Educar a fondo
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Educar a fondo

Una mirada cristiana a la posmodernidad

  1. 160 páginas
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Una mirada cristiana a la posmodernidad

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¿Qué es la formación cristiana? ¿Hay una verdad sobre la persona humana y su destino? ¿Cómo no perder "el norte educativo" en un mundo desorientado como el nuestro? ¿Qué alcance educativo tiene la dignidad personal?

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Información

Año
2015
ISBN
9788431355449

Segunda parte: Los retos educativos del pensamiento cristiano

La fe cristiana pone en el centro de la existencia y de la cultura al ser humano, creado a imagen y semejanza de Dios. Su dignidad está, precisamente, en su relación con Dios. Educar de acuerdo con esta verdad sobre la persona es un gran desafío hoy y la gran respuesta cristiana a la crisis de la cultura.

1. La verdad como tarea para el pensamiento cristiano

El hombre frente a su tarea esencial

«Esta noche, al amanecer, a la hora de los sueños, también yo he tenido uno. ¿Qué es lo que en él ocurría? Ya no lo sé, pero se decía algo, y tampoco sé ya si se me decía a mí o si era yo quien lo decía. En todo caso en el sueño se decía que cuando el hombre nace se le entrega una palabra, y era importante lo que esto significaba: no era sólo un talento sino una palabra. Esta es pronunciada en el interior de la esencia del hombre y es como la palabra clave para todo lo que posteriormente sucede; es a la vez fuerza y debilidad, mandamiento y promesa, protección y amenaza. Todo lo que acontece en el decurso de los años es consecuencia de esta palabra, es su explicación y realización. Y todo depende de que aquel al que ésta le ha sido dicha (todo hombre, ya que a cada uno se le dice una) la comprenda y esté de acuerdo con ella. Y quizá sea esta palabra el fundamento de lo que un día el Juez le dirá» (R. Guardini, Apuntes para una autobiografía, Encuentro, Madrid, 1992).
Buscar la verdad es, en definitiva, la tarea única del hombre en su existencia. Y en esa búsqueda consiste su grandeza. Y su miseria consiste en renunciar a la búsqueda. El gran fracaso humano sería la renuncia completa a encontrar la verdad: sería la renuncia a su propia llamada, la renuncia a aquello que constituye su más íntima esencia. Dice Juan Pablo II: «Siempre es la verdad la que influye sobre su existencia; en efecto nunca podría fundar la propia vida sobre la duda, la incertidumbre o la mentira; tal existencia estaría continuamente amenazada por el miedo y la angustia. Se puede definir, pues, al hombre como aquel que busca la verdad» (Juan Pablo II, Fides et ratio, n. 28). Se busca la verdad en todos los órdenes de la existencia. Se busca la verdad teórica y la verdad práctica. Se busca la respuesta a los interrogantes fundamentales sobre la existencia y, también, la explicación racional y científica de los procesos naturales. Se buscan los criterios adecuados para orientar la conducta. Se busca la verdad personal: se busca amar y ser amado. Cuando encuentro un amor grande, este forma parte sin duda de la verdad, de la verdad que explica y desvela el misterio de mi existencia.

