IV. La fuga
Desfibrilación
Hoy cumplimos quince días desde el trasplante. ¡Qué alegría! La cardióloga nos había adelantado que Alan era un caso excepcional y que su recuperación iba a ser mucho más lenta y complicada de lo habitual. Cada cardiopatía, cada operación y cada trasplante es distinto. Y el caso de Alan es de los graves. Su cardiopatía se había unido a otros efectos secundarios importantes en su cuerpo. Por eso todo en él va a requerir mayor tiempo de recuperación y adaptación. Aún así, después de dos semanas todo va relativamente bien. Lo único negativo es que han aparecido arritmias. Y han sido frecuentes en la última semana, justo después del cateterismo y la biopsia. Los médicos andan muy pendientes de ellas y no han conseguido que remitan a pesar de la medicación.
Debido a esas arritmias, esta última semana ha sido ajetreada, con muchos sobresaltos. Los días han sido muy intensos. Excesivamente intensos. Cada vez que el corazón de Alan se aceleraba en exceso nos hacían salir la UCI. En esos momentos el personal médico, aunque trataba de mantener la calma, estaba más inquieto. Se notaba que aquello no era normal. Esperando, el tiempo se hacía eterno. Cuando volvíamos a entrar, enseguida mirábamos el monitor. Queríamos comprobar que su frecuencia cardíaca estaba ya estabilizada. La mayor parte de las veces esperábamos fuera de la UCI aproximadamente una hora. En una ocasión estuvimos tres largas horas llenas de nervios porque intuíamos que algo grave estaba pasando. No sabíamos qué y no queríamos pensar mal. Sin embargo, tanto tiempo para observar una arritmia nos resultaba preocupante. Una de las veces consulté qué había ocurrido.
–¿Qué ha pasado? –pregunto a la doctora al entrar.
–Había aumentado mucho el ritmo cardíaco.
–¿Y ya se le ha reducido?
–Sí. Ahora ya está a un ritmo normal para él.
–¿Lo habéis hecho con medicación? –pregunto intrigada.
–No. Otra vez hemos tenido que utilizar el desfibrilador –responde.
Esa respuesta me dejó de piedra. ¿Cómo? ¿El desfibrilador? Eso me sonó fatal. ¿No es eso lo que utilizan para reanimar a alguien con parada cardiorrespiratoria? ¿No es eso a lo que recurren cuando no hay pulso? ¿Cómo lo han utilizado para reducir su ritmo cardíaco?
Necesitaba digerir la información durante unos minutos. Ni quise preguntar cómo lo habían hecho ni qué había ocurrido. ¡No podía hacerlo! Me estaba recomponiendo de la impresión. Enseguida surgieron preguntas en mi cabeza: ¿Le pararon el corazón y lo volvieron a reanimar? ¿Cómo se reduce un ritmo con un golpe de electricidad? Además, yo pensaba que cuando se usaba un desfibrilador con una persona viva era en caso mortal y que solo se utilizaba cuando la vida de una persona estaba comprometida. Entonces… ¿estaba la vida de Alan en peligro? Parecía que sí. No quise preguntar todo esto a la doctora. No tenía fuerzas. Además, un gran nudo en mi garganta me impedía hacerlo.
Después de un rato reaccioné y analicé la respuesta del médico. De repente fui consciente de que había comenzado diciendo «otra vez». Entonces sí quise saber:
–¿Y cuántas veces habéis utilizado el desfibrilador?
–Hoy cinco veces –respondió la doctora ante mi asombro.
¿Cinco veces? ¿Cómo? ¿Cinco veces había estado Alan a punto de…? ¿Cinco veces? No sabía qué pensar, qué sentir, qué hacer: llorar de la impresión, alegrarme de que estuviera vivo, desmayarme del susto… o qué. Desde luego, elegí alegrarme. Era la mejor opción. Sin embargo, el desconcierto y la conmoción estaban tan presentes que necesité parar un momento para relajarme y asimilarlo todo.
En mi cabeza daban vueltas las cinco veces que Alan había recibido la desfibrilación. ¡¡¡Qué pasada!!! Cada vez que pensaba en ello era mi corazón el que se paraba. ¡Semejante descarga eléctrica! ¡En un cuerpecito como el suyo, ahora de menos de treinta kilos! Me resultaba escalofriante. Después de saber esto, miraba a Alan todavía con más ganas de abrazarlo y darle calor. Y no lo podía hacer, solo podía cogerle la mano y acariciarlo: aún está intubado, dormido, sedado. Y qué bueno que lo estuviera en este momento. No quería que se enterara de lo que había ocurrido. Ya habría tiempo de contárselo.
