Los sonidos y los días
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Los sonidos y los días

  1. 200 páginas
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Los sonidos y los días

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Los sonidos y los días es una selección de textos periodísticos sobre el ámbito musical mexicano escritos por Horacio Flores Sánchez entre las décadas de los cuarenta y setenta del siglo pasado. Son una muestra de la labor que por años realizara el autor para contribuir a la cultura nacional, abarcando géneros como la crónica, la crítica, la entrevista y el ensayo. La obra está dirigida tanto al público especializado como al lego a fin de que conozcan diversas obras, autores e intérpretes.

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I. Conciertos

Despedida de Menuhin. El Cuarteto González

El miércoles ofreció su último recital Yehudi Menuhin. Como era de esperarse, la inclusión del Concierto de Paganini en el programa atrajo la curiosidad del gran público y las localidades se agotaron. Pero la compensación fue excelente y, junto al Paganini de exhibición, virtuosista y de efectismos, el público escuchó tres obras que, por sí mismas, dieron categoría al programa: la Sonata en si bemol mayor, K 434, de Mozart, la Sonata núm. 1 en fa menor de Prokofiev y las Seis danzas folklóricas rumanas de Bartók.
En Mozart fue en donde Menuhin realizó la interpretación más completa. Aun cuando el violinista tiene fama de virtuoso, de hábil técnico y de artista poco sentimental, todo parece demostrar que en estos momentos de su vida está sufriendo un cambio radical. Hoy no es el mismo Menuhin de antes, y lo que en él se admiraba, esa facilidad sorprendente en el manejo del arco y la gran agilidad digital, es hoy cosa de segundo término y el primer lugar lo ocupa su nueva interpretación de los clásicos. El Concierto de Bach y el fragmento de la Partita el domingo, y la Sonata de Mozart el miércoles, han sido la demostración de la observación que hacemos.
Fuera de cierto apresuramiento en el Allegro, el Largo y sobre todo el Andante de la Sonata de Mozart fueron dichos con gran sentido de justeza, pero a la vez con profunda sensibilidad.
La Sonata de Prokofiev, que descontroló al principio un poco al auditorio, fue interpretada con un agudo sentido de la música moderna. El espíritu melódico de la obra campeó y el público finalmente la aplaudió con convencimiento.
El artista soviético es uno de los ejemplos más contundentes del músico nato, del creador espontáneo y fluido, y es eso precisamente lo que, pese a ciertas oscuridades aparentes, le da su fuerza seductora y su impulso de difusión.
De los cuatro movimientos de la Sonata, son quizá el Andante y el denominado Allegrissimo —que abusa un poco de los efectos de sordina— los más sobresalientes. La Sonata en conjunto tiene un carácter juvenil, fresco, y de contagiosa alegría y optimismo. Menuhin hizo una brillante interpretación de ella. Subrayó bien sus temas, se sobrepuso a las muchas dificultades técnicas y mantuvo la ilación melódica.
Las Seis danzas folklóricas rumanas de Bartók, tocadas después del no muy afortunado Concierto de Paganini —los dos últimos movimientos de éste fueron notablemente desiguales—, mostraron el otro aspecto del músico húngaro, el de inspiración más auténtica. Los armónicos de Pec Li, la tercera danza, fueron limpios y claros, y por lo mismo muy diferentes a los del tercer movimiento del Concierto de Paganini, que de todos modos fue aplaudido delirantemente por el público.
La Sociedad Manuel M. Ponce ofreció el jueves en la noche, en la Sala Schieffer, el primer programa de su temporada. El Cuarteto González tuvo a su cargo el programa y contó con la colaboración muy valiosa de la pianista Esperanza Pulido y del magnífico clarinetista Anastasio Flores. El Quinteto en la mayor con clarinete, de Mozart, fue la obra central y con justicia puede decirse que la interpretación estuvo apegada al estricto sentido mozartiano. Tanto los instrumentos de cuerda como el clarinete siguieron con fidelidad sus partes y lograron una conjunción de espíritu notable. El grupo merece un aplauso muy efusivo.
El Trío romántico del maestro Ponce, una de sus obras menos conocidas, pero de mayor calidad, fue el número final de la noche y la digna culminación de la velada. Lo tocaron la señorita Pulido al piano, Juanita Court al violín y el director del grupo, el maestro Domingo González, en el violonchelo.
En el concierto sólo hubo de sentirse la poca asistencia del público. ¿Cómo querrán los numerosos miembros de esta sociedad divulgar la mejor música de cámara y la obra del maestro Ponce, si ellos mismos no prestan, además de su nombre en los programas, su entusiasmo y su asistencia? Un programa de la calidad del que se presentó el jueves merecía haber tenido un público más numeroso y los artistas deberían haber escuchado más aplausos. Esperemos que las próximas sesiones sean más concurridas y que los socios las recuerden mejor.
(Publicado en la sección “Musicales” de El Universal, 2 de julio de 1949, firmado por Horacio Flores-Sánchez)

