La comunidad imaginada por la comunidad organizada
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La comunidad imaginada por la comunidad organizada

La representación cartográfica durante el primer peronismo, 1943-1955

  1. 211 páginas
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La comunidad imaginada por la comunidad organizada

La representación cartográfica durante el primer peronismo, 1943-1955

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Ariel Hartlich propone un recorrido particular en el que aborda, en el marco de las transformaciones del contexto global de la inmediata posguerra, los posicionamientos específicos que tiene el peronismo en torno a una nueva concepción geopolítica que entra en colisión con intereses coloniales del período.Para ello, nos introduce de manera novedosa en las nuevas formas de la representación de esa comunidad imaginada: la bicontinentalidad, las estrategias de difusión múltiples, las medidas pedagógicas y las nuevas formas dinámicas de la representación cartográfica.Las instituciones impulsoras, la disputa por la soberanía donde el lugar de las Malvinas, la Antártida y el ideario latinoamericano son aspectos claves de ese rescate del pensamiento geopolítico que nos propone el autor a lo largo de esta obra.

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Información

Año
2019
ISBN
9789876917391

1. La orientación del sentido geopolítico

Un lugar en el mundo

Concebir la Argentina bicontinental remite a situarnos en el espacio austral, en territorio americano y antártico, donde el sur se reafirma y proyecta la dimensión nacional. Además, este concepto supone la necesaria intervención estatal, capaz de acuñar en el imaginario popular una figura impresa en forma de mapa, que sintetiza la identidad colectiva como logo. Es decir, percibida de manera instantánea y proyectada en el mundo como comunidad nacional dentro del complejo marco de referencias identitarias que nos legó la modernidad.
Este esquema de representación territorial, plasmado en los mapas geográficos modernos, hunde sus raíces en la expansión europea de ultramar del siglo XV, que estuvo signada por el ávido ojo imperial con que el conquistador cateó los confines del planeta, transformó su toponimia. Además, reorganizó la administración de todos sus recursos y homogeneizó las diversas relaciones entre culturas y espacio geográfico. De esta manera, dio inicio a una innovadora práctica territorial que condujo al desarrollo del capitalismo y la formación de los Estados modernos, que desde el siglo XIX recortaron los espacios nacionales americanos y trazaron límites precisos entre las poblaciones. Como resultado de esta organización el mapa se erigió en paradigma para la instrucción pública, como un logotipo que sintetizó lo que Benedict Anderson definió con el concepto de comunidad imaginada.1
Particularmente, en la República Argentina el recorte territorial y la consiguiente producción cartográfica tuvieron un prolongado proceso de consolidación asociado a la construcción del Estado. Desde la denominada Organización Nacional en la segunda mitad del siglo XIX hasta la segunda presidencia del general Juan Domingo Perón, cuando se llevaron adelante una serie de actos de gobierno que supusieron el trazado efectivo de la mayoría de los límites internacionales del país.
En efecto, durante el período que va de 1946 a 1955 se resolvieron la mayoría de los temas territoriales que habían permanecido pendientes por décadas, generando tensiones y conflictos con países vecinos.2 A la vez que se dispusieron mayores esfuerzos y recursos para reafirmar la soberanía nacional en la Antártida y jurisdicciones del Atlántico Sur. Por otra parte, en línea con esta política territorial, la gestión peronista contempló una serie de acciones pedagógicas destinadas a instalar en la población una conciencia austral, que incluyó tanto a las islas Malvinas y demás archipiélagos adyacentes como al Sector Antártico Argentino, además del denominado mar epicontinental.3
