La fe explicada hoy
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La fe explicada hoy

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Información del libro

Completa explicación de la fe católica para lectores del siglo XXI, en lenguaje cercano y accesibleSiguiendo el estilo del gran clásico La fe explicada, escrito por Leo J. Trese y publicado también en Rialp, La fe explicada hoy ofrece un desarrollo accesible y cercano al lector del siglo XXI, en especial a estudiantes y lectores jóvenes.Dividido en seis partes, recoge las enseñanzas de la Iglesia desde siempre: qué verdades hay que creer, cómo las revela Dios, la moral cristiana, cómo orar y adorar a Dios, y qué es la persona humana.Incluye unas breves preguntas al final de cada capítulo, y textos de la Sagrada Escritura, del Magisterio de la Iglesia -en especial del Catecismo de la Iglesia Católica-, y de conocidos santos y escritores espirituales.

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Información

Año
2016
ISBN
9788432146015
Edición
1

TERCERA PARTE
La moral cristiana

Capítulo 19: La ley y la libertad
Capítulo 20: El pecado
Capítulo 21: La justicia
Capítulo 22: La conciencia
Capítulo 23: Adorar a Dios
Capítulo 24: El respeto al Nombre de Dios
Capítulo 25: Santificar el día de Dios
Capítulo 26: El honor debido a los padres
Capítulo 27: El respeto a la vida
Capítulo 28: El respeto al matrimonio
Capítulo 29: El respeto a la propiedad
Capítulo 30: El respeto a la verdad
Capítulo 31: Conservar la pureza del corazón y del alma

