Donde los hombres alcanzan toda la gloria
eBook - ePub

Donde los hombres alcanzan toda la gloria

  1. 470 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
eBook - ePub

Donde los hombres alcanzan toda la gloria

Detalles del libro
Vista previa del libro
Índice
Citas

Información del libro

Quince años despues del inicio de la guerra de Afganistán, el nombre de Pat Tillman todavía se recuerda como símbolo del gran sacrificio que Estados Unidos pidió a toda una generación en la que ya es la misión militar más larga de su historia. Tillman había renunciado a un contrato millonario con la Liga de Fútbol Americano (NFL) para alistarse en el Ejército, tras el fuerte impacto que tuvieron sobre él los atentados del 11 de septiembre de 2001. Pero dos años más tarde fue abatido en una misión en el sureste de Afganistán, y la Casa Blanca y el Pentágono emplearon su sacrificio para ennoblecer la guerra y sus motivos. Sin embargo, pronto se descubriría que a Tillman no lo mataron los talibanes, sino el "fuego amigo", y que el Ejército conspiró para ocultar esas circunstancias.A través de los diarios y cartas de Tillman, entrevistas con su esposa y amigos, conversaciones con los soldados que sirvieron junto a él y una amplia investigación, Krakauer expone los acontecimientos y acciones que llevaron a su muerte. Tillman era ateo, recelaba de Bush y vivió como un calvario personal su primera misión en Iraq. Como muchos estadounidenses, veía aquella guerra innecesaria, un capricho de la administración Bush. Se negó a dar entrevistas y no quería ser representante de ninguna generación, sólo quería luchar por su patria, como uno más.

Preguntas frecuentes

Simplemente, dirígete a la sección ajustes de la cuenta y haz clic en «Cancelar suscripción». Así de sencillo. Después de cancelar tu suscripción, esta permanecerá activa el tiempo restante que hayas pagado. Obtén más información aquí.
Por el momento, todos nuestros libros ePub adaptables a dispositivos móviles se pueden descargar a través de la aplicación. La mayor parte de nuestros PDF también se puede descargar y ya estamos trabajando para que el resto también sea descargable. Obtén más información aquí.
Ambos planes te permiten acceder por completo a la biblioteca y a todas las funciones de Perlego. Las únicas diferencias son el precio y el período de suscripción: con el plan anual ahorrarás en torno a un 30 % en comparación con 12 meses de un plan mensual.
Somos un servicio de suscripción de libros de texto en línea que te permite acceder a toda una biblioteca en línea por menos de lo que cuesta un libro al mes. Con más de un millón de libros sobre más de 1000 categorías, ¡tenemos todo lo que necesitas! Obtén más información aquí.
Busca el símbolo de lectura en voz alta en tu próximo libro para ver si puedes escucharlo. La herramienta de lectura en voz alta lee el texto en voz alta por ti, resaltando el texto a medida que se lee. Puedes pausarla, acelerarla y ralentizarla. Obtén más información aquí.
Sí, puedes acceder a Donde los hombres alcanzan toda la gloria de Jon Krakauer en formato PDF o ePUB, así como a otros libros populares de History y Military Biographies. Tenemos más de un millón de libros disponibles en nuestro catálogo para que explores.