Conviene subrayar que estas políticas se desarrollaron dentro de un esquema de amistad y colaboración regional, donde el Estado argentino celebró acuerdos bilaterales con la mayoría de los Estados de la región. En particular, estos acuerdos incluyeron la reivindicación de Antártida Sudamericana como concepto estratégico, en contraposición a las acciones imperialistas del Reino Unido de Gran Bretaña en territorio austral. De manera que el mapa bicontinental presentado durante el primer peronismo fue concebido dentro de una concepción geopolítica que propició convenios fraternales con los Estados vecinos, en contraposición a los intereses colonialistas de potencias extracontinentales. Al mismo tiempo que impulsó la articulación con distintas organizaciones gremiales y estudiantiles a nivel continental, a partir de la Confederación General Universitaria (CGU) y la ya mencionada ATLAS.
Pongamos el caso de ATLAS, que levantó desde su creación una bandera histórica latinoamericana: el anticolonialismo. En efecto, esta agrupación expresó su decidida posición por la revisión del tratado de arrendamiento del canal de Panamá, la independencia de Puerto Rico y demás enclaves coloniales de la región, y explícitamente rechazó la “intromisión colonialista del imperialismo inglés” en la Antártida –desde la primera reunión de su Comité Ejecutivo celebrada en enero de 1953–, reafirmando a su vez los derechos antárticos argentinos y chilenos (Urriza, 1988: 102). De igual manera se manifestó en ocasión de la acción imperialista de Londres en la isla Decepción el 15 de febrero de ese mismo año, donde treinta y cinco infantes de la Royal Marine irrumpieron en esa ínsula antártica y detuvieron a dos marinos argentinos, destruyendo instalaciones de Chile y Argentina. En esa ocasión ATLAS emitió un comunicado titulado “Los trabajadores libres de América contra el imperialismo inglés”, en el que afirma que “América Latina vive la hora de los pueblos […] decididos a no soportar más tiempo las exacciones de los imperialismos” (citado por Urriza, 1998: 67).
Esta posición explícitamente antiimperialista, que denota el carácter de una época donde emergían movimientos de liberación nacional en gran parte de los países dependientes, formó parte también de la propuesta de la CGT4 para sentar las “bases de una central obrera latinoamericana”. En concreto, el órgano oficial de la CGT, Noticioso Obrero Argentino, en febrero de 1948 presentó un programa de acción regional que suponía la solidaridad entre los pueblos, el apoyo recíproco contra toda política de agresión, “la cooperación recíproca destinada a lograr la independencia integral de todas las naciones del continente” y la “desaparición de toda injerencia o colonias extranjeras en el continente” (Parcero, 1987: 57). De igual manera esta posición estuvo presente en las actividades desarrolladas por la Confederación General Universitaria, organización estudiantil que el peronismo impulsó en esos años. Particularmente, el Congreso Mundial de la Juventud Universitaria celebrado en Buenos Aires del 25 al 29 de abril de 1952 en su plenario por aclamación expresó lo siguiente:
La juventud universitaria no puede mantenerse indiferente al dolor de los pueblos oprimidos y esclavizados por el imperialismo, y expresa su fervoroso anhelo por que se ponga término al régimen colonialista vigente en Puerto Rico. Condena la prisión impuesta al líder portorriqueño Pedro Albizu Campos y asimismo reclama de los Estados Unidos de América la liberación del patriota puertorriqueño Oscar Collazo. Anhela la reintegración al patrimonio argentino de las islas Malvinas y la independencia de los pueblos árabes. (CGU, 1952, “Acto de clausura”)
