¿Son vigentes los dones milagrosos?
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¿Son vigentes los dones milagrosos?

Cuatro puntos de vista

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¿Son vigentes los dones milagrosos?

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¿Son vigentes el don de lenguas, el de profecía y el de sanidad? Los cesacionistas creen que no. Los pentecostales, carismáticos y "Tercera Ola" opinan que sí. Y algunos, de perspectiva abierta pero cautelosa, responden con un tímido "quizás". ¿Cuál es la respuesta correcta? ¿Hay una respuesta?Ente libro plantea el debate abierto sobre las cuatro posturas, expuestas y defendidas por destacados y calificados representantes de cada una de ellas, y coordinados por un Editor General: Wayne A. Grudem.Ayudará a los cristianos de diferentes perspectivas a entender mejor su propio posicionamiento y los posicionamientos de los demás.

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Información

Año
2004
ISBN
9788482675954
Capítulo 1
LA POSTURA CESACIONISTA
Richard B. Gaffin, Jr.
Una respuesta de la postura abierta, pero con cautela a Richard B. Gaffin, Jr.
Robert L. Saucy
La acertada combinación que Gaffin hace del pensamiento teológico y la exégesis de determinados pasajes ha servido para exponer una posición cesacionista muy competente. Específicamente, el énfasis hecho en la llegada del Espíritu en Pentecostés dentro del marco general de la historia de la redención es excelente y, en mi opinión, muy significativo para muchas de las preguntas suscitadas en el debate que nos ocupa. El hecho de que haya expuesto su caso sin encontrar un cesacionismo explícito en cuanto a la venida de lo «perfecto» de 1 Corintios 13:8-10 también es positivo.
Estoy de acuerdo con muchas de las ideas expuestas en el ensayo, incluyendo lo que yo percibo como sus ideas principales. Estas son que la venida del Espíritu en Pentecostés era una parte integral de la salvación cristiana y, por lo tanto, no una segunda dimensión de la labor del Espíritu no alcanzada por todos los creyentes, y que la era apostólica era un periodo fundacional en la historia de la Iglesia, que no proporciona el modelo para toda la historia de la Iglesia.
En cuanto al primer punto, el argumento del doctor Gaffin de que la venida del Espíritu en Pentecostés era en realidad la finalización del hecho salvífico de la primera venida de Cristo y que, por lo tanto, pertenece a cada creyente, es magnífico. Quizás podía haber añadido algo más como respuesta a los que intentan dividir claramente el ministerio del Espíritu entre “regeneración” y “capacitación” o “dotación de poder”. Esto les permite estar de acuerdo en que el creyente ha recibido el ministerio del nuevo pacto del Espíritu de la regeneración y la unión con Cristo como algo diferente a la experiencia pentecostal de “recibir poder”. El lugar central que el «Bautismo con el Espíritu» tiene en las predicciones de los Evangelios (cf. Mt. 3:11 y paralelos) y justo antes de Pentecostés en Hechos 1:5, y especialmente en la explicación de Pedro del Pentecostés como el cumplimiento de la promesa del Antiguo Testamento sobre el derramamiento del Espíritu, hacen que esta división sea imposible. La llegada del Espíritu en Pentecostés era el don del Espíritu en cumplimiento de la promesa del nuevo pacto y, como tal, es parte de la salvación del nuevo pacto, y no una segunda bendición que algunos creyentes nunca alcanzarán. La presentación de Gaffin de Pentecostés como un movimiento hacia delante en la historia del plan divino de salvación, en lugar de un paradigma para creyentes concretos a través de esta etapa, demuestra que solamente los creyentes que vivieron durante aquella transición pudieron experimentar lo que podía denominarse «una relación con el Espíritu en dos fases».