La renuncia moderna a la verdad

Y en este punto nos encontramos con el problema central del momento presente: la modernidad, al dejar de lado el conocimiento de Dios, empobreció de manera inexorable y paulatina su conocimiento del mundo y del hombre. Si, como señalaba Kant, podemos afirmar que todo se reduce en última instancia a los conceptos (ideas) de alma, mundo y Dios, es evidente que el destino de los tres va unido: a una imagen de Dios, corresponde una imagen del mundo y una imagen del hombre. Sostengo que a un abandono de Dios, corresponde un abandono del mundo y del hombre. Y esta es la característica fundamental del pensamiento occidental en los últimos siete siglos.
En la actualidad, carecemos realmente de una imagen verdadera del mundo y del hombre, porque carecemos de un conocimiento válido de Dios. El pensamiento cristiano es aquel que busca la verdad teniendo a Dios como punto de referencia: aquel pensamiento que investiga con la razón la realidad iluminada con la poderosa e insustituible luz de la Revelación. No se puede prescindir de la ayuda de la Revelación: se puede desconocer; pero, una vez conocida, dejarla de lado es una decisión de la voluntad que implica al entendimiento.
Aquí hay que evitar una falsa humildad que es soberbia intelectual. «No puedo llegar a Dios y por eso lo dejo» significa realmente «no estoy dispuesto a intentar una tarea que no depende exclusivamente de mí, es decir, de la que no soy dueño y señor». El no puedo que martiriza al pensamiento ocultamente engreído es, en el fondo, un no puedo solo. Admitir que no puedo solo es un acto de humildad intelectual que constituye al hombre en la verdad de su condición de criatura y, por tanto, un ser esencialmente dependiente. Esta esencial dependencia no coarta al entendimiento humano, sino todo lo contrario: lo impulsa hacia los más altos objetivos.
«La Revelación introduce en la historia un punto de referencia del cual el hombre no puede prescindir, si quiere llegar a comprender el misterio de su existencia; pero, por otra parte, este conocimiento remite constantemente al misterio de Dios que la mente humana no puede agotar, sino sólo recibir y acoger en la fe. En estos dos pasos, la razón posee su propio espacio característico que permite indagar y comprender, sin ser limitada por otra cosa que su finitud ante el misterio de Dios. Así pues, la Revelación introduce en nuestra historia una verdad universal y última que induce a la mente del hombre a no pararse nunca; más bien la empuja a ampliar continuamente el campo del propio saber hasta que se dé cuenta de que no ha realizado todo lo que podía, sin descuidar nada» (Juan Pablo II, Fides et ratio, n. 14).
Realmente, sin la mirada puesta en Dios, no se puede tener una imagen correcta de la realidad: la autonomía de la fe y la razón no se pueden ni se deben entender como separación y aislamiento: salen las dos perjudicadas.
«El mundo y todo lo que sucede en él, como también la historia y las diversas vicisitudes del pueblo, son realidades que se han de ver, analizar y juzgar con los medios propios de la razón, pero sin que la fe sea extraña en este proceso. Ésta no interviene para menospreciar la autonomía de la razón o para limitar su espacio de acción, sino sólo para hacer comprender al hombre que el Dios de Israel se hace visible y actúa en estos acontecimientos. Así mismo, conocer a fondo el mundo y los acontecimientos de la historia no es posible sin confesar, al mismo tiempo, la fe en Dios que actúa en ellos. La fe agudiza la mirada interior abriendo la mente para que descubra, en el sucederse de los acontecimientos, la presencia operante de la Providencia (…) La razón y la fe, por tanto, no se pueden separar sin que se reduzca la posibilidad del hombre de conocer de modo adecuado a sí mismo, al mundo y a Dios» (Juan Pablo II, Fides et ratio, n. 16).
¿Qué es lo que pasa en la actualidad? Una pobreza conceptual muy grande y una gran desorientación provocadas por un alejamiento cultural progresivo de Dios. Alejamiento que tiene su origen en una decisión tomada por algunos pensadores en el siglo xiv. Es la decisión de no reconocer la dependencia esencial del hombre respecto de Dios: en definitiva, es el seréis como dioses de los orígenes de la historia humana que dificulta el conocimiento de Dios, del hombre y del mundo. Esto, como es evidente, no determina la historia personal de cada hombre en su relación con Dios, pero sí influye culturalmente en todo hombre: sus modos de pensar, querer y sentir; en este sentido, se puede hablar de épocas, sociedades, culturas más o menos cristianas, más o menos cerca de la verdad.
«Según el Apóstol, en el proyecto originario de la creación, la razón tenía la capacidad de superar fácilmente el dato sensible para alcanzar el origen mismo de todo: el Creador. Debido a la desobediencia con la cual el hombre eligió situarse en plena y absoluta autonomía respecto a Aquel que lo había creado, quedó mermada esta facilidad de acceso a Dios creador» (Juan Pablo II, Fides et ratio, n. 22).