Al mismo tiempo, en las conclusiones de la comisión de trabajo Nº 6 de ese Congreso se fijaron las posiciones del movimiento estudiantil frente al panorama político, económico y social mundial. Al respecto, se puntualizó: “Reafirmar la soberanía argentina y chilena sobre los respectivos sectores del continente antártico” (CGU, 1952, Conclusión Nº 6). Así pues, es importante destacar que la reivindicación territorial austral fue un pilar del movimiento estudiantil peronista en su acción política, desarrollada en diversos ámbitos antiimperialistas latinoamericanos. Al respecto resulta revelador el testimonio del líder de la Revolución Cubana, Fidel Castro Ruz, sobre los sucesos vividos en Bogotá en 1948 y su relación con grupos juveniles peronistas cuando aún era estudiante.
Concretamente, en el libro Cien horas con Fidel, Castro refirió que las experiencias vividas en las jornadas del 9 de abril de 1948, conocidas como Bogotazo,5 las narró detalladamente en el libro escrito por Arturo Alape (1983) sobre estos sucesos (Ramonet, 2006: 58). En el trabajo de Alape, Fidel relató en primera persona los pormenores de su activa participación en aquellos turbulentos sucesos de la historia colombiana, cuando fue asistido por un automóvil oficial de la Embajada argentina, en el cual se encontraba un dirigente peronista delegado en la Conferencia Panamericana.6 Este dirigente peronista, de apellido Iglesias, condujo a Castro y sus compañeros sanos y salvos al Consulado cubano, dado que se había dictado el toque de queda y las calles de Bogotá se habían convertido en una trampa mortal para toda la comitiva antillana (Alape, 1983: 669).
En este punto, hay que subrayar que la relación entre los estudiantes cubanos y el funcionario argentino se produjo en el marco de la organización del Congreso Latinoamericano de Estudiantes, que supuso un encuentro previo en La Habana entre jóvenes peronista y estudiantes cubanos para coordinar acciones conjuntas, donde según relató el propio Fidel:
Ya por aquella época nosotros sentíamos otras causas latinoamericanas7 como la cuestión de la devolución del canal de Panamá. Era una época de efervescencia estudiantil en Panamá, una época de efervescencia también en Venezuela, porque se había producido el derrocamiento de la tiranía y se acababa de elegir a Rómulo Gallegos como presidente. Por aquellas épocas existían ya las contradicciones fuertes entre Perón y Estados Unidos. Nosotros estábamos pues en ese movimiento que se circunscribe a los siguientes puntos: la democracia en Santo Domingo, la lucha contra Trujillo, la independencia de Puerto Rico, la devolución del canal de Panamá, la desaparición de las colonias que existían en América Latina. Eran los cuatro puntos fundamentales y esto nos llevó a establecer ciertos contactos, digamos tácticos, con los peronistas, que también estaban interesados en su lucha contra Estados Unidos y en su lucha por alguna de estas cuestiones, porque ellos también estaban reclamando las islas Malvinas, que eran una colonia inglesa. Por aquella época los peronistas realizaban actividades, enviaban delegaciones a distintos países, se reunían con estudiantes, distribuían su material; de esa coincidencia entre los peronistas y nosotros surgió un acercamiento táctico con ellos. (Alape, 1983: 640)
En resumen, debe destacarse que el desarrollo de la política jurisdiccional argentina a mediados del siglo XX estuvo integrado a la estrategia de diversos movimientos populares que emergían en la región y en un marco de confraternidad con los Estados vecinos. En consecuencia, entró en contradicción con los intereses geoestratégicos de Estados Unidos y el Reino Unido. En este contexto la gestión peronista presentó el mapa bicontinental argentino como parte de su reafirmación territorial, a la vez que reorientó el sentido geopolítico de la población anclado en la “tercera posición”.

