¿Es posible prever el futuro?
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¿Es posible prever el futuro?

Métodos para anticipar el suyo, el de su entorno

  1. 184 páginas
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¿Es posible prever el futuro?

Métodos para anticipar el suyo, el de su entorno

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¿Qué voy a ser? ¿Voy a ser feliz en el amor? ¿En mi trabajo? ¿Cuándo y cómo voy a morir? ¿Y en lo que respecta al futuro de los que amo? ¿De mi país? ¿De la humanidad? ¿Del planeta? A todas estas preguntas, los hombres han buscado durante mucho tiempo –y todavía buscan– respuestas en técnicas de eficacia incierta (estrellas, tarot, quiromancia...). Hoy en día, en un mundo cada vez más interdependiente, ordenadores ultraeficientes parecen a punto de ser realmente capaces de predecir nuestro destino. Al anticipar nuestro comportamiento en muchas áreas, están amenazando con establecer una dictadura de la predicción en beneficio de unos pocos poderes. Porque conocer el futuro siempre ha sido un instrumento de poder. Por mi parte, no quiero creer que nuestra libertad se pierda definitivamente. Al contrario, me parece posible predecir el propio futuro. No para someterse a él, sino para decidir el curso de la propia vida. Para estar en la vanguardia de uno mismo.Le entrego aquí mi método, hecho de razón e intuición, para ayudar a descifrar cuál será su destino, nuestro destino. "Sí, prever el futuro es peligroso, ya que uno se arriesga a ver en él la necesidad de realizar actos exigentes que cualquiera preferiría eludir.

