Gramáticas de la acción social
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Gramáticas de la acción social

Refundar las ciencias sociales para profundizar su dimensión crítica

  1. 272 páginas
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Gramáticas de la acción social

Refundar las ciencias sociales para profundizar su dimensión crítica

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Con una mirada original, Gramáticas de la acción social revisa los conceptos y las prácticas cruciales de las ciencias humanas y sociales, en especial la sociología, la historia y la antropología. En sus páginas, Cyril Lemieux presenta una novedosa teoría de la acción que invita a reflexionar sobre la forma en que las distintas disciplinas describen, explican, comprenden, predicen y desarrollan un enfoque crítico sobre sus objetos. Así, toma como punto de partida la noción de gramática, ese conjunto de reglas que mujeres y hombres debemos seguir para que en cada sociedad se nos reconozca como capaces de actuar y juzgar correctamente.Lemieux, uno de los principales exponentes de la sociología pragmática, retoma una de las preocupaciones centrales de esa corriente –precisamente, la comprensión de la acción social– y aporta un sólido y amplio marco de referencias –de Durkheim a Chomsky o Wittgenstein–, que le permite desarrollar una lograda perspectiva propia. Así, este libro decisivo trae al debate una propuesta metodológica revolucionaria al sostener que sólo la cuidadosa descripción de los hechos observados crea la base material para identificar las razones e intenciones de los actores. De allí en más, pueden detectarse las reglas que esos actores siguen, de modo que sus acciones se vuelven más explicables o previsibles. Y todavía más importante: la base así construida permite examinar los recursos con que cuenta la investigación y repensar su potencial comprensivo y crítico.El resultado es una guía introductoria y ambiciosa a la vez, en que el análisis, el debate y la integración de perspectivas se muestran capaces de abarcar la pluralidad de alcances de la acción humana.