El concierto inaugural de la Sinfónica de la Universidad

Iniciando su doceavo año de vida, la Orquesta Sinfónica de la Universidad ha ofrecido el primer concierto de su actual temporada el domingo último. Su plan en el presente año es de ocho conciertos y hay en ellos una curiosa predominancia de música del periodo romántico nacionalista. Dvořák, Glazunov, Mussorgsky, Sibelius, Borodin, Rimsky-Korsakov, figuran en casi todos sus programas. Afortunadamente, las obras que representan a cada autor son de las menos conocidas en nuestro medio y, no sólo por el fin didáctico, sino por el de puro placer estético, llenan una necesidad al darse a conocer.
Habremos de agradecer al maestro José F. Vásquez, director titular de la orquesta y a quien suponemos por lo tanto el formador de los programas, este tipo que, en temporadas subsecuentes, habrá de compensarse con toda seguridad con la inclusión de grandes obras clásicas —de Mozart, Haydn y Bach—. Esto dará ocasión al público y a los músicos no sólo de conservar un equilibrio de fuerzas de diferente sentido, sino afirmar más su grado de apreciación.
En el concierto del domingo se nos han presentado tres obras: la Obertura Coriolano de Beethoven, el Concierto para violín de Dvořák —en su primera audición en México— y la Quinta Sinfonía de Glazunov.
En Coriolano la orquesta, un poco insegura, dio una versión discreta. Las cuerdas —que vemos reforzadas ahora por algunos de los mejores elementos de la extinta Sinfónica de México— tienen un sonido mejor y más parejos que en años anteriores, lo que sucede, asimismo, con los metales. No vacilamos en asegurar que en unas sesiones más, la orquesta tendrá un magnífico sonido y se le podrá sacar mejor partido, como ya anuncia en estos comienzos de temporada.
El Concierto de Dvořák —en el que participó como solista dando muestra de un temperamento equilibrado y de conocimiento de la obra el violinista Benjamín Cuervo— fue, junto con la Quinta Sinfonía de Glazunov —tocada al final del programa—, comprobación de estos anuncios a los que nos referimos. En estas obras, abundantes en color, brillo y ritmo, características de la música de inspiración folclórica, la orquesta tuvo momentos excelentes. El maestro Rocabruna, que la dirigió en esta ocasión, imprimió hábilmente los matices apropiados y diferenció, con finos contrastes, los planos de cada obra.
El final de la Sinfonía de Glazunov, con ese aprovechamiento de todos los recursos orquestales del autor, tuvo un gran brillo y produjo un efecto fuera de toda vulgaridad. El señor Luyando, nuestro magnífico timbalista, hizo gala una vez más de sus relevantes cualidades durante los largos compases en que, con gran dinamismo, Glazunov hace participar a los timbales.
La señorita Virginia Schwartz, pianista de prometedoras dotes, se presentó en la Sala Ponce el viernes de la semana pasada. Lástima que la desafortunada sugerencia de alguno de sus consejeros le haya impelido a hacer —en su intermedio— esa absurda presentación de sus invitados los artistas del cine. Este hecho restó toda la seriedad a su concierto con gran demérito de su prestigio. Ojalá que, consciente de sus facultades —nosotros las hemos apreciado y sólo por ello nos referimos a este concierto—, se dé cuenta para sus sucesivas presentaciones de lo nefasto de los consejos que recibe y tome el camino de los artistas de categoría.
(Publicado en la sección “Musicales” de El Universal, 12 de julio de 1949, firmado porHoracio Flores-Sánchez)