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Información

Año
2017
ISBN
9788416372430
Categoría
Sociología
Capítulo 1
La predicción del cielo,
poder de los dioses
Si bien ciertas especies animales son capaces, en mayor medida que los hombres, de anticipar peligros, prever la inminencia de desastres naturales o intuir una presencia hostil, solamente la especie humana, al parecer, ha desarrollado técnicas para esclarecer el futuro.
Desde hace doscientos mil años, por lo menos, el homo sapiens ha intentado comprender lo que le sucedería, tanto en los días inmediatos como en los milenios venideros. Los primeros de ellos debieron pensar que eran sacudidos por fuerzas sobrenaturales, que no eran libres en nada y que su futuro no era susceptible de ser conocido. En nada: ni la enfermedad, ni el dolor, ni la muerte, ni el más allá, ni la lluvia, ni el frío, ni el fruto de la caza, ni siquiera el nacimiento de sus hijos, cuya relación con la sexualidad tardaron mucho tiempo en empezar a percibir.
En algunas de esas primeras sociedades, el destino individual, o el de la humanidad, arranca del nacimiento y se dirige irreversible a la disolución. En otras, el destino va hacia una forma de vida eterna. Y en otras es circular y fluido, pasando de una vida a otra, de un universo a otro.
A algunos pueblos les resulta posible saber su futuro personal o el de sus allegados, ya que éste se halla inscrito de una forma definitiva en la naturaleza, tanto en el cuerpo como en los astros; al ser la naturaleza y el cuerpo un reflejo del cosmos. Otras han creído que su futuro terrestre dependía de potencias invisibles, a las que en ocasiones denominaban dioses; y que éstos les concedían o les negaban la vida eterna, ya fuera de una manera arbitraria o según un criterio moral. Trataron, por lo tanto, de hacer hablar a dichas potencias sobrenaturales, para predecir su futuro y para, si ello fuera necesario, suplicarles que lo modificaran: la plegaria es, pues, la única forma, para los primeros hombres, de intentar influir sobre su destino.
Los primeros hombres elaboraron una gran cantidad de técnicas para adivinar cuándo harían acto de presencia la lluvia, el viento, el enemigo, la enfermedad, el nacimiento y la muerte; para saber cuándo es preciso actuar y cuándo es necesario abstenerse de hacerlo. Muchas de estas técnicas son utilizadas todavía por millones y millones de personas. Algunas se encuentran al alcance de cualquiera; otras requieren la intervención de especialistas –chamanes, adivinos, profetas, videntes– a quienes se supone capaces de comunicarse directamente con los dioses o los astros para sonsacarles información acerca del futuro; aquéllos interpretan señales, como los sueños, las líneas de la mano, la posición de los planetas en el firmamento en el momento de nacer; o incluso los resultados de juegos de azar, como los dados o las cartas. Entre muchísimas técnicas más.
De este modo se elaboran descripciones del destino de cada hombre, de cada mujer, de cada niño, de cada pueblo, de cada nación, de la humanidad, hasta del universo.
Todavía no se trata de un voluntario convertirse en uno mismo; solamente de un predecirse a uno mismo resignado o rebelde; rogando a los dioses o sublevándose contra ellos.
Contar el futuro de un pueblo
La mayor parte de estas civilizaciones primeras cuentan en primer lugar su propia historia y lo que se pronostica respecto a su futuro. Tales relatos describen, la mayoría de las veces, la travesía, pasada y venidera, de varios mundos separados por catástrofes, diluvios o incendios, que se encamina hacia lo mejor o hacia lo peor, según un ciclo o bien de una manera inexorable.
Para los hinduistas, todo ha comenzado con una edad de oro (Satya), durante la cual los seres humanos eran felices y virtuosos. Después vino la edad de plata (Treta), en la que empezaron a reñir, a pesar de que siguieron siendo virtuosos; luego llegó la edad de bronce (Dvapara), durante la cual las guerras se intensificaron y la virtud menguó; a continuación se inició la edad de hierro (Kali), en la que nos hallamos actualmente; en ella, los hombres han pasado a ser profundamente malos y durante la misma ocurrirá lo peor y todo regresará a la nada. Cada edad tiene una duración decreciente. Sobre las ruinas de la edad de hierro se cimentará una nueva edad de oro, y así se iniciará un nuevo ciclo. La edad de hierro en la que vivimos actualmente habría comenzado hacia el año 3100 antes de Cristo y va a finalizar en breve.
