Rodolfo Kusch
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Rodolfo Kusch

Actualidad de un pensamiento americano: lecturas y reflexiones

  1. 198 páginas
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Rodolfo Kusch

Actualidad de un pensamiento americano: lecturas y reflexiones

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Información del libro

La crisis que vivimos nos pide retomar la lectura de la obra de Rodolfo Kusch, una de las figuras más emblemáticas y originales del pensamiento argentino y americano. El autor de América profunda se distingue por ser un pensador fronterizo, arraigado al suelo americano que al mismo tiempo brinda una particular apertura hacia el mundo que habitamos. Con una pormenorizada lectura, Roberto Esposto nos brinda una profunda y amplia reflexión sobre la obra kuscheana. El lector emprenderá con este libro un periplo desde el pensamiento de Kusch para ir descubriendo y contemplando las condiciones de nuestra modernidad actual.

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Información

Año
2019
ISBN
9789876917414

1. Ser alguien y la modernidad occidental

La intuición como pensamiento crítico

El objetivo de este capítulo es discutir y desglosar la manera en que Kusch construye su visión crítica del desarrollo de la modernidad occidental. La importancia de su singular perspectiva descansa en la manera de su enunciación y sobre todo en las categorías conceptuales que él desarrolló. Su pensamiento situado está tejido de un lenguaje local que a veces trasluce una urdimbre literaria y poética.
El lugar desde el cual Kusch enuncia su discurso es cardinal, porque ello nos explica su particular enfoque, y la manera cómo lo enuncia muestra que su crítica de la modernidad y su razón están en gran medida esculpidas por la particularidad argentina y americana. Con esto no se quiere inferir que dicha crítica solo se ciña a la realidad desde donde se pronuncia, de ninguna manera; pero si todo pensar es pensamiento situado, entonces desde esa realidad particular se puede interpretar la modernidad globalizada que enfrentamos hoy.
Rodolfo Kusch comenzó por desarrollar y articular su discurso crítico de la modernidad occidental en América profunda (1962). Es allí donde se explaya sobre esa problemática con mayor contundencia, armando su pensamiento crítico por medio de un entramado conceptual construido a partir de las siguientes categorías: ser alguien (y el afán de ser alguien), pensamiento causal, los objetos y “el patio de los objetos”, utensilios, la ira del hombre y el mercader. Hay también observaciones e intuiciones pertinentes sobre la modernidad que aparecen esparcidas en algunos de sus ensayos, como por ejemplo De la mala vida porteña (1966) y El pensamiento indígena y popular en América (1970), de los cuales se pueden extraer y extrapolar valoraciones al respecto.
Cabe señalar, no obstante, que el enfoque, o mejor, la hermenéutica de la modernidad que va desarrollando nuestro autor es herética y si se quiere revisionista, pues no se ajusta, como él mismo dice en el exordio en América profunda, a “la manera de nuestros profesionales de la historia, la política, la filosofía, ni los novísimos de la sociología –quienes parecen esgrimir su ciencia a manera de exorcismo, antes bien para no ver a América, que para verla” (5). Marcada esta línea de división disciplinaria, Kusch va a optar por un acercamiento interpretativo “al margen de nuestra cultura oficial” (6); una cultura oficial que es sinónimo de cultura occidental (es decir, europea y norteamericana).
El acercamiento que emplea Kusch (1962: 6) aboga por un “pensamiento como pura intuición”, ya que, como él subraya, ello implica “aquí en Sudamérica, una libertad que no estamos dispuestos a asumir [porque] cuidamos excesivamente la pulcritud de nuestro atuendo universitario y nos da vergüenza llevar a cabo una actividad que requiere forzosamente una verdad interior y una constante confesión”. Así, en esta última expresión es donde yace, a nuestro juicio, su estilo personal y literario; pues Kusch se quita el abrigo del buen burgués de clase media para, a medida que reflexiona sobre América, ir armando su crítica de la modernidad, cuestionarse y rumiar su particular hermenéutica, invitando al lector a participar de ella.
La manera en que nuestro autor aborda y utiliza sus categorizaciones conceptuales no se limita a cavilaciones abstractas, más bien su articulación está poblada de la experiencia de la vida misma, de la nuda vita. Kusch se dispone entonces a abrir un camino de pensamiento descolonial que comience un diálogo pensante guiado hacia una desconexión de la epistemología occidental de la que se han servido la modernidad eurocéntrica y sus elites periféricas en su proyecto colonial mundial. El conocimiento occidental (europeo y angloamericano) se ideó y fue encauzado desde el año 1500 de tal manera que sirviese a los intereses, propósitos y metas de los diseños imperiales y coloniales de Europa y Estados Unidos.