Información

Año
2016
ISBN
9788494531118
Categoría
History
PRIMERA PARTE
«En tiempos pasados quizá no lo entendieron mejor que nosotros, pero no se sentían tan avergonzados de darle nombre: la fuerza o chispa vital considerada próxima a lo divino. Esto último no es así. Por el contrario, es algo que hace a quienes lo poseen plenamente humanos, y a aquellos que no, parecer sonámbulos. [...] No es suficiente para hacer de alguien un héroe, aunque sin esto todo héroe sería olvidado. Rousseau lo llamó fortaleza de alma; Arendt lo denominó amor al mundo. Es la cimentación del eros; podríamos llamarlo carisma. ¿Es un regalo de los dioses o algo que ha de ser ganado? Al observar a personas así, sentimos que son ambas cosas: otorgado como el perfecto oído musical o la gracia divina, que nadie puede merecer ni procurarse, y abrazado como lo que es: el mayor de los premios. Contar con esto hace a las personas pensar más, ver más, sentir más. Más intensamente, más profundamente, más enérgicamente, si prefieren; eso sí, no en mayor medida al modo de los dioses. Al contrario, junto a héroes como Odiseo o Penélope, los dioses parecen extrañamente planos. Su envergadura es superior, por supuesto, y viven para siempre, sin embargo, su presencia parece verse disminuida. [...] Los dioses de la Odisea no están vivos, solo son inmortales; y con la inmortalidad, la mayoría de las cualidades que apreciamos pierden su sentido. Sin nada que arriesgar, los dioses no necesitan coraje.»
Susan Neiman,
Moral Clarity
Bahía de San Francisco
01
Mientras Pat Tillman estuvo en el Ejército, mantuvo de forma intermitente un diario. En una anotación fechada el 28 de julio de 2002 (tres semanas después de llegar al campamento de entrenamiento militar) escribió: «Son sorprendentes las vueltas que la vida puede dar. Grandes acontecimientos o decisiones que cambian por completo la existencia. En la mía ha habido varias». Pasa entonces a enumerar algunas. La más destacada en su mente en aquel momento, como es de esperar, era su decisión de unirse al Ejército. Sin embargo, el incidente que colocó en primer lugar de la lista, ocurrido cuando tenía once años, resulta sorprendente. «Por extraño que pueda parecer —señala el diario—, una pelota recogida en plancha, al vuelo, en un partido de béisbol de la selección de niños de once a doce años fue el punto de despegue. Destaqué en el resto del campeonato y logré hacerme con una confianza increíble. Suena vulgar, pero fue impresionante».
Como otros niños que crecían en Almadén (un área residencial acomodada de la ciudad de San José, en el estado de California), Pat había comenzado a jugar al béisbol a los siete años de edad. Rápidamente fue evidente para los adultos que lo observaban lanzar la bola y manejar el bate que aquel crío poseía un talento extraordinario, aunque Pat parece no haber sido particularmente consciente de sus capacidades atléticas hasta que fue seleccionado para el mencionado campeonato en el verano de 1988. Durante los primeros partidos contra el resto de equipos compuestos por los jugadores más destacados de los centros de secundaria, pasó la mayor parte del tiempo en el banquillo. Cuando el entrenador terminó por incluirlo en un partido, no obstante, logró un home run y atrapó de forma espectacular una pelota alta bateada por el equipo rival hacia el extremo más alejado del campo. Catorce años más tarde, al contemplar la vida desde la perspectiva de un barracón militar, destacó aquella jugada como un momento fundamental, un impulso a su confianza que contribuyó en gran medida a fortalecer uno de sus rasgos más definitorios: una inquebrantable seguridad en sí mismo.
