Sentirse bien en el aula
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Sentirse bien en el aula

  1. 176 páginas
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Sentirse bien en el aula

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Información del libro

Para el profesor, por la importancia social de la labor que desarrolla como educador de miles de alumnos a lo largo de su carrera, sentirse bien consigo mismo y con los demás puede considerarse no solo un derecho, sino también un deber. En esta obra se examinan teorías, dinámicas y técnicas para mejorar sustancialmente la convivencia en el aula desde la perspectiva de la búsqueda del sentirse bien del profesor.

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Información

Editorial
PPC Editorial
Año
2014
ISBN
9788428826600
CAPÍTULO 1

EL PORQUÉ DE LAS LIMITACIONES INDIVIDUALES

Uno de los problemas del sistema educativo es que todavía no ha aceptado plenamente que la educación escolar no se dirige simplemente a enseñar contenidos. Su mayor tarea es la de formar personas, en la escuela y desde la escuela, que tengan una suficiente auto-disciplina y una responsabilidad consciente de sí mismas y de sus acciones. Una vez que se hubiera aceptado oficialmente que este es el objetivo fundamental de la escuela, tendríamos la posibilidad de aclarar lo que se puede hacer y lo que hay que hacer para poner a los profesores en condiciones de actuar en este sentido en sus aulas.
Actualmente, esta labor es terreno reconocido de las familias, y la mayoría de ellas aparentemente consiguen, como lo han hecho nuestros padres en el pasado, unos resultados socialmente aceptables. Lo que dificulta las cosas es que, en los diferentes niveles educativos, existe una minoría de alumnos que manifiestan comportamientos conflictivos. Estos, aunque se trate de una minoría, crean dificultades para los profesores y perjudican la consecución del bienestar emocional que todos deseamos dentro de las aulas. La situación de estos alumnos nos lleva a reflexionar sobre la posibilidad de que el problema sea más amplio y que, en términos generales, por debajo de la conformidad de la mayoría de los alumnos con el sistema, exista en la escuela una actitud de supervivencia más que de bienestar y convivencia compartida.
Nos preguntamos si la escuela, en lugar de ser un centro de aprendizaje placentero, no se ha transformado para los alumnos en un mal mayor o menor, según los casos; algo que hay que aguantar, pero que no es fácil o incluso no es posible disfrutar. Esto se refleja en actitudes reactivas en lugar de acciones pro-activas que lleven a crear relaciones abiertas y satisfactorias. El sistema no motiva para crear situaciones de convivencia creativa, y las dinámicas de relación que se desarrollan en el aula se basan, demasiado a menudo, en la mortificación de los egos más que en el realce del yo de cada uno.
Por esta razón, este libro, además de querer ser un elemento de reflexión, busca ser también un manual para motivar acciones prácticas por parte de los lectores que quieran conseguir resultados de forma inmediata. Quiere transmitir algo que mantenga viva su atención en las posibilidades de contribuir a una transformación del sistema y que les motive a llevar a cabo en su aula la búsqueda de nuevas perspectivas educativas que mejoren comportamientos y relaciones en el ámbito escolar.
Pensamos que con la colaboración de todos podemos conseguir una estructura del sistema que permita crear la base de una buena convivencia, desde el bienestar compartido, en nuestras vivencias de todos los días, y no solo en el aula.
1. No se enseña la importancia de sentirse bien
En este momento podemos preguntarnos por qué la mayoría de las personas no conseguimos sentirnos bien con nosotros mismos y con los demás de forma natural. La respuesta básica es que a menudo no nos lo han enseñado desde niños, ya que, a su vez, no se lo habían enseñado anteriormente a nuestros educadores, padres y profesores. La mayoría de las personas no hemos aprendido de nuestros mayores a enfocar nuestra atención consciente hacia la búsqueda del sentirnos a gusto con nosotros mismos y con los demás como un objetivo natural, legítimo y alcanzable para los que se lo propongan.
Si pensamos que no podemos ser felices por un sinfín de razones, en gran parte ajenas a nosotros, ni siquiera nos motivamos para buscar formas sobre cómo conseguirlo ni se nos ocurre que podemos ayudar a los demás a hacerlo. Simplemente pensamos que no es posible y, por tanto, no nos proponemos el problema. Proponerse el problema y buscar alternativas es el primer punto con que el educador se tiene que enfrentar si quiere modificar la percepción de su propia realidad en este sentido. Cada uno de nosotros ha comprobado que el sentirse bien y la misma felicidad son algo importante, que existen si sabemos reconocerlos y que dependen de nosotros y de nuestra actuación y disponibilidad. También depende de nosotros transformar nuestra realidad desde algo ocasional a ser una actitud que podemos generar en nuestras vidas de forma sostenible.
