Intervenciones políticas: un sociólogo en la barricada
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Intervenciones políticas: un sociólogo en la barricada

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Intervenciones políticas: un sociólogo en la barricada

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Vivimos sumergidos en la política, bombardeados por noticias nacionales o internacionales que yuxtaponen guerras, elecciones, crisis económicas, delitos de sangre. En este marco, periodistas, intelectuales mediáticos y ensayistas varios, en lugar de echar luz sobre el debate público, introducen lugares comunes, cuando no errores o distorsiones. Del otro lado, el cientificismo de algunos investigadores los inhibe de ocuparse del mundo social por temor al descrédito académico. Al margen de estas opciones empobrecedoras, Intervenciones políticas muestra el itinerario intelectual de Pierre Bourdieu y su modo de entender y practicar la sociología, como un saber que no valdría una hora de esfuerzo si no contribuyera a analizar los problemas políticos y sociales banalizados por la actualidad televisiva.Así, Bourdieu se pregunta una y otra vez por el rol de los intelectuales, los periodistas y los investigadores, que deben contribuir a la vigilancia cívica sin dejarse llevar por la ilusión de "comprender todo de golpe". Analiza la función del Estado, rechazando la alternativa del liberalismo y el socialismo, que reducen la complejidad del mundo a su dimensión económica. Indaga en el funcionamiento del sistema educativo, desde los métodos de reclutamiento docente hasta la estructura de las carreras, para develar los mecanismos que lo convierten en un espacio de reproducción y legitimación de las desigualdades sociales. Explica cómo operan los sondeos de opinión y cómo los investigadores y los políticos hacen de ellos un argumento de autoridad, que debe ser discutido. Se detiene especialmente en la distancia entre la sociedad y el mundo político, cada vez más cerrado sobre sí mismo.Intervenciones políticas es un libro fundamental porque permite entender cómo ciencia social y militancia pueden potenciarse entre sí para generar un pensamiento crítico verdaderamente responsable.

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Información

1988-1995
La prioridad de las prioridades debería ser elevar la conciencia crítica de los mecanismos de violencia simbólica que accionan en la política; y, así, divulgar ampliamente las armas simbólicas capaces de asegurar a todos los ciudadanos los medios con que defenderse contra la violencia simbólica, y con que liberarse, si es necesario, de sus ‘liberadores’.
Desencantamiento de la política y Realpolitik de la Razón
Podemos sustituir la pregunta de si la virtud es posible con la pregunta de si se pueden crear universos en los cuales la gente tenga interés en lo universal.
Curso en el Collège de France, 1988-1989
A finales de la década de 1980, luego de su participación en el informe que los expertos elaboraron para el Estado, Pierre Bourdieu lanza un proyecto colectivo, La misère du monde [La miseria del mundo] que aparece en 1993 y rápidamente se convierte en un trabajo de referencia en el seno de los movimientos sociales. Ese libro logra un enorme éxito público: se venden más de 80.000 ejemplares, es llevado al teatro, y el sociólogo acepta participar, en compañía del abate Pierre, en la emisión de Jean-Marie Cavada, La marche du siècle [La marcha del siglo] (France 3, 15 de abril de 1993).
El “Post scriptum” de La miseria del mundo interpela directamente al cierre del mundo político sobre sí mismo y su olvido de la realidad social; y el título del libro parece responder al primer ministro Michel Rocard que, bajo el empuje electoral de un partido de extrema derecha –el Frente Nacional– había declarado en Le Monde del 24 de agosto de 1990 respecto del “problema de la inmigración”: “Francia no puede acoger toda la miseria del mundo, pero sobre ella debe saber tomar su parte fielmente”.
Sin duda puede apreciarse la ruptura que constituye la realización de esta investigación, volviendo sobre el análisis efectuado por Bourdieu dos años antes (véase “La virtud civil”, en este volumen), acerca de la solución política que el gobierno de Michel Rocard acababa de aportar a las reivindicaciones independentistas de los canacas:[130] momento de retroceso en “una formidable crisis de la representación y de la delegación políticas” (véase “Funda la crítica sobre un conocimiento…”, en este volumen). Según Bourdieu, lo que está en cuestión es el principio mismo de la representación política o, más precisamente, “la usurpación legítima” de todo cargo público, “el misterio del ministerio”, ese poder que el mandatario político toma de la delegación.
