El alimento de la palabra
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El alimento de la palabra

  1. 144 páginas
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El alimento de la palabra

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El autor de La cena del Cordero desvela en esta obra elsignificado que posee el sacramento de la Eucaristía paraun católico. Mucho antes de referirse a un texto escrito, laexpresión "Nuevo Testamento" designaba el sacramento dela Eucaristía. Solo pasado el tiempo, los primeros cristianosempezaron a usarla para nombrar los últimos libros de laBiblia –es decir, los escritos por los Apóstoles y los primerosdiscípulos–, al ser leídos estos durante la Misa. Ese hechohistórico, simple y constatable, influiría decisivamente en lalectura e interpretación de la Biblia.El alimento de la Palabra analiza el episodio de los discípulosde Emaús y las costumbres de la Iglesia primitiva. A partir deambas fuentes, el profesor Hahn ofrece una orientación útilpara usar la Biblia en la oración y estudiarla con profundidad, individualmente o en grupo, y también para extraer de ellaaplicaciones para la propia vida moral.

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Información

Año
2014
ISBN
9788432143564
Categoría
Religión

CAPÍTULO 1
EL SACRAMENTO DEL LIBRO

Una antigua tradición cuenta la historia de san Romano el Méloda, que vivió en el siglo VI y que recibe ese sobrenombre porque compuso sus homilías en forma de himnos. El relato describe la forma en que el santo recibió su vocación.
Romano había nacido en Siria. Destacó desde niño por su piedad y su amor a la casa del Señor. Pronto entró al servicio de la Iglesia: al principio, solamente encendía las lámparas y preparaba el incienso para la adoración. Cuando creció, se trasladó a Beirut para continuar sus estudios. Allí fue ordenado diácono.
Era de esa clase de estudiantes que obtienen buenas notas porque sus profesores reconocen sus incansables esfuerzos. Gracias a su celo, logró obtener buenos resultados a pesar de que su capacidad no era muy elevada. Después de tres años en Beirut, se fue a Constantinopla, capital del Imperio, para servir allí a la Iglesia.
Era lo bastante humilde para reconocer sus limitaciones y aceptarlas. En efecto, adoptó el adjetivo “humilde” como una especie de título personal. Sin embargo, anhelaba glorificar a Dios como los diáconos que cantaban mejor. En aquel tiempo, y especialmente en las iglesias orientales, la música era una parte muy importante de la adoración. Romano se lamentaba de que la calidad musical de los servicios que él dirigía era bastante inferior a la de los servicios dirigidos por sus compañeros.
Pidió a Dios la gracia de que carecía por naturaleza y preparación. Una noche, mientras rezaba, se quedó dormido y la Virgen María se le apareció en el sueño. Llevaba un libro, que le entregó diciendo: «coge el libro y cómelo». Él hizo lo que le decía. Comió el libro. Se despertó inmediatamente, sabiendo lo que tenía que hacer.
Se vistió y fue corriendo a la iglesia. Subió al púlpito y empezó a cantar un sermón sobre el nacimiento de Cristo. Ese canto es considerado hasta hoy su obra maestra, y la primera del conjunto de más de mil homilías en verso (kontakia) que compondría durante el resto de su vida. Pasado un milenio y medio, la Iglesia los sigue cantando en las grandes fiestas.
* * *
Consumir la Palabra. Incluso el lector menos experto reconocerá que la aparición a san Romano es un tropo, es decir, una imagen común en la literatura mística. Su prototipo es el encuentro del profeta Ezequiel (Ez 2, 9-3, 4) con un ángel celestial:
«Yo miré y vi una mano extendida hacia mí, y en ella había un libro enrollado. Lo desplegó delante de mí, y estaba escrito de los dos lados; en él había cantos fúnebres, gemidos y lamentos. Él me dijo: “Hijo de hombre, come lo que tienes delante: come este rollo, y ve a hablar a los israelitas”. Yo abrí mi boca y él me hizo comer ese rollo. Después me dijo: “Hijo de hombre, alimenta tu vientre y llena tus entrañas con este libro que te doy”. Yo lo comí y era en mi boca dulce como la miel. Él me dijo: “Hijo de hombre, dirígete a los israelitas y comunícales mis palabras”».
La historia se repite en el Nuevo Testamento, en el encuentro de san Juan con un «ángel poderoso que bajaba del cielo, envuelto en una nube y con el arcoiris sobre su cabeza. Su rostro era como el sol y sus pies como columnas de fuego» (Apoc 10, 1ss):
«En la mano tenía un pequeño libro abierto. [...] Me acerqué al ángel y le dije que me diera el pequeño libro. Él me contestó: “Toma y devóralo; te amargará las entrañas, pero en tu boca será dulce como la miel”. Tomé el pequeño libro de la mano del ángel y lo devoré. En mi boca fue dulce como la miel, pero cuando lo comí se me amargaron las entrañas. Entonces me dijeron: “es necesario que profetices de nuevo contra muchos pueblos, naciones, lenguas y reyes”».
La comida de un libro constituye un episodio extraño y fascinante, sobre todo porque se repite en dos pasajes de la Biblia. No es sorprendente que haya llamado la atención de muchos de los primeros comentaristas cristianos del texto sagrado. Cuando Romano tuvo su visión, hacia el 518 d. C., vivía en un monasterio, por lo que habría escuchado muchas veces la lectura en voz alta de las obras de los grandes intérpretes de la Biblia. Por eso, pocas dudas debió tener sobre el significado de su sueño.
San Hipólito de Roma, uno de los primeros exégetas, autor de extensos comentarios en el siglo III d. C., interpretó el significado del rollo. La escritura por las dos caras «significa los profetas y los apóstoles. La Antigua Alianza estaba escrita por un lado y el Nuevo Testamento en el otro»[2]. Además, el rollo es símbolo de «una enseñanza secreta y espiritual... Leer el exterior lleva a comprender el interior». Existe un vínculo entre la Antigua y la Nueva Alianza, pero solo puede verlo quien consume el libro.
Según san Jerónimo, la visión de Ezequiel tiene un significado especial para los predicadores: «no podemos enseñar a los hijos de Israel si no comemos antes ese libro abierto»[3].
Una generación después de Romano, san Gregorio Magno sintió la misma atracción hacia el texto del profeta, que meditaba continuamente. Además de Papa y reformador de la liturgia, Gregorio era también un gran exégeta. En su Comentario a Ezequiel, escribió de este pasaje: «lo que el Antiguo Testamento ha prometido, el Nuevo Testamento lo ha cumplido; lo que aquel anunciaba de manera oculta, este lo proclama abiertamente como presente. Por eso, el Antiguo Testamento es profecía del Nuevo Testamento; y el mejor comentario al Antiguo Testamento es el Nuevo Testamento»[4].
El significado del texto resultaba patente para los Padres, desde Hipólito y Jerónimo a Romano y Gregorio. La salvación nos llega por medio de una Alianza (también conocida por su sinónimo «testamento», del latín testamentum) y es necesario consumir esa alianza para poder compartirla.
* * *
Para un católico, tanto del siglo I como del XXI, los tropos de la literatura mística remiten a los sacramentos. Es el sentido de los ejemplos que he propuesto hasta el momento. Los textos apocalípticos de Ezequiel y de Juan son ricos en imágenes litúrgicas. La obra de Ezequiel está muy ligada al Templo, Juan contempla a la vez el cielo y la historia en términos de una liturgia sacrificial: hay altares y sacerdotes, cálices e incensarios, trompetas e himnodia; y todo culmina en un banquete sagrado. En los dos pasajes, el rollo es consumido en el contexto de una experiencia de adoración celestial.