Ser alguien

La piedra angular sobre la cual Kusch construye su plataforma crítica de la modernidad occidental es el concepto de ser alguien. Las reflexiones que vamos a discutir aquí ya tienen un temprano bosquejo en La seducción de la barbarie, en el que nuestro autor comienza a desglosar la ficción (o discurso) de la modernidad. En el siguiente extracto se pueden ir perfilando los patrones de su crítica: “La inteligencia llegada al punto máximo de utilidad masifica al individuo […] El mundo se esquematiza y la vida se encajona en el reducto ciudadano, imposible de salvar. Se produce entonces una petición angustiosa de la ficción técnica y por ende del ser” (43). Esto nos viene a indicar que desde un principio su pensamiento giraba en torno a categorías que pudiesen otorgarle una manera singular de concebir los fundamentos de la modernidad europea.
Por tanto su problematización se centrará en la ontología metafísica del verbo ser. En su escrito El mero estar en la cultura quichua. Una interpretación filosófica y semántica plantea: “Todo lo occidental […] tiene todas las cualidades que se atribuyen al ser. Claro que habría que emplear este término en el sentido que le da [José] Ortega y Gasset, cuando expresa que el concepto de ser, desde los griegos hasta nosotros, ha adquirido el valor de verbo activo, de ejecución, de ejercicio” (Kusch, 2003: 267). Veamos con más detenimiento la paráfrasis que hace Kusch, yendo al texto original de Ortega y Gasset (1983: 278), en el cual expone una definición del concepto de ser de la siguiente manera:
El ser en los griegos, aun poseyendo esa fijeza y parálisis que del concepto le sobreviene […] consiste en estar haciendo su esencia, en estarla ejecutando. Este lado del Ser […] aparece oficialmente formulado de la idea aristotélica del Ser como actualidad […], el Ente como operante. “Ser” es la primordial y más auténtica operación. “Ser caballo” no es solo presentar al hombre la forma vivible “caballo”, sino estarla siendo desde dentro, estar haciendo o sosteniendo en el ámbito ontológico de su “caballidad”, en suma: ser caballo es “caballear”, como ser flor es “florear”, y ser color “colorear”. El Ser en Aristóteles tiene valencia de verbo activo.
Esta definición esclarece decididamente la acepción que le otorga al ser y que desarrolla Kusch (2003: 267) en varios de sus escritos, especialmente cuando despliega su concepto del afán de ser alguien para definir el sujeto de la modernidad occidental; ya que está incrustado en “el montaje de un mundo técnicamente armado”. Es decir que la acepción que nuestro autor le atribuye al ser es la de una esencialidad de valor como sinónimo de transformación que se sustenta por estamentos morales y éticos expresados en una praxis cultural. Consecuentemente, afirma: “El sujeto occidental implica un avance sobre el mundo y una modificación de este” (268). Todo ello es ilustrativo del hecho de una cultura, nos dice Kusch, “que construye el predicado como algo esencial, o sea subordinando al sujeto a un orden superior teórico como […] ocurre en la lógica occidental” (268).
Esta lógica de racionalidad está fundamentada según el esquema de un sujeto individualizado y autónomo enfrentado a un objeto, o a otros que se han cosificado, drenados de subjetividad y raciocinio. Esto se traduce creando un ámbito social tenso y conflictivo en la cohabitación urbana y moderna: “En occidente […] se procuran […] verdades que se regulan en la competencia interna del grupo humano como serían las del librecambismo, o por ejemplo, el cual se desempeña convenientemente en el mundo material urbano que sustituya a la naturaleza” (Kusch, 2003: 269).