Capítulo 19
La ley y la libertad

Desde niños, a todos y cada uno, nuestras familias nos han exigido un buen comportamiento. Nuestros mayores nos han enseñado lo que está bien y lo que está mal. Para ello, han premiado de alguna forma que nos portáramos bien y han castigado nuestro mal comportamiento. A medida que nos hacíamos mayores, hemos ido aprendiendo más cosas sobre el bien y el mal. Por ejemplo, nos hemos enterado de que los países se rigen por leyes que sus ciudadanos están obligados a obedecer. En un momento determinado, hemos descubierto que también hay una ley de Dios.
Si hemos descubierto estas realidades de niños, probablemente a la vez ha surgido en nosotros la pregunta de por qué algunas leyes pueden cambiar y otras no. Hay leyes arbitrarias, como las que ponían nuestros padres: por ejemplo, la hora de volver a casa. En el fundamento de esas leyes no hay una realidad establecida por Dios, sino solamente una convención. Por eso, ese tipo de leyes es flexible. También lo son las normas de tráfico: conducir por la derecha o por la izquierda es totalmente arbitrario, pero necesario, porque necesitamos saber a qué atenernos cuando conducimos. Todos establecemos un acuerdo para circular por la derecha o por la izquierda; es imposible hacerlo por las dos a la vez. Se trata de un ejemplo de ley basada en la convención, que es arbitraria y puede cambiar.
Pero hay leyes que no son arbitrarias porque su fundamento es la naturaleza. Llamamos al conjunto de esas leyes «ley natural». Son las leyes que prohíben matar, secuestrar o robar. Son distintas de las leyes de tráfico, o de cualquier otra ley basada en la convención, porque permanecen inalterables. No son flexibles. Un gobierno que quiera proteger a sus ciudadanos debe tener leyes que prohíban el asesinato, el secuestro y el robo. Un gobierno que concediera derecho a matar a los asesinos, o derecho a robar a los ladrones, sería un verdadero desastre. Solo causaría daño a sus propios ciudadanos por establecer leyes contrarias a la ley natural.
Está en poder del gobierno, cualquiera que sea, la decisión de qué lado de la carretera se va a usar para regular el tráfico. En cambio, no le compete decidir si las personas tienen derecho a la vida o a la propiedad, porque se trata de derechos básicos que Dios mismo ha concedido a cada uno. Nadie puede denegar legítimamente, a ninguna persona de este mundo, el derecho a la vida y a la propiedad.
Nadie tiene derecho a matar a un inocente. Hay algo escrito en el núcleo de la naturaleza y de la existencia humana que da a cada persona el derecho a la vida. Porque Dios nos ha creado a su imagen y semejanza, toda persona, incluso la más débil, tiene derecho a vivir. Ninguna autoridad terrena puede suprimir ese derecho: ni gobierno, ni iglesia, ni individuo; ni siquiera el padre o la madre, el hermano o la hermana.
Los diez mandamientos
Al darnos los Diez Mandamientos, Dios no estaba estableciendo normas como quien promulga un código o la ley de tráfico. Los Diez Mandamientos definen lo que nos va a hacer eternamente felices o infelices. Nos enseñan a distinguir entre los actos que fomentan el amor y los actos que fomentan el odio. Nos dicen qué hemos de hacer para proteger los derechos de todos los seres humanos. Nos dicen cómo hemos de tratar a Dios, a los demás y a nosotros mismos. Definen el fundamento de lo que está bien y lo que está mal.
Dios escribió los Diez Mandamientos sobre dos tablas de piedra. La Sagrada Escritura recoge dos versiones de la lista, con ligeras variantes, en Éxodo 20 y en Deuteronomio 6. Cuando los judíos hablaban de «la Ley», se referían a toda la revelación que Moisés había recibido en el monte Sinaí. En ella estaban incluidos los Diez Mandamientos —escritos en esas tablas de piedra— y todos los demás preceptos.
En lugares y épocas distintos, la Iglesia también ha numerado los mandamientos de dos formas diferentes. Una de ellas se basaba en la numeración judía, y se hizo popular gracias a Orígenes, uno de los principales teólogos de la Iglesia primitiva. La otra, que es la que seguiremos en este libro, es la que usó san Agustín.
1. Adorarás al SEÑOR tu Dios, y a Él solo servirás.
2. No tomarás el nombre del SEÑOR tu Dios en vano.
3. Recuerda el día del sábado para santificarlo.
4. Honra a tu padre y a tu madre.
5. No matarás.
6. No cometerás adulterio.
7. No robarás.
8. No darás testimonio falso contra tu prójimo.
9. No desearás la mujer de tu prójimo.
10. No codiciarás nada que sea de tu prójimo.
Mt 4, 10; Ex 20, 2-17; Dt 5, 6-21.
Uno de ellos, doctor de la ley, le preguntó para tentarle: «Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley?». Él le respondió: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el mayor y el primer mandamiento. El segundo es como este: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos dependen toda la ley y los profetas» (Mt 22, 35-40).
La numeración de los mandamientos de Dios es una convención. En cambio, su contenido no lo es, ya que está marcado por la naturaleza humana. Algunos se equivocan pensando que Dios ha elegido los mandamientos al azar. Están convencidos de que, en lugar de decir «No robarás», Dios podía haber declarado que robar está bien. El argumento en el que apoyan esta opinión es que, como Dios es libre y todopoderoso, podía haber promulgado los mandamientos que quisiera.
En el fondo de esa convicción hay un error sobre la naturaleza de la libertad. Para ser coherentes, tendrían que afirmar que Dios nos habría podido mandar que adoremos a Satanás. Por absurdo que pueda parecer, vale la pena detenerse un momento para preguntarnos por qué Dios no puede pedir que adoremos a Satanás, aunque sea totalmente libre para hacer lo que quiera.
¿Qué es la libertad?
Adorar a Satanás sería lo mismo que llamar creador nuestro al demonio. Pero Satanás no ha creado nada. Dios no puede ordenarnos adorar a Satanás porque Dios siempre dice la verdad. Es Satanás quien nos engaña. Dios no puede engañarnos. ¿Quiere esto decir que Dios no es libre? ¿Se encuentra «forzado», de alguna manera, a decir la verdad?
La esencia de la libertad va mucho más allá de que una persona haga lo que quiera. La verdadera libertad consiste en estar colmado solamente con el deseo de hacer el bien y evitar el mal. Dios es totalmente libre porque todo lo que desea es el bien, porque nunca tiene el menor deseo de hacer el mal. Nunca se ve «forzado» a decir la verdad. Simplemente, Él es la verdad. En ningún caso está «forzado» a ser bueno. Él es la misma esencia de la bondad. Nunca se ve tampoco «forzado» a obedecer a la ley. Él es la misma ley. No está «forzado» a existir. Él es ser; simplemente, es. Su misma esencia es ser.
Dios no puede pedirnos que adoremos a Satanás. También nos estaría mintiendo si nos dijera que matar o robar están bien. Cuando nos pide que le adoremos solamente a Él, Dios nos está dando a conocer la verdad sobre Sí mismo. Cuando nos dice que matar y robar están mal, nos da a conocer la verdad sobre el ser humano.
La naturaleza es permanente, no podemos cambiarla con una votación. No somos libres de decidir que la fuerza de la gravedad tiene que dejar de funcionar. Tampoco tenemos la libertad de declarar bueno el adulterio. Son temas que no se pueden decidir por votación. Muchas personas creen que tienen la libertad de decidir si a partir de ahora el orgullo, el odio o la lujuria van a dejar de ser vicios y convertirse en virtudes. No entienden la libertad porque no son capaces de relacionar esa libertad con la verdad.
La libertad depende de la verdad, porque su fundamento es la realidad de las cosas. Esto significa que nuestra libertad tiene sus límites. No podemos promulgar una ley que cancele la fuerza de la gravedad. Tampoco podemos hacer una ley que cambie el valor del asesinato, que de ser malo pase a ser bueno. No podemos cambiar la gravedad porque no hemos creado el mundo; y no podemos cambiar el derecho a la vida porque no hemos creado al ser humano.
Cada u...

Índice

  1. La Fe explicada hoy
  2. Índice
  3. Cita
  4. Introducción
  5. Primera parte: La fe cristiana
  6. Segunda parte: Dios se revela al hombre
  7. Tercera parte: La moral cristiana
  8. Cuarta parte: El camino de la adoración cristiana
  9. Quinta parte: La persona humana
  10. Sexta parte: El camino de la oración cristiana
  11. Epílogo
  12. Índice analítico
  13. Créditos