De igual modo que para los hinduistas, para los budistas los universos nacen, mueren y resucitan siguiendo un ciclo compuesto, asimismo, de cuatro períodos. Durante el primer período (Vivartakalpa), el universo ha sido creado a partir de lo poco que ha subsistido a su anterior destrucción; en él nacen los primeros hombres, seres de luz, que paulatinamente van perdiendo su aspecto celestial, se diferencian sexualmente y gozan de todos los placeres terrenales; durante el segundo período (Vivartasthayikalpa), en el cual nos encontramos ahora, los hombres se vuelven malvados, guerrean entre sí y ven disminuir su esperanza de vida; a continuación seguirá una tercera fase (Samvartakalpa), en la cual ya no se producirán nacimientos y un fuego gigantesco destruirá el universo entero; eso dará lugar al cuarto período (Samvartasthayikalpa), hecho de nada; hasta que el ciclo comience de nuevo.
Para los egipcios, también la humanidad nace de nada y a eso regresará. En el mito heliopolitano, uno de los más importantes del antiguo Egipto, el dios Atum se crea a sí mismo a partir de Nun (el océano primigenio) y origina a otras divinidades egipcias. Cuando advierte que sus criaturas disputan, Atum llora y de sus lágrimas nacen los hombres, en un principio inmortales. Ni buenos ni malos originariamente, se tornan pérfidos y se rebelan contra los dioses; entonces, Atum monta en cólera y decide destruirlos. Según el Libro de los muertos Atum dice: “Destruiré todo lo que he creado; este país regresará al estado de Nun, al estado de ola, a su primera fase”. En otro relato, Ra, el dios solar, enojado por el comportamiento de los hombres, manda destruirlos a la diosa Sejmet; luego cambia de opinión y trata de embriagar a esta diosa para impedir que cumpla sus órdenes. Entonces a Sejmet sólo le quedan fuerzas para hacer que los hombres sean mortales.
Para los anasazis (pueblo de América del Norte procedente de Siberia, que inspirará la mayor parte de las cosmogonías posteriores del continente) la humanidad también ha pasado por varios mundos sucesivos, de un modo irreversible; en cada ocasión, como en las demás cosmogonías, los habitantes, originariamente felices, acababan virando hacia el pecado, lo cual llevó a los dioses a dejarlos perecer (excepto a los pocos humanos que todavía no se habían vuelto malvados, y que se llevaron consigo al mundo siguiente). El primer mundo (Tokpela) fue destruido por el fuego, el segundo (Tokpa) lo fue por el hielo, y el tercero (Kuskurza) por un diluvio. Nosotros nos encontramos en el cuarto, el último. Hallamos cosmogonías similares entre los hopis, los mayas, los incas y muchos otros pueblos de ese continente.
Para los griegos, la historia de la humanidad, tal y como nos la narra Hesíodo en Los trabajos y los días, ha atravesado hasta ahora cinco edades, yendo irreversiblemente de mal en peor. En la primera edad, bajo el reino de Cronos, los hombres de la raza de oro no conocían ni la tristeza, ni el dolor, ni la necesidad; morían sin sufrimiento, como si se quedaran dormidos. “Vivían como dioses –dice Hesíodo–, libres de toda zozobra y agobio; la despiadada vejez no les afectaba en absoluto; se regocijaban en los banquetes, […] la tierra fértil producía por su propia cuenta abundantes tesoros”. Cuando Zeus se alzó contra su padre Cronos, los hombres de la raza de plata sucedieron a los hombres de oro. A causa de su desmesura (hybris), se infligieron mutuamente incontables sufrimientos. En esa edad, Prometeo donó el fuego a los mortales, quienes fueron abandonando progresivamente los cultos que debían rendir, contrariando de este modo a Zeus y a los demás dioses olímpicos: “Se negaban a rendir culto a los inmortales o a sacrificar a los santos altares de los bienaventurados, como es norma para los hombres por tradición”. A continuación llegó la edad de bronce, en la que los hombres se mataron entre sí (“su fuerza era indómita; sus brazos, invencibles”); la cuarta edad fue la de los héroes que, a pesar de ser justos y valerosos, perecieron casi en su totalidad en guerras fratricidas, como la de Troya. En dicha edad, los hombres todavía interactuaban directamente con los dioses; ciertos héroes no desaparecerán jamás y continuarán en la edad de oro inicial, habitando en la isla de los Bienaventurados, gobernada por Cronos. Los otros hombres desaparecerán. Finalmente llegó la edad de hierro, en cuyo seno Hesíodo se lamenta de tener que vivir, abocada al trabajo duro y a congojas: en esa edad “no se respetan ni los juramentos prestados, ni la justicia, ni la virtud”; al menos todavía existen algunos motivos de consuelo, que desaparecerán totalmente cuando Zeus les ponga fin y cuando la humanidad, abandonada por los dioses, haya olvidado sus valores y solamente respete la ley del más fuerte.
