CAPÍTULO 1
LA MADRE DE JESÚS
Resulta imposible conocer a Jesús sin conocer a su madre, la Virgen María, pues entre madre e hijo existe una estrechísima unión psicológica. De ella decía el doctor Marañón (1887-1960): “No es posible iniciar la biografía del hombre en el punto, biológicamente accidental, de su nacimiento […] Si la convivencia intima de unos meses con otro ser humano cualquiera que este sea, deja en nosotros huellas que no se pueden borrar jamás, aun cuando nuestra conciencia lo olvide […] pensemos de qué calidad y de qué hondura serán los surcos que graba en nuestra anatomía y en nuestra alma la intimidad religiosa y ferviente con nuestra madre durante el tiempo en que vivimos de la propia sangre suya y en la que la más tenue de sus emociones se propaga a nuestro corazón”. Aunque su ascendencia no figura en los evangelios canónicos, el Pseudoevangelio de Mateo I, 1-2 afirma que tanto Joaquín como Ana, padres de María, eran de estirpe davídica, y en el Libro sobre la Natividad de María I, 1 se lee: La bienaventurada y gloriosa siempre virgen María descendía de estirpe regia y pertenecía a la familia de David ... Era nazaretana por parte de su padre y betlemita por la de su madre. Por su parte, San Agustín también afirma su parentesco con las estirpes davídica y sacerdotal: “¡Cuánto menos debemos dudar de que María misma tuvo algún parentesco con la estirpe de David! Tampoco Lucas calla la estirpe sacerdotal de dicha mujer al insinuar que era pariente de Isabel, de la que afirma que era de las hijas de Aarón” (Concordancia de los Evangelistas II, 2). Por necesidad y por devoción, la Santísima Virgen ha de protagonizar el primer capítulo de esta obra, en el que me ocuparé fundamentalmente de la Anunciación. Este hecho, narrado solamente por Lucas (1, 26-38), origina uno de los pasajes evangélicos más hermosos y entrañables. Parte de su inagotable riqueza ya ha sido expuesta de manera sin igual por los comentaristas y exégetas a lo largo los siglos. Pero, como quiera que el adagio mariológico declara “de Maria nunquam satis” (de María nunca se dice lo bastante), me voy a permitir aportar mi pequeña contribución. Empezaré por dedicar un apartado a los ángeles, seguiré con la situación personal de María en aquel momento, pasaré luego a las concomitancias que existen entre la Anunciación de Gabriel a María y la aparición del Ángel del Señor a Gedeón (Jueces 6, 11-25), continuaré con el matrimonio de María y terminaré con un apartado sobre la cronología del episodio.
1.- LOS ÁNGELES EN LA TRADICIÓN JUDÍA
La presencia de ángeles no constituye una rareza en la Biblia, pero conviene hacer una importante precisión: cuando en los textos más antiguos aparecen las expresiones Ángel del Señor (Génesis 16, 7; 22, 11; Éxodo 3, 2; Jueces 2, 1; passim) o Ángel de Dios (Génesis 21, 17; 31, 11; Éxodo 14, 19; Números 22, 31; Jueces 13, 6-20; passim), por lo general la referencia es a Dios mismo que se dirige a los humanos en situaciones extremas, como a Agar que huye con Ismael por el desierto, a Abraham dispuesto a sacrificar a Isaac, a Balaam para disuadirle de maldecir a Israel o al estéril Manoah para anunciarle el nacimiento de su hijo Sansón. A veces parece que los propios textos vacilan. Es el caso, por ejemplo, del misterioso ser que lucha contra Jacob, llamado ’Elohim (Dios) en Génesis 32, 24-31 y Mal’akh en Oseas 12, 5. No obstante, en algún pasaje la expresión se aplica al ejecutor de las sentencias divinas, como en Éxodo 12, 23 al encargado de exterminar a los primogénitos de Egipto. Para el propósito de este capítulo interesan algunos textos en que los términos ángel (mal’akh) o querubín (kerub) designan inequívocamente a un espíritu superior que se relaciona de un modo u otro con los seres humanos; menor importancia tiene para este escrito la mención de otros grupos de ángeles como los sherafim (serafines) que custodian el trono de Dios en Isaías 6, 2 y 6, 6; de los bené ’elohim o bené ’elim (hijos de dioses = seres divinos citados en Génesis 6, 2 y Job 1, 6), o de los qedoshim (santos, nombrados en Salmos 89, 8 y Job 5, 1). En los siguientes pasajes del Antiguo Testamento aparecen mal’akhim o kerubim:
- Tras la caída de Adán y Eva, unos querubines de espada flamígera hacen guardia en el camino del Árbol de la Vida (Génesis 3, 24).
- En su huida de Esaú hacia Mesopotamia, Jacob sueña con una escala por la que suben y bajan los ángeles de Dios (Génesis 28, 12).
- Elías es despertado, confortado y aprovisionado por un ángel (I Reyes 19, 5).
- Los jóvenes Sadrak (Ananías), Meshak (Azarías) y Abed Nego (Misael) son liberados del horno de fuego milagrosamente por un ángel de Dios (Daniel 3, 25-28).
