El malestar en la institución
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El malestar en la institución

El terapeuta y su deseo

  1. 112 páginas
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El malestar en la institución

El terapeuta y su deseo

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Índice
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Información del libro

A pesar de la esperanza de racionalidad, el inconsciente también interviene en la institución psiquiátrica. Pasión arcaica, goce funesto, lo insoportable de la transferencia con el psicótico resulta de que ella pone directamente en evidencia, de forma concreta e indiscutible, la pulsión de muerte. ¿Es acaso la institución terapéutica uno de los avatares del malestar que Freud señaló en la civilización?La institución procede del retorno de lo mismo. Fundada en una relación de eternidad, especie de máquina melancólica, la sombra de lo que a cada cual le falta también parece cernerse sobre su organización."Yo soy aquello de lo que el otro carece": este sería uno de los escenarios característicos de la fantasía del terapeuta. Aferrado a una función imaginaria, con la falsa esperanza de encontrar una completitud perdida, ofrece sus atenciones como la madre no mancillada por la carencia.En una comunidad de negación, cada cual teje en ella su historia y todo se repite, ineludiblemente, como en una tragedia. Asumir como proyecto la transformación de la institución implica atravesar el muro inefable de la ignorancia y enfrentarse a las resistencias que tienen muchísimo que ver con las resistencias clásicas del psicoanálisis.¿Es posible, a pesar de todo, aplicar el psicoanálisis en la institución psiquiátrica? Esta es la cuestión que centra este ensayo.

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Información

Año
2015
ISBN
9788499217758
Edición
1
Categoría
Psychology
1 Tiresias, los desórdenes del ciego vidente
Imagínate solo esto: en una de esas operaciones al principio hay números, por decirlo así, completamente sólidos. Una medida de longitud o de peso, o algo que podamos representarnos de manera concreta. Y que por lo menos son números reales. Al terminar la operación son también números reales; pero esos dos extremos, el comienzo y el final están ligados por algo que no existe.
¿No es acaso como un puente que solo tiene pilares a una y a otra orilla, y que, a pesar de ello, puede uno atravesar como si los tuviera en todo el recorrido? Operaciones de esa naturaleza me dan vértigo. Son como un trozo de camino que va sabe Dios adónde.
Robert Musil, Las tribulaciones del estudiante Törless
[Barcelona, Seix Barral, traducción de Roberto Bixio y Feliu Formosa]