También me parece bíblico el énfasis cesacionista sobre la exclusividad de los apóstoles y su ministerio como cimientos de la Iglesia. Esto debe plantear preguntas para aquellos que argumentan que todos los dones permanecen iguales esencialmente a lo largo de la historia de la Iglesia. También estoy de acuerdo en que mientras los milagros seguramente sirvieron para otro propósito, como expresiones de misericordia y de ánimo, el uso preeminente en las Escrituras del término «señales» en relación con el ministerio de Cristo en los Evangelios y el ministerio de los apóstoles y de otros en Hechos, tiene como intención llevarnos a la conclusión de que la función principal de los milagros era ser «señales» que daban testimonio de la validez de los apóstoles como testigos inspirados de la acción salvífica de Cristo.
También estoy cien por cien de acuerdo con la presentación de Gaffin de la profecía bíblica como discursos inspirados, y su rechazo de una forma inferior de profecía que incluye los pensamientos humanos falibles. Aunque la «profecía» ha sido utilizada para predicación, como en el caso de los reformadores, creo que el llamar “profética” a una sabiduría poco frecuente y una visión interior (el intento de encontrar una gradación bíblica de la profecía reveladora que vaya desde la inspiración parcial y la falibilidad hasta la inspiración total y la infalibilidad) es un concepto muy reciente, y con poco respaldo bíblico.
El énfasis en la obra del Espíritu en el creyente que es ciertamente parte de nuestra salvación escatológica, es decir, su presencia santificadora en la vida normal que potencia el fruto que pertenece a la vida eterna también parece estar en armonía con la enseñanza apostólica. Como bien apunta Gaffin, la idea de que los dones milagrosos cesarán con esta época demuestra que a pesar de ser manifestaciones de la esencia del reino, no constituyen tal reino en sí mismo.
Aunque no puedo comentar todas las conclusiones a las que llega Gaffin, su fijación en la enseñanza principal de las Escrituras en relación con el ministerio del Espíritu en la vida del creyente, junto con su reconocimiento de que Dios sigue obrando milagrosamente por el bien de su pueblo, me lleva a estar de acuerdo en que la posición cesacionista expuesta no está poniendo al Espíritu «en una caja». Más bien, es un intento de entender el poder de Dios en relación con la verdad de Dios, una combinación claramente enseñada en las Escrituras.
A pesar de estar conforme con muchos de los énfasis de la postura cesacionista, algunas de las conclusiones que demandan el cese completo de los dones milagrosos va, en mi opinión, más allá de lo que la enseñanza bíblica expresa o son deducciones necesarias de principios teológicos de la Escritura. De varias formas se expresa la opinión de que el cumplimiento de la era apostólica demanda el cese de todas las manifestaciones del don de profecía. El «cese del don revelación verbal del apostolado» (pág. 52), la consumación de la revelación fundacional, y la terminación del Canon (pág. 51-52) se usan para demostrar el cese de la profecía, de modo que solamente puede haber o revelación canónica o revelación general hoy (págs. 58-59).
Pero, ¿ofrece la Escritura esta conclusión? Gaffin mismo confiesa que sería erróneo argumentar que Lucas pretendía mostrar que «los dones milagrosos y experiencias de poder cesaron con la historia que él documentó» (págs. 45-46). Si tal es el caso, entonces ¿cómo podemos creer que cualquier continuación de los dones más allá del tiempo de los apóstoles «separa lo que para Lucas debe estar unido» (pág. 46)? Estoy totalmente de acuerdo con que la Escritura muestra que la preponderancia de la actividad milagrosa está unida a los apóstoles y a otros pocos que dan testimonio inspirado de la obra salvífica de Cristo. Pero, ¿limita eso todos los dones milagrosos a este periodo de revelación fundacional?
No obstante, el cesacionista ciertamente tiene razón al señalar que la Escritura en ningún lugar dice expresamente que los dones milagrosos continuarán. Esta falta de concreción dificulta afirmar que el cesacionismo o el continuismo sean las enseñanzas de las Escrituras. El intento de Gaffin de limitar los dones milagrosos a los apóstoles argumentando que toda la profecía estaba relacionada con la fundación de la Iglesia también parece ir más allá de las Escrituras. Una vez más, estoy de acuerdo con que los profetas estaban involucrados en el ministerio fundacional de dar a conocer el misterio de Cristo. La pregunta es: ¿estaba toda la profecía «ligada a la obra redentora» (pág. 78) de tal forma que cuando la revelación fundacional se completó, todos los dones de revelación verbal cesaron (pág. 50-51)?
