Newman (1801 - 1890)
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Newman (1801 - 1890)

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Newman (1801 - 1890)

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John Henry Newman es uno de los ingleses más célebres del siglo XIX. Su rica personalidad se hace presente en la Iglesia del siglo XXI, y ha sido un factor de influencia en el espíritu de apertura y comunicación que el Concilio Vaticano II (1962-1965) ha tratado de instaurar en la Iglesia.Comprendió muy bien la importancia de difundir una cultura cristiana, y trató de contribuir a ese objetivo mejorando la formación de los sacerdotes y promoviendo los estudios profanos del laicado católico.Como pocos de sus contemporáneos, pudo tomar el pulso a la cultura moderna y acertó a descubrir las falacias del liberalismo desde una honda comprensión de lo profano. La percepción de Newman como hombre santo -actualmente camino de los altares- ha seguido de modo natural a la idea que se tenía de él como gran intelectual.

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Información

Año
2010
ISBN
9788432138683
Categoría
History
Categoría
World History

Prólogo a la 1.ª edición (1990)

Contar la historia de John Henry Newman, uno de los ingleses más célebres del siglo xix, y presentar los rasgos salientes de su rica personalidad, no son empresas sencillas. El autor piensa haber llevado a cabo esta biografía con el respeto que corresponde a su personaje, y es consciente del desafío y los riesgos que supone la redacción de estas páginas. Merecía la pena, sin embargo, sortear las dificultades de un proyecto semejante y ofrecer al público de lengua española la visión de conjunto y el detalle de una vida tan capaz de hablar directamente a hombres y mujeres de nuestro tiempo.
La composición de la presente obra ha procurado evitar defectos que suelen amenazar y empobrecer frecuentemente la calidad de una biografía. Me refiero al panegírico y a la crítica gratuita. A partir de una visión afirmativa de la figura de Newman y de una sintonía personal con las cualidades que encarna —ambas me parecen imprescindibles para escribir con un mínimo de acierto un relato de estas características—, he tratado de suministrar al lector los datos y elementos de juicio necesarios para que pueda formar su propia idea del biografiado.
Sin restar importancia a su conversión en 1845, confío en que la lectura de los 24 capítulos de este libro permitan apreciar y entender la unidad que marca la vida de Newman, en la secuencia de acontecimientos que formaron su larga existencia en el mundo y su trabajo en la Iglesia. Se trata ante todo de verle en acción, de oírle hablar, y de contemplar sus reacciones en las variadas circunstancias que debió vivir. Era necesario, por lo tanto, huir de generalidades, lugares comunes e informaciones irrelevantes que pudieran sepultar al personaje bajo un cúmulo de documentación trivial.
He emprendido y completado esta biografía en un momento favorable para acometer cualquier investigación en torno a Newman. Son muy numerosas las semblanzas que desde el siglo xix han querido delinear los rasgos anímicos y la actividad del gran converso anglicano y luego Cardenal de la Iglesia Romana. Este trabajo se inscribe así en una tradición de estudio donde el lector puede y debe asimilar los valiosos logros y experiencias precedentes.
La publicación durante los últimos decenios de abundantes escritos inéditos que reposaban en los magníficos archivos del Oratorio de Birmingham, así como la producción de excelentes monografías sobre la vida y pensamiento de nuestro autor, han hecho posible la investigación exigida por una biografía que desea ser solvente.
La creciente recepción de su pensamiento religioso en el ámbito de la Iglesia atrae de nuevo la atención sobre los sucesos y dramas de una vida, pues ellos guardan la clave para interpretar y enmarcar adecuadamente ese pensamiento. La doctrina de Newman es intensamente autobiográfica, y el autor jamás se esconde detrás de sus ideas y palabras.
Son hilos todos estos que, sin perder autonomía, se unen de modo natural en este año del Centenario, que resulta un tiempo muy oportuno para acercar más a los lectores de habla española la persona y la obra de este inglés incomparable.
J. M.

