Landázuri y la cuestión sociopolítica en el Perú
El cardenal Landázuri desde el corazón del Evangelio
Ricardo Antoncich SJ
Se me ha pedido un testimonio sobre la dimensión social de la actividad pastoral del cardenal Landázuri. Estas líneas quieren dar una idea de aquello que animaba toda su vida, de lo cual su actividad social no es sino un aspecto.
Por todos era conocida su prodigiosa memoria. Quiero ofrecer un ejemplo muy personal en relación con mi vocación religiosa. En 1947 y el siguiente año tuve que vivir una tensión familiar muy fuerte. Mi padre se oponía radicalmente a mi vocación religiosa. Mi madre fue hasta la mayor autoridad eclesial en Lima, que era el arzobispo Landázuri, a pedirle consejo, y como era evidente, no cabía otra solución que esperar a mi mayoría de edad.
Nunca mencioné al cardenal este hecho del lejano pasado. Un día, por la década de 1990, él mismo aludió a este recuerdo y se alegró conmigo por haber conseguido mis propósitos. Con su estilo se refirió a mi «señora madre» con cariño y respeto.
Creo que de una forma implícita él fue siguiendo mis actividades en el campo social. Participé en el encuentro de sacerdotes de Cieneguilla que se manifestó con el nombre de la ONIS. Por ese motivo tuvimos una conversación en la que quedó claro que las denuncias sobre la realidad eran objetivas pero hizo una salvedad importante que él mismo clarificó en público. El documento de los sacerdotes mencionaba la actividad educativa de la Iglesia centrada sobre todo en los estratos altos de la sociedad; lo cual no era verdad porque muchas de sus actividades educativas estaban orientadas al servicio de los más abandonados y marginados.
Después supe que el propio Congreso de la República había dirigido una carta al cardenal por intermedio del congresista Cornejo Chávez, en respaldo a la acción de este grupo de sacerdotes.
Era la época de Medellín, en la cual el cardenal Landázuri tuvo un importante papel como vicepresidente del CELAM, sobre todo en su discurso a la asamblea. La II Conferencia de Obispos de América Latina en Medellín fue el ejemplo de la primera iglesia particular en estudiar y acomodar el legado del Concilio Vaticano II. La plena comunión con la doctrina y autoridad del papa fue respaldada por la presencia de Pablo VI en Medellín, la de Juan Pablo II en Puebla y Santo Domingo, y la de Benedicto XVI en Aparecida; todas ellas asambleas de los obispos de la región.
Medellín fue un signo de renovación y de cambio. Su recuerdo dinamizaba la acción pastoral, hasta el punto de que el servicio secreto de investigaciones de un país del sur recomendaba con toda urgencia localizar al «Señor Medellín», misteriosa fuente de las actividades subversivas de la Iglesia. La culpa del malentendido era la frecuente frase de los agentes pastorales: «Dice Medellín que […]».
Para la Iglesia peruana, una de las manifestaciones claras del espíritu de Medellín fue la creación de la Comisión Episcopal de Acción Social, cuya presidencia fue confiada a monseñor Bambarén, con una intensa acción pastoral en los «Pueblos Jóvenes», nombre feliz que destacaba el ímpetu de nuevas generaciones que tenían que competir con las tradicionales urbanizaciones del resto de la ciudad.
Se pidió al CEAS que también coordinase la creación de comisiones nacionales de justicia y paz para la región andina. En un momento importante para la unidad de los países andinos, la Iglesia hizo el esfuerzo de convocar a los cardenales de los seis países, desde Chile hasta Venezuela, y el encuentro se realizó en Lima. Recuerdo que en la preparación del discurso que el cardenal iba a dar como anfitrión, nos insistió en recordar a los cinco santos peruanos.
La tarea del CEAS, en aquella época como ahora, tenía un papel importante para mostrar el compromiso social de la Iglesia, que desde la más antigua tradición se había distinguido por redistribuir los bienes predicando la caridad y el desprendimiento de quienes poseían las riquezas.
Pero en los primeros siglos del cristianismo no existían ni los medios ni los conocimientos científicos para descubrir la relación entre medios de producción y crecimiento de la riqueza.
En los tiempos modernos, las ciencias sociales presentaban al pensamiento y acción de la Iglesia, ideologías y movimientos sociales que dominaban los bloques de naciones que se iban alineando en modelos de desarrollo confrontados entre sí. Sobre la distinción entre ideologías y movimientos insistió Juan XXIII en Pacem in Terris, por ser importante para el discernimiento del compromiso cristiano de los laicos.
De otra parte, las interpretaciones sociológicas, económicas y políticas alimentaban el ejercicio de los poderes políticos y militares de naciones enfrentadas en una «guerra fría permanente».
Estas novedades de lo social, económico y político eran también un desafío para la propia teología como intelección de la fe. La tradicional doctrina sobre la caridad ejercitada por individuos piadosos no daba respuesta alguna a las estructuras de la sociedad, construidas ya desde siglos atrás sobre el ejercicio del poder económico y político, en donde se jugaba otra virtud importante para la convivencia humana: la justicia.
Los sectores más conservadores de la Iglesia defendían una separación entre la caridad como misión de la Iglesia y la justicia como tarea del Estado y, por tanto, actividad política ajena a la misión eclesial.