Aquí la locución clave es “cultura”, entendida como sistema de valores (moral y ético), manera y estilo de vida, modo de ver y de relacionarse con el mundo y el otro (u otros); lo que concuerda con un modo de pensar. Como corolario a ello, Kusch (2012: 18) explica: “El concepto de cultura comprende ante todo una totalidad. Todo es cultura en el sentido de que el individuo no termina en su piel sino que se prolonga en sus utensilios”. Por tanto, la supremacía de la racionalidad del sujeto autónomo imbuido de voluntarismo cuya idea fuerza es imponerse ante el mundo; y a esto lo ejecuta actuando u operando hacia afuera para manipular el mundo (como entes) para sus fines propios que a su vez son exteriorizantes.
Ser alguien es una categoría epistemológica que define al hombre occidental asentado en la ciudad y define cómo este encara el mundo. Es la concepción de un sujeto activo: un ego con voluntad histórica. La característica fundante del sujeto de esta cultura es que no se integra al mundo como parte suya sino que lo cosifica como exterioridad:
Todo lo europeo […] es dinámico, lo cual nos aventura a calificarlo como una cultura del ser, en el sentido de ser alguien, como individuo o persona […] La cultura occidental […] es la del sujeto que afecta al mundo y lo modifica y es la enajenación a través de la acción […] o sea que es una solución que crea hacia afuera, como pura exterioridad, como invasión del mundo o como agresión del mismo y, ante todo, como creación de un nuevo mundo. (Kusch, 1962: 98-100)
El hombre occidental, apoyado en su conocimiento de la realidad que interpreta como obstáculo y objetos, se dispone a manipular su entorno creando cosas que pueda controlar; la ansiedad y el miedo que le despierta el mundo lo enfrentan con acciones exteriores que dan forma a objetos creando así otra realidad, como la del mundo virtual de la tecnología cibernética.
La manera como la cultura del sujeto occidental se relaciona con la naturaleza es una buena indicación de su actitud hacia el mundo (y la otredad radical): “El mundo del ser, o sea occidental, aparentemente ha resuelto el problema de la hostilidad del mundo, mediante la teoría y la técnica. Pero si consideramos que esa solución consiste solamente en la creación de una segunda realidad, advertimos la precariedad de esta” (Kusch, 1962: 103). Es decir que el individuo de la ciudad, imbuido del afán de ser alguien, expresa su voluntarismo y el poder que ello conlleva sirviéndose de la teoría y la técnica para salvaguardarse de los poderes de la naturaleza y al mismo tiempo doblegándola para manipular sus recursos. En ello consiste el discurso o retórica occidental a partir del año 1500, concebido para sojuzgar y transformar a pueblos y al mundo natural al servicio de una narrativa redencionista civilizadora, primero religiosa y luego secular.
Ahora bien, si el ser alguien fundamenta la modernidad occidental como matriz de su esencialidad, como corolario podemos deducir que, apoyados en lo expuesto por Aníbal Quijano (1992: 59) en “Colonialidad y modernidad-racionalidad”, su manera de pensar estriba en la noción del “conocimiento como producto de una relación sujeto-objeto”; un paradigma epistémico de conocimiento racional que Kusch designa y articula como “pensamiento causal”.

