El Veco
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El Veco

El hombre que jugaba a contar historias

  1. 132 páginas
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El Veco

El hombre que jugaba a contar historias

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Esta obra ofrece un recorrido pormenorizado de la trayectoria periodística de uno de los más respetables y emblemáticos periodistas deportivos que ha tenido el Perú, el uruguayo Emilio Lafferranderie, "El Veco". Al hacerlo, nos ofrece un perfil del personaje que logra abarcar la amplitud de sus dimensiones humanas, pero también de narrador de historias. Podría decirse que en un texto sobre "El Veco" el lenguaje no podría ser personaje secundario: su periodismo deportivo fue literario y, a pesar de los riesgos de la alta cultura en un espectáculo de masas como el deporte, producía un discurso que no dejaba indiferente a nadie.Con notas a diversos momentos de su biografía, el libro recorre fundamentalmente su vida desde su llegada al Perú hasta su afianzamiento como figura clave y referente del periodismo deportivo peruano. En la línea argumental de la vida que El Veco se hace para siempre en el Perú, su relación con Pocho Rospigliosi será el dato clave, aunque no se pueda dejar de destacar su encumbramiento como figura principal de la prensa deportiva. La publicación incluye fotografías inéditas.¿Por qué es interesante e importante conocer la vida de El Veco? Porque su trayectoria traza una línea sobre la forma, conducta y vocación por el periodismo en un contexto en el que esta profesión es muy cuestionada por el enfoque y la calidad de sus contenidos. Este libro es para todos aquellos interesados en documentar los avatares de la prensa deportiva actual y descubrir en esta historia una ruta de un periodismo deportivo que aún no se ha perdido.