¿Cuáles son los efectos de la psicosis en la institución, de la institucionalización de la psicosis? ¿Qué produce el choque del psicótico con el proyecto institucional? Supongamos que por un lado se halla el psicótico y por otro el terapeuta. Para intentar ver con mayor claridad, ¿podemos hacerlos intervenir juntos, como los factores de una ecuación cuya incógnita fuera la institución?
Atengámonos primero a la vía de los factores psicóticos. Podría verse al psicótico como alguien que existe en la medida en que no existe. Existe por medio de la negación. Debe negar su existencia para procurar existir. Si vive una historia, el sentido de la misma se evapora. Niega sus percepciones convirtiéndolas en insignificantes, vaciándolas de sentido. Puesto que la realidad lo destroza, se esfuerza en destruirla mediante un juicio de fatuidad (39) que también incluye al otro. ¿Y qué puede ser más complicado que trabajar con un individuo que rechaza el vínculo, el encuentro? Con esta paradoja tropieza el terapeuta al trabajar con el psicótico. ¿Qué puede resultar más paradójico que un sujeto que sería distinto a sí mismo? ¿Y qué puede resultar más arduo que la presencia de un objeto marcado por el rastro de la ausencia?
¿Qué va a ser entonces de la persona que se encuentra confrontada a semejante fenómeno? Para abordar esta pregunta también hay que analizar en nuestra ecuación los factores propios del terapeuta. Progresivamente rozado, ganado y finalmente invadido por una multiplicidad de sentimientos contradictorios que oscilan de forma caótica de la hostilidad a la compasión, de la omnipotencia a la desesperación, de la fascinación al fastidio, el terapeuta se debate entre la implicación inquieta y el distanciamiento completo respecto de su tarea. La desilusión hace mella en él. Abolición simbólica, exclusión del otro (31), pérdida del vínculo, inanidad, frente al psicótico corremos el riesgo de ser engullidos por el mismo agujero negro donde él ha caído. Incluso quien se proponía ver, comprender y hacer, cae presa de la confusión. ¿Cuál es entonces el destino del terapeuta? Frente al vacío, puede procurar introducir sentido y orden. Pero fatalmente las fuerzas aniquiladoras propias de la psicosis socavarán el sentido.
¿Qué queda pues de nuestra ecuación si, tanto del lado del psicótico como del terapeuta, está compuesta tan solo de sinsentido o de reliquias de ausencia?
La ecuación parece imposible, al menos en ausencia de una matemática del caos. La trama se deshilacha, no hay historia, el drama se deshace y nos deja flotando en un mundo descentrado. De la ecuación tan solo quedan fragmentos dispersos. Se ha volatilizado, disuelta bajo la presión de lo desconocido. Y como un personaje de Beckett, ya solo nos cabe proclamar: «Solo quiero intentar comprender por última vez, comenzar a entender cómo son posibles semejantes seres. No se trata de comprender. ¿De qué se trata entonces? No lo sé, hay que continuar a pesar de todo» (3).
Por lo general, las instituciones aspiran a desarrollarse de forma racional. A las que siguen aferradas a necesidades anticuadas se opondrán otras que procuran innovar. Aunque se propongan fundar su organización en un proyecto coherente de terapia, su funcionamiento sigue estando inevitablemente contaminado por los proyectos divergentes de quienes las habitan y pueden aferrarse a las luchas de poder, a los espacios instituidos, a las supuestas restricciones económicas que de hecho se rigen por objetivos completamente ajenos al tratamiento de la psicosis. Por más que las instituciones inventen toda clase de estrategias para eludir estos callejones sin salida, las soluciones innovadoras reintroducen inadvertidamente los mismos hiatos bajo nuevas formas. Al lado de los objetivos establecidos coexisten fuerzas desconocidas que, insidiosamente, parecen contradecir la racionalidad de su organización.