En opinión del autor, este análisis del ejercicio del poder no conduce a la pasividad o a la resignación. Si ciertos grupos sociales han podido trabajar en la instauración del estado de derecho, de la idea de servicio público o de interés general, es porque en eso han encontrado beneficios de universalización.[131] Una política eficaz y realista consistiría en ampliar ese principio de interés por lo universal a otros universos sociales, y en inventar estructuras institucionales para que los políticos tengan interés en la virtud.
La moral política no cae del cielo; no está inscrita en la naturaleza humana. Sólo una Realpolitik de la Razón y de la Moral puede contribuir a propiciar la instauración de universos donde todos los agentes y sus actos estén sometidos –particularmente por la crítica– a una especie de test de universabilidad permanente. […] La moral sólo tiene alguna posibilidad de acontecer, particularmente en política, si trabajamos para crear los medios institucionales de una política de la moral. La verdad oficial de lo oficial, el culto al servicio público y a la entrega al bien común no resisten a la crítica de la sospecha que descubre por doquier la corrupción, el arribismo, el clientelismo o, en el mejor de los casos, el interés privado al servicio del bien público.[132]
Por ende, el rol de la crítica pública se revela determinante para forzar a los hombres políticos a ser lo que su función social les prescribe ser: a reducir “la distancia entre lo oficial y lo oficioso” y “crear las condiciones de instauración del reino de la virtud civil”.[133]
De todos modos, esta crítica de las burocracias nacionales no conduce solamente a develar el sufrimiento social engendrado por las políticas neoliberales dirigidas por la propia izquierda (véase “Nuestro Estado de miseria”, en este volumen). Va acompañada por una reflexión sobre las condiciones de la acción política de los intelectuales, cuya autonomía está amenazada por la influencia de una “tecnocracia de la comunicación” que afianza el monopolio de los profesionales de la política sobre el debate público.
El problema que planteo permanentemente es el de saber cómo hacer entrar en el debate público esta comunidad de científicos que tiene cosas que decir sobre la cuestión árabe, sobre los barrios periféricos, el fular islámico… Pues, ¿quién habla [en los medios]? Son subfilósofos que cuentan por toda competencia con vagas lecturas de textos vagos, gente como Alain Finkielkraut. Los llamo “los pobres blancos de la cultura”. Son semisabios no muy cultivados, que se hacen los defensores de una cultura que ellos no tienen, para marcar la diferencia con los que tienen aún menos que ellos. Aquella gente se apropia del espacio público y expulsan de allí a quienes tienen cosas que decir. Antes de hablar del “mal de los barrios periféricos”, antes de proferir todas esas tonterías que se escuchan entre los intelectuales franceses, ¡es necesario, en primer lugar, ir allá! Los que así manifiestan veredictos hacen mal porque dicen cosas irresponsables. Y al mismo tiempo desalientan la intervención de la gente que está en el terreno, que trabaja y que tiene cosas que decir. Actualmente constituyen uno de los grandes obstáculos para el conocimiento del mundo social. Participan en la construcción de fantasías sociales que se constituyen en pantalla entre una sociedad y su propia verdad.
[Ese es uno de los motivos por los cuales he creado la revista Liber], que posee corresponsales en la mayoría de los países europeos, que aparece simultáneamente en cinco lenguas y, sobre todo, pretende ser producto de una verdadera dialéctica internacional. Su fin es acortar distancias entre las diferentes culturas nacionales, para que no descubramos la Escuela de Frankfurt con treinta años de atraso o que en Alemania ya no se hable más de manera débil del estructuralismo. Así, la idea es acelerar las comunicaciones para sincronizar el espacio de discusión. Pero es verdad que Liber tiene igualmente la función de hacer que los investigadores ingresen al debate público, para que no siempre quienes menos saben sean quienes más hablen.[134]
Mientras los equilibrios internacionales están conmocionados por la caída del Muro de Berlín y por la construcción de la Comunidad Europea –que se impone como nuevo marco de trabajo–, para Bourdieu la lucha de los intelectuales debe ser, más que nunca, colectiva e internacional (véase “A favor de luchas a escala europea”, en este volumen).
130 Las luchas por la independencia de Nueva Caledonia habían asistido a un episodio sangriento, entre las dos vueltas del escrutinio electoral presidencial, cuando el primer ministro y candidato Jacques Chirac ordenó que se tomase por asalto la gruta de Ouvéa, donde los independentistas se habían parapetado con sus rehenes, y que culminó en la masacre de los militantes del FLNKS (Frente de Liberación Nacional Canaca y Socialista) (véanse Jean-Marie Tjibaou, La présence Kanak, París, Odile Jacob, 1996, Alban Bensa y Jean-Claude Rivière, Les chemins de l’alliance. L’organisation sociale et ses représentations en Nouvelle-Calédonie, París, SELAF, 1982; y, sobre la posición de Pierre Bourdieu, “Quand les Canaques prennent la parole. Entretien avec Alban Bensa”, Actes de la Recherche en Sciences Sociales, nº 56, 1985, pp. 69-83).