Prólogo a la 2.ª edición (2010)

Desde que se publicó esta biografía en 1990, con ocasión del primer centenario del fallecimiento de Newman el 11 de Agosto de 1890, el significado de su figura eclesial, espiritual y teológica no ha hecho sino crecer en el ámbito del mundo cristiano. Newman se halla presente en la Iglesia del siglo xxi de modo análogo y con mayor intensidad a como lo estuvo en la de su tiempo. Se le considera hoy un factor de influencia en el espíritu y la visión del Concilio Vaticano II (1962-1965) y un pionero en las actitudes de apertura y comunicación que el Concilio ha tratado de instaurar en la Iglesia. Los últimos Papas se han referido a Newman en numerosas ocasiones y han destacado la ejemplaridad de su carácter cristiano, así como su singular contribución a la causa de la Verdad y la difusión del Evangelio.
Sabiduría y santidad se aúnan en la persona de este gran converso, que nunca pecó contra la luz, y consiguió con estudio y docilidad a la gracia llegar al «único redil del Salvador», sin abandonar ninguna de las verdades ardientes que inculcó en su conciencia el sencillo evangelismo de su primera juventud.
Después de un largo tiempo de búsqueda espiritual, Newman fue recibido en la Iglesia católica en octubre de 1845. Tenía precisamente 45 años. Fue para él como salir a altamar en la madurez de la vida, en obediencia a un mandato divino. El trabajo pastoral e intelectual desarrollado durante sus años anglicanos apuntaba a lo que sería una de sus principales tareas en la Iglesia católica. Desde su nuevo hogar espiritual trató de dar a conocer con nitidez y respeto el rostro verdadero de la Iglesia.
Newman comprendió muy bien la importancia de difundir una cultura cristiana en las nuevas circunstancias del siglo xix y trató de contribuir a esta empresa en el doble frente de los estudios profanos del laicado católico, y de la formación de los futuros sacerdotes. Este fue el objetivo primario de la fundación, en 1853, de la Universidad Católica de Irlanda. Suponía en los proyectos de su promotor, llevar Oxford a Dublín. Es decir, proporcionar a la Iglesia una clase numerosa de laicos que junto a su fe cultivasen la ciencia profana con los mejores métodos intelectuales que el tiempo podía ofrecer.
El nombre de Newman se une inevitablemente a iniciativas numerosas para consolidar en la vida y mentalidad católicas de su país y en la Iglesia entera ciertas actitudes y valores con frecuencia olvidados. Ahí está, por ejemplo el fomento de un estilo de convivencia —versión cristiana del fair play—, propio de hombres cultos y espiritualmente desarrollados. O la predicación continua de la persuasión y el amor como motivos preferentes en la conducta que corresponde a seres libres.
Como pocos hombres de su tiempo, Newman estaba en condiciones de tomar el pulso a la cultura moderna. Desde una honda comprensión de lo profano —admirable en un alma tan religiosa—, acertó a descubrir y denunciar las falacias del liberalismo, el gran adversario teórico y práctico de la religión, entendida como parte del bien común temporal.
Los derechos del Creador y los derechos de la criatura, afirmados al unísono, constituyen un tema preferente de su discurso. Newman predicó sin desmayo el carácter divino e inmodificable por el hombre de las verdades de fe y las leyes morales, reflejadas en la conciencia. Respondió con un no inequívoco a los principios del indiferentismo dogmático y al intento de situar al mismo nivel todos los caminos religiosos.
Habló también, sin embargo, de la naturaleza salvadora de toda religión practicada por hombres y mujeres de buena voluntad, y de la correlativa obligación de buscar la única verdad, en libertad y en obediencia a la voz interior, eco de la voz divina.
Newman fue creado Cardenal de la Iglesia Católica por León XIII en mayo de 1879. Esta iniciativa papal reconocía públicamente su celo religioso y su magnífica contribución intelectual a la causa católica. El cardenalato fue recibido con emoción no sólo por católicos sino también por una Inglaterra anglicana, orgullosa de su compatriota y tal vez nostálgica de la religión de sus padres.
La percepción de Newman como hombre santo ha seguido de modo natural y espontáneo a la idea que se tenía de él como gran intelectual. Newman vivió abnegadamente desde su juventud las virtudes cristianas. El amor a Dios y el servicio a los demás por Dios fueron como los dos centros de su vida. Fueron la fuerza motora y el hilo conductor de una larga existencia, señalada por grandes alegrías y grandes sufrimientos, vividos y aceptados siempre con absoluta fidelidad a la Iglesia.
Esta fama de santidad originó la introducción de la causa de beatificación, que se inició en 1958 por iniciativa del arzobispo de Birmingham, monseñor Greenshaw. La causa fue apoyada por muchos obispos de diócesis de habla inglesa, los Oratorios de San Felipe Neri, y más tarde por los Centros de Amigos de Newman, regidos por una benemérita Comunidad Católica, fundada en Bélgica en 1938, que mantiene Centros en Bregenz (Austria), Roma, Jerusalén y Littlemore, donde Newman fue recibido en la Iglesia Católica por el pasionista italiano Domenico Barbieri.
Obra del jesuita americano Vincent Blehl, la positio sobre las virtudes de Newman fue publicada en 1989, Juan Pablo II declaró a Newman Venerable el 22 de enero de 1991. El 3 de julio de 2009 fue firmado por Benedicto XVI el decreto que reconoce un milagro de curación obrado por intercesión de Newman. Este hecho tuvo lugar en el año 2001, en la persona del bostoniano John Sullivan, a quien una parálisis de las piernas mantenía inmovilizado desde meses antes en una silla de ruedas.