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Información

Categoría
History
Categoría
World History
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CAPÍTULO 1
El extranjero
No hay mayor mentira que la verdad mal entendida
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William James
Imposible que fuera intrascendente. No necesitó que le enseñaran en un aula cómo redactar para producir emociones en la gente. Podían alabarlo por su prosa, criticarlo por su posición o reflexionar sobre su opinión, pero daba de qué hablar, para bien o para mal. Cuando a los 23 años decidió dejar de estudiar odontología para comenzar el oficio de llenar papeles con letras en Montevideo, lo hizo para dejarse llevar por una pasión que complementaba su amor por la lectura y que satisfacía su interminable curiosidad.
Con el deporte corriendo por sus venas, empezó a gatear en un oficio que se aprende en las calles de la mano de Antonio García Pinto, mejor conocido como “Un García”, editor de la revista Fútbol Actualidad. Daría sus primeros pasos en el diario Acción y luego continuaría en El Día donde logró despegar hasta llegar a la Argentina. En Buenos Aires descolló en La Razón, y en la revista El Gráfico dictó cátedra como jefe de redacción. “Escribir, siempre escribir, en cualquier lugar”, era su lema.
Sus crónicas desde el Luna Park hicieron que el boxeo fuera más que un intercambio de puños, y sus narraciones de los partidos de equipos de fútbol fueron épicos relatos de hombres que se desvivían por un balón en busca de la gloria y el honor.
Fue el hombre que inmortalizó con su pluma la vida, pasión y muerte del púgil Oscar “Ringo” Bonavena, el cual combatió con Joe Frazier en 1968 y enfrentó al mítico Muhammad Ali en 1970 en el imponente Madison Square Garden, y que trágicamente fue asesinado en 1976 por Ross Brymer, un guardaespaldas del famoso burdel Mustang Ranch. El Veco ayudó a construir la leyenda del corredor Juan Manuel Fangio en las pistas de la Fórmula 1 con sus crónicas entre 1955 y 1958, que incluyeron la cobertura del secuestro del automovilista en Cuba y su fin como piloto, y se dio el lujo de intercambiar unos golpes con el boxeador estadounidense Jack Dempsey, vestidos de frac y aún sin ser íntimos amigos. El papel no le bastó para contar sus historias. Su capacidad para hilvanar frases con dinamismo, su acento inconfundible y la facilidad para evocar recuerdos hicieron que la radio fuera su próxima estación. Y vaya si lo hizo con gran éxito en la patria de Jorge Luis Borges.
También fue aquel periodista que revolucionó la crónica deportiva peruana con un estilo en que la metáfora constituyó un rol fundamental para generarles imágenes a los lectores y así evocarles sentimientos sobre los hechos que leían; instauró los bloques deportivos en los noticieros en Panamericana Televisión; hizo que el programa deportivo radial se adhiriera al menú de los peruanos primero a la hora del desayuno, luego del almuerzo y finalmente en la cena; fue el periodista que obtuvo las primicias durante sus programas en vivo y que señaló públicamente su molestia a las conferencias de la prensa al considerarlas un espacio donde todos los periodistas obtenían un empate en la información; fue el hombre que logró hacer de su profesión un estilo de vida al punto de que su casa se convirtiese en una extensión de la cabina radial de RPP; fue quien cubrió alrededor de diez mundiales, desde Chile 1962 hasta Alemania 2006, con la misma intensidad, ya sea provisto de las viejas máquinas de escribir Remington o de las modernas laptops; y fue la persona cuyas crónicas deportivas lo llevaron a publicar tres libros.
Pero otros lo recuerdan como alguien poco agradecido con Pocho Rospigliosi, la persona que lo trajo al Perú; como el comentarista que dejó de ir a los estadios para reseñar desde la comodidad de una cabina; como un periodista que no confrontaba a los directivos de la Federación Peruana de Fútbol por los malos resultados de la selección; o simplemente como un extranjero que tuvo éxito en el Perú justamente por no ser peruano… Existe pues, la posibilidad de que no fuera el profesional que la mayoría imaginaba.
Emilio Lafferranderie, don Emilio para los amigos, El Veco para todos… Imposible que no trascendiera.
***
Nada es gratuito en la vida. Toda idea o acción nace de algo, ya sea por imitación o rebeldía para romper con la tradición. Y en el caso de Emilio Lafferranderie, un muchacho de 21 años de la provincia de Minas, se trató de ambos cuando pasó de curar y sacar muelas a adentrarse en el repiqueteo de las Remington, a los pocillos de café y a las municiones de cigarrillos, a las interminables sábanas de información proveniente de cada rincón de este planeta, a los recordatorios en el escritorio, a las libretas de bolsillo y a las comisiones veinticuatro por siete para ganarse el dinero en la calle en tiempos en que internet no aparecía siquiera como una ilusión y las noticias se difundían por un sistema conocido como cables, los cuales traían la información más “reciente”, aunque de reciente no tenían nada, porque llegaban con horas o días de retraso.