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Información

Año
2019
ISBN
9789876297738
Categoría
Soziologie
Parte I
El error de Frazer
1. Individuo y solidaridad
“La verdadera función de la sociología”, según escribe Louis Dumont, “es colmar la laguna que la mentalidad individualista genera cuando confunde lo ideal con lo real”. De hecho, “si bien la sociología aparece como tal en la sociedad igualitaria, si bien está inmersa en ella, si bien incluso la expresa, […] tiene su raíz en algo enteramente distinto: la percepción de la naturaleza social del hombre. Contrapone al individuo autosuficiente el hombre social; considera a cada hombre ya no como una encarnación particular de la humanidad abstracta, sino como un punto de surgimiento más o menos autónomo de una humanidad colectiva específica, de una sociedad” (Dumont, 1979 [1966]: 17-18). Esta es la perspectiva que nos guiará en el presente capítulo. Denominaremos aquí “de solidaridad” el principio según el cual es imposible aislar completamente a un individuo de su sociedad o separar totalmente su acción de las de sus pares, y señalaremos de qué modo el método de investigación de las ciencias sociales se funda sobre dicho principio.
“Gramática” no es más que una de las numerosas nociones de las cuales los investigadores pueden valerse para respetar el principio de solidaridad. Por ejemplo, el concepto de “configuración” según la acepción de Norbert Elias, o el de “campo” en la obra de Pierre Bourdieu permiten llegar a este mismo resultado. Sin embargo, tal como la definiremos, la noción de gramática presenta una particularidad: da nombre a lo que permite a los humanos poseer certezas y sensaciones de evidencia. En este sentido, es capaz de hacer justicia al hecho de que la “naturaleza social” de los hombres les abre un acceso no ilusorio a verdades sobre el mundo y sobre ellos mismos. Por ende, el desafío de este capítulo es reconocer el argumento trascendental respecto de la gramática: que, en cada uno de nuestros juicios y en cada una de nuestras acciones, la gramática –en este contexto resulta difícil diferenciarla de la lógica, pero también de la moral en sentido durkheimiano– posee una dimensión trascendental objetiva. Admitir este argumento e intentar deducir sus consecuencias prácticas y metodológicas es comenzar a desligarse no sólo de los enfoques de la cognición humana centrados en el sujeto, sino también de aquellos que privilegian la intersubjetividad. Esto es, disipar ciertas oscuridades que nuestra mentalidad individualista introduce en la comprensión de los fenómenos humanos.
El ejemplo empírico sobre el cual nos basaremos en este capítulo –nuestra línea de bajo– es una historia que el lector conoce muy bien y que en definitiva resultaría banal, si no fuera por cierto romanticismo. La expondremos sucintamente.
Una pareja ilegítima, en un pueblo del interior: Louise, casada, 30 años, sin ocupación, vive desde hace un tiempo una “loca” aventura con Lucien, un joven seductor de 20 años, holgazán, ocasionalmente poeta. Evidentemente, como es costumbre en esos casos, la gente comienza a hablar mal de esa relación y de todo cuanto la rodea. En efecto, “en un pueblo, este tipo de aventura se agrava según cómo se la cuenta”. El escándalo acecha, es inminente. Entonces, para anticiparse y dejar atrás, quizá para siempre, el clima opresor de este pueblo donde todos se creen obligados a juzgarlos, los amantes arman sus valijas y “huyen” de noche hacia París: esa es la parte romántica.
Luego de desembarcar en la capital, Louise entra en contacto con su prima, una mujer consagrada, rica, respetada, de quien ella espera mucho; en especial, que la ayude a salir adelante en esa gran metrópolis, que aún desconoce. Pero una vez más, lo más sensato parece ser evitar el escándalo: no confesarle a esta familiar tan lejana que Lucien es su amante y que debido a su loco amor tuvieron que dejar repentinamente su pueblo. Esta precaución le vale a Louise que su prima mayor la reciba muy bien. La señora de Espard –ese es su nombre– le propone que esa noche la acompañe a la ópera, donde, por su rango, dispone de un palco. ¿Louise está autorizada a ir acompañada? Claro que sí, ¿por qué no?
Cuando se entera de que está invitado, Lucien queda maravillado: primero, nunca estuvo en la ópera y ahora se le presenta la ocasión; segundo, si Louise tuvo la intención de pedirle a su prima que él la acompañase, es porque lo tiene muy presente (desde la llegada a París, él dudaba un poco de esto por el modo en que su amante había decidido disimular su relación); por último, y tal vez lo más importante, la señora de Espard tiene una posición muy acomodada en la sociedad aristocrática y mundana de París, como Louise le repitió una y mil veces a Lucien. Esta noche, si el joven logra mostrarse brillante y agradable, sin lugar a dudas eso podrá propulsarlo al “gran mundo”. Así, habrá dado el primer paso hacia el reconocimiento público, impactante, de su talento literario.
Por desgracia, esta noche en la ópera terminará mal para nuestro joven poeta lleno de ilusión. Y ese será el foco de nuestro interés, ya que la desilusión de Lucien puede ayudarnos a acotar la noción que constituirá el núcleo de este libro, la de “gramática”.
1. Gramática: conjunto de reglas que deben respetarse para que en una comunidad se reconozca que uno sabe actuar y juzgar de forma adecuada.
