El camino de la crónica
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El camino de la crónica

  1. 122 páginas
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El camino de la crónica

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Información del libro

Esta obra tiene como propósito delimitar el ámbito de la crónica, relacionar los elementos que han hecho posible la evolución de este género periodístico en América Latina y, sobre todo, reunir en un solo volumen sus diferentes dimensiones. Con ello se busca poner a disposición de estudiantes de pregrado, especialistas y lectores en general, información pertinente acerca de una de las formas del periodismo que de mejor forma puede dibujar una realidad o un hecho noticioso.

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Información

Año
2017
ISBN
9789587417814
Edición
1

CAPÍTULO 1

Concepto de crónica

La palabra crónica nos remite, primero, a Cronos, Dios de la mitología griega de una generación anterior al grupo de dioses del Olimpo, donde reinó Zeus. Era uno de los 12 titanes y el hijo menor de Urano y de Gea, y gracias a una de esas disputas que se les atribuyen a esos dioses —y que en su caso incluyó la castración de su padre con una hoz que le dio Gea— llegó a regir entre los inmortales. El final del poder de Cronos, según los cantos de la mitología, llegó con el nacimiento de Zeus, el último de sus hijos, el único que no alcanzó a ser presa de su voracidad celestial, el amo de los rayos que dirigió la batalla contra los 12 titanes. Desde entonces Cronos, derrotado, desbancado por su hijo, se instaló en el Lacio, junto al amable rey Jano, y por el resto de la eternidad se dedicó a enseñar.
Cada uno de estos dioses mitológicos son imagen o representación de algo, y Cronos, que en la Teogonía de Hesíodo aparece mencionado una y otra vez como el de “mente retorcida”, no es la excepción: se le tiene como símbolo del tiempo. Las imágenes que lo representan lo muestran como un anciano flaco y triste con una hoz en la mano, el arma de la castración, elemento correspondiente después con la idea de los ciclos de las cosechas y luego con el paso inclemente del tiempo. De manera que fue el dios de la cosecha y el dios del tiempo, un dios al acecho con un poder incuestionable, aniquilador.
Me gusta la palabra crónica —dice el argentino Martín Caparrós (2007). Me gusta, para empezar, que en la palabra crónica aceche Cronos, el tiempo. Siempre que alguien escribe, escribe sobre el tiempo, pero la crónica (muy en particular) es un intento siempre fracasado de atrapar el tiempo en que uno vive. Su fracaso es una garantía: permite intentarlo una y otra vez, y fracasar e intentarlo de nuevo, y otra vez. (p. 13)
De manera que cuando aparecieron los primeros escritos asociados con la idea del desplazamiento en el tiempo pasaron a denominarse ‘crónicas’ en idioma castellano, no sin antes haber sido ‘chronĭca’ en el latín de los romanos, que a su vez la habían tomado del griego. En este idioma original era que se mencionaba a Cronos en asocio con sucesos referidos en un orden de tiempo, por lo que es claro que la crónica, en su acepción primigenia, es más antigua que el periodismo, pero terminó incorporada al oficio porque siempre, desde la aurora de sus aplicaciones, ha estado vinculada con la verdad, con la realidad, y con la reproducción de los hechos a partir de su configuración en relatos. Hoy la tenemos como uno de los grandes géneros del periodismo, con un altísimo grado de desarrollo en Latinoamérica; a lo cual ha llegado gracias a los aportes de la literatura como oficio, a su cultivo como expresión por parte de ilustres escritores del siglo XIX, y gracias también a su estudio y aplicación en Estados Unidos y Europa, sobre todo en el primer ámbito, donde en la década del 1970 del siglo XX comenzó a modelarse el llamado ‘Nuevo periodismo’.
