Hacer frente a la pobreza
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Hacer frente a la pobreza

  1. 88 páginas
  2. Spanish
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Hacer frente a la pobreza

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Información del libro

Atender a las personas en situación de pobreza es uno de los retos de una sociedad cada vez más fracturada, un reto fundamental para quien quiera vivir la vida desde la experiencia del Evangelio. La autora nos ayuda a reflexionar sobre la imprescindible calidad de esta atención y también sobre el papel de las entidades públicas y sociales para que esta atención sea promoción real de las personas y no cree dependencias. Las causas de la pobreza son políticas, nos dice Pilar Malla. Y por ello, junto a la atención a las personas, hay que trabajar para erradicar la pobreza desde el punto de vista social, económico, educativo, sanitario... Hacer política en el sentido más noble de la palabra.

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Información

Año
2020
ISBN
9788491652977
Hacer frente a la pobreza
Pilar Malla
La fe en Jesucristo
El porqué de la opción preferencial por los pobres
La vida de Jesús está enmarcada en dos realidades: el Abba y el Reino; la paternitat de Dios y su reinado entre los hombres. Este marco engendra una dignidad humana que se describe con estas dos palabras: filiación y fraternidad.
Jesús hizo de sus banquetes un anuncio del Reino. El Evangelio nos habla intencionadamente de las comidas de Jesús que revelan su manera de actuar con los que en Israel eran marginados. Para Jesús, la proximidad del Reino equivalía a la solicitud de los marginados de todos los tiempos, víctimas del rechazo, de la segregación, la desigualdad, la injusticia, el pecado y el mal.
La vida de Jesús es una entrega continua; los destinatarios privilegiados de su misión son los pobres, los de corazón destrozado, los cautivos, los oprimidos, los presos. Lo dirá bien claro Jesús mismo en la respuesta a los mensajes de Juan el Bautista cuando le preguntaban si él era el Mesías que esperaban: «Id y anunciad a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan, los pobres son evangelizados» (Lc 7,22)
La muerte de Jesús es una consecuencia de su vida, que provocó tal sensación de amenaza y unos instintos de autodefensa entre algunas personas, que decidieron quitárselo de encima. Y quitárselo de encima no como una rebelión contra Dios, sino como una defensa de Dios: en nombre de Dios y con la acusación de blasfemia. A Jesús no lo matan los malos, sino los oficialmente buenos: las autoridades y los sacerdotes. Jesús murió porque fue repudiado «por el sistema», pero no por el sistema judío, sino por el sistema humano.
Alfred Delp, un jesuita alemán que opuso resistencia al régimen nazi, hecho que le comportó perder la vida, con las manos esposadas, antes de ser colgado en un campo de concentración, dijo: «En el futuro, el destino de las Iglesias no dependerá de la inteligencia, el sentido común o la capacidad política de sus prelados y de sus dirigentes; dependerá, más bien, del retorno de las Iglesias a la diaconía, al servicio de la humanidad; un servicio que tiene que responder a las necesidades de los hombres, no a nuestro gusto… Nadie creerá en el mensaje de salvación ni en el Salvador, mientras no nos comprometamos, hasta dar la vida, en el servició a los hombres en cualquier situación de necesidad, ya sea física, psíquica, social, económica, ética…»
La Iglesia, comunidad de bienes, comunidad de amor
La Iglesia es pueblo de Dios y comunidad donde Dios es reconocido como Padre, lugar que reúne a los que quieren ser seguidores de Jesús atendiendo sus enseñanzas. Por eso sus integrantes están llamados a vivir la fraternidad bajo la «regla de oro» que nos dice «todo lo que queráis que haga la gente con vosotros, hacedlo vosotros con ella» (Mt 7,12). Los mínimos de este camino están establecidos por el «compartir» (Lc 3,10-14), y los máximos, por el «compartirlo todo», hasta que lleguemos a la utopía de «que no haya pobres». Esta utopía sobrepasa las posibilidades de la Iglesia. No depende de ella que deje de haber marginados, como tampoco no dependió sólo de Jesús que no hubiese más ciegos, cojos, etc. Pero lo que sí depende de los cristianos –como también dependía de Jesús– es hacer que con su predicación y su estilo de vida «los ciegos vean y los cojos anden… y los pobres sean evangelizados» (Mt 11,3-5), que ya no sean nunca más marginados, sino acogidos, por lo menos por los seguidores de Jesús.