I.
LA FAMILIA NEWMAN

John Henry Newman, el protagonista principal de este libro, nació en la City de Londres el 21 de febrero de 1801 y fue bautizado el 9 de abril en la cercana iglesia anglicana de St. Bennet Fink.
Hijo primogénito de John Newman y Jemima Fourdrinier, procedía por línea paterna de una familia de sastres y agricultores de Swaffham, en el Cambridgeshire. El abuelo, también John Newman de nombre, había perdido a su padre cuando tenía unos quince años, y la viuda, que quedaba con seis hijos a su cargo, había visto a John partir hacia Londres, dispuesto a probar fortuna y a mejorar la suerte de la familia.
En 1763, John Newman (1734-1799) —abuelo de nuestro John Henry— tiene 28 años y explota un pequeño negocio de ultramarinos en el barrio londinense de Holborn. Se ha casado con Elizabeth Good y el matrimonio ha tenido cuatro hijos: Elizabeth y John, nacidos en 1765 y 1767 respectivamente, y Mary y Thomas, nacidos más tarde y fallecidos de muy corta edad.
La familia lleva una vida modesta, dependiente por entero del sencillo establecimiento que apenas produce para mantener a todos. Aparte de estas circunstancias, poco más sabemos del primer John Newman. Sus hijos y nietos no nos suministran información alguna sobre él, lo cual resulta particularmente llamativo en el caso de John Henry, que era un eficaz y paciente investigador en la historia de la familia.
Es casi inevitable conjeturar que los descendientes de John Newman han preferido olvidar los detalles de unos orígenes humildes. El futuro Cardenal nos dirá únicamente en sus apuntes autobiográficos que su «padre era un banquero de Londres, cuya familia procedía del Cambridgeshire»1.
La afirmación es rigurosamente verdadera, pero requiere el contexto que le corresponde para ser comprendida adecuadamente. El segundo John Newman, padre de John Henry, era hombre despierto y emprendedor, decidido a usar cualquier medio honesto a su alcance para elevarse y elevar la condición social de su familia. No se resignaba en absoluto a las estrechas perspectivas del negocio paterno y había conseguido un puesto de empleado en una pujante firma comercial. Se le abría un cierto futuro, que comenzó a hacerse realidad a raíz de su casamiento con Jemima Fourdrinier. John Newman había cumplido para entonces 32 años.
Jemima tenía 27 al tiempo de contraer matrimonio. Era hija de Henry Fourdrinier, padre también de cuatro varones: Henry, John Rawson, Sealey y Charles. Henry descendía, al parecer, de una familia francesa hugonote que se había refugiado en Inglaterra por motivos religiosos a mediados del siglo xviii. Los Fourdrinier eran ricos fabricantes de papel. Tenían casa y comercio en el número 72 de Lombard Street, y una magnífica residencia de campo en Stratford Grove (Upper Clapton), que era atendida por una servidumbre de quince personas.
La boda de John y Jemima tuvo lugar en octubre de 1799. Los testigos fueron un hermano y un tío de la novia. Ningún Newman desempeñó análogo papel en la ceremonia, como si John Newman deseara echar una suerte de telón sobre el pasado de su familia. Jemima recibió cinco mil libras de dote, que en su momento irían intactas a los hijos.
Era evidente que John Newman continuaba su merecido ascenso en la escala social. Ya en 1794 se le podía encontrar, con 27 años, como socio en una firma denominada Harrison, de la que probablemente había sido antes empleado. El número de socios se amplía pronto a tres en 1799 y la firma se convierte en Harrison, Pricket and Newman. La situación de John se establece años después sobre lo que parecía un suelo todavía más seguro con la creación en 1812 del banco Ramsbotton, Newman and Ramsbotton, con sede en el número 72 de Lombard Street, que era la antigua residencia de los Fourdrinier. Por estas fechas John Newman es ya padre de seis hijos.
No resultaba muy difícil llegar a banquero en la Inglaterra de aquel tiempo. Un par de socios que dispusieran de algunos cientos de libras esterlinas podían establecer un banco y explotarlo con un mínimo de éxito. Les bastaba un local, la anotación de una contabilidad ordenada y una razonable habilidad para invertir bien los fondos que recibían en depósito. Las circunstancias públicas y sociales eran extraordinariamente favorables, porque la revolución industrial inglesa comenzaba a hacer su aparición, y el período entre la independencia de las colonias norteamericanas, ocurrida en 1776, y el ocaso de Napoleón a raíz de la batalla de Waterloo, de 1814, se había caracterizado en lo económico por la gran cantidad de dinero disponible para la inversión. Inglaterra era ya entonces banquero y tienda de Europa, y los negocios bancarios proliferaban con inusitada rapidez.
El banco de Newman tenía además solucionado, a través de los socios, el importante aspecto de las conexiones. Richard y John Ramsbotton —tío y sobrino— gozaban de excelentes relaciones en la capital, poseían intereses de importancia como fabricantes de bebidas y —causa o efecto de todo lo anterior— habían conseguido ser elegidos miembros del Parlamento en diversas ocasiones.
La casa en la que nació John Henry estaba situada en Old Broad Street. El lugar se halla ocupado actualmente por los extensos edificios del London Stock Exchange. La familia había adquirido una casa de campo en Fulham, junto al Támesis, y en ella pasaron los veranos hasta 1805. La casa de Fulham sería para John Henry el ámbito de sus primeras experiencias infantiles y el marco de sus más felices recuerdos.
En 1802 John Newman decidió cambiar de residencia londinense y compró una casa en Southampton Street, dentro del distrito de Bloomsbury. Era una construcción magnífica, situada en un lugar de moda y provista de las comodidades y los criados que la próspera condición de la familia permitía. En Southampton Street...

