Una nueva imagen de Dios y del ser humano
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Una nueva imagen de Dios y del ser humano

  1. 80 páginas
  2. Spanish
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Información del libro

Este libro pretende facilitar -con un lenguaje nuevo, no una simple operación de maquillaje del lenguaje anterior- un pensamiento original capaz de dar respuesta al momento que vivimos y de hacernos avanzar hacia una humanidad nueva.

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Información

Editorial
PPC Editorial
Año
2013
ISBN
9788428826228
Categoría
Theology
1

LA IMAGEN DE DIOS

Laia de Ahumada: Angela, a menudo afirmas en tus libros que es posible hablar de Dios y del ser humano con palabras e imágenes diferentes. Pero, ¿es realmente necesario cambiar la imagen que tenemos de Dios?
Angela Volpini: Aunque he estudiado mucho, yo no tengo ningún título universitario. Cuando me expreso, lo hago desde la experiencia que he vivido, que me ha permitido conocer una imagen de Dios diferente de la que tiene la mayoría de las personas. Poder comunicarla es para mí un placer. En comparación con otras épocas de la historia, actualmente la humanidad está viviendo un momento muy importante, porque existe un nivel de conciencia considerablemente elevado. Sin embargo, me doy cuenta de que ello no implica que las personas sean más capaces de renovar su vida. Y creo que esto sucede porque tenemos una imagen errónea de Dios y del ser humano, contraria a lo que realmente son.
En mi experiencia, Dios es amor y creación, no un juez omnipotente; y los seres humanos, que son objeto del amor de Dios, son unas criaturas maravillosas, con todas las posibilidades. ¡Dios se ha enamorado de los seres humanos! Que él se haya enamorado de nosotros significa que somos muy valiosos. Si es así, entonces, ¿por qué no nos enamoramos nosotros también unos de otros?
Esta es mi experiencia, y por eso quiero comunicar lo que yo he vivido: para dar esperanza de cara al futuro. Tenemos que aprovechar el elevado nivel de conciencia que tiene la humanidad actualmente para modificar nuestra manera de vivir, para cambiar la imagen que tenemos de Dios y de nosotros mismos.
Laia de Ahumada: El Génesis nos dice que estamos hechos a imagen y semejanza de Dios. ¿Cómo es ese Dios y de dónde debemos partir para conocerlo: de Dios o del ser humano?
Angela Volpini: Yo creo que hay que partir del ser humano. Durante toda mi vida me ha interesado mucho escuchar a las personas y saber qué es lo que verdaderamente quieren, cuál es su deseo profundo. Y he descubierto que en el deseo profundo del ser humano, en su exigencia fundamental de ser, es donde se encuentra la imagen de Dios, el fundamento de nuestra humanidad, que es desear el bien, el amor, la paz, todo lo bueno a lo que hemos dado palabra. Este sentimiento lo tienen todas las personas, aunque no se acaben de creer que lo puedan realizar en la tierra. Mi experiencia me dice que aquello que se encuentra en nuestro deseo profundo es nuestra posibilidad, y que tenemos que intentar realizar esta posibilidad, porque, si no, la vida no tiene ningún sentido. Cuando ponemos en el centro este deseo de amor y nos identificamos con él, nos abrimos al amor, y entonces no tenemos ninguna dificultad para comprender a Dios, porque vivimos su vida.
Para llegar a Dios es importante que uno empiece conociéndose a sí mismo en su profundidad y en su propio deseo, porque, si no parte de ahí, puede suceder que el Dios al que llegue sea un ídolo en lugar del Dios verdadero.
Teresa Forcades: Angela, lo que antes has dicho como si nada yo creo que es muy importante. Has afirmado: «Si Dios se ha enamorado de la humanidad, del ser humano...». Y yo he pensado: «Entonces nosotros nos enamoramos de Dios». Pero no has dicho esto, sino: «Si Dios se ha enamorado del ser humano, ¿cómo podemos nosotros no enamorarnos unos de otros?». Me gustaría que nos lo aclararas un poco.