Cómo ser felices es un problema que ha sido objeto de estudio desde hace miles de años. Sin embargo, el camino de la búsqueda de la satisfacción personal, como derecho de la persona, ha quedado truncado. No obstante los progresos que hemos alcanzado en los campos científico, medico, productivo y de servicios, especialmente en el último siglo, estos progresos no se han reflejado de forma paralela en el bienestar emocional de las personas. Tener una vida más larga y tener más cosas y más adelantos técnicos y científicos no nos ha hecho avanzar en el camino de la felicidad y del sentirnos bien con nosotros mismos y con los demás. Continuamos sin aceptar que es posible y que podemos aprenderlo, conseguirlo y aceptarlo desde la familia y la escuela.
2. La escuela enseña a sobrevivir
En el sistema educativo tradicional, en lugar de promover el disfrute del aprendizaje hemos organizado la enseñanza para acostumbrar a los alumnos a sobrevivir: a largas horas de clase, a la amenaza del fracaso escolar, a la obligatoriedad de ir a la escuela, a la ansiedad de tener que conseguir las mejores notas, al miedo a no ser aceptados y apreciados por el profesor y por los compañeros, y a más elementos emocionales que llevan a la formación de mecanismos internos de aguante o de supervivencia. Tampoco hemos aprendido a crear situaciones normales de dialogo, de búsqueda conjunta de solución de problemas y conflictos, de expresión de la afectividad y de la apreciación y refuerzo mutuos.
Recuerdo que durante una reunión de educadores de ámbito internacional, celebrada en Madrid hace unos años, me llamó la atención que la palabra ‘‘felicidad’’ no apareciera más que una vez a lo largo de los cinco días del encuentro. La pronunció el último día un profesor de sociología con una frase lapidaria que se me ha quedado grabada en la mente: ‘‘A los niños hay que enseñarles que la felicidad no existe y que la vida es esfuerzo, dedicación y sufrimiento. De esta forma –aclaró– se evitarán expectativas, frustraciones e infelicidad’’. En esa sesión no se permitió un debate público, así que me quedé con las ganas de reaccionar ante una frase tan pesimista y desmotivadora sobre lo que es la educación.
En otra reunión sobre educación, esta vez en Bilbao, escuché a expertos en el campo educativo hablar durante casi una hora en una mesa redonda sobre diversas teorías de la enseñanza. Hacían alarde de mucha doctrina, hasta que desde el público un profesor de Instituto, padeciendo un ataque de frustración, se levantó y empezó a gritar: ‘‘Pero, ¿qué es lo que están diciendo ustedes? No entiendo nada: solo palabras y palabras que no resuelven ninguno de los problemas que tenemos en el aula. ¿Por qué, si saben tanto, no nos ofrecen sugerencias sobre cómo aprender a hacer que nosotros y nuestros alumnos nos sintamos cómodos con lo que hacemos, enseñamos y aprendemos en el aula y nos llevemos bien los unos con los otros durante las muchas horas que pasamos juntos?’’
En efecto, ahí está la pregunta del millón a la cual, a lo largo de los capítulos de esta obra, queremos dar unas respuestas que nos sirvan para la práctica del día a día en el aula. Se trata de crear convivencia desde el sentirse bien los unos con los otros. Según las estadísticas, la convivencia en muchos colegios deja mucho que desear; incluso está empeorando en el transcurso de los años con la presencia más abierta y numerosa de elementos difíciles que el profesor no sabe cómo controlar. Por otro lado, también hay constancia de que lo mismo ocurre con respecto a las relaciones familiares, entre la pareja y con los hijos: tampoco son satisfactorias. Los divorcios y la violencia familiar se multiplican, así como el consumo de alcohol y/o drogas como instrumentos externos de bienestar momentáneo cuando existen unas relaciones intra e interpersonales insatisfactorias.
Una de las causas que se sugieren de lo que está sucediendo es la falta de refuerzo de la autoestima de los educadores, padres y profesores, que causa la de los niños en los entornos familiares y escolares en que se educan.
A este respecto es interesante hacer un ejercicio individualmente o en pareja para reflexionar sobre esta situación. Han de indicarse de golpe y sin pensarlo dos veces seis cualidades positivas que se reconocen normalmente en uno mismo. Ahora han de escribirse seis acciones bien hechas que se realizaron durante los últimos seis días utilizando estas cualidades. Nuevamente, no hay que pararse a pensarlas, el ejercicio ha de ser hecho de forma espontánea. ¿Qué tal ha ido? ¿Ha sido fácil? ¿Ha costado poco o mucho esfuerzo?