Algo en la institución sigue velado, algo en lo que la mirada jamás se posa, que parece determinarla más allá de su proyecto manifiesto. ¿Y si lo que se esconde estuviera también en su fundamento? ¿Y acaso semejante paradoja no se encuentra en los cimientos de toda institución?
¿Cómo permanecer pues en una historia dando al mismo tiempo lugar a su ausencia? ¿Acaso no es precisamente el efecto de ese vacío, desconocido aunque atisbado, el que hace que la institución sea lo que es? El terapeuta experimenta los efectos de ese vacío del que pretende escapar mediante la organización conservadora de los bienes adquiridos, la práctica de las técnicas y el culto de los saberes reconocidos. Asimismo, es posible buscar el camino en la objetivación, le medición y la agrimensura. En suma, cada cual pretende ejercer una destreza, sin reconocer que lidia con el vacío. Estos modelos están fatalmente condenados al fracaso. A menos que conviertan el vacío en su objeto. Porque hay que admitir que en última instancia el conocimiento no puede hacer nada más que abrazar una opacidad irremediable (30). Pero para admitirla habría que estar dispuesto a asumir el riesgo de renunciar a darse una imagen del mundo coherente y sin lagunas. De modo que en ocasiones podría aplicarse al terapeuta y a la institución lo que Freud dijo del filósofo al citar la broma del poeta Heine: «Con ayuda de su gorro de dormir y los jirones de su bata, tapa los agujeros del edificio del mundo» (23). Rechazar el vacío puede llevar al terapeuta a tomar la institución por algo que no es: signo de perversión, desaprobación y obstinación de quien se aventura a crear un pene donde no lo hay. Es posible transformar a la institución en una especie de abraxas conjurador de la castración. Convertida en representante de lo que falta, la institución también puede ser examinada a partir de la cuestión de la perversión (21).
Pero es necesario admitir que nos hallamos ante algo desconocido, un vacío, una ausencia, una carencia, que parece irremediable: una falla agrieta la institución. Hay que admitirlo sin preocuparse por la posibilidad de taparla. Hay que levantar acta de ello. La falla existe en el psicótico y en la institución. También es característica de cualquier saber que se proponga dar cuenta de ella. Tal vez solo el mito permite abordarla: el mito oculta y desvela lo que pretende captar (36). Todo conocimiento supone una pérdida: tal vez esta sea la sabiduría que encierra la imagen antigua de Tiresias, el ciego vidente.
2 Psicosis e ignorancia
Cae una niebla blanca en copos lentos. El sendero conduce hasta una charca oscura. Algo se mueve en la charca; se trata de una bestia ártica con piel áspera, amarilla. Avanzo el bastón y según sale del agua veo la pendiente de su espalda hacia las ancas y su movimiento perezoso. No tengo miedo pero al azuzarlo continuamente con el bastón lo atraigo hacia mí. Mueve pesadamente las zarpas y farfulla en un lenguaje que no puedo entender.
James Joyce, Epifanías
[Barcelona, Montesinos, 1992, traducción de Isabel Galdámez]