Angela Volpini: Mira, si yo me siento amada, es natural que devuelva este amor. Amar a Dios, que me ama, es fácil, pero amar a los otros, que a veces no me corresponden –o que incluso están en contra de mí–, ya no lo es tanto. Lo más difícil es amar lo que el enamorado ama. Yo me he sentido amada y he experimentado claramente que, del mismo modo que me ama a mí, Dios ama a todos los demás seres; son su creación y está enamorado de ella. No es fácil amar como lo hace Dios, porque él me ama tal como soy, y me deja ser quien soy. Es muy importante comprender que el amor verdadero no solo es estima, sino también reconocimiento de que el otro es otro, diferente de mí; es valorarle al otro su diferencia y darle la libertad de ser quien quiere ser. Y no solo valorarle su diferencia, sino también comprender que es en la diversidad donde se halla la riqueza de amar.
La plenitud es la posibilidad de poner en común la radical diferencia de cada uno. Es dar al otro lo que solo tengo yo y que, si no quiero darlo, nadie me lo puede quitar. Es curioso constatar que, cuando las personas se sienten reconocidas, se abren al amor, y entonces la comunicación fluye. Pero los seres humanos tenemos una forma de amar que más que amor es posesión: no reconocemos el derecho de los demás a ser diferentes de nosotros. Vivirlo de ese otro modo es una riqueza a la que yo me refiero como mi infinitud. No es un camino fácil, pero enseguida comprendí que tenía que amar a los demás del mismo modo que Dios me ama a mí: no me posee, sino que me reconoce el derecho radical a ser yo misma.
Laia de Ahumada: Si Dios es todo eso que tú dices, Angela, ¿por qué a lo largo de los siglos se han empeñado en presentarnos un Dios contrario al amor, casi un déspota?
Angela Volpini: Esta pregunta es difícil de responder, porque es muy compleja. Creo que darle a Dios un rostro de omnipotencia es proyectar fuera de nosotros el deseo infinito de amor que tenemos en nuestro interior, es delegar en él lo que tenemos que realizar cada uno de nosotros; por eso hemos pensado en él como si fuera omnipotente y lo imaginamos solucionando nuestros problemas. Dios es omnipotente en el amor y en la creación, pero nuestros problemas los tenemos que resolver nosotros mismos. Esta es nuestra tarea; si no, ¿qué hacemos aquí?
Teresa Forcades: Antes te has referido a una cosa fundamental: has comentado que la manera en que se experimenta a Dios es experimentando el amor humano. Y has dicho lo mismo que dijo Jesús: «Si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa vais a tener?» (Mt 5,46). Así es el amor de Dios: un amor creador. No se puede llegar a decidir que se va a amar de ese modo mediante imperativo categórico alguno. Solo se puede hacer porque sí, porque yo me he sentido amada, porque quiero. Es una trampa pensar que, tal como Dios me ama, yo tengo que amar a los demás, puesto que si no lo hago me castigará. Eso sería una obligación, un trato mercantil que acabaría con la dinámica del amor. Cuando me aman gratuitamente, me quieren tal como soy, y yo no tengo que hacer nada; pero el acto de amor me ayuda a entrar en contacto con mi libertad profunda, y entonces yo decido de qué modo quiero vivir, qué quiero hacer. Es un amor que llega y hace que te detengas y tomes conciencia. En el Evangelio estaría representado por la anunciación a María: María recibe una llamada, se detiene y contesta que sí –aunque también podría haber contestado que no–. Que aparezca esta escena es sorprendente, porque, en aquella época, los matrimonios no se acostumbraban a concertar de este modo. En el siglo I –y no solamente en Palestina, sino también en general en todo el mundo antiguo–, el matrimonio era un contrato entre dos varones: el padre de la muchacha y el futuro esposo. Y desde el código de Hammurabi este contrato lo firman dos varones. En este contexto cultural, pues, es extraordinario que tengamos un pasaje evangélico donde Dios habla a la humanidad –en concreto a María– y espera; esta espera es un acto de reconocimiento de una libertad profunda. Y es que, si Dios es amor, no hay ninguna otra forma de hablar: «Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo» (Ap 3,20). Esta es la relación de Dios con nosotros, con este carácter de libertad.