Tanto en el relato de Juan como en el de la vida de Romano destacan algunos matices eucarísticos. Los dos hombres reciben una invitación a «tomar» y «comer», dos verbos que aparecen en los relatos de la institución de la Eucaristía (cf., por ejemplo, Mt 26, 26) desde el siglo I d. C.[5] Reciben verbalmente la alianza, y toman esa «palabra» para comerla a modo de alimento.
En el siglo III d. C., el gran teólogo alejandrino Orígenes establecía una analogía entre la proclamación de la Escritura y la comunión sacramental:
«Tú, que estás acostumbrado a tomar parte en los divinos misterios, sabes, cuando recibes el Cuerpo del Señor, cómo protegerlo con todo cuidado y veneración, para que ni una pequeña partícula se caiga, para que no se pierda nada del don consagrado. Pues sabes, correctamente, que eres responsable si se cae algo por negligencia. Pero si eres tan cuidadoso para conservar su Cuerpo, y con toda razón, ¿cómo piensas que es menos culpable haber descuidado la Palabra de Dios que haber descuidado su Cuerpo?[6]
Para Orígenes, el rollo tiene una cualidad sacramental. Ha de ser entregado y consumido con el mismo decoro e igual atención —incluso con hambre— que el pan eucarístico.
Hay una presencia real en el pan y en la palabra. El Reino se hace presente, junto con el mismo rey, en la proclamación y en el sacramento. Como escribía Benedicto XVI: «renovamos en este sentido la conciencia, tan familiar a los Padres de la Iglesia, de que el anuncio de la Palabra tiene como contenido el Reino de Dios (cf. Mc 1,14-15), que es la persona misma de Jesús (la Autobasileia), como recuerda sugestivamente Orígenes»[7].
Esta es la verdad que descubrió Romano, de la que tuvieron experiencia también Jerónimo, Gregorio y Juan, y que había sido predicha por Ezequiel. La salvación nos llega a través de una alianza incorporada a una Palabra, una Palabra que se ha hecho carne, y una Palabra que se consume.
Los profetas y videntes nos hablan en imágenes que comunican misterios. En la medida en que somos capaces de comprender esos misterios, hemos de recurrir al uso de palabras para expresarlos. Dios nos hizo de modo que hemos de comunicarnos verbalmente. El Creador de este aspecto de la naturaleza humana también se adapta a él cuando inspira lo que literalmente se llama hai graphai, «las Escrituras». En el caso de Ezequiel y de Juan, Dios deja su palabra escrita en un rollo antes de invitarles a consumirla.
Dios se revela y se entrega en el rollo. Pero somos capaces de permitir que algo que ha empezado de forma tan poética acabe por convertirse en jerga común. De esta forma, los términos grecolatinos como «alianza», «testamento», «liturgia» y «Eucaristía», que hacían cantar a nuestros antepasados, se han convertido en palabras comunes, incluso han caíd...

Índice

  1. Portadilla
  2. Índice
  3. Dedicatoria
  4. Gustad y ved: Una palabra introductoria
  5. Capítulo 1. El Sacramento del Libro
  6. Capítulo 2. Antes del Libro
  7. Capítulo 3. El Nuevo Testamento en el Nuevo Testamento
  8. Capítulo 4. El Nuevo Testamento después del Nuevo Testamento
  9. Capítulo 5. El lugar original del Nuevo Testamento
  10. Capítulo 6. La Iglesia del Nuevo Testamento
  11. Capítulo 7. El Antiguo Testamento en el Nuevo Testamento
  12. Capítulo 8. El Canon del Nuevo Testamento
  13. Capítulo 9. El Nuevo Testamento y el Leccionario
  14. Capítulo 10. Confiar en los Testamentos: verdad y humildad de la Palabra
  15. Capítulo 11. El Nuevo Testamento y la doctrina cristiana
  16. Capítulo 12. El «Misterio de su voluntad» en el Nuevo Testamento
  17. Capítulo 13. La sacramentalidad de la Escritura
  18. Capítulo 14. El Testamento en el corazón de la Iglesia
  19. Capítulo 15. Volver al principio
  20. Créditos