131 Una presentación más detallada consta en “Esprits d’État”, en Raisons pratiques, París, Seuil, 1994, pp. 99-146 [ed. cast.: Razones prácticas, sobre la teoría de la acción, Barcelona, Anagrama, 1997].
132 Ibíd., p. 239.
133 Ibíd., p. 240.
134 “Les intellectuels ont mal à l’Europe”, entrevista con Michel Audédat, L’Hebdo, 14 de noviembre de 1991.
La virtud civil
Septiembre de 1988
El mundo político es el ámbito de dos tendencias de sentido contrapuesto: por una parte, él se cierra cada vez más completamente sobre sí, sobre sus juegos y sus prendas en juego; por otra, es cada vez más directamente accesible a los ojos del común de los ciudadanos, ya que la televisión cumple un rol determinante en ambos casos. De eso resulta que no deja de crecer la distancia entre los profesionales y los profanos, así como la conciencia de la lógica propia del juego político.
En nuestros días ya no es necesario ser un experto en sociología política para saber que gran cantidad de las declaraciones y de las acciones de los hombres políticos –no sólo las “frases sencillas” sobre los “grandes planes” o los grandes debates sobre las pequeñas divergencias entre los líderes o las “corrientes”, sino también las más graves decisiones políticas– puede haberse originado en los intereses surgidos de la competición por tal o cual posición escasa, la de secretario general, primer ministro o presidente de la república, y también en todos los niveles del espacio político. La discordancia entre las expectativas de sinceridad o los requisitos de desinterés inscriptos en la delegación democrática de poderes y la realidad de las microscópicas maniobras contribuye a reafirmar un indiferentismo activo, simbolizado en un momento por Coluche, y tan diferente del antiparlamentarismo poujadiste al cual –para defenderse– pretenden reducirlo los que contribuyen a suscitarlo. Pero esta discordancia también puede inspirar un sentimiento de escándalo que transforma el apolitismo ordinario en hostilidad hacia la política y hacia quienes viven de ella.
Así, los reiterados cambios de opinión de dirigentes más evidentemente inspirados por su propia perpetuación que por los intereses de aquellos a quienes profesan defender no tienen una incidencia menor en el hecho de que el Frente Nacional en la actualidad suela captar adeptos entre los antiguos bastiones del Partido Comunista, que se ha beneficiado más que nadie con la confiada o resignada entrega de sí al portavoz (en efecto, se sabe que esta disposición es cada vez más frecuente a medida que se desciende en la jerarquía social). Y si las alianzas con los partidos de derecha benefician tanto al mismo Frente Nacional, es menos –como suele decirse– por el toque de respetabilidad que le aseguran, que por el descrédito que infligen a los que denuncian sus propias denuncias, mostrándose dispuestos a todo para asegurar su propia reproducción.
Así, el desencantamiento de la política es resultado casi automático del doble movimiento del universo político. Por un lado, quienes están comprometidos en el juego político se recluyen cada vez más en su juego a puertas cerradas, muy a menudo sin otra comunicación con el mundo exterior que por medio de los sondeos que producen respuestas impuestas por las preguntas y, muchos de ellos, movidos por la única preocupación de existir (como los aspirantes) o de sobrevivir (como los campeones venidos a menos); unos y otros se determinan mediante acciones que, lejos de tener por principio la convicción ética o la devoción por una causa política, constituyen reacciones a reacciones de los otros. Y el colmo de la perversión se alcanza cuando la “performance televisiva” se vuelve la medida de todas las cosas y los asesores en comunicación, guiados por los especialistas en sondeo, instruyen a los políticos para imitar la sinceridad y aparentar convicción.
