La ciencia y los monstruos
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La ciencia y los monstruos

Todo lo que la ciencia tiene para decir sobre zombis, vampiros, brujas y otros seres horripilantes

  1. 168 páginas
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La ciencia y los monstruos

Todo lo que la ciencia tiene para decir sobre zombis, vampiros, brujas y otros seres horripilantes

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¿Qué tiene la ciencia para decir sobre los monstruos que nos han aterrado por generaciones, desde los clásicos Frankenstein y Drácula hasta los vampiros enamorados de la saga Crepúsculo? En la variedad está el susto: bajo el ropaje de malvadas brujas en los cuentos infantiles o como muertos vivos que acechan a la vuelta de la esquina, los monstruos viven con nosotros, nos atraen, nos espantan, nos reafirman como humanos. Es que, justamente, lo monstruoso es lo diferente, lo que no alcanzamos a comprender.Como en los más memorables gabinetes de maravillas, de la mano de Luis Javier Plata Rosas la ciencia hace su aparición triunfal. ¿Qué tienen para decir la astronomía y la meteorología sobre el misterio de la creación de Frankenstein? ¿Qué relación hay entre el pez globo, la hechicería y los zombis? ¿Qué tienen que ver el pan de centeno o la cerveza con la proliferación de brujas en remotos pueblos de Noruega?Pero esto no es todo, el autor incursiona también en la psicología evolutiva para dejar en claro que las películas de terror son la versión moderna de aquellos ritos ancestrales que incentivaban a los jóvenes a dominar el miedo.En estas páginas conviven los más grandes monstruos de la fantasía con auténticos monstruos de la investigación científica –algunos no tan afamados, aunque trascendentes en la historia de nuestra especie–. Mientras las recorremos, recordemos las palabras de la genial Marie Curie: "En la vida no hay cosas que temer, sólo cosas por entender".