Laia ha preguntado: «Entonces, ¿por qué ese Dios déspota?». En efecto, si Dios es amor y si, cuando oímos hablar de él, sucede algo en nuestro interior –del mismo modo que les sucedió, de un modo particular, a María y a Isabel cuando se encontraron y la vida de Dios mismo saltó en su vientre–, entonces, ¿de dónde sale ese Dios déspota? Yo tampoco lo sé; como ha dicho Angela, se trata de una respuesta complicada, pero en algún punto de esta complejidad veo que no podemos hablar de Dios de manera diferente a como vivimos la relación entre las personas; es decir, que si yo hablo de un Dios que es amor no puedo tratar despóticamente a las personas. Por consiguiente, el auténtico reto es de qué manera nos relacionamos entre nosotros. Si el más inteligente domina al menos inteligente y el que tiene más dinero nos domina a todos, pues eso se tiene que legitimar con un Dios que también actúe así, porque, si no, se nos ve el plumero. El reto es que nuestras estructuras familiares, eclesiásticas, sociales, políticas y económicas tienen que cambiar, y ello nos da miedo.
En otro pasaje del Evangelio –anterior a su pasión y muerte–, Jesús ruega por nosotros y pide hasta cuatro veces distintas algo que es su testamento espiritual, todo lo que le desea a la humanidad: «Para que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti» (Jn 17,21), o sea: «Que se amen como nosotros nos amamos». Y en el evangelio de Juan y en toda la teología posterior, la manera en que se aman el Padre y el Hijo en la Trinidad es en el Espíritu, y el Espíritu es un amor extático, hacia afuera. Está claro que se aman el uno al otro, pero tiene que ser un amor que salga hacia afuera, que vaya a buscar lo que todavía está lejos, porque es un amor que no puede descansar hasta que no estén o no estemos todos en él.
En una experiencia personal, Dios se comunica con cada uno de nosotros de forma personal. La de Angela es extraordinaria por la aparición de María y la relación que tuvo con ella, pero lo más importante no es quién se nos aparece, sino que la persona comprenda que Dios le está hablando directamente en un lenguaje comprensible. El reto es cómo se vive todo esto en una relación horizontal, porque el Nuevo Testamento dice: «Quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve» (1 Jn 4,20).
En este sentido quisiera compartir una experiencia de oración que tuve durante unos ejercicios espirituales en los que me propusieron que meditara sobre una escena evangélica, que tomara parte en ella y me dejara llevar por la intuición profunda y la inspiración de Dios. No se trataba de razonar, sino de hacer un ejercicio de imaginación. La escena sobre la que medité era la del lavatorio de los pies (Jn 13). En mi imaginación, Jesús se quitó el manto, se ciñó una toalla y se arrodilló para lavarme los pies. La experiencia profunda que tuve fue sentir que yo no era digna de que él me lavara los pies. Hasta aquí, todo bien. Pero mi imaginación fue más allá: después de lavarme los pies a mí, Jesús se levantó y se fue a lavar los pies a una persona que a mí no me ...

Índice

  1. Portadilla
  2. Prólogo, de Laia de Ahumada
  3. 1. La imagen de Dios
  4. 2. La creación
  5. 3. La infinitud
  6. 4. La muerte
  7. 5. El sufrimiento
  8. 6. El amor
  9. 7. La plenitud
  10. 8. El pecado
  11. Conclusión
  12. Breve currículo de las autoras
  13. Contenido
  14. Créditos