Los Tinoco 1917-1919
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Los Tinoco 1917-1919

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Los Tinoco 1917-1919

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El régimen de facto de Federico Tinoco, legalizado después por elecciones y reconocido por la Asamblea Constituyente, fue denominado por el pueblo con el nombre de Los Tinoco. Se designaba así al Presidente y a su hermano Joaquín, Ministro de Guerra, mano derecha suya en particular y del Gobierno en general. El autor respetó esa expresión popular en esta obra, en la que ambos personajes son los principales protagonistas de la intrigante trama histórica. Por otra parte, el tema central del ensayo se enmarca en la Costa Rica de los años de ese gobierno: 1917 a 1919.Esta obra obtuvo el Premio Editorial Costa Rica en Biografía de 1979.

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Información

Capítulo IV
Revolución sobre rieles
Conspiradores
Varios planes tramaron los conspiradores para derrocar al gobierno. El primero de estos se pensó llevarlo a cabo el 25 de diciembre de 1917. Contaban los rebeldes con apagar el alumbrado eléctrico de la capital y desconectar el agua la noche de Navidad. Después, saldría para Alajuela el diputado Fernández Güell con 25 hombres decididos a todo.
En aquella ciudad, Raúl Acosta tendría preparada una fiesta. Entre los invitados se encontraría el primer comandante de Plaza, a quien harían preso para tomar luego el cuartel que sería entregado por una persona, cuyo nombre en 1919 se guardó nuestra fuente de información.
Al mismo tiempo, se iniciaría un movimiento envolvente en el cual tomarían parte Roberto Bonilla, Julio Alvarado, Otoniel Brenes, Hernán y Próspero Fernández Güell, como jefes, más otros amigos comprometidos.
Como se daba por descontado que la Rural, cuerpo de policía de confianza de los Tinoco, sería llamada de inmediato a custodiar la Casa Presidencial, el foco de la insurrección estaría allí.
Los conspiradores creían contar con 22 miembros de la Rural y a estos –pensaban– se les unirían fácilmente otros 60. Solo quedaban unos pocos nicaragüenses a quienes no se les había dicho nada y el jefe, Samuel Santos, cuñado de Fernández Güell. Pero el plan se descubrió.
Un día en Puntarenas fue capturado un individuo que traía unas candelas de dinamita por encargo de Víctor Manuel Castro, hombre de confianza de Rogelio Fernández Güell y ya sospechoso de la policía. Castro cayó en poder de las autoridades y le fue encontrada una libreta con todos los nombres de los conjurados, armas entregadas y otros datos igualmente comprometedores.1
El segundo plan consistía en hacerse fuertes en San Cristóbal o cualquier otro punto del cantón de Tarrazú y resistir, hasta que el movimiento se generalizara en el resto del país. En caso de fracasar se retirarían por El General.2
Aunque este plan también pudiera parecer bastante absurdo, no deja de tener alguna similitud con el que siguieron las fuerzas que a la postre resultaron victoriosas en la guerra civil de 1948.
Otro autor, el doctor Antonio Álvarez Hurtado, quien participó en la revolución del Sapoá, señala como el primer complot de los revolucionarios, que finalmente fue delatado, dar un golpe en la provincia de Guanacaste, donde era más fácil allegar armas. Según esta versión se encargó al general Rudesindo Guardia junto con Teodoro Álvarez, Vicente Cantero Hoyos y otros, dar el grito de rebelión en Las Cañas, Abangares y Bagaces, y continuar con el ataque a la plaza de Liberia, mientras que en Santa Cruz y Nicoya el doctor Álvarez Hurtado sería el encargado de reclutar efectivos, todo de acuerdo con la invasión por Panamá que preparaban los Volio.3 Llama la atención que Álvarez Hurtado cite a Rudesindo Guardia, cuñado de los Tinoco e inicialmente muy apegado a ellos.
Proceso por tentativa de rebelión
Mientras tanto, el juzgado militar, a cargo de Enrique Cordero, iniciaba un proceso por rebelión, ya con alguna base cierta.
En el Boletín Judicial del 11 de febrero de 1918 se publicó un exhorto citando y emplazando con diez días de término y bajo los apercibimientos legales, a Luis Castro Ureña, Juan A. Gómez, José Albertazzi Avendaño, Marino Meneses Caamaño, Próspero Fernández Güell, Ernesto Machado Lara, Juan y Otoniel Monge y Ricardo Rivera, “quienes se han ausentado de esta ciudad sin saberse su paradero, para que dentro de ese término se presenten a este despacho a rendir su declaración indagatoria en la sumaria que contra ellos y otras personas instruyo por el delito de tentativa de rebelión”.
En igual forma se citaba y emplazaba a continuación a Otoniel Brenes, comerciante y vecino de Santa Ana.4
Santa Ana era uno de los pueblos donde contaba con más adeptos la causa revolucionaria. Otoniel Brenes Rojas, un comerciante, Enrique Fonseca Zúñiga y Alberto Zamora Ulloa, agricultores, eran los jefes del movimiento en esa localidad.
Otoniel Brenes, a raíz de la detención de Castro, fue perseguido por la policía, pero con la ayuda de sus otros dos compañeros, pudo enterrar las armas y huir.
Este fracaso de la policía originó el reemplazo del jefe político, Juan Carranza, por el teniente coronel Jesús Jiménez Umaña.5
Entre el 10 y 15 de febrero, Fonseca fue llamado a San José por intermedio de José Raventós, para celebrar una entrevista con Rogelio Fernández Güell. En esa reunión se ultimaron los detalles de la revolución.