Dios nos quiere libres y felices, dice el Abbé Pierre. A mí me gusta mucho pensar en estas palabras, y creo que la libertad y la alegría es lo que nos tiene que llevar a nuestro compromiso de trabajar para evitar el dolor que es evitable.
Llamados a la plenitud de la vida
La vida no es un «ir tirando». La vida es una vocación a responder a los planes de Dios sobre la humanidad ahora y aquí. El más allá está reservado a Dios. Nuestra vocación es una vocación en la libertad, en la fraternidad, en la filiación divina. Vocación no quiere decir plenitud inmediata, pero sí que nos indica el camino que debemos seguir, la dirección que tenemos que tomar.
Leyendo el evangelio veremos que el Reino implica una nueva manera de vivir en la que los hombres no marginen a los demás sino que vivan con Jesús y se reconozcan hijos de un mismo Padre. Trabajar por el Reino es sentirse llamado a descubrir y a vivir en hermandad, con todo lo que eso comporta en un mundo donde parece que siempre habrá marginación, explotación y pobreza. La revelación de Dios como Padre de todos con las exigencias de fraternidad y perdón que la oración del Padrenuestro nos recuerda, es el verdadero mensaje central del Nuevo Testamento.
Jesús sufrió y murió por causa de su actitud con los marginados de su tiempo, lo que resulta inaceptable para los marginadores. Él continua hablando y muriendo en los hombres y pueblos que sufren muerte y marginación. ¿No deberíamos decir que el marginado de hoy es «la» imagen del Siervo de Yahvé que carga todos los pecados y lacras del mundo?
Con la mirada en la cuneta
Para un cristiano, querer seguir a Jesús comporta una exigencia radical que hace que procuremos combatir la pasividad, la tibieza, el conformismo… Y el evangelista Lucas nos alecciona sobre el comportamiento del cristiano en dos parábolas. La del rico Epulón y el pobre Lázaro, y la del buen Samaritano. Si la parábola del rico Epulón hostiga la inconsciencia de los ricos que no quieren ver a los pobres que están en la puerta de su casa, la del buen Samaritano hostiga a la gente piadosa que practica devociones y ceremonias y no tiene en cuenta a los desvalidos que se encuentran en la cuneta de los caminos.
El maestro de la ley que pregunta a Jesús qué tiene que hacer para poseer la vida eterna, recibe la respuesta de que según la ley tiene que amar a Dios y al prójimo. Con deseos de justificarse, insiste para saber quién es el prójimo. Los letrados de la época discutían sobre quién era el prójimo que según la ley tenía que ser tenido en consideración: ¿Eran los de la propia tribu? ¿Era todo el pueblo de Israel? ¿Podían serlo los paganos y los extranjeros? ¿Podían serlo los pecadores, los impuros, los marginados del sistema? Jesús aclara que todos estos planteamientos son incorrectos y que el prójimo es, simplemente, cualquier persona que te encuentras por el camino y que necesita tu ayuda. Eso significa que tenemos que ir por la vida mirando a las cunetas y que no tenemos que pasar de largo absueltos en nuestras preocupaciones, cuando encontramos a una persona necesitada que seguramente nos hará perder el tiempo y la autosatisfacción que nos proporcionan los razonamientos intelectuales. La parábola nos dice también que tenemos que ayudar al prójimo en aquello que objetivamente necesita, no según aquello que a mí me conviene hacer.
Con un maestro tan explícito como es Jesús, es normal que los cristianos aceptemos que nuestra fe nos mueve y nos obliga a trabajar para establecer la justicia. Y si nuestra labor en ...

Índice

  1. Una experiencia, una manera de mirar la vida
  2. Hacer frente a la pobreza