Afirmar con seguridad lo anterior es difícil si consideramos las diferentes manifestaciones de la profecía en los documentos bíblicos. A primera vista, no es tan evidente que algunas profecías sean testimonio de la obra redentora de Cristo. La profecía de Agabo sobre la hambruna resultó ser de ayuda para aquellos en Jerusalén, un hecho que sin duda ayudó a unir a los creyentes gentiles de Antioquía con los judíos de Jerusalén. Pero, ¿qué tiene que ver esta profecía con el testimonio del misterio de Cristo?
Estoy seguro de que ningún cesacionista pretende afirmar que todas las profecías son canónicas. No obstante, la insistencia en unir las profecías al Canon casi parece asegurarlo. Claramente, tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento indican que hubo muchas profecías que nunca se incluyeron en las Escrituras canónicas. En algunos casos, leemos que algunos individuos profetizaron (Hechos 15:32; 21:9); en otros simplemente se nos dice que la profecía estaba teniendo lugar en la Iglesia (por ejemplo, 1 Co. 14; 1 Ts. 5:19). Pero el contenido de estas profecías no se incluye en la Escritura. Sin duda, algunas tendrían que ver con el misterio de Cristo. Otras probablemente revelaban el don de Dios para una situación particular (cf. enviar a Pablo y a Bernabé, Hechos 13:2). Como tenemos la evidencia de que hay profecías que no son canónicas, y como no tenemos un pasaje explícito en las Escrituras que nos diga que todas las profecías han cesado al finalizar la revelación canónica, el nexo de unión entre la profecía y las escrituras canónicas no parece estar tan claro como afirma la posición cesacionista.
Es más, si la Escritura afirma expresamente el cese de la profecía con el cumplimiento de la era apostólica y del Canon, ¿qué debemos hacer con la predicción de los profetas en el futuro? Independientemente de que los dos individuos de Apocalipsis 11 sean dos personas o símbolos de la Iglesia que testifica, se les describe como «profetas», que ejercen el ministerio de «profetizar» (vs. 3, 6), al que acompaña una actividad milagrosa.
Parecen existir pruebas claras de que la profecía cesó, o al menos cambió, al finalizar el Canon del Antiguo Testamento. Pero esta conclusión no se extrae tanto de la enseñanza del mismo Antiguo Testamento como de la experiencia de falta de profecía en medio del pueblo de Dios. De manera similar, cuando se reconoció que la profecía estaba de nuevo presente en relación con la nueva obra de Cristo, se reconoció como tal debido a su válida manifestación.
Sin intentar crear una analogía directa, parece que los creyentes de hoy están en una situación similar. Las Escrituras no enseñan claramente el cese de la profecía. A pesar de asociar la profecía con el periodo fundacional, no muestra que toda la profecía sea fundacional. La historia de la Iglesia demuestra rotundamente que la manifestación de la profecía cambió radicalmente desde la era apostólica. A la luz de estos factores y del conocimiento de que Dios ha de traer profetas, parece que no podemos asegurar la imposibilidad de que la profecía ocurra en la actualidad. Pero tampoco podemos decir que ocurra como en la época del Nuevo Testamento. Debemos estar abiertos a lo que Dios desee, pero buscando evaluar todos los fenómenos bajo criterios bíblicos.
También tengo reservas en cuanto al argumento de Gaffin de que la posibilidad de la existencia de la profecía hoy en día amenace necesariamente la canonicidad del Nuevo Testamento y relativice inevitablemente la suficiencia y autoridad de la Escritura (pp. 50-54). Estoy de acuerdo con que toda la profecía bíblica es inspirada y, por lo tanto, infalible. Por lo tanto, estamos destinados a obedecer cualquier mandamiento profético divino. Pero resulta difícil ver cómo todas las palabras proféticas e incluso los mandamientos desafían el Canon. Si asumimos, basándonos en Hechos 13, que Pablo y Bernabé fueron enviados en obediencia a una revelación verbal, ¿se estaba añadiendo algo al Canon o se estaba compitiendo con su autoridad?