Lucien, que tenía tantas esperanzas de brillar, se siente superado por los señores que, uno tras otro, se acercan a saludar a las dos damas, la señora de Espard y Louise, en su palco: “Sorprendido por las ingeniosas respuestas y la finura con la que esos hombres las formulaban, Lucien estaba aturdido por lo que llamamos el gesto, la palabra, y sobre todo por la desenvoltura en el habla y la elegancia de los ademanes”. Y luego, su vestimenta. Si bien ha invertido mucho para vestirse correctamente, ahora, ante la mirada de la señora de Espard nota que su chaleco quizás es “de mal gusto” y que “la hechura de su traje” es sin dudas “de una moda exagerada” en su estilo. Por último, están los datos aportados durante el entreacto a la señora de Espard por unas personas “indulgentes” o compasivas que conocen el pueblo de origen de los dos tortolitos, información que Louise, presionada por su prima, no pudo más que confirmar: Lucien no es un verdadero gentilhombre, su padre era un simple farmacéutico, aunque su madre sí provenía de la nobleza; por esto decidió llevar el apellido de soltera de su madre (De Rubempré) antes que el de su padre (Chardon). “¿Arrogarse un apellido ilustre? […] Eso es una audacia que la sociedad castiga”, dice enfurecida la señora de Espard, y luego abandona de inmediato el palco intimando a Louise a seguirla, antes de que lleguen “los chistosos” que estarían encantados de “encontrarla con el hijo de un boticario”. Lucien permanece quieto allí, sin darse cuenta de lo que está sucediendo. En la carroza que las lleva a sus moradas, la señora de Espard da su sermón a su prima provinciana: “Ese aspecto de boticario endomingado prueba que este muchacho no es ni rico ni noble; su cara es bonita, pero me parece bastante tonto y no sabe ni comportarse ni hablar; en una palabra, no está educado. ¿Por qué razón lo protege?”.
El lector habrá reconocido aquí un episodio de Ilusiones perdidas de Honoré de Balzac (1989 [1843]: 196-198).
Escolio 1. ¿Una concepción wittgensteiniana de la gramática?
a) Como lo da a entender nuestra definición de la gramática [1], el proyecto de este libro no es analizar los usos de la palabra “acción” (vale decir, la gramática de esta palabra), sino antes bien analizar la acción propiamente dicha, tal como se la puede observar, y analizarla de una manera que llamamos “gramatical”, en tanto la vincula a la regla que le da un sentido positivo. Por consiguiente, ¿en qué sentido un enfoque como el nuestro puede atribuirse una inspiración wittgensteiniana? Nadie lo duda: Wittgenstein es un filósofo del lenguaje. Si explora la gramática, lo hace experimentando con juegos lingüísticos, no realizando una investigación sobre las formas de vida, al modo de un etnólogo. Además, concibe una gramática de las palabras y de sus usos: “La gramática nos dice qué clase de objeto es cada cosa” (Wittgenstein, 1986 [1953]: 373). Por nuestra parte, la concebimos especialmente como una gramática de los usos y de sus palabras, algo bien distinto. Sin embargo, ¿es realmente tan distinto? De hecho, no podríamos soslayar que, según Wittgenstein, el lenguaje sólo se adquiere por medio de sus usos. Este posicionamiento constituye el núcleo de su concepción de la gramática como práctica y lo induce a escribir, por ejemplo, que “imaginar un lenguaje significa imaginar una forma de vida” (1986 [1953]: 19). Así, podría afirmarse que analizar gramaticalmente la acción sería una manera de tomar en serio la unión entre los juegos lingüísticos y las formas de vida. En este caso, ese modo de proceder no sería tan ajeno como parece al análisis gramatical de la palabra “acción”, aunque adopte un punto de partida y un método de investigación muy diferentes.
b) Mediante el análisis gramatical, Wittgenstein busca un método de comparación que le permita obtener como resultado una “visión global” de nuestros usos del lenguaje. Tal como lo explica, “una fuente principal de nuestra falta de comprensión es que no vemos sinópticamente el uso de nuestras palabras —A nuestra gramática le falta la visión sinóptica [Übersichlichkeit]. —La representación sinóptica [übersichtliche Darstellung] produce la comprensión que consiste en ‘ver conexiones’” (1986 [1953]: 122). Así, el análisis gramatical, tal como lo entiende el filósofo, consiste en poner en relación juegos de lenguaje, tomándolos de tal o cual forma de vida o inventándolos con fines de experimentación, para luego no explicitar las conexiones que existen entre ellos, sino mostrarlas (cada cual debería vivir la experiencia de verlas por sí mismo). Ahora bien, el modo de proceder que adoptaremos en este libro tal vez tendrá ciertos parecidos con esta concepción del análisis gramatical. Lo que buscamos es, en efecto, un método de comparación que nos permita obtener como resultado una representación sinóptica de las posibilidades de la acción humana. El capítulo 3 dará una primera descripción de esta “visión global”. Luego el capítulo 5 profundizará en ella con mayor detalle. Pero precisemos aún más: para Wittgenstein, la búsqueda de una representación sinóptica sólo puede dar por resultado “el reconocimiento de parentescos y analogías múltiples, no la construcción de un sistema de todos los sistemas, o el establecimiento de algún tipo de catálogo de todas las posibilidades consideradas por la antropología, entre las cuales los hombres habrían ‘escogido’ de algún modo su forma de vida” (Bouveresse, 1982: 112). Así es como entendemos nuestra propia búsqueda de una “visión global” o de un cuadro general. La universalidad de la que hablaremos en este libro no es la de un Sistema, sino la de actitudes antropológicas cuya expresión concreta es imposible deducir de antemano.
¿Sobre qué se basan nuestras sensaciones de evidencia?
“Es fácil ver que viene usted de Angulema”, señala la señora de Espard a Lucien “un tanto irónicamente sin dejar sus impertinentes” (Balzac, 1989 [1843]: 190). ¿Resulta fácil ver este tipo de cosas? Sí, indudablemente, para quien pertenece a la misma sociedad que la marquesa de Espard. Para cualquier persona en su situación, es la evidencia misma: el aspecto de boticario endomingado demuestra que este joven es provinciano. Pero esto no resulta tan evidente para Lucien.
