Capítulo 1
Una cata en la biografía de Walter Benjamin
Lejos de nuestra intención está aunar biografía y bibliografía en W. Benjamin, y más cuando su vida apenas nos aporta luz respecto a la profundidad y variedad de los temas que trató. Aunque acaso tengamos que decir que su obra sí nos dice algo de su vida; son siempre anécdotas sueltas, sin solución de continuidad, que afectan a detalles de su infancia (Infancia en Berlín hacia 1900), a algunas vivencias, como el caso de sus estancias en Ibiza, y quizás a los afectos (Diario de Moscú o Calle de dirección única). En cambio, la temporalidad, la época que le tocó vivir, el devenir de la historia que se iba haciendo es más proclive para significar algunos aspectos importantes de su pensamiento.
W. Benjamin, y con él muchos aspectos de su obra, responde al abandono de un pasado que podríamos definir como propio de la tradición, afianzado en seguridades de siglos, para transitar por una modernidad aún no asentada ni definida, y que es, por el contrario, motivo de vaivenes y contradicciones. Este ir y venir de la tradición a la modernidad tan presente en su obra, así como en su pesimismo, en general nebuloso aunque casi siempre patente, responden a las turbulencias de su tiempo y de esta modernidad aún insegura que mencionamos. Una nueva situación que se manifestaba amargamente en el fracaso de la burguesía, en el conflicto armado de la primera gran guerra, en una república de Weimar inconsistente e incapaz de posibilitar la necesaria regeneración que necesitaba Alemania, en el ascenso del nazismo, en la persecución a la condición judía, en el inicio de la Segunda Guerra Mundial y en su inevitable exilio. Todo ello no solo conforma el trasfondo de la vida de Benjamin, sino también las dificultosas situaciones a las que de forma descarnada, casi siempre en solitario, tuvo que hacer frente.
Tales condicionamientos son los que, de una forma u otra, encontramos en su legado. Benjamin personalizó siempre la necesidad de afianzarse, de encontrar seguridades ante una realidad convulsa; se manifiesta, por ejemplo, en su filosofía del lenguaje —la comunicación no se da con el lenguaje, sino en el lenguaje—; o en la búsqueda del apoyo colectivo para personalizar lo más íntimo, como pueda ser la memoria —no hay memoria sin concurso de la sociedad, que es quien la alimenta—, y que él materializa, por ejemplo, en los objetos del pasado que conforman su seguridad presente —hablamos de su afán coleccionista—, o en el posibilismo de la técnica en el seno de la estética del momento, y siempre en la necesidad de vislumbrar un futuro mejor.
Todo ello son ejemplos de un Benjamin que, al abandonar su idealismo juvenil (retazos de la tradición), buscará, acuciado por los acontecimientos, la necesaria seguridad a fin de dar sentido a su existencia y a su pensamiento. No creemos que lo lograra, a pesar de que vislumbraba en la revolución moral de la clase obrera —visto el fracaso continuado de la burguesía— algún atisbo de esperanza; de ahí que vea en el marxismo —en todo caso, en su marxismo— el proyecto para soñar con un mundo mejor. Esta revolución, que en él se acoge a aires mesiánicos, incluso de salvación personal, será la solución que nos aporta y que aún puede ser un revulsivo para la izquierda actual. Saber que desde el presente se construye el futuro, y que uno y otro están ligados al pasado, junto con un activismo crítico para el logro de un mundo mejor y más justo, así como contar con la necesaria participación de la clase obrera, la menos contaminada por los vicios del poder burgués, son puntos de inflexión aún actuales, vista la situación del capitalismo contemporáneo, ávido y monopolista.
La vida de W. Benjamin, decíamos, apenas nos ilustra de su portentosa obra, pero también creemos que su conocimiento, aunque sea esquemático, nos puede ayudar a entender su tiempo y cómo a través de su historia personal tuvo que enfrentarse a sí mismo y crear uno de los testimonios más interesantes del siglo xx. Benjamin fue un pensador, filósofo si se quiere, pero sin duda también un memorialista de su época. Su enorme cultura, su capacidad de análisis, su sentido crítico, junto con su postura y escritura, intelectualmente diletante y aun esnobista, fueron acaso mecanismos de defensa para enfrentarse a la cruda realidad personal, social y política que sufrió y le hizo sufrir. Su muerte podría verse como el fracaso de su pensamiento, pero sin duda también es el argumento definitivo de que W. Benjamin tenía razón.
Retazos de todo ello encontramos en su biografía. Walter Bendix Schönflies Benjamin nació el 15 de julio de 1892 en el seno de una familia de la burguesía judía acomodada. Sus padres fueron Emile Benjamin (1866-1926) y Pauline Schönflies (1869-1930). Se casaron en 1891 y tuvieron además de Walter, el mayor, dos hijos más: Georg (1895-1942) y Dora (1901-1946). Georg estudió medicina, especializándose en pediatría —algunos centros médicos alemanes llevan su nombre—, fue militante del Partido Comunista, murió en el campo de concentración de Mauthausen y siempre estuvo muy unido a su hermano Walter; en cambio, con Dora, que estudió sociología y psicología, siempre tuvo una relación dificultosa y ambivalente. Falleció de cáncer en Suiza, tras una vida plagada de necesidades (Lane, 2005).