La crónica moderna es producto de todo eso, y nuestra particular expresión latinoamericana goza de reconocimiento en otros continentes. Es así como tiene una presencia concreta y fácil de identificar en periódicos y revistas, pero como ocurre con muchos otros fenómenos de origen social, resulta difícil de definir, con el agravante de que existen tantas definiciones como autores. Cada investigador, docente, periodista o teórico tiene su propio concepto, lo cual, a su vez, se desprende de cada experiencia. Por esa misma naturaleza, el concepto suele quedar atrapado en las redes de lo anecdótico, y a veces las discusiones terminan zanjándose sobre la base de que la división en géneros no solo es imposible sino innecesaria porque “lo importante es que la historia esté bien contada”, se oye decir. Pese a toda esta diversidad, es posible reconocer e identificar algunos rasgos de coincidencia, dado que la crónica salta a la vista con una presencia distintiva, porque si bien puede considerarse una obra de arte dentro del periodismo, es también un movimiento de la expresión artística literaria hacia el terreno de lo real.
Desde esa ubicación particular —como punto de encuentro, si se quiere, entre la literatura y el periodismo—, la crónica se encarga de la reconstrucción, mediante el uso del lenguaje, de un hecho, un personaje, un lugar o una situación que se corresponden con la realidad. Al recurrir a las herramientas de la literatura, el relato tipo crónica se configura en una mirada diferente de esos hechos reales, mucho más personalizada y claramente subjetiva, marcada por los enfoques, los puntos de vista, las percepciones y reflexiones del autor. La presencia de una ‘voz’, entonces, es lo que viene a diferenciar a la crónica de otros géneros más “objetivos” debido a la participación evidente y clara de ese “alguien” que, como autor, guía el viaje por la lectura. Eso no quiere decir que la crónica deje de responder a los interrogantes clásicos del periodismo, pero se concentra más en el “cómo”, lo que, al menos expuesto en términos de contrastes y purezas que más adelante examinaremos, la aleja del reportaje, género más enfocado en el ‘por qué’, en la explicación, en las conexiones entre causas y consecuencias de los fenómenos, y en la exploración de las aristas en los grandes temas.
En un artículo publicado en el diario La Nación de Argentina (2006), y reproducido más adelante en una antología de Jaramillo Agudelo (2012), Juan Villoro ensaya una perspicaz definición de la crónica en la que este género aparece híbrido, una mezcla equilibrada, armónica, que se vale de los demás géneros —incluso del ya mencionado reportaje— en su particular configuración:
Si Alfonso Reyes juzgó que el ensayo era el centauro de los géneros, la crónica reclama un símbolo más complejo: el ornitorrinco de la prosa. De la novela extrae la condición subjetiva, la capacidad de narrar desde el mundo de los personajes y crear una ilusión de vida para situar al lector en el centro de los hechos; del reportaje, los datos inmodificables; del cuento, el sentido dramático en espacio corto y la sugerencia de que la realidad ocurre para contar un relato deliberado, con un final que lo justifica; de la entrevista, los diálogos; y del teatro moderno, la forma de montarlos; del teatro grecolatino, la polifonía de testigos, los parlamentos entendidos como debate: la “voz de proscenio”, como la llama Wolfe, versión narrativa de la opinión pública cuyo antecedente fue el coro griego; del ensayo, la posibilidad de argumentar y conectar saberes dispersos; de la autobiografía, el tono memorioso y la reelaboración en primera persona. El catálogo de influencias puede extenderse y precisarse hasta competir con el infinito. Usado en exceso, cualquiera de esos recursos resulta letal. La crónica es un animal cuyo equilibrio biológico depende de no ser como los siete animales distintos que podría ser. (p. 578)
La primera persona, o cuando menos la aparición clara del autor en el texto, es clave en el caso de este género: “La crónica está ligada a la voz de quien escribe. Es un flujo narrativo que recuerda un poco a los cuentos de la abuela”, dice el reconocido periodista colombiano Daniel Samper Pizano (2001, p. 14) en el prólogo de una de sus antologías. A lo largo de ese prólogo se preocupa por definir la crónica como un escrito que suele entrar en consideraciones “de carácter general” y con un tono distinto al del reportaje. Lo curioso, sin embargo, es que para distinguir un género del otro le confiere al reportaje características claras de la crónica latinoamericana actual: separar un hecho o un personaje, y recrearlo valiéndose de la referencia de detalles personales o circunstancias de anotaciones impresionistas, y de la pintura del ambiente, con el fin de comunicar al lector una idea redonda sobre lo que es materia de la nota.