Extraño animal ártico, la institución, también farfulla en un idioma incomprensible para quien la interroga. Esta curiosa máquina social pretende fundar su organización en un proyecto de transformación del individuo a través de otros individuos. En la perspectiva de una relación de asistencia, la institución querría establecer la racionalidad de su acto a partir de una serie de supuestas necesidades. Pero, como se ha visto, a menudo no consigue extraer un pleno sentido de su función. No obstante resultan menos sorprendentes algunos supuestos del psicoanálisis. Reconocer la intervención de pulsiones, transferencia, inconsciente y repetición en la institución llevaría a constatar que lo que permanece velado la determina tanto como sus objetivos manifiestos. Con independencia de sus proyectos, la institución no escapa a los efectos de la lucha de pulsiones.
Síntoma, angustia, inhibición, todas estas dimensiones entran inevitablemente en escena. La institución también se halla bajo la influencia de fantasías que suelen imponerle durante largo tiempo la tiranía de sus libretos. Como si se tratara de una obra de teatro, el grupo institucional, más allá de su tarea, es autor, actor y espectador de un imaginario al que cada cual se enfrenta y que le hiere cotidianamente. En ella chocan entre sí las pasiones más arcaicas y se perpetúa un goce funesto.
Un hecho nodal parece repetirse en el escenario institucional: una historia traumática está en juego para el terapeuta en su encuentro con el psicótico. El cuidado jamás es neutro, está marcado por el conjunto de procesos transferenciales que influirán de forma significativa en el devenir del paciente y del terapeuta. Esto es particularmente cierto en el caso de la psicosis. Como se sabe, es muy frecuente que este tipo de pacientes quede excluido del tratamiento analítico. Emprender el psicoanálisis del psicótico conduce fatalmente al terapeuta a confrontarse consigo mismo, ciertamente de un modo mucho más contundente que con el neurótico. Ahí se hallaría el origen del traumatismo: un encontronazo con lo insospechado de uno mismo. Este acontecimiento normalmente permanece oculto tras todo tipo de estrategias de fuga, desplazamiento y racionalización. En ocasiones, incluso se busca algún consuelo en la psiquiatría clásica. Así es como la institución psiquiátrica se convierte en Alma Mater de la psicosis.
Intentar aplicar el saber analítico a la institución conduce una vez más a experimentar la resistencia al psicoanálisis. Y mucho más en la medida en que la clínica psicoanalítica, históricamente, tiene una tendencia a excluir a los psicóticos del campo de la cura. Así es como esa resistencia establece una ignorancia (18): ignorancia experta, y en ocasiones incluso ignorancia de la ignorancia.
La institución parece construirse, organizarse, desarrollarse, incluso innovar, a veces de forma compulsiva, a la medida del traumatismo oculto que alberga en su seno y de la serie de negaciones que ella misma induce. Por lo demás, tal vez sea a través de la negación —la comunidad de negación— como la institución se sostiene y se perpetúa, a pesar de los materiales tan explosivos que alberga. Cada cual teje en ella su historia y todo se repite, ineluctablemente, como en una tragedia.
El encuentro con lo incontrolable le revela al terapeuta su propia vida pulsional. El rey está desnudo, pero, como en el cuento, todo el mundo se comporta como si no lo estuviera. La ignorancia sería una de las tentativas de negar la evidencia pulsional, tan libidinal como destructiva. El traumatismo, que no se quiere ver ni admitir, ¿acaso no lo produce la revelación en el terapeuta de su propia libido y de su propio impulso destructivo? Lo insoportable de la transferencia con el psicótico resulta pues de que ella pone directamente en evidencia, de forma concreta e indiscutible, la pulsión de muerte. La elección del oficio de terapeuta, como se sabe, también se debe a la negación del propio impulso destructivo. La institución terapéutica sería uno de los avatares del malestar que Freud señaló en la civilización. Como la civilización, la institución parece sostenerse merced a la culpabilidad. Lleva su máscara para ocultar el impulso destructivo que alberga en su seno. Lo cual no impide que la institución siga siendo uno de los espacios de la eterna lucha entre Eros y pulsión de muerte. De este modo es posible comprender el sentido y la necesidad de la ignorancia en la institución.
Un aspecto de esta ignorancia es la negación de la transferencia. Para Freud, por lo demás, la transferencia actuará con mucha más fuerza cuanto más dudemos de su existencia: «En los establecimientos donde no se trata a los pacientes de los nervios mediante métodos psicoanalíticos, se observan transferencias que revisten las formas más extrañas y exaltadas, que en ocasiones llegan hasta la dependencia más absoluta y revisten un incontestable carácter erótico» (9). En la institución el psicótico podrá pues encontrar fácilmente todos los ingredientes necesarios para reactualizar su atolladero. De este modo, al excluir el reconocimiento de la transferencia nos privamos de uno de los campos esenciales donde se manifiestan las pasiones propias de un sujeto. El psicótico no cambia de estatuto, se limita tan solo a confirmar el destino de su patología. Pieza de colección de la institución, sigue sometido al caprichoso goce del Otro (31). Puesto que la institución habla por él, a veces es pasivamente zarandeado de discurso en discurso, sin que se reconozca su palabra ni su deseo, y a veces activamente moldeado y paradójicamente ignorado en los proyectos de una institución que quiere someterlo a las exigencias técnicas de su furor sanandi (13).
Podría considerarse que la ...

Índice

  1. CoverImage
  2. Portada
  3. Sobre los autores
  4. Créditos
  5. Dedicatoria
  6. Citas
  7. Prefacio a la tercera edición
  8. Prefacio a la segunda edición
  9. Preámbulo
  10. 1 Tiresias, los desórdenes del ciego vidente
  11. 2 Psicosis e ignorancia
  12. 3 El terapeuta atrapado
  13. 4 Contemplar el abismo
  14. 5 Posturas de la ignorancia
  15. 6 Volver al origen
  16. 7 Destinos de la carencia
  17. 8 El malestar en la institución
  18. 9 La infancia de una ilusión
  19. 10 La fantasía y la institución
  20. 11 El lugar de Edipo eternamente infantil
  21. 12 El psicoanalista en la institución
  22. Referencias
  23. Anexo. Psicosis e institución: proyecto para una investigación
  24. Bibliografía
  25. Postfacio. Freud, la psicosis y la institución
  26. Post scríptum (2013)