Fernández Güell se había escondido en un rancho en las montañas de Patarrá. Después se refugió en casa de Ezequiel Álvarez, en la carretera a Heredia. Dos meses permaneció allí, con toda la reserva del caso, pero informándose a diario de la situación por su secretario, Víctor Manuel Castro, quien recogía los informes en la cantina “La Favorita”, de boca de su propietario, José Raventós, uno de los más activos agentes de la revolución.
Una noche se aventuró don Rogelio a salir de su escondite para entrevistarse con José Raventós en casa de su primo, Tomás Soley Güell.
La reunión se prolongó hasta las once de la noche, cuando salió don Rogelio en un automóvil. Dos minutos después cayó en la casa la rural al mando de Alberto Araya (Petrita), quien apresó a Soley y siguió tras la pista del auto en que viajaba Fernández Güell, lo que no era difícil en vista de los pocos vehículos que había en esa época.
Fernández Güell llegó a su casa, saludó a su familia y huyó saltando tapias hasta alcanzar la residencia de un ciudadano español de apellido Penón.
Del brazo de la señora Penón atravesó la ciudad hasta llegar a la casa del doctor Figueres. El doctor se trasladó con él en automóvil a Curridabat, donde vivía el presbítero español Ramón Junoy. Allí permaneció don Rogelio quince días a la espera de noticias de los revolucionarios que estaban en Panamá; pero temiendo ser descubierto y no dando señales de vida los Volio, llamó a José Raventós y le encargó avisar a sus amigos que el viernes 22 de febrero darían el golpe.6
Fernández Güell, impacientado ante la falta de noticias de los revolucionarios que estaban fuera del país, se decidió temerariamente a lanzarse prácticamente solo a la revolución.
El primer alzamiento contra la dictadura
El 21 de febrero, al ser la una de la tarde, salieron dos sacerdotes a caballo de Curridabat: el padre Junoy y el padre Emilio Miró –quien no era otro más que Rogelio Fernández Güell con sotana– rumbo a Desamparados. Pasaron luego a Alajuelita y de allí partieron para Santa Ana, punto clave de la conspiración, adonde llegaron al ser las cinco de la tarde. En la Casa Cural los recibió el padre Manuel Zavaleta, el cura de la parroquia y ardiente revolucionario. Se mandó a avisar a los vecinos comprometidos. ¡La hora de la revolución se acercaba!
Raventós les había dado a cada uno de los conjurados un revólver con unas pocas balas y el santo y seña. Los comprometidos encontrarían un viejo al pie de la cuesta antes de llegar a Santa Ana. Allí le darían el santo: “Delta”.
Este hombre los enviaría a la casa de los Zamora que estaba a la entrada de la población y era la segunda, a la izquierda. Una vieja casa solariega, rodeada de jardines y tapias de adobe, escoltada por corpulentos higuerones. A la entrada de la mansión, a otro guardián le debían dar la seña: “Pathe”. Luego serían conducidos a la presencia del jefe.
Los hombres fueron llegando. Se esperaba a Gómez y demás compañeros de Escazú y a Otoniel Brenes. Como no llegaban, cerca de la medianoche, don Rogelio decidió partir sin ellos, sintiendo la primera decepción.
Eran solo 17. Como tenían 16 uniformes de rurales que había confeccionado el sastre Joaquín Porras, este partió con su traje negro de casimir.
Fernández Güell, antes de marchar a la aventura, los arengó con su acostumbrada elegancia oratoria, desplegando una bandera tricolor. Los revolucionarios juraron su adhesión a la causa.
El plan era muy audaz: tomar por sorpresa el puerto de Puntarenas, pero antes tendrían que prender la guarnición que mantenía el gobierno en Río Grande. Evidentemente, don Rogelio contaba con que se le unirían a su movimiento otros grupos de alzados en armas en distintos lugares del país, lo que esperaba sería el preludio del alzamiento general del pueblo contra la dictadura. Es decir, la revolución.
Estos eran los 16 compañeros de Fernández Güell: Ricardo Rivera, Jeremías Garbanzo, Joaquín Porras, Salvador Jiménez, Rodolfo Vargas, José M. Granados, Noé Alfaro, Moisés García, Gerardo Molina, Humberto Rojas, José Vargas, Marcial Sojo, Domingo Rivera, Abel Paniagua, Carlos M. Guido y Alberto Jiménez.
Guiados por Alberto Zamora y Rafael Fonseca Zúñiga, salieron de la población doblando hacia “Los Pozos”, camino a San Antonio de Belén. Como a las tres de la mañana llegaron al puente sobre el río Virilla.
Mientras tanto, Orontes Gutiérrez Rivera, superintendente del Ferrocarril en Barranca, llegó a los patios d...

Índice

  1. Cubierta
  2. Inicio
  3. Prefacio a la tercera edición
  4. Agradecimientos
  5. Introducción
  6. Capítulo I. Los patricios también se equivocan
  7. Capítulo II. La Constitución del 17 fue obra de grandes señores, pero…
  8. Capítulo III. Por caminos inciertos
  9. Capítulo IV. Revolución sobre rieles
  10. Capítulo V. ¡Quijotes en acción, Jesucristos en el martirio!
  11. Capítulo VI. Inquisición peliquista
  12. Capítulo VII. Días de angustia y desesperanza. Entretanto, en Nicaragua
  13. Capítulo VIII. Invasión, derrota y pesimismo
  14. Capítulo IX. La rebelión de los maestros y los estudiantes
  15. Capítulo X. El mártir de La Cruz
  16. Capítulo XI. La mano del destino
  17. Capítulo XII. ¿Quién mató al General?
  18. Capítulo XIII. ¿Qué nos dejó la administración Tinoco?
  19. Capítulo XIV. A manera de epílogo. Washington exige
  20. Créditos