Pero su concepto de la crónica pone de presente un aspecto que ha estado siempre al lado de este género: la condición del paso del tiempo, lo mismo que su frescura y aparente espontaneidad, con énfasis en la carga personal de su abordaje. Por lo que la crónica vendría a ser, como bien apuntó el escritor y periodista austríaco Erich Hackl durante un conversatorio en Cartagena en 2007: “La mirada subjetiva de un hecho real”. Eso reitera el filtro humano de la percepción particular, que no esconde, como sí lo intentan los géneros noticiosos, e incluso el reportaje clásico, la presencia y contribución del autor.
La crónica, debido a esta manera de presentación, establece un contrato especial con el lector, una relación mágica por su poder evocador, por estar preñada de significado social, por ser una gran metáfora que permite no solo el disfrute a partir de lo que dice o denota, sino en lo que genera o connota. Es crucial en este aspecto la participación del lector, porque él es quien recrea en su mente las escenas, las imágenes o la atmósfera, mientras avanza conectado con los estímulos del texto. Alguien lo va guiando, y en ese sentido, el texto va mostrando referencias de una experiencia personal que no por serlo está dejando de ser fiel a la realidad.
La mejicana Alma Guillermoprieto (2009), una de las maestras del género en Latinoamérica, lo plantea así en sus seminarios: “En la noticia, el periodista está contestándole preguntas al lector; mientras que en la crónica está generando información que jamás se le hubiera ocurrido a ese lector”. Pero para que el cronista logre eso, agrega, primero tiene que sentir la historia, tiene que “caminar” sobre ella, para contarla desde una voz clara, testimonial, la misma subjetividad que pesa y le da su valor fundamental a la crónica:
La característica principal de la crónica es la intimidad. La crónica es una forma de vivir la vida y la escritura. Es salir a la calle, hacerse permeable, transparente a la vida que nos rodea, es vulnerabilidad absoluta ante la vida. Y es escribir desde adentro de la piel. Es caminar y vivir y luego cronicar. Es colocarse en una condición de riesgo, de vulnerabilidad emocional, de rabia. (p. 1)
Su forma de presentación, su estructura, el orden libre que plantea sobre la base de las escenas, inscribe a la crónica dentro de una modalidad conocida como ‘periodismo narrativo’, en la que comparte espacio con la entrevista matizada, el reportaje de los grandes temas y el perfil. Lo narrativo se refiere, justamente, a esa condición de desplazamiento entre un hecho y otro, a la propiedad inherentemente secuencial que no distingue entre hechos fácticos y ficticios. El argentino Tomás Eloy Martínez, uno de los históricos maestros de la Fundación para el Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI), decía que este tipo de abordaje narrativo, a diferencia del trabajo seco del tradicional noticioso, “tiene una voz subjetiva”, aunque la diferencia más importante es el hallazgo, en el periodismo narrativo (y sobre todo la crónica, podría enfatizarse), de uno a varios relatos particulares que ejemplifican una situación general.
Sobre la condición narrativa de la crónica, el colombiano premio Nobel de Literatura Gabriel García Márquez dice que “tiene la técnica del cuento, con la diferencia de que los hechos son ciertos”, porque la experiencia de contacto con ambos géneros es parecida, aunque el cuento, debido a su naturaleza, es una pieza que nace de la inventiva del escritor. La crónica, en cambio, si bien puede tomar prestadas las herramientas expresivas del cuento en términos de escenas, descripción, diálogos, cambios de planos y ritmos, tiene como única materia prima la realidad, y cada palabra debe corresponder con lo que está queriendo decir de la vida real.