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Información

Año
2019
ISBN
9789876297943
Categoría
Biología
1. Química quimérica
Cuando la mayoría de la gente piensa en la palabra “química”, piensa en un viejo siniestro con una bata de laboratorio riéndose maliciosamente sobre un vaso de precipitados que burbujea. Esta imagen acaso proviene de las películas y de la televisión, que en general representan a los químicos como creadores de monstruos terribles […]. Por fortuna, en años recientes los medios de comunicación han revisado su antigua imagen de los químicos: ahora a veces nos representan como seniles en vez de insanos.
Ian Guch, químico
Para tu información, todo el mundo sabe que los monstruos las prefieren rubias.
The Toxic Avenger (1984)
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La química de los muertos vivientes: vudú, “zombificación”[2] y neurotoxinas
1. ¡Organízate antes de que se pongan de pie!
2. Ellos no tienen miedo, ¿por qué deberías tenerlo tú?
3. Usa tu cabeza: corta la de ellos.
4. Los cuchillos no necesitan recargarse.
5. Protección ideal = ropas ceñidas, pelo corto.
6. Sube la escalera, luego destrúyela.
7. Sal del auto, sube a la moto.
8. Mantente en movimiento, mantente oculto, mantente quieto, ¡mantente alerta!
9. Ningún lugar es seguro, sólo más seguro [que otro].
10. El zombi puede haberse ido, pero la amenaza continúa.
Max Brooks, Zombi. Guía de supervivencia
Si alguna enseñanza práctica nos ha dejado el género de terror de los años recientes, en películas, televisión y cómics, es que nuestra especie no desaparecerá a un ritmo propio de la escala geológica y como consecuencia del calentamiento global. El apocalipsis, lo sabemos todos los amantes de los monstruos, se escribe con “z” de zombis.
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En otra parte de este libro nos aterrará saber que, de existir los zombis, las matemáticas permiten predecir un holocausto similar a aquel contra el que lucha infructuosamente la todo menos horrorosa Milla Jovovich cada segundo de las seis películas de la saga Resident Evil; en otras palabras, un mundo en el que es altamente probable que nuestro vecino más cercano sea un muerto viviente y nuestros cerebros, su plato principal y en el que los días de la humanidad están contados –o, más bien, calculados mediante fórmulas en una computadora–. Pero no nos adelantemos, que eso es tema para otro capítulo.
Es verdad que, tratándose de criaturas biológicas, los zombis no podían escapar de la selección natural. También ellos han evolucionado: de lentos seres descerebrados –muy por debajo de Forrest Gump en la escala de estupidez– se convirtieron en caníbales con una marcada preferencia por los sesos y, en sus versiones más recientes, en criaturas hipercinéticas que pondrían en apuros a más de un maratonista. No obstante, lo que nos interesa en este capítulo es explorar primero los orígenes de estos monstruos de comportamiento tan gregario para, con ayuda de la química, ver luego de qué manera le era posible al antiguo hechicero vudú crear su propio zombi “folklórico”, de características más inofensivas que su contraparte popularizada por los éxitos de Hollywood.
En el folklore haitiano, un zombi es un cadáver humano (aunque, como dice cierta canción, en realidad “no estaba muerto”,[3] o no del todo, según veremos más adelante) que un hechicero vudú –también llamado boko– ha reanimado mediante la magia o, más bien, con una muy “pequeña” ayuda de ciertos polvos “mágicos” cuyos ingredientes tendremos oportunidad de examinar en estas páginas.
El zombi carece de voluntad propia, lo que aprovecha el hechicero para ponerlo a trabajar como esclavo. Si existiera un “Manual del boko para el cuidado de su zombi”, la primera instrucción que contendría, en letra destacada, diría:
Muy importante: jamás alimente a su zombi con sal.
La consecuencia de infringir esta regla no es una transformación del zombi al estilo Gizmo-criatura pacífica/gremlin criatura diabólica; ocurre que, simplemente, el zombi deja de serlo y, una vez restituida su conciencia, es posible que el humano dezombificado sienta unos impostergables deseos de convertir a su esclavizante hechicero ya no en un muerto viviente, sino en un muerto-muerto.
Los zombiólogos, o como sea que se llamen a sí mismos los estudiosos de los zombis, han propuesto diferentes etimologías para la palabra que define a su objeto/sujeto de estudio. Algunos especialistas consideran que proviene de jumbie, término caribeño para “fantasma”; otros señalan nzambi como posible origen, que en el Congo significa “espíritu de una persona muerta”. También hay quienes aseguran que tiene su raíz en zonbi, palabra criolla para referirse, precisamente, a una persona que muere y es regresada a la vida, pero desprovista de voluntad y habla.
Una controversia académica mucho mayor generó a mediados de los años ochenta el etnobotánico estadounidense Wade Davis cuando, en su libro La serpiente y el arcoíris, publicado en 1985, afirmó que los zombis… ¡realmente existían! Aunque aclaró, casi de inmediato, que en rigor no se trataba de muertos vivientes, sino de individuos vivos mantenidos en estado de trance con la ayuda de drogas.
A la manera del ficticio Indiana Jones, Wade Davis había hecho una expedición a la isla que es cuna de los zombis para investigar supuestos casos de muertos vivientes en una sociedad en la que nadie tenía duda alguna de su existencia: la mismísima ley haitiana no requería mayor evidencia empírica para condenar como asesinato la zombificación de un individuo, sin importar que este siguiera vivo (art. 246 del Código Penal de Haití, en vigor desde 1835). El libro alcanzaría fama mundial al servir de inspiración para la película homónima (The Serpent and the Rainbow), dirigida por Wes Craven en 1988, director más conocido por la mayoría de los cinéfilos por A Nightmare on Elm Street (1984) y Scream (1996).
Mezcla de artículo científico con novela de aventuras y bitácora de viaje, La serpiente y el arcoíris, a la manera de los libros de Carlos Castaneda, autor de obras como Viaje a Ixtlán, llamó la atención de antropólogos y farmacólogos por igual. Sólo que en este caso se sustituyó el peyote empleado por el brujo don Juan –según Castaneda– por las sustancias que, de acuerdo con Davis, daban al hechicero vudú el poder de crear zombis.