En 1990, Pat se matriculó en el instituto de secundaria y bachillerato Leland de Almadén, uno de los centros públicos punteros de la bahía de San Francisco tanto en el plano académico como en el deportivo. Antes de comenzar las clases en Leland, Pat había decidido convertirse en el receptor del primer equipo de béisbol del centro; sin embargo, el entrenador principal, Paul Ugenti, le indicó que no estaba preparado para jugar a ese nivel y tendría que conformarse con un puesto en el equipo de estudiantes de primer y segundo año. Molesto y quizá insultado por la incapacidad de Ugenti para reconocer su potencial, Pat decidió dejar el béisbol y centrarse en su lugar en el fútbol americano, si bien había comenzado a practicar este deporte apenas un año antes y se había fracturado gravemente la tibia derecha en su primera temporada cuando un compañero mucho más corpulento le cayó encima durante un entrenamiento.
Nacido en noviembre, Pat se encontraba entre los chicos más jóvenes de primer curso en Leland y cuando comenzó el instituto solo contaba con trece años. Resultaba también ser pequeño para su edad, con una estatura de un metro y sesenta y cinco centímetros y un peso de cincuenta y cinco escasos kilos. Cuando comentó que iba a dejar el béisbol por el fútbol americano, un entrenador asistente llamado Terry Hardtke le explicó que no tenía «constitución de jugador de fútbol americano» y le insistió en que siguiera con el béisbol. Ahora bien, una vez que Tillman se decidía por un objetivo, no era fácil hacerlo cambiar de idea. Aseguró al entrenador que tenía intención de comenzar a realizar ejercicios con pesas para fortalecer sus músculos. Después le garantizó que no solo lograría entrar en el equipo de Leland, sino que pretendía continuar jugando en la universidad tras graduarse en el instituto. Hardtke respondió que estaba cometiendo un gran error: su tamaño le dificultaría llegar a conseguir un puesto de titular en el equipo de Leland y sus posibilidades de llegar a jugar en los campeonatos universitarios eran prácticamente nulas.
Pat, sin embargo, confiaba más en su propia percepción acerca de sus capacidades que en las oscuras predicciones del entrenador y se esforzó por formar parte del equipo de Leland. Seis años más tarde peleó por el campeonato universitario en la Rose Bowl, convertido ya en una estrella en su posición de linebacker, la segunda línea de la defensa. Veinte meses después comenzó una carrera destacada en la liga profesional estadounidense, la NFL.
A mitad de camino entre San José y Oakland, la municipalidad de Fremont se eleva sobre la orilla este de la bahía de San Francisco. Se trata de una ciudad con una población de 240.000 habitantes que siempre ha existido a la sombra de sus más conocidos vecinos. Allí es donde nació Patrick Daniel Tillman el 6 de noviembre de 1976. A poca distancia del hospital en el que Pat saludó al mundo hay un distrito comercial de farmacias, clínicas de quiroprácticos y restaurantes de comida rápida atravesado por una avenida con cuatro carriles de circulación. A lo largo de tres o cuatro manzanas de esta sección poco destacada del bulevar Fremont se encuentra una concentración de establecimientos incongruentemente exóticos: el restaurante Puerto de Salang, una tienda de alfombras afganas, un cine con películas de Asia Meridional, una tienda de ropa afgana, la Casa Afgana del Kebab y el mercado Maiwand. En el interior de este último, las estanterías están abastecidas de hummus, aceitunas, rojas granadas, cúrcuma, sacos de arroz y aceite de pepitas de uva. Una llamativa mujer, vestida con un pañuelo en la cabeza y un vestido de elaborados bordados decorado con decenas de diminutos espejos, permanece junto a un mostrador, casi en el fondo de la tienda; espera para comprar pedazos de naan recién horneado. Little Kabul, la pequeña Kabul, como se conoce este vecindario, resulta ser el centro neurálgico de la que se considera la mayor concentración de afganos en Estados Unidos, una comunidad que saltó a la fama con la novela superventas Cometas en el cielo.
Estimaciones no muy precisas indican que unos diez mil afganos residen en el mismo Fremont, a los que se suman otros cincuenta mil distribuidos por el resto del entorno de la bahía de San Francisco. Comenzaron a aparecer en 1978, cuando su país se sumió en una espiral de violencia que aún, transcurridas más de tres décadas, no ha remitido. El caos comenzó con la creciente fricción entre grupos políticos dentro del propio Afganistán, pero el combustible para la conflagración fue suministrado en abundancia y con gran entusiasmo por los Gobiernos de Estados Unidos y la Unión Soviética, que maniobraban entonces para lograr ventaja en la Guerra Fría.