Pero su cambio de vida no fue un hecho fortuito: venía de familia. Su padre, Emilio Eugenio Lafferranderie, un director de liceo, también se vio atrapado por el mundo periodístico al punto de ser perseguido en la década de 1930 por el Gobierno dictatorial de Gabriel Terra, debido a que había fundado dos diarios de carácter político, El Oribista y El Departamental, para combatir al oficialismo. Su oposición provocó que estos medios fueran clausurados y que tuviera que huir en una ocasión a escondidas para abordar una lancha clandestina por el río Uruguay y, así, evitar a los militares y ser apresado.
El coraje y la vocación periodística de su padre hicieron que Emilio forjase un carácter fuerte, el mismo que hacía que no se quedara callado cuando debía defender sus convicciones o seguir sus instintos, aun cuando le costaran caro, como tirar a la basura tres años de estudio en la universidad o renunciar a su puesto como editor de El Gráfico, la revista deportiva más importante de Argentina y América Latina, al no estar de acuerdo sobre el enfoque de la crónica de la pelea entre Muhammad Ali y Joe Frazier, que tuvo lugar el 8 de marzo de 1971 en el Madison Square Garden de Nueva York. Para él, que estuvo en el mismo recinto como enviado especial, Ali fue el ganador de la lid, mientras que el resto de la redacción, que estaba en Argentina, había visto como ganador a Frazier.
Una vieja frase señala que “lo que se hereda no se hurta”, y se usa, generalmente, para hacer referencia a algunas virtudes heredadas de un antecesor. En el caso de la familia Lafferranderie, esto se aplicó no solo con el carácter de sus miembros, sino también con algunas circunstancias de la vida que solo pueden ser descubiertas cuando se hace una retrospectiva de los hechos.
Emilio Eugenio Lafferranderie nació en el pueblo de Tarbes, en el departamento de los Altos Pirineos, en Francia, y se fue muy joven a vivir a Uruguay (Maldonado, lo que es en la actualidad Punta del Este) con sus papás (Emilio y Teresa) y sus cinco hermanos. Allí se convirtió en profesor de Geografía y Literatura, aunque sus aptitudes lo llevaron a ser nombrado director de escuelas públicas. Justamente por las características de su trabajo es que tuvo que trasladarse junto con su esposa, Leopoldina Lescano, a Minas, Lavalleja, alrededor de 1930. Pasaron algunos meses para que ese mismo pueblo les diera el 30 de noviembre de 1931 su primer regalo, más valioso que el oro, la plata o cualquier piedra preciosa: su primer hijo, al que llamarían Emilio. No podía ser de otra manera, pues era una tradición que el primogénito se llamara igual que el padre.
Pero Emilito no se quedaría con su nombre. Cuando su padre se le acercaba para darle mimos, él repetía “Veco, Veco”, acaso queriendo decir “viejo”. Esta palabra, producto del a veces indescifrable lenguaje de los niños que recién comienzan a hablar, se convertiría en su apodo y lo acompañaría hasta el final de sus días.
Desde muy pequeño El Veco se habituó a leer (evidentemente por influencia de sus padres, ambos profesores) y a practicar deportes como el fútbol y el básquet, siempre con el escudo del Nacional, su club predilecto, en el pecho. En casa, el equipo familiar se completó con la llegada de José Pedro, Teresa Cecilia y, finalmente, Leopoldo Eduardo, todos ellos también nacidos en Minas.
En sus primeros años de escuela, El Veco destacó en sus clases, sobre todo en lo relacionado a la escritura. A los 12 años, su profesora de grado descubrió esta aptitud y lo incentivó a desarrollarla, halagándolo incluso frente a toda su clase: “El alumno Lafferranderie va a dar el examen oral por simple norma ya que tiene tres veintes en el escrito”, fue lo que señaló esta en alguna oportunidad según Atilio Garrido, el editor de las crónicas de El Veco de 2009.
Hacia finales de la década de la década de 1940, la vida de Emilio comenzó a cambiar drásticamente. Dejó atrás su natal Minas para mudarse junto con toda su familia a Montevideo debido a que su padre fue trasladado de liceo. Sus amigos, sus paseos por el campo, todo quedó atrás para dar paso a un nuevo inicio en plena adolescencia. Lo que continuó acompañándolo fue su gusto por la escritura, solo que mejoró con el paso del tiempo y así lo evidenció a los diecisiete años cuando una desgracia nacional —el fallecimiento del corredor Héctor Suppici— le valió de inspiración para escribir un texto que fue publicado por El Lascanense, un diario local, y donde utilizó como firma el nombre de Velaffe, según consigna Atilio Garrido.