Por otro lado, la televisión –con uno de sus efectos más sistemáticamente ignorados por quienes le imputan todos los males del siglo: en épocas pasadas, la “masificación” de las “masas” y en nuestros días la degradación de la cultura– ha abierto una ventana hacia el campo cerrado donde los políticos juegan su juego con el príncipe, con la ilusión de pasar desapercibidos. Como en las antiguas democracias de los pequeños grupos de interconocimiento o en la ciudad griega imaginada por Hegel, los mandatarios están desde ahora bajo la mirada prolongada del grupo entero: para quienes los han observado, a lo largo de entrevistas, declaraciones o debates de veladas electorales, los protagonistas del juego político no tienen más secretos, y los más inconscientes de ellos perderían mucha de su soberbia si pudieran leer los retratos psicológicos de inusual agudeza que hacen de ellos los telespectadores, incluso los más desposeídos en materia cultural, cuando oportunamente se les hacen preguntas. Cada cual sabe que, como observaba Hugo, “cuando la boca dice ‘sí’, la mirada dice ‘quizá’”. Y el ciudadano, convertido en telespectador, por poco que posea el arte de descifrar los imponderables de la comunicación infralingüística, está en condiciones de ejercer el “derecho de fiscalización” que siempre ha reivindicado, más o menos conscientemente.
La “apertura” que los electores han aprobado durante la última elección presidencial no es esa que exalta y divide a los aparatos partidarios, a los apparatchiki y también a los comentaristas políticos, esa que reforzaría la tendencia del microcosmos político al cierre sobre sí, es decir, sobre formas simplemente un poco más complicadas de las combinaciones ordinarias. Es la que ofrecería, más ampliamente aún, el mundo político a la mirada crítica de todos los ciudadanos, impidiendo al cuerpo político interponer la pantalla de sus intereses particulares y sus preocupaciones que –con razón– podemos llamar “politiqueras”, ya que como causa o como fin tienen tan sólo la defensa del cuerpo político. Todo el mundo ha comprendido que hay demasiados problemas verdaderos como para dejar a los hombres políticos la tarea de inventar los falsos problemas necesarios para su propia perpetuación.
En ese sentido, la solución que el gobierno de Michel Rocard ha aportado al problema de Nueva Caledonia es ejemplar. Afrontar un problema que constituía el objeto de una auténtica explotación política, sin otro fin que resolverlo, era hacer estallar, a posteriori y a la vista de todos, el instrumentalismo cínico de una decisión política como el ataque a la gruta de Ouvéa; era recordar, como en el pasado había enseñado Mendès France, que la valentía política consiste en ponerse al servicio de los problemas, a riesgo de no durar, antes que valerse de los problemas para perpetuarse a cualquier precio. Y el éxito de la negociación ha demostrado que la virtud civil, quizá porque es tan inusual, quizá porque apela a la virtud, constituye a veces un arma política altamente eficaz.
Tenemos la impresión de que, por el modo de acción política que se ha visto así instaurado, el mundo político está compensando el retraso en que había incurrido, al encerrarse sobre sí mismo, respecto de las expectativas de los ciudadanos y especialmente respecto de las demandas éticas que se han expresado tantas veces durante los últimos veinte años, en especial por medio de las acciones o las manifestaciones como las de SOS Racisme, de los estudiantes o de los liceístas.
Los responsables políticos más libres, objetiva y subjetivamente, respecto de las exigencias del juego político y las coacciones de los aparatos partidarios, pueden hacerse oír, mientras que los apparatchiki están momentáneamente reducidos al silencio.
Y quizá sea posible que se generen condiciones para instaurar de manera duradera reglas escritas o no escritas y, mejor aún, mecanismos objetivos capaces de imponer a los hombres políticos las disciplinas de la virtud civil en la práctica. De todos los ciudadanos, y especialmente de aquellos que –como los intelectuales– disponen de tiempo libre y de medios para ejercer su derecho de fiscalización sobre el mundo político, depende que un modo de ejercicio del poder –a veces denunciado como una forma de moralismo ingenuo, como cuando se habla de “boyscoutismo”– sea en realidad una anticipación creadora de un estado del mundo político en que los responsables políticos –situados en todo momento bajo la mirada de todos, al descubierto– estarían obligados a instaurar esa forma de democracia directa paradójicamente posibilitada por la transparencia y por la apertura del campo político que un uso democrático de la televisión asegura.
Mucho se ha hablado del silencio de los intelectuales en tiempos en que les hacía fal...

Índice

  1. Portada
  2. Índice
  3. Colección
  4. Portada
  5. Copyright
  6. Prólogo a la edición en español
  7. Epígrafe
  8. Advertencia
  9. Textos y contextos de un modo específico de compromiso político
  10. 1958:1962: Compromisos políticos en tiempos de la guerra de liberación
  11. 1961-1963
  12. 1964-1970
  13. 1971-1980
  14. 1981-1986
  15. 1984-1990
  16. 1988-1995
  17. Fuentes de los textos