- Gabriel se le aparece con forma humana a Daniel (8, 15-16 y 9, 21).
- Un ángel guía al profeta Zacarías en sus visiones (Zacarías 1, 9; 2, 2; passim).
En el Nuevo Testamento tampoco faltan las apariciones de los ángeles:
- A José en sueños para animarle a acoger a María y para apremiarle a que huya con ella y con el niño Jesús a Egipto (Mateo 1, 20; 2, 13-19).
- A Zacarías para profetizarle el nacimiento de su hijo Juan Bautista (Lucas 1, 11-20).
- A María en la Anunciación (1, 26-38).
- A los pastores de Belén para comunicarles el nacimiento de Jesús (Lucas 2, 9-14).
- A Jesús tras las tentaciones del desierto (Mateo 4, 11); en la transfiguración (Mateo 17, 3 y Lucas 9, 30-31); y en su agonía de Getsemaní (Lucas 22, 43).
- A las santas mujeres en la tumba de Jesús para transmitirles el gozo de su resurrección (Mateo 28, 2-5; Marcos 16, 5-7; Lucas 24, 23; Juan 20, 12).
- A los Apóstoles en la Ascensión (Hechos 1, 10-11).
- A Pedro y Juan en la prisión (Hechos 5, 19).
- Al diácono Felipe en su camino a Samaria (Hechos 8, 26).
- Al centurión Cornelio en un sueño (Hechos 10, 3-32).
- A Pedro en la cárcel (Hechos 12, 7-11).
- A Pablo camino de Damasco (Hechos 27, 23).
- A Juan en la isla de Patmos (Apocalipsis 1, 1; 5, 2; passim)
La angelología judía se desarrolló durante la época intertestamentaria y es conocida sobre todo gracias a la literatura apócrifa. Tiene influencias sirocananeas y persas. También Jesús se refiere a los ángeles de Dios en Mateo 18, 10; Marcos 8, 38; Juan 1, 51; passim. En el Antiguo Testamento judío sólo aparecen nombrados Miguel y Gabriel, mientras que en el deuterocanónico libro de Tobías se menciona reiteradas veces a Rafael, el cual afirma ser uno de los siete ángeles que asisten y entran ante la gloria del Señor (Tobías 12, 15). Los nombres de los seis restantes, algunos de los cuales se conocen por otros libros apócrifos, son: Uriel, caudillo de la hueste celestial y guardián del she’ol; Gabriel, guardián del paraíso; Miguel, guardián de Israel; Raguel, Sariel y Jeremiel. En el Henoc Hebreo 14-17 varían los nombres: Miguel, Gabriel, Shatqiel, Shajaquiel, Barakhiel, Badariel y Pajdiel. De Gabriel dice que es el ángel del fuego, el príncipe del ejército y el encargado del sexto cielo. Estos siete ángeles están cerca de Dios y son elegidos para cumplir tareas de trascendencia. El Libro Primero de Henoc incluye a tres de ellos en otro grupo de cuatro ángeles especiales, llamados Ángeles de la Presencia (Mal’akhé ha-Panim): Miguel, Gabriel, Rafael y Panuel, que ejecutaron el castigo dado por Dios los ángeles rebeldes que se unieron a las hijas de los hombres (vid. Génesis 6, 1-4). En el Testamento Hebreo de Neftalí aparece otro grupo de 60 ángeles que son los protectores de los 70 pueblos de la tierra, y reciben el nombre de Ángeles del Servicio (Mal’akhé ha-Sháret). En I Henoc 100 se menciona también a los ángeles guardianes, cuya principal función es supervisar las acciones de los hombres buenos. Algunos los identifican con los `irín (observadores) de Daniel 4, 10 y 14, 20. El Libro de los Jubileos II, 2 señala que los ángeles fueron creados el primer día, y ofrece una detallada división: En el primer día creó el cielo superior, la tierra, las aguas, todos los espíritus que ante Él sirven, los ángeles de la faz, los ángeles santos, los del viento de fuego, los ángeles de la atmósfera respirable, los ángeles del viento de niebla, de tiniebla, de granizo, de nieve y escarcha, los ángeles del trueno y los relámpagos, los ángeles de los vientos de hielo y calor, de invierno, primavera, verano y otoño. Por contra, en los Pirqé de Rabbí Eliézer IV, 1 se retrasa su creación hasta el segundo: El segundo día, el Santo, ¡bendito sea! creó el firmamento y los ángeles.
En el Nuevo Testamento se nombra a Gabriel en Lucas 1, 19. El propio ángel se identifica ante el incrédulo Zacarías diciéndole: “Yo soy Gabriel, que estoy delante de Dios, y he sido enviado a hablarte y darte esta buena noticia”. Miguel es mencionado en dos pasajes: Judas 1, 9 (El mismo arcángel Miguel, cuando luchaba con el demonio disputándole el cuerpo de Moisés, no se atrevió a echarle una maldición, sino que dijo: “Que el Señor te reprenda”) y Apocalipsis 12, 7 (Se entabló un combate en el cielo: Miguel y sus ángeles luchando contra el dragón).