Pero las directrices eclesiales, sobre todo a partir del concilio, dieron a la justicia su lugar debido en la pastoral sobre todo a partir de la Comisión Justicia y Paz, como dicasterio de la Iglesia. Las encíclicas sociales de Juan Pablo II y la de Benedicto XVI, Caritas in veritate, dejaron bien en claro que la caridad sin verdad se reduce a mero sentimentalismo que no se confronta con las raíces de los problemas sociales, y que la verdad sin caridad se vuelve estéril sin compromiso serio.
Desde la década de 1970, pero sobre todo en los años ochenta, el cardenal supo mantener una línea firme de apoyo a sus sacerdotes comprometidos en lo social. La teología de la liberación que nace en aquella época despertó los recelos de ciertos sectores de la Iglesia. No obstante, Landázuri apoyó y defendió la obra de Gustavo Gutiérrez.
Altos dignatarios de Roma le preguntaron: «Eminencia, ¿cree usted que lo que hace es correcto?», a lo cual, con fina ironía que era muy propia de Landázuri, respondió: «Eminencia, creer, creer yo creo todo lo que manda la Iglesia, pero opinar, cada uno tiene el derecho de hacerlo, ¿no le parece?».
Eran tiempos difíciles cuando había presiones de cardenales y obispos que acusaban a los teólogos de la CLAR de estar en muy malas relaciones con sus obispos respectivos. En el ambiente de cariño y amistad, Landázuri seguía estos movimientos de política eclesial, de modo que pude decir que esa acusación, por lo menos en el caso del Perú, no tenía ningún fundamento. Tuve la suerte de haber sentido el apoyo del cardenal Pironio cuando era el prefecto de la Congregación para la Vida Consagrada.
El interés por el tema de lo social encontraba sus raíces en su vocación de franciscano. Le gustaba visitar los pueblos jóvenes y decía con mucho humor que también los pobres tenían derecho de ver a su cardenal con los signos de su autoridad, donde la amistad y el cariño aparecían detrás de las formas externas de su autoridad episcopal.
Ciertamente Landázuri se habría sentido inmensamente feliz si hubiera vivido la elección del papa Francisco I; ambos se hubiesen sentido maravillosamente unidos en vincular el compromiso social con la figura del poverello.
Para Landázuri el compromiso social nace del Evangelio. Habría respaldado totalmente la afirmación de Gustavo Gutiérrez de que lo importante no es la «teología de la liberación» sino la frase bíblica: «¿Dónde van a dormir los pobres esta noche?».
Landázuri intuía muy bien que para Gutiérrez la verdadera teología se alimenta siempre de una espiritualidad. Y lo puedo confirmar por una anécdota de la que fui protagonista.
El clero de Lima tenía con frecuencia retiros para los sacerdotes y en una ocasión se me pidió el servicio de dirigirlo. Después de la exhortación, fuimos todos a la capilla para un momento de oración. Y el cardenal también estuvo en oración.
Tres o cuatro días después tuve que consultarle un tema de mi trabajo social. Terminado este asunto y ya para salir, me dice con mucho cariño: «Ricardo, qué gusto me ha dado verte haciendo oración. Créeme que en adelante voy a apreciar más todavía tus buenos consejos».
Creo, sin lugar a dudas, que para Landázuri el compromiso social no era la conclusión de un estudio político o económico, sino el respeto de las personas, de los pobres en quienes encontramos a Cristo presente. Por eso creía mucho en sus sacerdotes cuando encontraba coherencia de vida y testimonio.
En mi modo de enfocar estos temas he ido percibiendo con mayor claridad que el centro de nuestra fe es la certeza de la filiación de Cristo como Hijo del Padre. Jesús vive su vida como experiencia muy profunda de la paternidad de Dios.
Precisamente desde la experiencia filial de Jesús nace el deseo de actuar en el anuncio del Reino con las mismas actitudes y preferencias que ve en el Padre celestial. Solo recordamos una oración de alabanza de Jesús recogida por Lucas 10, 21, y Mateo 11, 25, que aquí cito: «Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra porque has mantenido ocultas estas cosas a los sabios y prudentes y las revelaste a la gente sencilla. Sí Padre, así te pareció bien».
Si Jesús es el corazón de la fe de la Iglesia y el ejemplo de todo el modo de dar el Evangelio al mundo ¿podemos extrañarnos de que Jesús dedique el anuncio de su Evangelio, según las predilecciones de su Padre? Y si Jesús procede así, ¿tenemos que esperar al marxismo para convertirnos a los pobres? La teología de la liberación, y concretamente la de Gustavo, tenía fuentes más puras y sagradas que cualquier ideología contemporánea.
Landázuri intuyó esta autenticidad de la evangelización que responde con la preferencia por los pobres a todas las pastorales eclesiales que ponen sus esperanzas en los ricos y poderosos de este mundo.
El cardenal Juan Landázuri Ricketts y la evangelización de la sociedad peruana
Ernesto Alayza Mujica
Debo empezar diciendo que la sociedad peruana fue encontrando en la Iglesia un llamado a su sensibilidad y conciencia desde el testimonio de personas públicas como el cardenal Landázuri. Fueron años fecundos en desafíos, desde una sociedad que busca y le es difícil encontrar su camino al desarrollo, la felicidad y la verdadera libertad. Sin embargo, el anuncio del Reino de Dios presta fuerza...