Y es que, si lo pensamos un poco, no es cualquier cosa llevar a cabo un plan entero que involucre: 1) conseguir que una persona ingiera la cantidad adecuada de una sustancia que la haga parecer muerta hasta para el ojo entrenado, de manera que 2) pueda ser enterrada viva, 3) luego reanimada y, por último, 4) conservada durante tiempo indefinido en estado casi letárgico. La posible aplicación masiva de sustancias zombificantes excede su uso por parte de algún político vivillo e inescrupuloso. Ahora bien, más allá de la política mundana, imaginemos la aplicación de esta técnica en ciertos ámbitos, como el de la exploración espacial: en los viajes de larga duración a otros mundos lejanos, los zombinautas podrían ser reanimados una vez que llegaran a destino. Interesante, ¿no?
Introducción a la “zombicología”: peces globo y tetrodotoxina
Doctor Hibbert: Sí, de hecho consumió el veneno del pez globo, por lo que me dijo el chef, así que es muy probable que le queden 24 horas de vida, Homero.
Homero: ¿24 horas?
Doctor Hibbert: Bueno, 22, lamento haberlo hecho esperar tanto.
Homero: ¡Oh, Marge! ¡Voy a morir! ¡Voy a morir!
Doctor Hibbert: Bueno, si le sirve de consuelo, no sentirá ningún dolor sino hasta mañana por la noche, cuando su corazón explote de repente…
Los Simpson, “One Fish, Two Fish, Blowfish, Bluefish” (1991)
Es hora de que presten atención todos aquellos que alguna vez soñaron con convertirse en hechiceros vudús: la parte folklórica de la creación de un zombi señala que una persona tiene un corps cadavre (su cuerpo físico). Pero, a diferencia de las religiones judeocristianas, contaría también con un gwo bon anj, responsable de que el cuerpo esté vivo, y un ti-bon anj o ti bon ange, responsable de que uno esté consciente y cuente con memorias. Si uno quiere zombificar a alguien, tiene que atrapar el ti-bon anj del futuro esclavo en un recipiente cerrado; una vez que se halla atrapado en ese lugar, el ti-bon anj recibe el nombre de “zombi del espíritu” o “zombi astral”. El cuerpo reanimado, ya sin libre albedrío y listo para arar las tierras y seguir sin chistar todas las órdenes del hechicero vudú, correspondería a lo que los bokos conocen como “zombi de la carne” o zombi cadavre. En su libro, Wade Davis narra cómo algunos haitianos intentaron venderle algunos “zombis astrales”, previendo que serían mucho más fáciles de pasar como inmigrantes por la aduana estadounidense que los zombis cadavres.
No desesperen los lectores escépticos: es el momento de que la ciencia entre en auxilio de la zombificación; o, en todo caso, de una explicación para ella en la que no intervenga lo sobrenatural. En agosto de 2007, los físicos Costas J. Efthimiou y Sohang Gandhi publicaron un artículo[4] en el que citaron al antiguo hechicero vudú y ahora predicador evangélico Frère Dodo. Abjurando de su pasada religión, Dodo reveló el ingrediente secreto de la pócima zombificadora: un polvo hecho con el hígado de Sphoeroides testudineus o de Diodon hystrix, dos especies de pez globo que habitan –no tan plácidamente, por lo visto– en las aguas de Haití. ¿Y qué es lo que contiene el hígado de estos peces que los hace tan especiales? Una poderosa neurotoxina –una sustancia que altera el funcionamiento del sistema nervioso– conocida como tetrodotoxina o, para abreviar, TTX.
Diez mil veces más letal que el cianuro, la tetrodotoxina ocasiona que, alrededor de media hora después de ser ingerida, la víctima sufra una parálisis motora (en términos menos médicos: que se quede petrificada), pero con plena consciencia de lo que está ocurriendo. En el lapso de unas horas sobreviene la muerte por sofocación o ataque cardíaco. La mala noticia es que no hay antídoto alguno para ella. La buena noticia es que, si el paciente logra sobrevivir más de veinticuatro horas, por lo general se recupera sin mayores complicaciones.
Uno pensaría que, con excepción de quien ya haya sido convertido en zombi, nadie que cuente con su ti-bon anj en plena libertad se arriesgaría a ingerir tetrodotoxina por error. Mucho menos a pagar por ella participando en una especie de “ruleta rusa” culinaria. Pero, al parecer, los japoneses –al igual que Homero Simpson– opinan de otra forma y, con una tasa de mortalidad del 50% en unos 200 casos anuales de envenenamiento por TTX, su corazón sigue siendo arrebatado por el suculento fugu –palabra japonesa que designa tanto el pez globo como el plato elaborado con su carne– sin temor alguno a morir o a convertirse en zombis del chef responsable de preparar este plato.
Conocedores de la máxima de Philippus Aureolus Theophrastus Bombastus von Hohenheim, mejor conocido como Paracelso, según la cual “todas las cosas son veneno, y nada es sin veneno; sólo la dosis permite que algo no sea venenoso”, los hechiceros vudús administrarían la cantidad precisa de TTX para zombificar sin matar, mezclándola de manera subrepticia en la comida o en la bebida de su víctima.
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No es difícil imaginar el porqué del estado mental pasivo de quien fue enterrado vivo, luego de la parálisis inducida por la TTX, en un ataúd. Si el hechicero no fue suficientemente rápido al desenterrar al futuro zombi, el daño cerebral ocasionado por la falta de oxígeno es más que probable. Si, para tener total control de su zombi, el boko añade lo que los haitianos nombran como concombre zombi (“pepino de zombi”), los botánicos como Datura stramonium y los mexicanos como “vil toloache”, los alcaloides contenidos en esta planta garantizarán obediencia de por vida mientras la víctima se mantenga drogada.
Para quienes siguen sin convencerse de que zombis caribeños deambulen por los campos de Haití, en 1997 los médicos Roland Little...

Índice

  1. Cubierta
  2. Índice
  3. Portada
  4. Copyright
  5. Este libro (y esta colección)
  6. Prólogo (Juan Nepote)
  7. Epígrafe
  8. Introducción
  9. 1. Química quimérica
  10. 2. Astronomía tenebrosa
  11. 3. Psicología hórrida
  12. 4. Medicina sepulcral
  13. 5. Matemáticas pavorosas
  14. 6. Biología aberrante
  15. Citas monstruosas
  16. Gabinete de curiosidades bibliográficas
  17. Acerca del autor