Lo mostrado por la crónica puede ser o bien una persona, un animal, un lugar, un acontecimiento o una situación. En los tres primeros casos (persona o animal) puede hasta hablarse de ‘personaje’, y el texto pasaría a tener una fuerte o predominante carga descriptiva. Con el resto, la balanza se inclina, y la carga más significativa pasa a ser de la narración o la prosa reflexiva en sus variados matices. La circunstancia principal que motiva a la reproducción de ese ‘algo’ es el interés que despierta. Eso significa que la crónica está condicionada por los criterios de interés periodístico clásicos; aunque en un panorama amplio también tienen cabida personajes, situaciones, lugares y acontecimientos que no clasificarían como interesantes para el periodismo tradicional, pero que como de todos modos se han configurado o construido sobre la base de sus propios elementos dramáticos, generan otros detonantes para la crónica. A ese sentido apunta el concepto de Daniel Samper Ospina (2004), director de la revista colombiana Soho, quien dice en el capítulo “El rescate de lo cotidiano”, del libro Poder y Medio, editado por la revista colombiana Semana:
Hacer crónicas que no tienen raíz en la coyuntura, aunque sí en la cotidianidad, es como descubrir tréboles de tres hojas: son ordinarios, pero fabulosos. Un trébol de tres hojas necesita los mismos milagros del sol y la clorofila que uno de cuatro, pero no suele ser tomado en cuenta. El periodismo narrativo es la manera de reivindicar la importancia de los tréboles de tres hojas. (p. 96)
Este ámbito común entre el periodismo y la literatura, en el que se mezclan la forma expresiva de las artes escritas con la vida real como materia de trabajo, es el ámbito privativo de la crónica. En eso, los más variados conceptos confluyen.
Sergio Ramírez (2007), exvicepresidente nicaragüense y escritor, se refiere a esa circunstancia como “préstamo mutuo”, porque el cronista no puede inventar, pero sí formular un relato atractivo, dinámico y terminar con un golpe maestro. “Es llevar la técnica del narrador de ficción a la realidad”, dijo Ramírez en el mismo conversatorio de Cartagena donde estuvo Hackl, y concluyó que la nueva historia no está siendo escrita por los historiadores, sino por los buenos cronistas de nuestros tiempos.
“La crónica se constituye en un espacio de condensación por excelencia (…) porque en ella se encuentran todas las mezclas, siendo ella la mixtura misma convertida en unidad singular y autónoma”, dice la periodista e investigadora venezolana Susana Rotker (2005, p. 53). Al hacerlo, explora el campo específico de este género como mezcla entre el periodismo y la ficción, que se desprende de la práctica literaria y se introduce al mercado a manera de arqueología del presente. En esa condición, se dedica a narrar y mostrar lo que está al “margen” de las grandes noticias con el ánimo no tanto de informar, sino de divertir. Ya veremos más adelante cómo ella y otros investigadores, como Aníbal González y Julio Ramos, ubican en la expresión modernista de finales del siglo XIX la fuente de la crónica moderna latinoamericana, y afirman que con este género se produce un desplazamiento desde la ficción a la realidad. Eso, de alguna manera, pone a la crónica en el mismo orden de las piezas literarias como obra de arte.
A la crónica, entonces, la define que se mueve con equilibrio sobre la línea fronteriza entre la narrativa de ficción y el trabajo de campo del periodismo. Una línea que “separa o acerca” los dos oficios según se le mire, como dice la cronista argentina Leila Guerriero, condición que, vista desde el periodismo, no comparte con ningún otro género. Aunque eso no quiere decir que no apoye a los otros cuando lo amerite o lo requiera; situación que también ocurre en sentido contrario, cuando el reportaje o la entrevista —por mencionar dos de los más cercanos— necesitan conectarse con el lector de una manera distinta y creativa.
“El cronista mira, piensa, conecta para encontrar —en lo común— lo que merece ser contado. Y trata de descubrir a su vez en ese hecho lo común: lo que puede sintetizar el mundo. La pequeña historia que puede contar tantas. La gota que es el prisma de otras tantas”, asegura Martín Caparrós (2007); “es un género de no ficción en el que la escritura pesa más porque la crónica aprovecha la potencia del texto —sigue Caparrós—, la capacidad de hacer aquello que ninguna infografía, ningún cable podrían: armar un clima, crear un personaje, pensar una cuestión. Un texto lleno de magia, asegura, capaz de conseguir que un lector se interese en una cuestión que en principio no le interesaba en lo más mínimo” (p. 3).