Puse la mano en el corazón y comencé a practicar la respiración de «coherencia cardíaca». Estaba realizando las seis respiraciones y notaba que mi corazón latía con fuerza. En ese momento, cuando notaba que ya me había calmado, entró la enfermera y nos preguntó qué tal estábamos.
–Bien, aunque esto de las desfibrilaciones no nos ha gustado nada.
–Sí, claro. Sin embargo son necesarias.
–Ya. Lo que pasa es que cinco en el mismo día…
–Sí. Hoy han sido muchas, cinco veces en solo un día. Ayer y anteayer fueron menos.
¿Cómo? ¿Ayer y anteayer también le habían dado descargas? Vaya, no lo sabía. ¡Otra estremecedora noticia! ¡Se me volvió a encoger el estómago! Los médicos respondían siempre a todas nuestras preguntas con sinceridad; sin embargo, no se me ocurrió preguntarles qué había pasado y qué habían hecho hasta este momento.
Ahora sí. Quiero saberlo todo. Hay veces que parece mejor no conocer detalles dolorosos para no sufrir. Y a veces, la necesidad de saber es profunda. Eso me sucede en este momento. Quiero conocer todo lo que pasa con Alan. Y a la vez, no quiero angustiarme. Sé que los médicos van a hacer lo necesario para que él esté bien. Y por desgracia, yo no tengo conocimientos como para ayudar en esto. Solo me queda confiar. Confiar en los médicos, en las enfermeras, en las decisiones, en la química que le infunden por la vena... Confiar en todo lo que pasa. Esto me lo repito constantemente. Y sobre todo, me queda confiar en que Alan es fuerte para seguir adelante. Además, sé que él quiere vivir a toda costa. No va a rendirse, pase lo que pase. Y estoy segura de que aceptará que los médicos utilicen todos estos aparatos más o menos agresivos para mantenerle y mejorarle la vida.
Cuando he preguntado, he recibido respuestas. He sabido que el total de desfibrilaciones han sido nueve ¡¡¡Nueve veces!!! ¡¡¡Una pasada!!! Lo pienso y me estremezco. Sé que gracias a eso han estabilizado su corazón de nuevo y que ha vuelto a latir con normalidad. Sí. Sé además que Alan no se ha enterado de nada. Que no ha sentido dolor. Que no ha sufrido. Sin embargo, me resulta doloroso solo pensarlo. Y al mismo tiempo, doy gracias a que esa técnica exista y se haya aplicado porque, como comentó después la doctora E., «pensé varias veces que Alan se nos iba».
Primera conversación
Hoy le han bajado un poco la sedación. Alan empieza a estar más despierto. Tal vez comiencen el proceso para quitarle el tubo que lleva para respirar. Consideran que es ya el momento. Y para ello Alan tiene que estar completamente consciente. Su padre y yo estamos expectantes. Con ilusión. Tenemos muchas ganas de verle ya consciente. ¿Qué será lo primero que diga? ¿En qué pensará? ¿Qué sentirá? Estamos deseando que nos cuente todo lo que pasa por su cabeza después de recibir el nuevo corazón.
Le han vuelto a bajar la sedación un poco más. Parece que comienza a abrir los ojos. Es emocionante. Pronto estará totalmente despejado y podrá vernos. Será muy emotivo.
Por fin abre sus ojos marrones. ¡Está consciente! Lo saludamos felices. ¡Qué alegría! Él también nos mira. Todavía no puede hablar. Está con un tubo que le recorre la tráquea. Nosotros le contamos lo bien que ha ido todo. Le decimos lo mucho que le queremos... Le agarramos la mano. Y él también nos agarra. Tiene sensibilidad en la mano. Hasta ahora la tocábamos y la tenía como muerta. Sin embargo, en este momento la mueve con la tensión justa como para sujetarnos. Sonreímos continuamente. ¡Estamos los tres tan felices! ¡Alan está ya despierto! ¡Qué ilusión! Este es un instante para recordar. Por fin h...