Pero la modificación más drástica en su día a día la tendría a los diecinueve años. De ser un joven que da sus primeros pasos en el fútbol, sumando minutos en los segundos tiempos de partidos ya resueltos y ante equipos modestos, se convirtió de repente en capitán y referente. Y sus rivales pasaron de ser un Deportivo Villa Española a convertirse en Nacional o Peñarol. ¡Vaya reto!
Un mal cardiaco se llevó a su padre a los 55 años, y es así como pasó a ser el principal responsable de su madre y sus hermanos, quienes tenían en ese momento dieciséis, doce y ocho años. Esta circunstancia explica el rol paternal que adquirió y su mayor exigencia para el trabajo, tanto el suyo como el de los demás.
Mientras vestía el traje de jefe del hogar, Emilio también estudiaba Odontología, y sus hermanos pueden dar fe de ello, ya que incluso fueron sus pacientes en el baño de su casa, con alguna extracción de muela de por medio. Pero la labor de salvar dientes, como el portero que evita goles, no lo terminó de enamorar. Su verdadero goce se daba cuando colaboraba con un pequeño fanzine impulsado por gente de su facultad y convertía una sucesión de palabras en historias atrayentes. Uno de esos ejemplares cayó en manos de Roberto Pérez, entonces administrador del semanario Fútbol Actualidad, quien se lo compartió a su editor, Antonio García Pintos. Ambos coincidieron en que aquel estudiante tenía algo especial y que sus manos no estaban destinadas a tratar dientes: debían contar relatos.
“Me inicié en un fanzine llamado Fútbol Actualidad, donde por cada nota me pagaban siete pesos”, confesaría años más tarde El Veco cuando recordó cómo a los 21 años ingresó a la redacción de aquella publicación ubicada en la calle San José 1246 en Montevideo. Allí empezó a hacer conocido su seudónimo cuando le tocó firmar sus primeras notas. Su manejo natural de la pluma se benefició de las enseñanzas de Un García, quien más que un editor fue un guía para que Lafferranderie no se abrumara con la dinámica del mundo periodístico. “Use frases cortas y evite las frases largas; por cada idea que exprese, transmita un sentimiento que le dé color a la nota”, recuerda de las primeras lecciones que recibió.
Su trabajo responsable de soldado raso pero que era desempeñado con la sutileza de un artista —elija si escultor, pintor o ebanista— despertó la admiración de sus superiores. Fue así como Un García le recomendó a su amigo Francisco Llano, uno de los fundadores de Clarín, que reparara en las crónicas de El Veco.
Esas mismas historias, que en su momento trabajó entre clases y que lo llevaron a dar un salto a un semanario, también le sirvieron para escalar a una nueva cima, el diario Acción. Lejos de los diplomas o los títulos de una universidad, Lafferranderie se abrió paso con su puño y letra. Cuando Llano leyó los relatos del joven que le habían recomendado, encontró talento y una tierra fértil sobre la que se podía trabajar más.
En Acción, El Veco saldría del mundo que conocía. Las canchas de fútbol, los cuadriláteros de box y la competencia de otros deportes cedieron paso a noticias e informaciones policiales. Un periodista debía estar en capacidad de escribir de todo y Llano quería que Lafferranderie no se encasillara en un rubro. Junto a esta lección que le sirvió para ganar versatilidad en su oficio, en el diario conocería a uno de sus mejores amigos, Julio María Sanguinetti, quien se desempeñaba como columnista y aún no imaginaba que se convertiría en el presidente de su país, cargo que ocupó en dos periodos, 1985-1990 y 1995-2000. Aunque solo coincidieron algunos meses, su relación perduraría con el pasar de los años.
Ya inmerso en las comisiones periodísticas y acondicionado a las redacciones, en 1959 entró a trabajar a El Día para colaborar en el suplemento deportivo de los días lunes. Tenía 28 años. De las crónicas y reportajes en los que participó, hubo un relato que se diferenció del resto por la humanidad impregnada en cada una de sus líneas y que para Atilio Garrido, la persona que compaginó sus páginas a lo largo de su carrera, fue el detonante para dejar Montevideo.
La historia en mención involucró a Raúl “El Pulpa” Rodríguez, destacado jugador de Peñarol y de la selección uruguaya que en la década de 1940 fue sindicado como traidor a los colores aurinegros luego de una serie de errores durante un partido ante el acérrimo rival: Nacional.
El tiempo pasa...

Índice

  1. Hoja de créditos
  2. Índice
  3. Prólogo
  4. Capítulo 1: El extranjero
  5. Capítulo 2: Señales públicas
  6. Capítulo 3: Charlas técnicas
  7. Capítulo 4: Últimas llamadas
  8. Off the record (palabras finales)
  9. Línea de tiempo
  10. Fuentes testimoniales
  11. Referencias
  12. Álbum fotográfico