En la tradición judía, la evolución también es irreversible: desde el nacimiento casi simultáneo del universo, de la vida y del hombre, a través de una historia hecha de éxitos y reveses, de errores y de arrepentimientos, de grandes alegrías y de grandes desgracias, hasta los tiempos mesiánicos. Éstos comenzarán con el séptimo milenio del calendario hebreo y estarán precedidos por varias etapas que constituyen “el acontecer de los tiempos” (a’harit hayamim). Según el Sanedrín, 97a, éste empezará con un período de sufrimientos intensos (los Hevlei Hamashia’h), condiciones climáticas arduas, hambre, guerra; los hombres abandonarán algunos valores fundamentales; “los hombres jóvenes insultarán a los de mayor edad”, “las hijas se rebelarán contra sus madres”, “un hijo ya no se sentirá intimidado en presencia de su padre”. En este momento, según el Sotch 49b, “los gobiernos caerán en la herejía”; “la sensatez y la estima por la verdad recularán”; “se menospreciará el temor a los pecados, y escaseará la verdad”. Entonces vendrá el mesías bajo una forma desconocida, no necesariamente humana; éste “juzgará a los pobres con justicia”, y “con el soplo de sus labios matará al impío”; los muertos volverán a la vida y se avecinará el día del juicio ante el Padre eterno, “un día cruel, un día de ira y enojo ardiente, que convertirá la tierra en un desierto y exterminará a los pecadores que hay en ella”, tal como lo describe un texto atribuido a quien se ha dado en denominar el profeta Isaías. Luego vendrá el mundo “nuevo”, el Olam haba, en el cual Dios se encontrará presente en todas partes, y los conceptos de pasado, de presente y de futuro dejarán de tener sentido.
Descifrar totalmente el futuro de cada cual
Los primeros hombres elaboraron una gran cantidad de técnicas para descifrar su futuro individual. Las primeras sociedades lo realizaron, sin duda, a partir de sus relaciones con la naturaleza: cuánto más armónicas éstas, más propicio será el destino de cada persona; es necesario, pues, para conocer el futuro, acercarse a la naturaleza. De este modo, en Bután, para predecir lo que les reserva el nuevo año, plantan semillas delante de las casas unos días antes de que se termine el año, y el primer día del nuevo año examinan el aspecto que presentan los brotes. Si éstos son enclenques, el año será difícil; si son vigorosos, se anuncia un año feliz. En Casamanza, para saber dónde y cuándo hay que ir a cazar, interpretan las marcas que las hojas de determinado árbol dejan en un cuenco de agua.
Luego, los hombres han desarrollado técnicas mucho más específicas, notablemente vinculadas a la morfología del individuo o a la observación de los astros. Las encontramos por todo el planeta.
La quiromancia
La quiromancia sostiene que el porvenir de cada persona se halla escrito por completo en la palma de sus manos. La mano izquierda representaría el potencial de cada uno y la derecha el resultado del desarrollo de dicho potencial. Tales prácticas, muy antiguas, se encuentran en numerosas culturas. En los muros de algunas grutas europeas se pueden observar representaciones de manos que podrían evocarlas. En general, manos adversas –el perfil– y algunas manos favorables –la huella–. Se han contabilizado 200 en las grutas de Gargas, en los Altos Pirineos (Francia); 80 en la cueva del Castillo, en el norte de España, una de las cuales tendría una antigüedad de unos cuarenta mil años (y sería, por lo tanto, obra del hombre de neandertal); podemos censar otras, asimismo, en la gruta de Cosquer, cerca de Marsella, que datarían de hace unos veinte mil años.
Más de quince siglos antes de Cristo, los Veda, antiguos textos de la India, se refieren también a la quiromancia como una de las técnicas adivinatorias; también se la menciona en el Tíbet, China, Egipto y Persia. La Biblia solamente la menciona de una forma explícita en el libro de Job, quien no es hebreo, lo cual podría indicar que no admite su práctica: “Dios puso signos en la mano de todo hombre, para que los hombres todos reconozcan su obra” (Job, 37,7). El Talmud la prohíbe –al igual, por cierto, tal y como tendremos ocasión de ver, prohíbe todas las demás técnicas de predicción del futuro, ya que éstas negarían la propia exist...

Índice

  1. Dedicatoria
  2. Cita
  3. Introducción
  4. Capítulo 1
  5. La predicción del cielo, poder de los dioses
  6. Capítulo 2
  7. El dominio del tiempo, facultad de los hombres
  8. Capítulo 3
  9. El control del azar, poder de las máquinas
  10. Capítulo 4
  11. Mi forma de prever el futuro
  12. Conclusión
  13. Bibliografía
  14. Agradecimientos
  15. Sobre el autor
  16. Sobre el libro
  17. Créditos