Los soviéticos habían destinado miles de millones de rublos en ayuda militar y económica para Afganistán desde los años cincuenta y habían cultivado estrechos vínculos con los líderes nacionales. A pesar de esta inyección de capital foráneo, en los años setenta Afganistán continuaba siendo una sociedad tribal, de carácter esencialmente medieval. El noventa por ciento de sus diecisiete millones de residentes eran analfabetos. El ochenta y cinco por ciento de la población vivía en zonas rurales montañosas y carentes de infraestructuras, en las que subsistían como agricultores, pastores o comerciantes nómadas. La abrumadora mayoría de estos residentes rurales, empobrecidos y carentes de educación, no respondía ante la autoridad central de Kabul, con la cual apenas tenían contacto y de la que casi no recibían asistencia tangible, sino ante los mulás locales y los ancianos de las tribus. Gracias a la progresiva influencia de Moscú, no obstante, ciertas vías de modernización claramente marxistas habían comenzado a asentarse en algunas de las principales ciudades afganas.
La íntima relación de Afganistán con los soviéticos se originó bajo el liderazgo del primer ministro Mohamed Daud Jan, un pastún de carnosas mejillas y cabeza afeitada que fue nombrado para el cargo en 1953 por su primo y cuñado, el rey Mohamed Zahir Sah. Diez años más tarde, Daud se vio obligado a dimitir tras lanzar una breve y desastrosa guerra contra Pakistán, pero en 1973 se hizo con el poder mediante un golpe de estado sin violencia, depuso al rey Zahir y se declaró primer presidente de la República de Afganistán.
Una ferviente subcultura de intelectuales marxistas, trabajadores cualificados urbanos y estudiantes había enraizado por entonces en Kabul, decidida a llevar a su país al siglo XX, protestando si era necesario. El presidente Daud —vestido con trajes italianos confeccionados a mano— apoyó este giro hacia la modernidad secular siempre y cuando no amenazara su posición en el poder. Bajo su presidencia, las mujeres tuvieron oportunidad de recibir educación y sumarse al mercado laboral. En las ciudades, comenzaron a aparecer en público sin burka e incluso sin pañuelo. Muchos hombres del entorno urbano cambiaron sus tradicionales salwar kamizes por la indumentaria propia de los negocios en Occidente. Estos urbanitas seculares colmaban la militancia de base de una organización política marxista conocida como el Partido Democrático Popular de Afganistán, el PDPA.
Los soviéticos fueron aliados de Daud en el impulso por modernizar Afganistán, al menos inicialmente. La ayuda moscovita continuó respaldando la economía y el Ejército, y gracias a un acuerdo firmado por Daud, todo oficial afgano viajaba a la Unión Soviética para recibir entrenamiento militar. Sin embargo, Daud caminaba sobre una peligrosa cuerda floja. Si bien agradecía los rublos soviéticos, el entonces presidente era un apasionado nacionalista que no tenía deseo alguno de convertirse en marioneta del líder soviético, Leonid Brézhnev. Y aunque Daud estaba comprometido con la modernización de la nación, quería avanzar con suficiente lentitud como para evitar provocar a los mulás islamistas que controlaban el interior del país. Al final, desafortunadamente, sus políticas lograron apaciguar a pocos y terminaron por suscitar el antagonismo de casi todos, especialmente de los soviéticos, la izquierda urbana y los barbudos fundamentalistas de las áreas rurales.
En los comienzos de su presidencia, Daud se comprometió a reformar el gobierno y promover las libertades civiles. Apenas asumido el cargo, no obstante, comenzó una política de mano dura contra todo aquel que mostrara resistencia a sus decisiones. Cientos de rivales de todo el espectro político fueron arrestados y ejecutados, desde los líderes tribales enfrentados a la modernidad en provincias lejanas a la capital, hasta los comunistas urbanos del PDPA que habían inicialmente apoyado la llegada al poder de Daud.