Muchas profecías, tanto en los días del Antiguo como del Nuevo Testamento, nunca llegaron a formar parte del Canon: por ejemplo, las instrucciones específicas como las que la iglesia de Antioquía recibió sobre Pablo y Bernabé; la predicción de Agabo sobre la hambruna; una aplicación apropiada de la verdad canónica, como algunas de las predicaciones proféticas de los profetas del Antiguo Testamento. En cualquier caso, no veo cómo las declaraciones proféticas de alguna manera relativizan o añaden al Canon. Gaffin utiliza la advertencia de Pablo a los corintios de «no sobrepasar lo que está escrito» (1 Co. 4:6) como base para su argumento sobre la idea de que la vigencia de la profecía amenaza al Canon. A pesar de que no vivimos en el mismo periodo de Canon abierto que los corintios, esta Escritura en realidad demuestra que alguien puede aferrarse a la Escritura canónica donde ésta fue revelada de forma verbal, y aún así recibir profecías, como en la Iglesia de Corinto.
Los cesacionistas tienen razón al sostener la enseñanza bíblica de que la Escritura es autosuficiente para capacitarnos para toda buena obra (2 Ti. 3:16). Al enfatizar sobre la enseñanza de la palabra bíblica, están siguiendo directamente el patrón apostólico, especialmente el de Pablo en las cartas pastorales. Pero, ¿qué significa decir que el Espíritu está atado a la palabra bíblica, y que su voz en la actualidad está «hablando de forma relevante» (p. 69) a través de la Escritura?
A pesar de que la Escritura es el Canon de verdad, ¿no revela el Espíritu su voluntad en situaciones específicas, tanto personal y corporativamente como iglesia, más allá de lo que cualquiera pueda extraer legítimamente de la exégesis de cualquier pasaje de la Escritura? Si tal guía del Espíritu no compromete la suficiencia de la Escritura, ¿por qué iba a ser diferente si las instrucciones vinieran en ocasiones a través de la revelación inspirada? La idea de Gaffin de que tales profecías pueden quitarle protagonismo a la Escritura o «alejar la atención de la Escritura, particularmente en temas prácticos y apremiantes de la vida» (p. 58) está bien abordada. Las instrucciones de la Escritura sobre sí misma como la verdad que Dios usa para inaugurar y nutrir la vida excluye que cualquier profecía pueda competir con ella. La mayoría de la profecía en la Escritura fue dada a través de los que amaron y vivieron la Revelación previa de Dios. El hecho de que los profetas pudieran profetizar, de ningún modo apartó su atención de la Revelación que Dios había entregado previamente a través de Moisés. Del mismo modo, muchas visiones interiores e instrucciones de guía divina llegan a aquellos cuyos corazones están llenos con la verdad de la Escritura. La posibilidad de que Dios otorgue la revelación profética a su pueblo para circunstancias específicas según su voluntad, por lo tanto, no debe apartar al creyente de las Escrituras como su fuente de vida espiritual y canon de creencia y práctica.
Finalmente, Gaffin sugiere que la profecía no puede ocurrir porque no puede ser comprobada por la Escritura. Algunas, como la de Agabo, son tan específicas que la Escritura ni las menciona (p. 57). Pero si asumi...

Índice

  1. Cubierta
  2. Página del título
  3. Derechos de autor
  4. Índice
  5. Presentación de la Colección Teológica Contemporánea
  6. Prefacio: Wayne Grudem
  7. Abreviaturas
  8. 1. LA POSTURA CESACIONISTA (RICHARD B. GAFFIN, JR.)
  9. 2. LA POSTURA ABIERTA, PERO CAUTELOSA (ROBERT L. SAUCY)
  10. 3. LA POSTURA DE LA TERCERA OLA (C. SAMUEL STORMS)
  11. 4. LA POSTURA PENTECOSTAL/CARISMÁTICA (DOUGLAS A. OSS)
  12. 5. DECLARACIONES FINALES
  13. Conclusión: Wayne A. Grudem
  14. Bibliografía en castellano
  15. Índice de temas y personas
  16. Índice bíblico y extrabíblico