Instituciones
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Instituciones

  1. 404 páginas
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Instituciones

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Información del libro

Las Instituta Coenobiorum constituyen el primer libro de Juan Casiano, donde trata sobre los usos monásticos y las virtudes que deben distinguir la vida de un monje.El autor, hombre de vocación sólida, trata de introducir en el mundo occidental la doctrina espiritual de los monjes de Egipto. Por la solidez y piedad de sus aportaciones, muchos lo consideran "el maestro más perfecto de la perfección monástica". El libro es muy apropiado para aquellos que se sienten llamados a la vida consagrada, pero también para tantos cristianos corrientes, que han de encontrar en su vida ordinaria la paz y el silencio interior que siempre otorga la cercanía con Dios.

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Información

Año
2017
ISBN
9788432148064
Edición
1
Categoría
Cristianismo
LIBRO QUINTO
Del espíritu de gula
Capítulos: I. Transición de las instituciones de los monasterios a la lucha contra los ocho vicios capitales.—II. Que las causas de los vicios residen en el hombre y, sin embargo, todo el mundo las ignora. Que para manifestarlas necesitamos de la ayuda de Dios.—III. Que nuestro primer combate es contra el espíritu de gula, o sea el exceso del comer y beber.—IV. Testimonio del abad Antonio, según el cual hay que imitar cada virtud de aquel que la posee con más perfección.—V. No todos pueden guardar una regla uniforme en el ayuno.—VI.Que no solo de vino se embriaga el alma.—VII. Cómo la fragilidad de la carne no impide la pureza del corazón.—VIII. Que es necesario en el uso de los manjares proponerse siempre como fin la abstinencia perfecta.—IX. De la medida de la mortificación y del remedio del ayuno excesivo.— X. La abstinencia de los manjares no basta por sí sola para conservar la pureza del alma y del cuerpo.—XI. Que la concupiscencia no se extingue si no se extirpan antes los vicios.—XII. Hay que tomar ejemplo de los combates terrestres para la lucha espiritual.—XIII. Si no nos libramos de la gula, es vano empeño querer emprender las luchas del hombre interior.—XIV. Cómo es posible superar la concupiscencia de la gula.—XV. Cómo el monje debe estar siempre atento para conservar la pureza de su corazón.—XVI. Al igual que el que toma parte en los juegos Olímpicos, el monje no puede emprender los combates del espíritu si antes no ha vencido los conflictos de la carne.—XVII. Que el fundamento y base de la lucha espiritual reside en el combate contra la gula.—XVIII. Por qué luchas y victorias se elevó el Apóstol hasta ganar la corona de la lid más sublime.—XIX. Que al atleta de Cristo, mientras vive en su cuerpo, no le falta la lucha.—XX. Que no debe el monje variar la hora regular asignada para la refección, si aspira a emprender los combates del hombre interior.— XXI. De la paz interior del monje y de la abstinencia espiritual.—XXII. Conviene practicar la abstinencia corporal para llegar por este medio al ayuno espiritual.—XXIII. Cuál debe ser la comida del monje.—XXIV. Que en Egipto se ha quebrantado siempre el ayuno con motivo de nuestra llegada a los distintos monasterios.—XXV. Abstinencia de cierto anciano, que supo tomar frugalmente del mismo alimento hasta seis veces, sin saciar por ello el apetito.—XXVI. De un anciano que nunca comió solo en su celda.—XXVII. Testimonio mutuo del abad Pesio y del abad Juan sobre el fruto de su observancia.—XXVIII. Magnífico testimonio del mismo abad Juan en el momento de su muerte.— XXIX. Del abad Maquete, que no dormía nunca en las conferencias espirituales, y a quien acosaba el sueño no bien se hablaba de bagatelas.—XXX. Doctrina del mismo anciano sobre que no debe juzgarse nunca a nadie.—XXXI. Reproche del mismo anciano a unos hermanos a quienes había sorprendido durmiendo durante una conferencia espiritual y se habían despertado después al contarles un cuento frívolo.—XXXII. De unas cartas que fueron quemadas antes que leídas.—XXXIII. De la solución de una dificultad que el abad Teodoro mereció por su plegaria.—XXXIV. Palabras del mismo anciano, por las que enseñaba de qué modo puede el monje adquirir la ciencia de las Escrituras.— XXXV. Reconvenciones que me hizo el mismo anciano una noche que vino a mi celda.—XXXVI. Descripción del desierto, de Dioicos, en donde los anacoretas tienen su morada.—XXXVII. El abad Arquebio nos cede su celda con exquisita amabilidad.—XXXVIII. Cómo el abad Arquebio canceló una deuda de su madre con el trabajo de sus manos.—XXXIX. De qué astucia se valió un anciano para procurar una labor manual al abad Simeón.— XL. De dos adolescentes que llevando higos a un enfermo a través del desierto, no queriendo probarlos, desfallecieron muertos de hambre en los arenales.—XLI. Sentencia del abad Macario sobre la observancia del monje. Este debe considerar que tanto puede morir al cabo de cien años como el mismo día.