2. Una gramática es lo que permite a los miembros de una comunidad juzgar correctamente, es decir, vincular correctamente las discontinuidades que se producen en el mundo (cuerpos, objetos, materiales, gestos, palabras…) con las descripciones, y vivenciar ante ciertas descripciones una sensación de evidencia.
Este Lucien no sabe vestirse ni comunicarse: entonces, no pertenece a la buena sociedad. Todas las discontinuidades que produce (el aspecto de su vestimenta, sus gestos, sus actitudes corporales) señalan en él una ausencia de educación. Prueban que no fue educado. Demuestran que por ende no es deseable como “protegido”.
3. ¿Podríamos decir que nada de lo que nos rodea y de lo que vivimos nos parecería evidente y natural sin una gramática? O en todo caso, nada de lo que nos resulta posible describir. (Lo único que objetamos aquí es la idea de que podemos describir la naturaleza sin recurrir a una gramática).
Sólo si tenemos un buen dominio de la gramática –de las reglas de uso y de denominación–, las discontinuidades físicas y comportamentales nos resultan naturales. Esto sucede con Lucien. Luego de su desventura, “reconoció con secreta tristeza que era preciso hacerse vestir por un sastre habilidoso y se prometió ir a la mañana siguiente a casa del más célebre” (Balzac, 1989 [1843]: 197). En suma, admitió que llevar cierto tipo de vestimenta es algo natural para quien pretende pertenecer a cierta comunidad. Y un poco más tarde “regresó alegremente a su hotel, donde se arregló tanto como aquel día nefasto en el que se quiso destacar en el palco de la señora de Espard en la ópera, pero ya le iban mejor sus ropas, se había adaptado a ellas” (1989 [1843]: 264-265). En su vestimenta comenzaba a haber algo un poco más natural.
Escolio 2. El argumento trascendental respecto de la gramática
Podemos llamar “trascendental” al argumento sostenido por la proposición 3, esto es, que sin la gramática no podríamos realizar descripciones ni juicios del mundo. Es importante destacar que este argumento no implica la existencia de un sujeto trascendental. Reconoce antes bien el carácter trascendental objetivo de la gramática y abre así la posibilidad a una versión del trascendentalismo no focalizado en el conocimiento individual. En dicha versión, las condiciones de posibilidad de los juicios y las condiciones de su verdad se alcanzan mediante aquello que las fundamenta en los conjuntos de reglas vigentes en el seno de colectividades humanas.
4. La descripción de una discontinuidad introduce en el mundo un vínculo crítico cada vez que su gramática no vuelve evidente esta discontinuidad misma. El niño habla de “gato”, aunque el dibujo represente, en cambio, un perro. Afirma que el dueño “golpea a su perro”. Sin embargo, el dibujo representa al amo que acaricia a su perro. Estas descripciones no generarán una sensación de evidencia en el educador que está junto al niño. Antes bien, el docente tendrá la sensación de que esas descripciones son evidentemente falsas.
Imaginemos que Balzac hubiera escrito: “Ese aspecto de boticario endomingado, esa incómoda rigidez, esa ineptitud para integrarse a la conversación, demostraban que aquel joven debía ser muy rico y un gran gentilhombre. Su figura no era en verdad bella. Pero parecía destacablemente inteligente ya que, en efecto, no sabía vestirse ni hablar. En suma, todo en él indicaba una educación superior”. ¿No estaríamos tentados a interpretar esta descripción como irónica? Un poco como si aquel amo, mientras golpea a su perro, nos dijera: “¿Ven lo cariñoso que soy?”.
5. ¿No es acaso una actitud muy similar a esta la que Wittgenstein le reprocha a Frazer respecto de los ritos primitivos que observó? La gramática de la descripción de Frazer difiere tanto más de la de los ritos primitivos, por ende entabla con ellos un vínculo crítico que impide comprenderlos.
Si Balzac hubiera escrito lo que poco antes nos imaginamos que podría haber escrito, si no comprendiéramos el alcance de la ironía y si nos tomáramos en serio todo eso, muy probablemente el hecho de que la señora de Espard abandone a Lucien en el palco y se lleve con ella a Louise nos resultaría un acto extraño, misterioso o bien por completo incomprensible. Entonces, tal como Frazer con los ritos que observó, estaríamos obligados a recurrir a una explicación complicada y poco evidente para devolver por lo menos algo de inteligibilidad a este evento. Por ejemplo, esto sucedería si imagináramos que en esta sociedad, cuando a todos les parece que un joven posee una educación superior, cuando todos concluyen que pertenece a un estatus social muy elevado, este joven se vuelve una persona sagrada o tabú, de quien es mejor alejarse lo antes posible, en especial si se es mujer.
6. Este es el mismo tipo de situación que podríamos llamar “error de Frazer”: al observarlo jugar, concluyo que juega mal al ajedrez. Y, sin embargo, está jugando a las damas.
Escolio 3. El error de Frazer, de Lévy-Bruhl, de Tylor y de algunos otros
a) Las proposiciones 5 y 6 se refieren al comentario de Wittgenstein sobre la principal obra del antropólogo James G. Frazer, La Rama Dorada. Wittgenstein sostiene que en su voluminoso estudio Frazer cometió varios errores, o más bien un error típico reproducido varias veces. Y lo característico de este equívoco es que aquello que en realidad es un error cometido por el descriptor pasa a tener la apariencia de un ...

Índice

  1. Cubierta
  2. Índice
  3. Portada
  4. Copyright
  5. Presentación (Gabriel Kessler)
  6. Epígrafe
  7. Introducción. ¿Un giro gramatical en ciencias sociales?
  8. Parte I. El error de Frazer
  9. Parte II. La gramaticalización del mundo
  10. Parte III. La experiencia de lo incomposible
  11. Conclusión. El tercer desafío
  12. Referencias bibliográficas