Durante milenios, la iniciativa política en Afganistán había sido con excesiva recurrencia sinónimo de caos. El 19 de abril de 1978, el funeral por un conocido líder comunista, cuya muerte fue considerada resultado directo de las órdenes de Daud, derivó en una furiosa manifestación de protesta. Organizada por el PDPA, hasta treinta mil afganos se lanzaron a las calles de Kabul para mostrar su rechazo al presidente Daud. Siguiendo el patrón habitual, Daud reaccionó con excesiva fuerza, lo que solo logró enconar aún más a los manifestantes. La mayoría de las unidades del Ejército, que percibieron un cambio trascendental en la orientación política, se desvincularon de Daud y se aliaron con el PDPA. El 27 de abril de 1978, aviones de combate MiG-21 de la Fuerza Aérea Afgana ametrallaron el Palacio Presidencial, en el que estaba instalado Daud con mil ochocientos miembros de su guardia personal. Aquella noche las fuerzas opositoras tomaron el palacio en plena lluvia de balas. Cuando amaneció la mañana siguiente y se desvaneció el ruido de las armas, Daud y su familia al completo habían muerto y las calles que rodeaban el palacio estaban cubiertas con los cadáveres de dos mil afganos.
Los comunistas del PDPA asumieron inmediatamente el poder y rebautizaron el país República Democrática de Afganistán. Apoyado por la Unión Soviética, el nuevo Gobierno maniobró sin descanso para lograr el control de todo el país. Durante los primeros veinte meses de mandato del PDPA, veintisiete mil opositores políticos fueron detenidos y transportados a la infame prisión de Pul-i-Charji, en las afueras de Kabul, donde se procedería a su ejecución sumaria.
Llegados a este punto, la violencia había generado un éxodo masivo de afganos hacia tierras extranjeras. Puesto que los señalados por el PDPA solían ser mulás influyentes o miembros de las clases intelectuales y profesionales urbanas, muchos de los refugiados que buscaron asilo provenían de los escalafones superiores de la sociedad afgana. Dos años antes del nacimiento de Pat Tillman en Fremont, los afganos comenzaron a llegar en tropel a la ciudad donde el futuro deportista de élite vendría al mundo.
De vuelta en Afganistán, la brutalidad del PDPA incitó una insurrección de base que rápidamente derivó en un estado incontestable de guerra civil. Al frente de la rebelión estaban los soldados de la guerra santa musulmana, los muyahidines afganos, quienes lucharon contra los infieles comunistas con tal ferocidad que, en diciembre de 1979, los soviéticos enviaron a Afganistán 100.000 soldados para sofocar la rebelión, sostener al PDPA y proteger, en la dialéctica de la Guerra Fría, sus intereses en la región.
Naciones de todos los rincones del planeta criticaron con dureza la incursión de los soviéticos. Los más airados reproches provenían de Estados Unidos. El presidente Jimmy Carter, al manifestar su conmoción e indignación por la invasión, la calificó de «la más grave amenaza para la paz desde la Segunda Guerra Mundial», por lo que impuso en primer lugar un embargo comercial y posteriormente el boicot de los Juegos Olímpicos de Moscú 1980.
Sin embargo, la justificada indignación de Carter era poco menos que cínica. Si bien el Gobierno estadounidense defendía lo contrario en sus declaraciones oficiales, la CIA había comenzado a comprar armas para los muyahidines al menos seis meses antes de la invasión soviética, un apoyo clandestino que no tenía como objetivo disuadir a Moscú, sino funcionar como provocación. Según el consejero de Seguridad Nacional de Carter, Zbigniew Brzezinski, la intención al armar a los afganos era estimular suficiente desorden en el país como «para inducir una intervención militar soviética». Brzezinski, el más aguerrido soldado de l...

Índice

  1. Portadilla
  2. Créditos
  3. Cita
  4. Autor
  5. Contenido
  6. Dramatis Personae
  7. INTRODUCCIÓN
  8. DONDE LOS HOMBRES ALCANZAN TODA GLORIA
  9. PREFACIO
  10. PRÓLOGO
  11. PRIMERA PARTE
  12. SEGUNDA PARTE
  13. TERCERA PARTE
  14. CUARTA PARTE
  15. QUINTA PARTE