TRANSICIÓN DE LAS INSTITUCIONES DE LOS MONASTERIOS A LA LUCHA CONTRA LOS OCHO VICIOS CAPITALES
I. VOY A DAR COMIENZO, con la ayuda de Dios, a mi quinto libro. Tras los cuatro primeros, consagrados a las instituciones de los monasterios, me propongo abordar aquí el combate contra los ocho principales vicios. Y lo hago confiando en el favor divino, que no dudo me ha de prestar el Señor, accediendo a vuestras plegarias.
El primero es la gula o concupiscencia del paladar; el segundo, la fornicación; el tercero, la avaricia o amor al dinero; el cuarto, la ira; el quinto, la tristeza; el sexto, la acidia, que es como una inapetencia o tedio del corazón; el séptimo, la vanagloria; el octavo, la soberbia[182].
Al emprender esta lucha, oh santo obispo Castor, me urge el apoyo de tus oraciones. En primer término para analizar cual conviene su naturaleza, cosa por demás ardua, misteriosa y abstrusa; luego, para exponer con suficiente claridad sus causas; y, en tercer lugar, aplicar su tratamiento y los remedios oportunos.
II. Las causas de los vicios son de tal naturaleza, que si nos las ponen de manifiesto los ancianos con su doctrina, las reconocemos al instante; pero si no nos las revelan, a pesar de que sentimos en nosotros sus efectos y su acción subversiva, las ignoramos.
Por lo que a mí toca, abrigo la esperanza de poderlas explicar de alguna manera si, mediante vuestra intercesión, soy digno de que se me dirija también a mí aquella palabra del Señor a Isaías: «Yo iré delante de ti, y humillaré a los poderosos de la tierra. Yo destruiré las puertas de bronce y arrancaré los cerrojos de hierro; yo te descubriré los tesoros escondidos y los más ocultos secretos»[183].
¡Ojalá que la palabra de Dios nos preceda! Ojalá que humille a los poderosos de nuestra tierra, es decir, estas pasiones perversas que intentamos combatir y que reclaman para sí el dominio y la tiranía sobre nuestro cuerpo mortal. Que esa palabra divina la someta plenamente a nuestro análisis. Destruyendo las puertas de la ignorancia, arrancando los cerrojos de los vicios que nos hacen infranqueable la verdadera ciencia, nos conduzca hasta los más arcanos secretos. Que descubra a nuestros ojos iluminados, según sentencia el Apóstol, «lo que está oculto en las tinieblas, y nos revele los designios de los corazones»[184].
Que penetrando con la visión aquilatada del alma las densas tinieblas de los vicios, podamos descubrirlas y sacarlas a plena luz. Que nos sea dado poner en evidencia sus causas perturbadoras y su naturaleza, sobre todo en favor de los inexpertos que están todavía presos en sus cadenas. Que, como dice el salmista, pasando por encima del fuego[185] de los vicios que nos abrasan, podamos salir ilesos merced a las aguas de las virtudes; y que el rocío de los remedios espirituales nos lleve al refrigerio de la perfección en la pureza del alma.
III. Pues bien, el primer combate que debemos emprender es contra el espíritu de gula, o como hemos dicho ya, contra la concupiscencia de la excesiva comida y bebida[186]. Y como quiera que más tarde hemos de hablar de la regla de los ayunos y de la calidad de los alimentos, vamos a exponer ahora las tradiciones y usos de los monjes egipcios. Por lo demás, nadie ignora la sublime abstinencia, al par que la perfecta discreción, que en este aspecto practican.
TESTIMONIO DEL ABAD ANTONIO, SEGÚN EL CUAL HAY QUE IMITAR CADA VIRTUD DE AQUEL QUE LA POSEE CON MÁS PERFECCIÓN
IV. Se trata de una antigua y admirable sentencia del bienaventurado Antonio[187]. El monje que aspira a la santidad viviendo en el seno de la vida cenobítica y que, alcanzada ya la discreción, puede guiarse por su propio juicio y llegar al vértice de la vida anacorética, este tal no debe imitar las virtudes de uno solo por acendradas que sean.
Porque observamos en esto una gran variedad de matices: pues vemos que uno está adornado con las flores de la ciencia; otro parece más bien poseído de la virtud de la discreción; un tercero parece cimentado en la gravedad de la paciencia. Quién se distingue por la virtud de la humildad; quién por la de la abstinencia. Este brilla por la gracia de la simplicidad; aquél sobrepuja a los demás por la de la magnanimidad. En fin: en unos vemos como rasgo c...

Índice

  1. PRESENTACIÓN
  2. BIO-BIBLIOGRAFÍA DE JUAN CASIANO SEGÚN SUS OBRAS
  3. PREFACIO
  4. LIBRO PRIMERO. El hábito monástico
  5. LIBRO SEGUNDO. De las oraciones canónicas y de los salmos de la noche
  6. LIBRO TERCERO. De los salmos y oraciones canónicas del día
  7. LIBRO CUARTO. De las instituciones relativas a los que renuncian al mundo
  8. LIBRO QUINTO. Del espíritu de gula
  9. LIBRO SEXTO. Del espíritu de fornicación
  10. LIBRO SÉPTIMO. Del espíritu de avaricia
  11. LIBRO OCTAVO. Del espíritu de ira
  12. LIBRO NONO. Del espíritu de tristeza
  13. LIBRO DÉCIMO. Del espíritu de pereza o de la acidia
  14. LIBRO UNDÉCIMO. Del espíritu de vanagloria
  15. LIBRO DUODÉCIMO. Del espíritu de soberbia