Pensamiento causal

Aunque sin duda puede parecer interesante e intelectualmente desafiante articular una crítica situada de la modernidad occidental, cabe preguntar por qué Kusch emprende este camino de indagación: ¿cuál es su propósito? Sobre ello ya hemos hecho algunas especulaciones: nuestro autor va tras un pensar auténtico americano que interprete nuestra realidad. Y es precisamente en este transitar que se topa con el hecho de que en América el pensar vive una descolocación y un desajuste. Manifiesta estas preocupaciones en el escrito “El pensamiento popular desde el punto de vista filosófico”, en el cual recalca: “Una historia del pensamiento argentino, por ejemplo, pone en evidencia la parcelación de un corpus filosófico que es ajeno […] Se piensa hacia el corpus pero no se asume lo que debe ser pensado” (231).
El filosofar en la academia argentina es un eco del pensar europeo o norteamericano, como bien demuestran los divulgadores de la filosofía, con la que se interpretan y diagnostican las realidades argentina y americana. Es más, se escamotea cuáles pueden o deben ser las preguntas de un pensar situado, como lo es el europeo, porque no se ha definido la localización de un pensar americano, e incluso se asocia automáticamente el pensar europeo con una filosofía universal, sin más. En palabras de Enrique Dussel (2007: 15): “Localización indica la acción hermenéutica por la que el observador se sitúa (comprometidamente) en algún lugar sociohistórico, como sujeto de enunciación de un discurso, y por ello es el lugar desde donde se hacen las preguntas problemáticas (de las que se tiene autoconciencia o no) que constituyen los supuestos de una episteme epocal […] Enunciamos inevitablemente el discurso desde algún lugar”.
El lugar de enunciación americano está esculpido por la experiencia de la conquista, la colonización, la voluntad independentista del pueblo y, especialmente, de las elites criollas, quienes consolidan su poder y privilegios en la época poscolonial; mientras que hoy nos hallamos en una modernidad globalizada donde la matriz del poder (Europa, Estados Unidos y sus aliados satelitales) evidencian su lado oscuro, es decir, la colonialidad. Por lo tanto, nuestro locus enunciationis no es Londres y su realidad de capital imperial; es la de una periferia que busca articular su voz.
Kusch (2003: 31) expresa esta problemática con suma claridad en su escrito “Aportes a una filosofía nacional”, donde subraya: “Estamos en el mismo proyecto de Hegel cuando quería encontrar un pensar adecuado a la vida, o cuando Heidegger se exilia en la Selva Negra para palpar lo campesino, o cuando Descartes acompaña a las huestes que recorren Alemania y descubre el suelo, y sobre este la estufa o junto a la estufa el estilo de pensar de su época”. Nuestro autor propone que el pensamiento europeo emerge de un lugar y un contexto concretos; es decir de su locus enunciationis. Y que por lo tanto también debe hacer lo mismo el americano en lugar de simplemente hacer eco de aquel. Este es el arduo camino que se dispone emprender, y para abrir ese espacio debe deconstruir el relato occidental y hurgar en los fundamentos de su epistemología.
Cabe entonces preguntarnos aquí por el pensamiento europeo occidental, es decir, por el sujeto que se formula una problemática a la cual desea encarar, contestar y solucionar con una serie de interrogantes situados en el siglo XV. Seguramente una de ellas es qué papel puede tener un sujeto pensante y actuante en relación con el mundo y la naturaleza: ¿cómo puede interactuar con su entorno para poder comprenderlo y sacar provecho de él? Ese sujeto encuentra su apogeo en los comienzos de la modernidad, protagonizada por las potencias ibéricas, y más tarde por los reinos del norte de Europa, que se catapultarán como agentes históricos imperiales desde el siglo XVII hasta mediados del siglo XX.
El pragmatismo del que hace gala este sujeto moderno enciende la posibilidad de un universo humanista donde se pueda desplegar un voluntarismo racional que libere a la filosofía de la esclerosis de la escolástica y abrir un pensamiento tras las causas del mundo real, exterior, con el objetivo de transformarlo según los patrones de su lógica y praxis. Ejemplo de ello son las reflexiones que René Descartes acuña como “filosofía práctica”, mediante la que podremos conocer las leyes que regentan las fuerzas del reino de la naturaleza y así convertirnos en sus señores y amos (Cottingham, 1988). A medida que va entrelazando relaciones con otros pueblos radicalmente alternos, sojuzgándolos, y clasificándolos como inferiores, Europa se autodefine como la humanidad y la civilización universal pionera de la racionalidad científica técnica, epicentro del capitalismo emergente.
A la hora de categorizar e ilustrar cómo las elites urbanas y la clase media ciudadana en América hacen suyo este pensar racionalista occidental desde el proceso independentista, Kusch comienza por clasificarlo de “pensar causal” y lo articula con particular atención en El pensamiento indígena y popular en América. El “pensar causal” es la lógica constituyente del conocimiento como se lo entiende y practica en Occidente: el “conocimiento, según nuestro punto de vista occidental, pareciera tener cuatro etapas. Primero, una realidad que se da afuera. Segundo, un conocimiento de esa realidad. Tercero, un saber que resulta de la administración de los conocimientos o ciencia, y cuarto, una acción que vuelva sobre la realidad para modificarla” (Kusch, 1977: 28).
Estos elementos son constituyentes de la epistemología occidental (y del sentir) que promoverá Europa alrededor del mundo desde el siglo XVI, “y es también el sentir de los Estados Unidos en estos momentos, así como en idearios de c...

Índice

  1. Cubierta
  2. Acerca de este libro
  3. Portada
  4. Índice
  5. Dedicatoria
  6. Agradecimientos
  7. Prólogo. José “Pepe” A. Tasat
  8. A manera de introducción
  9. 1. Ser alguien y la modernidad occidental
  10. 2. Civilización y barbarie en la modernidad argentina
  11. 3. Una contestación geoculturalmente situada a la modernidad
  12. 4. La razón poética kuscheana
  13. Reflexiones finales
  14. Bibliografía
  15. Créditos