Índice

  1. Prólogo a la 1.ª edición (1990)
  2. Prólogo a la 2.ª edición (2010)
  3. I. LA FAMILIA NEWMAN
  4. II. FELLOW DE ORIEL COLLEGE
  5. III. LA SUPERACIÓN DEL EVANGELISMO
  6. IV. VIAJE AL MEDITERRÁNEO
  7. V. EL MOVIMIENTO DE OXFORD
  8. VI. POLÉMICAS Y CRISIS
  9. VII. EL TRACTO 90
  10. VIII. VÍSPERAS DE CONVERSIÓN
  11. IX. DE LITTLEMORE A MARYVALE
  12. X. ROMA
  13. XI. LOS COMIENZOS DEL ORATORIO
  14. XII. BIRMINGHAM
  15. XIII. LA RESTAURACIÓN DE LA JERARQUÍA
  16. XIV. LA UNIVERSIDAD CATÓLICA DE IRLANDA
  17. XV. CONFLICTOS
  18. XVI. LA VIDA COTIDIANA
  19. XVII. EDITOR DEL RAMBLER
  20. XVIII. OXFORD Y LA EDUCACIÓN DE LOS CATÓLICOS
  21. XIX. LA APOLOGÍA
  22. XX. EL PROYECTO DE OXFORD
  23. XXI. EL CONCILIO VATICANO
  24. XXII. LA CONCIENCIA DEL CRISTIANO
  25. XXIII. NEWMAN, CARDENAL
  26. XXIV. LOS ÚLTIMOS AÑOS
  27. APÉNDICE