El primer concierto de Sigi Weissenberg

Continuando con nuestra actual temporada de conciertos, muy rica en presentación de valores jóvenes, hemos recibido una sorpresa muy agradable: la visita de Sigi Weissenberg, de sólo 20 años, pero con la madurez artística de un gran maestro. El caso de este joven pianista es uno de los que pueden calificarse de auténticamente excepcionales, no cae dentro de las pautas generales de consideración, y de ahí que cuantas reservas puedan aplicarse en los casos de artistas de esta edad —como lo hicimos nosotros en nuestra crónica anterior— no tengan lugar al tratarse de él.
Weissenberg es, en efecto, de una capacidad, no sólo técnica, sino interpretativa, que sobrepasa los límites de lo acostumbrado aun en esta época de grandes virtuosos. Sus brazos y manos, su cuerpo entero, son instrumentos de una maleabilidad y obediencia sorprendentes, no hay dificultad técnica alguna que pueda convertirse en obstáculo para sus interpretaciones: arpegios, octavas, trinos, toda la gama de elementos técnicos que a veces rompen la continuidad de las obras por la sola complicación de su presencia, en combinaciones difíciles, es sobrepasada por su habilidad, y se convierten en elementos de gran expresividad cuando él los toca.
El viernes pasado —en el primer recital de los tres que habrá de ofrecer—, la Sonata en si menor de Liszt, tan extraordinariamente retórica, la Humoresca de Wladigeroff y la brillante y emotiva Sugestión diabólica de Prokofiev fueron muestras magníficas de lo que sobre su habilidad técnicamente decimos. Los tres Corales de Bach y la Sonata en mi mayor de Haydn, por otra parte, confirmaron lo que sobre su madurez artística hemos apuntado. Parecía por momentos increíble que cuando Bach y Haydn requieren una notable capacidad mental, además de intuitiva, un artista de la edad de Sigi Weissenberg pudiera decirlas con tan acabada concepción, con un sentido tan completo, tan redondamente musicales.
Los Corales, y especialmente el tercero —que tuvo que bisar ante las aclamaciones del público—, tuvieron no sólo esa dignidad de grandes creaciones humanas de las obras de Bach, sino el calor, la emotividad, que a veces se les resta al pensarlas tan medidas. La Sonata de Haydn, en su turno, fue una reivindicación del espíritu de un músico que sólo se ha pensado gracioso, bien hecho, pero sin mucha dosis de sensibilidad. Se convirtió, por virtud de la interpretación, al mismo tiempo delicada y vigorosa de Weissenberg, en una obra de emoción profunda, de intensidad dramática. Los tres movimientos fueron dichos con tal fidelidad al espíritu de la obra que se sintió la conexión perfecta, la correlación y la unidad.
El romanticismo —tan clásicamente expresado— de la Sonata para la mano izquierda de Scriabin fue, además de una muestra de la habilidad técnica, un dato más de la comprensión que este joven genio tiene por las obras de todas las épocas, de todas las sensibilidades y de todos los países.
La empresa que ha presentado a Weissenberg ha tenido en esta ocasión un éxito indiscutible. No se necesita una gran capacidad profética para asegurar que si en este primer recital el público se abstuvo de concurrir en gran parte por reserva, en los dos restantes —que ojalá fueran más— la sala estará llena hasta el último rincón. ¿Qué más podía esperarse tratándose de artistas de esta calidad?
(Publicado en la sección “Musicales” de El Universal, 19 de julio de 1949, firmado por Horacio Flores-Sánchez)

Despedida de Weissenberg. Leslie Hodge y la Sinfónica de la Universidad

Los últimos dos conciertos de Sigi Weissenberg nos han permitido conocerlo mejor. Seguimos considerándolo como el mismo artista excepcional que escuchamos la primera vez, hemos confirmado la madurez de su capacidad interpretativa y hemos admirado una vez más la maleabilidad de sus habilidades técnicas. Pero, especialmente en estos dos conciertos últimos, hemos podido darnos cuenta de que el temperamento juvenil, los 20 años, a veces irrumpen todavía con su fogosidad a través de algunas obras. Se le escuchan así ciertos arrebatos, alguna tendencia a acelerar los movimientos y, consiguientemente, aun cuando las interpretaciones no dejan de mantener su gran calidad y atractivo, el resultado conduce a una ligera alteración de las obras. Tal sucedió, por ejemplo, en el segundo concierto, con la última Sonata de Scarlatti (del grupo de tres que toc...

Índice

  1. Agradecimientos
  2. Prólogo
  3. I. Conciertos
  4. II. Ópera
  5. III. Perfiles
  6. IV. La vida musical