los demás) valores de todo tipo (espiritual, intelectual, estético y deportivo). Nada de lo que Dios ha creado en nosotros es despreciable, y el cultivar todo nuestro ser está muy conforme con la misma Palabra de Dios. El viejo adagio: “mente sana en cuerpo sano” no es precisamente pagano.
Alguien ha querido ver una objeción a esto en 1.ª Tim. 4:8, en que Pablo dice que “el ejercicio corporal para poco es provechoso, pero la piedad para todo aprovecha”. Sin embargo, hemos de notar que Pablo no dice que el ejercicio corporal no aprovecha para nada, sino que aprovecha para un poco; es decir, compara lo parcial con lo total, y lo temporal con lo eterno, pues el versículo termina diciendo que las ventajas de la piedad consisten en que “tiene promesa de esta vida presente, y de la venidera”.
Por consiguiente, por razones de ética, es preciso que cuidemos nuestra mente, nuestros sentimientos y nuestras acciones contra todo lo que pueda dañarnos. Todo lo que adormece o ensucia nuestras facultades más nobles es malo, ya sea literatura, arte, lugares, espectáculos, drogas, propaganda que sugestiona y aborrega, etc. No olvidemos que somos hechos a imagen de Dios, para poseer una libertad sin oxidar, y estamos consagrados como templos del Espíritu Santo.
3. Lo bueno y lo malo para el cristiano
Una concepción judaico-maniquea de la vida ha tendido, desde el principio de la Iglesia, a distinguir entre objetos buenos y malos: comidas, bebidas, dinero, materia, sexo, etc. (V. 1.ª Tim. 4:3). De ahí se ha seguido una ética de prohibiciones (Col. 2:20-23). Sin embargo, los conceptos del Nuevo Testamento son completamente distintos. Por ejemplo:
A)El cuerpo humano es hechura de Dios, bello y agradable, y no hay por qué arruinarlo para que triunfe el espíritu. Es la carne (la carnalidad del hombre entero) lo que hay que tener a raya. Y eso no se consigue con disciplinas y ayunos (lo asegura Pablo en Col. 2:23b), sino con el dominio propio, que es fruto del Espíritu (Gál. 5:23).
B)El sexo y sus funciones fueron creados y ordenados por Dios (Gén. 1:28; 2:24). El matrimonio es honroso para todos y en todos (Heb. 13:4). Pablo, aun siendo célibe (o viudo) y recomendando el celibato para evitar la “aflicción de la carne” de los casados (1.ª Cor. 7:28), reconoce al matrimonio como bueno, e incluso apunta al precioso simbolismo que contiene respecto a la unión de Cristo con Su Iglesia (Ef. 5:21-32).2
C)El alimento no es malo, sino moralmente neutral. El principio determinante debe ser: (a) su utilidad para la salud. Dígase lo mismo del deporte, de la higiene, de la bebida, etc. (cf. 1.ª Tim. 5:23 en cuanto al vino); (b) el bien del hermano más débil, privándose de cosas que puedan ofender la conciencia ajena, aunque de suyo sean lícitas (Rom. 14; 1.ª Cor. 8:4-13). Tanto el que come como el que se abstiene, debe hacerlo para el Señor (Rom. 14:6; 1.ª Cor. 10:31).
D)La riqueza. Pablo es indiferente a su estado económico (Flp. 4:11) y él mismo había dicho: “sed imitadores de mí” (3:17); sin embargo, aprecia mucho la ayuda de parte de los filipenses (4:10). Las posesiones no son malas: lo que importa es no darles un valor absoluto pegando el corazón a ellas y haciendo de ellas un ídolo. “Pobre en el espíritu” (Mt. 5:3) no es el que no posee un céntimo, sino el que no tiene el corazón pegado al dinero; antes bien, sabe respetar las posesiones del prójimo y compartir con los necesitados (1.ª Cor. 7:30-31; 2.ª Cor. 9; Ef. 4:28). Pablo mismo dice que estaba acostumbrado a escasear y a abundar (Flp. 4:10-12).
4. Deberes particulares para consigo mismo
Dentro de los límites que nos impone el tamaño de estos volúmenes, trataremos de algunos puntos que merecen especial atención:
A”)El cristiano debe aceptarse a sí mismo como es; respetarse a sí mismo y así será respetado de los demás; desarrollar sus facultades y ejercitar sus dones sin complejos (cf. 1.ª Cor. 12:13-30), de modo que, no sólo en lo eclesial, sino también en lo profesional, tenga el verdadero sentido de la competencia y de la responsabilidad, pues es un creyente en todas partes y toda su conducta ha de ser testimonio. También ha de seguir a Cristo en el modo de sufrir las contrariedades (1.ª Ped. 2:21), sin quejarse de los demás ni de la Providencia.
B’)Ha de evitar todo lo perjudicial para su espíritu, para su alma o para su cuerpo, pero es legítimo el recreo honesto, las diversiones que relajan la tensión e instruyen, los “hobbies” que ayudan a desarrollar la capacidad artística o literaria (algo necesario especialmente para jubilados, etc. que pueden sufrir un tremendo trauma si llegan a sentirse inútiles) y, sobre todo, ha de procurar alimentar su espíritu con la oración, la meditación y el estudio de la Palabra de Dios.