El agudo ojo colonial

El geógrafo John Agnew en su trabajo Geopolítica: una revisión de la política mundial nos coloca frente a un escenario vigoroso, que colisiona con el modelo rígido en el que se acuñó la imaginación geopolítica moderna.8 Es decir que revisa un modelo donde se forjó la matriz de pensamiento que dio sentido y racionalidad a las prácticas de las elites gobernantes a lo largo de todo el siglo XX. Y al mismo tiempo definió el espacio ideológico en el cual debían desenvolverse las relaciones internacionales, explicando el orden mundial dentro de una matriz cultural eurocéntrica.
De esta manera resulta que el entramado cultural de Occidente cristalizó un imaginario universal que, según Agnew, debe examinarse en virtud de la correlación de fuerzas que condicionó a distintas regiones del mundo a un estado de subordinación. Puesto que fue el viejo continente el que dominó el concierto mundial, impuso sus propias reglas y además naturalizó un orden de cosas que es en definitiva el legado del antiguo dominio colonial, contra el que indudablemente tuvo que lidiar el peronismo para desarrollar su acción sobre la base de la “tercera posición”.
Conviene subrayar que Agnew sostiene que Estados como Rusia o Estados Unidos resultan herederos de ese viejo orden colonial y se han constituido como “vástagos” de esa posición geoestratégica dominante. En otras palabras, las elites políticas mundiales históricamente ajustaron sus doctrinas a este sistema y subsumieron las culturas nacionales desde el aparato estatal, reproduciendo preceptos europeos difundidos a escala planetaria. En consecuencia, la influencia que desarrollaron las potencias occidentales, sobre la base de su poderío militar y económico, intervino de manera decisiva en la vertebración de los discursos que explicaron el mundo en las más diversas regiones del planeta. Esta concepción constituyó un esquema que también fue la clave que orientó el “sentido común” con el que las poblaciones observaron la política y su correlato internacional, lo que se traduce bajo la forma de imaginación geopolítica (Agnew, 2005: 30).
Por otra parte, los preconceptos que delimitaron la mirada geopolítica moderna desde un recorte eurocéntrico se encuentran presentes en toda epistemología occidental. En particular, pensadores como Enrique Dussel, Walter Mignolo o Aníbal Quijano, desde una perspectiva que revisa la colonialidad del saber,9 dan cuenta de la magnitud que cobró en los países dependientes la implantación de una cosmovisión centrada en Europa. Visto como un imaginario que condiciona el desarrollo de los más diversos aspectos de la vida social y cultural de América Latina.
En definitiva, basta inquirir en el binomio saber/poder acuñado por la modernidad para inferir diversas prácticas coloniales naturalizadas en todas las formas del conocimiento latinoamericano. Puesto que conforma un complejo entramado de saberes que se traducen tanto en términos históricos como espaciales, y por ende en la conceptualización del propio territorio.10 Al respecto, Dussel dirige su mirada al núcleo de ideas que cimentó la epistemología occidental, e interroga sobre los supuestos básicos que subyacen en el pensamiento geopolítico europeo, que hunde sus raíces de las antiguas culturas griega y latina, de las que se declaró heredero:
Nadie piensa que es una “invención” ideológica (que “rapta” a la cultura griega como exclusivamente “europea” y “occidental”), y que pretende que desde la época griega y romana dichas culturas fueron “centro” de la historia mundial. Esta visión es doblemente falsa: en primer lugar, porque, como veremos, no hay tácticamente todavía historia mundial (sino historias de ecumenes yuxtapuestas y aisladas: la romana, la persa, la de los reinos hindúes, de Siam, de la China, del mundo mesoamericano o inca en América, etc.). En segundo lugar, porque el lugar geopolítico le impide poder ser “centro” (el Mar Rojo o Antioquía, lugar de término del comercio del Oriente, no son el “centro” sino el límite occidental del mercado euroafroasiático). Tenemos así a la Europa latina del siglo XV, sitiada por el mundo musulmán, periférica y secundaria en el extremo occidental del continente euroafroasiático. (Dussel, 2000: 26)
Desde este punto de vista, la modernidad europea se erige como el “centro” de la historia mundial a partir de 1492, en un viraje históri...

Índice

  1. Cubierta
  2. Acerca de este libro
  3. Portada
  4. Índice
  5. Prólogo, por Norberto Galasso
  6. Pensar la historia a través de la cartografía, por Gustavo Vallejo
  7. Palabras preliminares
  8. Introducción
  9. 1. La orientación del sentido geopolítico
  10. 2. Perspectivas globales
  11. 3. La Antártida como espacio regional
  12. 4. La razón suramericana y la misiva colonial
  13. 5. La soberanía argentina
  14. 6. El imperio contraataca
  15. La comunidad imaginada
  16. Referencias bibliográficas
  17. Créditos de las imágenes
  18. Créditos