Un nuevo reto para el pensamiento cristiano

Y aquí se abre el apasionante panorama para el pensamiento cristiano: la elaboración de un genuino saber acerca de Dios, del hombre y del mundo en el tercer milenio. Todo un ejercicio de audacia de la razón en obediencia a la fe. Podríamos sintetizar este planteamiento en los siguientes puntos que, a mi juicio, se pueden ver reflejados en las páginas de la encíclica Fides et ratio de Juan Pablo II:
1. El pensamiento actual general, que es un pensamiento desgajado del cristianismo, es conceptualmente pobre.
2. El error fundamental del pensamiento moderno no-cristiano es, sobre todo, la cortedad de aspiraciones.
3. Solo un pensamiento cristiano está capacitado para dar respuesta definitiva a todos los interrogantes del hombre.
4. El pensamiento actual solamente puede avanzar hacia la verdad en un diálogo auténtico con la Revelación.
5. La fe cristiana está debilitada por la debilidad del uso de la razón (si no pienso bien, tampoco creo bien).
6. El pensamiento actual no-cristiano nace en un momento histórico preciso y tiene su origen en el empobrecimiento de una genuina filosofía cristiana y en un proceso de desintegración a partir de esta. Todo lo valioso que hay en los planteamientos modernos tiene su raíz en dicha filosofía. El desarrollo de la ciencia y de la técnica que ha habido nace de un punto elevado de pensamiento cristiano que Occidente había adquirido en el siglo xiii d. C.: este progreso moderno es la inercia de aquel pensamiento y el desarrollo, como diría Leonardo Polo, de algunas de las alternativas abiertas por él.
7. El progreso científico-técnico al que hemos asistido es pobre respecto al que podría haber sido sin el abandono paulatino de Dios por parte de la cultura occidental.
8. El punto de inflexión (siglo xiv: Baja Escolástica, crisis nominalista) se produce como consecuencia de un acto de soberbia intelectual (tendencias racionalistas de algunos autores de esa época que marcaron el rumbo posterior del pensamiento occidental).
9. Todos los patrones intelectuales que manejamos en la actualidad (esquemas mentales) son pobres (han sufrido un proceso de empobrecimiento desde que la Revelación dejó de ser el punto de referencia del pensamiento occidental y se negó la posibilidad teórica de Dios): libertad, amor, eficacia, vida, inteligencia, sentimiento, autonomía, progreso, abstracción, sentir, ver, hombre, Dios, muerte, sexualidad, etc.
10. El pensamiento cristiano tiene que elevar todo lo humano a la altura de su dignidad. El «sapere aude» es algo válido, enraizado en lo más profundo del espíritu humano. Solo necesita el enfoque adecuado para no fracasar. Esta elevación se produce únicamente en relación con Dios: la elevación de la racionalidad se producirá solo en contacto con la Revelación (elaboración de una genuina filosofía cristiana).
Estos seis siglos han sido una buena experiencia: la del fracaso del hombre sin Dios. Con esta experiencia, al pensamiento cristiano se le abre el reto de pensar toda la realidad desde la perspectiva de Dios. Dice Guardini:
«Si nos decidimos a hacer esto, a mirar el mundo desde la altura de la auténtica fe, ¿qué veremos? ¿No se producirá una transposición de todas las cosas? ¿Una inserción en contextos nuevos, procedentes de Dios, y, por consiguiente, una nueva fijación de los fines? ¿No sobrevendrá un cambio de proporciones, una relativización de las magnitudes, una inversión de los valores? Contemplada desde la perspectiva de la experiencia y de la razón naturales, ¿no aparece como extremadamente problemática esta imagen del mundo, dado que en ella se presentan como seguras y valiosas muchas cosas que no lo son en el ámbito natural e, inversamente, quedan puestas en duda otras cosas que, vistas desde nosotros, aparecen como seguras y deseables? Si vemos así las cosas desde el punto de vista del Dios que otorga la revelación –intentemos imaginar una vez cómo vio Jesús el mundo, cómo lo vieron Pablo y Juan–, ¿qué ocurre entonces con el mundo? ¿Qué sucede cuando se lo ve desde la cruz? ¿Soportaremos esa mirada? ¿Podremos mantener como imagen correcta del mundo la que esa mirada nos proporciona? ¿Podremos hacerla nuestra, aunque la mirada humana meramente natural se oponga a ella con su poderosa evidencia? ¿O la rechazaremos como escándalo y locura? ¿O bien la reduciremos insensiblemente a una visión estética, práctica y racional?» (R. Guardini, Cristianismo y sociedad, Sígueme, Salamanca, 1982).
«Es gloria de Dios ocultar una cosa, y gloria de los reyes escrutarla» (Pr, 25, 2). La grandeza del hombre está en esta tarea: ¿será capaz el hombre del siglo xxi, del siglo que será cristiano o no será en modo alguno, renunciar a la autosuficiencia en el conocimiento? El hombre tiene su grandeza solo en Dios. ¿Será capaz el hombre de no renunciar a su propia grandeza?

2. Hacia una formación cristiana con rango científico

Incertidumbre actual

Desconcierto, inquietud, pérdida de sentido, vacío… Expresiones que reflejan la ya consabida conciencia de crisis en la cultura occidental. Consabida, pero no por ello menos cierta. Es verdad que la sociedad pasa por un momento de crisis; pero esto encierra elementos extraordinariamente positivos. Toda época de crisis supone una mayor reflexión de la cultura sobre sí misma, sobre sus fundamentos y su destino. Y pensar nunca está de más.
El siglo xx se despidió con un sentimiento de incertidumbre general frente a la existencia. ¿Hacia dónde debemos ir? Esta es, quizá, la gran pregunta formulada en silencio por doquier. La formulan la Política y la Economía, enmascarada tras un ropaje ideológico y técnico. El Arte tantea la respuest...

Índice

  1. Presentación: Una apasionante tarea
  2. Primera parte: Educación y cultura al servicio de la persona
  3. Segunda parte: Los retos educativos del pensamiento cristiano
  4. Tercera parte: La educación vista desde el aula