C’)El deber de cuidar de su propia vida, da al cristiano el derecho a la propia defensa (y, por supuesto, a la defensa de la vida ajena, empezando por la de sus familiares). Es cierto que el creyente ha de estar dispuesto a entregar su propia vida por el bien de sus hermanos (1.ª Jn. 3:16), pero tiene derecho a defender su vida de un injusto agresor. No parece que esto sea opuesto al espíritu del Sermón de la Montaña (Mt. 5:39), aunque hay quienes, como Brunner, opinan lo contrario3. Si puede defender su vida hasta el punto de herir, y aun matar, al injusto agresor, es más problemático a la vista de Rom. 12:19-21.
D’)Acerca del suicidio, suscribimos lo que dice J.E. Giles: “El suicidio es un acto cometido por uno que está enojado con Dios, consigo mismo, o con otra persona. Es frustrar el plan de Dios para uno. Implica fracaso completo en encontrar la realización espiritual en la vida. Aunque no es el pecado imperdonable, como algunos han enseñado, implica que uno no ha podido enfrentarse con valor a lo que Dios tiene para él en la vida.”4 Permítaseme añadir dos observaciones: (a) sólo Dios sabe hasta qué punto funciona normalmente y con sentido de tan grave responsabilidad la mente de un creyente que se suicida; (b) suicidarse con pleno conocimiento de lo que se hace es algo terrible en sí y también irremediable en cuanto al arrepentimiento y confesión ante Dios de tal pecado. Precisamente por el carácter decisivo (irreversible) del suicidio, opino personalmente que un suicidio fríamente premeditado daría motivo a dudar de la genuina condición de creyente. No debemos olvidar una importante precisión que hace el Dr. Gardiner Spring, al decir: “Sí, es cierto que el que ha sido alguna vez cristiano, siempre es cristiano; pero también es cierto que quien no es cristiano ahora, nunca fue cristiano5.
Una última observación general, que me parece necesaria. Está bien que tengamos conciencia de nuestra debilidad espiritual y de nuestra pecaminosidad congénita y adquirída, pero también es verdad que Dios nos da, por su Espíritu, el poder de salir en todo “más que vencedores” (Rom. 8:37). Insistir con morbosidad en el pensamiento de que somos pecadores por naturaleza, hasta ver con la mayor naturalidad nuestras propias caídas, como algo inevitable que brota del “hombre viejo” que llevamos dentro, es tentación del demonio y un camino bien allanado para el antinomianismo. Otra cosa muy distinta es confiar en las propias fuerzas o querer santificarse por obras, no por fe, lo cual es igualmente falso y peligroso.
CUESTIONARIO:
1. ¿En qué sentido es legítimo el amor de sí mismo? — 2. ¿Qué exige de nosotros la consagración total al Señor? — 3. ¿Qué pensar de objetos como el cuerpo, el sexo, alimentos y posesiones — 4. Principales deberes para consigo mismo.
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1. Dice Agustín de Hipona: “Como dos seres hay en ti: el hombre y el pecador. Dios hizo al hombre; tú has hecho al pecador ¡Quita lo que has hecho tú, para que quede lo que hizo Dios!”. Por eso, no puede haber consagración sin que antes haya crucifixión del propio “yo”.
2. Más sobre este punto, en las lecciones 25.ª y 26.ª.
3. V. J.E. Giles, o. c., p. 123.
4. O. c., pp. 122-123.
5. En Los rasgos distintivos del verdadero cristiano, p. 81. (El subrayado es suyo).
LECCION 25.ª
ETICA SEXUAL
1. Sexo y persona
Si reservamos una lección especial para la ética de lo sexual, no es por pensar que los pecados sexuales son los más graves ni los más importantes. No se trata del primer mandamiento de la Ley, sino del séptimo. Santiago y Juan, más aún que Pedro y Pablo, dan la mayor importancia a los pecados contra el amor: el odio, la falta de compasión, los pecados de la lengua, la explotación. Su relevancia, que le hace merecedor de una lección especial, proviene sobre todo del tabú, del mito y de la propaganda de que está rodeado hoy, aparte de su peculiaridad como pecado contra el cuerpo propio, que profana el templo del Espíritu Santo (1.ª Cor. 6:18-20).
El sexo ha estado revestido siempre de un tabú especial, que se ha expresado: (a) en los cultos fálicos al misterio de la fertilidad, con la consiguiente sacralización del sexo; (b) en los castigos al cuerpo, de acuerdo con el concepto maniqueo de materia, con lo que el sexo aparecía como algo sucio de por sí. La mitificación actual del sexo ha llegado a extremos que hubiesen resultado increíbles para los mismos paganos sensuales de la antigua Roma. No hay apenas anuncios en los medios de información, que no contengan algo, a veces muy solapado, de incitación a lo sexual. Esto ya es, de por sí, una aberración sexual y una explotación de un instinto que resulta tanto más morbosa...

Índice

  1. Cubierta
  2. Página del título
  3. Derechos de autor
  4. Índice
  5. INTRODUCCION
  6. PRIMERA PARTE: LOS SISTEMAS ETICOS
  7. SEGUNDA PARTE: ETICA DE LA LEY
  8. TERCERA PARTE: ETICA DEL EVANGELIO
  9. CUARTA PARTE: ETICA CRISTIANA SISTEMATICA GENERAL
  10. QUINTA PARTE: ETICA CRISTIANA SISTEMATIZADA PARTICULAR
  11. BIBLIOGRAFIA