El Talmud de Babilonia también se refiere a Gabriel. Entre otras cosas dice que:
- Junto con Miguel y Rafael iba con la misión divina de destruir Sodoma y Gomorra: Tres que iban andando por el camino, el señor en el medio, el grande a su derecha y el pequeño a su izquierda. Y así encontramos en los tres Ángeles del servicio que se llegaron a Abraham: Miguel en el medio, Gabriel a su derecha y Rafael a su izquierda (Yoma’ 37a) Así se sorteaban las dificultades exegéticas planteadas por el conflictivo pasaje de la aparición de Dios a Abraham en el encinar de Mambré;
- Ayudó a Tamar a seducir a Judá: Después de que se hallaran sus prendas, vino Samael y las alejó, vino Gabriel y las acercó (Sotah 10b sobre Génesis 38, 6-26);
- Enseñó a José las 70 lenguas del mundo: Dijeron los astrólogos del faraón: “¿A un esclavo al que compró su dueño por veinte monedas de plata lo vas a poner al frente de nosotros?” Les dijo: “Maneras reales veo en él”. Le replicaron: “Si es así, sea conocedor de setenta lenguas”. Vino Gabriel y le enseñó setenta lenguas (Sotah 36b);
- Enseñó la orfebrería a Moisés para que hiciera el candelabro del Tabernáculo (vid. Éxodo 37, 17-24): Dijo Rabbí Yohanán: “Gabriel estaba ceñido con una especie de banda y le mostró a Moisés la hechura del candelabro” (Menahot 29a);
- Es el hombre vestido de lino de los capítulos 9-10 de Ezequiel: Dijo Rabbí Simeón Hasida: “Si no se hubieran enfriado las pavesas de manos del querubín a manos de Gabriel, no habría quedado resto ni fugitivo de los enemigos de Israel, pues está escrito: `Y he aquí el hombre vestido de lino con el tintero en la cintura`” (Yoma’ 77a);
- Es el encargado de rescatar del horno de fuego a los tres jóvenes amigos de Daniel 3, 19-30: Expuso Rabbí Simeón de Shiloh: “En el momento en que el malvado Nabucodonosor arrojó a Ananías, Misael y Azarías al horno de fuego, se puso en pie Yurquemi, príncipe del granizo, ante el santo, ¡bendito sea! Le dijo: “Soberano del universo, bajaré, enfriaré el horno y salvaré del horno de fuego a esos justos”. Le dijo Gabriel: “No está la grandeza del Santo, ¡bendito sea!, en eso, pues tú eres príncipe del granizo y todos saben que el agua apaga el fuego. Mas yo soy príncipe del fuego; bajaré, enfriaré desde el interior y abriré un boquete desde el exterior, y haré un prodigio en medio de otro prodigio” (Pesahim 118a). En el versículo 25 del aludido texto bíblico se dice el rey que ve cuatro hombres que se paseaban libremente por el fuego, “y el cuarto tiene el aspecto de un hijo de los dioses.
2.- LA SITUACIÓN DE MARÍA EN EL MOMENTO DE LA ANUNCIACIÓN
¿Qué edad tendría María en el momento de la Anunciación? Para contestar esta pregunta hay que conocer el estatuto legal-religioso de las mujeres en el judaísmo. Así, una niña (yaldah) pasa a ser menor (qetannah) a los once años y un día. Según la Mishnah, en los seis primeros meses de su duodécimo año de vida ya es considerada núbil (na‘arah), porque le suelen aparecer las dos primeras muestras del vello púbico (Niddah VI, 11). A los doce años, seis meses y un día ya se la estima adulta (bogéret), como aparece en el Talmud de Jerusalén (Yebamot I, 2). Finalmente, al cumplir los trece años se convierte en mayor de edad (gedolah).
Una jovencita podía desposarse por imposición paterna siendo na‘arah, como figura en dos pasajes de la Mishnah: El padre tiene derecho sobre la hija en lo tocante a su casamiento (Ketubbot IV, 4); y El hombre puede prometer a su hija cuando es núbil personalmente o por medio de un procurador (Qiddushín II, 1). Sin embargo, los sabios del Talmud dispusieron que los padres no dieran en matrimonio a sus hijas de pocos años: Le está prohibido al hombre prometer a su hija cuando es menor; [debe esperar] hasta que crezca y diga: “Me gusta fulano” (Qiddushín 41a). También le era posible contraer matrimonio por su propia iniciativa siendo bogéret, siempre que hubiera alcanzado efectivamente la pubertad, como se desprende de este pasaje de la Mishnah (Qiddushín IV, 9): La prometió su padre por el camino y ella se comprometió por sí misma; y hete aquí que ella era bogéret.
Para los varones la edad mínima de desposarse era trece años y un día, la de su mayoría a efectos religiosos. Se aconsejaba retrasar algún tiempo su compromiso matrimonial, pero sin dejarles que llegaran a cumplir veinte años siendo solteros. En el Talmud de Babilonia (Qiddushín 29a) hay una frase taxativa a este respecto: Con veinte años de edad y no habiendo desposado a una mujer, todos sus días son transgresión. Por su parte, la Mishnah...