En general, si se sigue la norma de hacerlo de forma espontánea y sin pensarlo dos veces, ambos ejercicios, en un primer momento, suelen dar lugar a una sensación de imposibilidad. Esta no dura mucho, ya que, después de algo de reflexión, las respuestas salen de forma mucho más fluida y se encuentran cualidades y cosas bien hechas sin grandes problemas. Esta dificultad inicial, por otro lado, no suele verificarse cuando la pregunta se dirige a reconocer nuestros defectos y los errores que hayamos cometido. La respuesta surge de forma inmediata y sin dudas.
La razón del ejercicio es hacernos reflexionar sobre el hecho de que la mayoría de las personas no estamos acostumbradas a fijarnos en nuestras cualidades positivas o acciones bien hechas; posiblemente las damos por descontadas, mientras que sí nos fijamos en los defectos y los errores nuestros y de los demás, ya que queremos corregirlos, aunque solo sea en nuestro interior.
La explicación de la primera reacción espontánea de duda es que desde pequeños se nos han dirigido muchas críticas y castigos por lo que hacíamos mal, para que aprendiéramos a corregir nuestros errores, sin la contrapartida de recibir suficientes alabanzas, por parte de nuestros padres y profesores, por lo que hacíamos bien. Esto ha contribuido a dejarnos sin bastante confianza en nuestra propia capacidad de hacer algo bien de forma natural, sin que se nos obligue a hacerlo. Se nos ha responsabilizado de nuestros errores y no de la búsqueda de soluciones y de actuaciones positivas.
Darnos cuenta de esta tendencia nos motiva para abrirnos a proporcionarnos, a nosotros mismos y a los demás, una serie de alabanzas y refuerzos personales. Esto permitirá que nuestro subconsciente asuma nuestra capacidad de actuación positiva, nuestras cualidades como seres humanos y nuestros logros en los distintos contextos y situaciones de nuestra vida. La escasez o incluso, a veces, la falta de costumbre de alabar es algo generalizado en las praxis educativas de la mayoría de las personas. Cuando nuestros padres o profesores, con el fin de corregir lo que consideraban nuestros defectos o errores, nos reprochaban todo lo que les parecía mal hecho y raramente alababan, como contrapartida, lo que hacíamos bien, estaban impidiendo poner las bases para sentirnos cómodos en nuestra actuación de aprendizaje. A ellos les ocurrió lo mismo con sus padres y a los de ellos con los suyos durante muchas generaciones.
Una reflexión al respecto nos motiva y ayuda a empezar a fijarnos, ahora y de forma prioritaria, en nuestros puntos positivos y en los de los demás. En un nivel personal tendremos la oportunidad de apreciarnos más a nosotros mismos y nuestro auto-concepto se irá realzando al darnos cuenta de la gran cantidad de cualidades que tenemos nosotros y los demás por el simple hecho de ser personas.
En el colegio, esto nos ayuda a ir fijándonos de forma preferente en los puntos positivos de los alumnos, en lugar de enfocar nuestra atención sobre los puntos negativos. Este cambio de perspectiva nos hará sentir más cómodos frente a la tarea educativa que nos espera.
3. Formación de la personalidad
La tendencia en la escuela es la de quejarnos: ¿por qué las cosas no funcionan en el sistema educativo? Se buscan y aplican cambios cosméticos que no atacan el problema en su base, es decir, en la propia situación emocional de educadores y educandos. No se buscan y aplican fórmulas alternativas que permitan crear convivencia desde el bienestar en la familia y en el aula.
El tema de la autoestima y del crecimiento personal del educador se está empezando a tratar tímidamente y solo desde hace muy poco tiempo (y únicamente de forma transversal). El enfoque que se le da es prevalentemente desde las perspectivas conductistas, tradicionales del sistema educativo. Se mira, en gran parte, desde la búsqueda de cambios de conducta y de soluciones y conflictos entre profesores y alumnos, y de los alumno...

Índice

  1. Portadilla
  2. Cita
  3. Agradecimientos
  4. Introducción
  5. 1. El porqué de las limitaciones individuales
  6. 2. Sentirse bien con uno mismo y con los demás
  7. 3. Qué podemos hacer para sentirnos bien
  8. 4. El profesor como educador de convivencia
  9. 5. Modificar la práctica de la estructura jerárquica
  10. 6. Contrato consensuado para la convivencia en el aula
  11. Conclusiones
  12. Léxico
  13. Apéndice 1
  14. Apéndice 2
  15. Bibliografía
  16. Notas
  17. Contenido
  18. Créditos