Su padre, cuyos familiares eran banqueros oriundos de Renania, se estableció en Berlín; fue anticuario, corredor de arte, socio de una casa de subastas y hombre de múltiples negocios; accionista de diversas y boyantes empresas, dado también a la especulación financiera. Y llegó a alcanzar una elevada fortuna y una alta posición social entre la más selecta burguesía del Berlín finisecular (Benjamin, 1996: 224 y 225). Tenemos alguna información que nos da pie para refrendar el alto nivel económico de los padres de Benjamin, habitantes del elitista barrio Oeste —en concreto, en el distrito de Grunewald—, tal como las niñeras que se hacían cargo de él y de sus hermanos, o la institutriz que ya a los nueve años le enseñaba francés, o cómo el servicio se dirigía a su madre llamándola siempre «distinguida señora» (Benjamin, 1987 y 1996), así como las vacaciones de verano de las que nos dice que, «como mis padres eran acaudalados», las pasaban en diversos lugares. En todo caso, y a modo de resumen de todo lo mencionado, cabría citar unas palabras en las que Benjamin rememora su infancia y que se refieren a lo orgulloso que estaba cuando le permitían ayudar a poner la mesa. Dice así: «abreostras; tenedores de langosta; copas verdes para el vino blanco, las pequeñas y lisas para el oporto, las de filigrana del champaña; los cuencos de sal…» (Benjamin, 1987: 208). Creemos que huelgan los comentarios.
Cabe decir que la madre de Benjamin pertenecía también a una familia de notable posición dedicada al comercio agrícola. La abuela materna de Benjamin, al quedar viuda, se dedicó a viajar por toda Europa llegando al desierto africano y a realizar diversos viajes transatlánticos; vivía en una casa de 14 amplias habitaciones, y nos cuenta el propio Benjamin que las postales y fotografías que guardaba le incitaron a iniciar su afán coleccionista y su pasión por los viajes.
De pequeño fue a un parvulario del que rememora a su maestra Helene Pufahl, cuyas normas «no eran muy estrictas», y a su sucesor el señor Knoche, del que dice que «casi todo lo que sucedía en el aula me repugnaba», así como que «sabía apreciar el uso de la caña». Pronto, pues, se inician en él los malos recuerdos en relación con la educación, aunque tendrá unos años de latencia, ya que realizó la enseñanza primaria en su casa con un preceptor particular, del que evoca que se aplicaba a enseñarle a estudiar (propedéutica). Cabe decir que este profesor era compartido con algunos niños y niñas pertenecientes a familias judías también de alta posición social.
Su posterior etapa de estudiante de bachillerato le condicionará de diversas maneras; entre ellas, no será la menos importante su dislexia, de la que nos dice: «he tardado treinta años en meterme en la cabeza lo que son la derecha y la izquierda, en descubrir cómo se usa un plano de una ciudad» (Benjamin, 1987: 179; 1996: 190). Como se reconoce hoy en día, no era un buen síntoma de éxito escolar, máxime cuando el joven Benjamin estaba a punto de dejar las seguridades del hogar para iniciar sus estudios en el Gymnasium (equivalente a nuestros antiguos institutos de bachillerato). Nuestro autor tenía todas las papeletas para ser un fracasado escolar, y el ambiente que se encontró en su nuevo centro ayudaron a consumar tal diagnóstico.
Efectivamente, a los diez años (en 1902) y sin problema alguno, aprobó el ingreso al Gymnasium para seguir con sus estudios secundarios. Su centro fue el Gymnasium Kaiser Friedrich, situado en la Plaze Savigny de Berlín, dedicada al ministro prusiano Karl von Savigny. Se trata de una plaza con un aire romántico, debido a la estética que le proporciona su vegetación, y separada del centro político de Berlín por el amplio parque de Tiergarten.
Con los antecedentes mencionados no debe extrañarnos que el joven Walter no se adaptase a la enseñanza pública; allí se iniciarán sus angustias, miedos y desasosiegos, que conllevarán un escaso rendimiento académico y cuadros clínicos de carácter psicosomático, debido especialmente al clima disciplinario del centro, donde eran frecuentes las vejaciones e incluso los castigos físicos. Su fobia le hará, como mecanismo de defensa y como excusa, llegar tarde a clase, debido a unos irrefrenables deseos de dormir que no le dejaban despertarse; por ello era reprendido por sus profesores; iniciándose así una escalada de problemas escolares, que normalmente concluían con más faltas de asistencia a clase.
Recordando aquellos años, afirmó que solo conoció «las más anticuadas formas de disciplina escolar (palos, cambio de sitio o arresto). «[…] Nunca he superado el terror y la desolación que pusieron a mi alrededor en esos años.» También menciona con total desagrado alguna (pocas) experiencia de aquellos años: «Solo hoy soy capaz, me parece, de darme cuenta de todo lo que de odioso y degradante había en la obligación de quitarse el gorro ante los profesores. […] Pero saludar a un profesor como a un pariente o a un amigo me parecía tan enormemente abusivo como pretender celebrar las clases en mi casa» (Benjamin, 1996: 231 y 232).
Todo ello hizo que sus padres buscasen una solución, vista la nefasta trayectoria escolar de su primogénito, del tal manera que lo internaron en un colegio privado situado en Haubinda (Jarque, 1992: 23 y 24), a ...