Alberto Salcedo Ramos (2011b), el más representativo de nuestros actuales cronistas colombianos, resalta el componente humano siempre presente en las crónicas. “La crónica es el rostro humano de la noticia” (p. 125), dice a manera de axioma; concepto tajante que responde a su forma predilecta de asumir los temas, la de tomar como eje narrativo una historia personal que lo ejemplifica, una vivencia en torno a la cual se van desarrollando las diferentes aristas, los contextos y los tiempos de la historia. Esa arquitectura garantiza la solidez del relato, lo mantiene compacto y permite, de paso, conectar a los lectores con mayor fuerza. En ese sentido, el personaje actúa como si fuera un pretexto para contar algo más, para abrir el lente. Y aun cuando ese personaje sea lo principal, es decir, que mostrarlo sea la intención del cronista, no deja de aprovecharse el texto para enmarcarlo en sus significados, en lo que lo descifra como personaje. “La crónica es, además, la licencia para sumergirse a fondo en la realidad y en el alma de la gente” (p. 125), remata Salcedo Ramos.
En este momento de la definición del género, sin embargo, es necesario hacer una salvedad: debido a su particular desarrollo, su abordaje sui generis y la contribución de nuestras más grandes plumas, no es atrevido afirmar que tal y como la conocemos, tal y como se ha desplegado en toda su majestad, la crónica es un género “sudaca”, como la denomina Martín Caparrós; consideración que ha encontrado eco en algunos teóricos y cultores de la crónica, incluso los de otros lares.
El profesor Juan Carlos Gil González, quien hizo un esfuerzo por definir la crónica y compartió sus reflexiones con la comunidad de investigadores de España en 2004, y particularmente de la Universidad de Sevilla, asegura que la crónica está pertrechada de herencias, tanto históricas como literarias. “Todas esas esquirlas han dado lugar a la formación de un género periodístico sui generis, propio, auténtico, autónomo y genuinamente latino, ya que no tiene correspondencia con ningún género del periodismo anglosajón (story y comments)” (p. 35). Y asegura que la crónica es una desviación del modelo canónico del periodismo. Esta singularidad y no homologación con los textos anglosajones, agrega, es una ventaja más que un inconveniente, puesto que resalta la ambigüedad y ambivalencia de este género. “En una época de acelerados cambios y en una etapa eminentemente crucial del periodismo, necesitamos un género dúctil, maleable, con capacidad para adaptarse a todas las circunstancias imaginables sin perder su sello característico” (p. 35), remata.
Con un poquito más de exigencia teórica, y apoyándose en los conceptos de Mónica Bernabé, las venezolanas Adriana Callegaro y María Cristina Lago (2012) recalcan que la crónica latinoamericana es un “cruce entre literatura, periodismo y análisis social (p. 246). Agregan que como textos, muchas veces las crónicas llegan a constituir un acto de intervención en un sentido performativo; una operación de interpelación ética que actúa e intercede para que se produzca el encuentro entre el lector y aquello que permanece invisible o lo que no se quiere ver. Piezas con registro más cercano a lo literario que a lo periodístico, mediante la elección de puntos de vista múltiples, a partir de diferentes técnicas de ficcionalización, resaltan las autoras (p. 261).
El profesor José Luis Martínez Albertos (1974), autor del Manual de Estilo para Periodistas de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), enfatiza en que la crónica es un producto literario predominantemente latinoamericano. Al definirla dice que se trata de una narración directa e inmediata de una noticia con ciertos elementos valorativos, que siempre deben ser secundarios respe...

Índice

  1. Cubierta
  2. Portadilla
  3. Página legal
  4. Contenido
  5. Prólogo
  6. Introducción
  7. 1 Concepto de crónica
  8. 2 Primero la narración
  9. 3 La crónica en la historia
  10. 4 El registro de la acción
  11. 5 A pintar con las palabras
  12. 6 La crónica como proceso
  13. 7 Crónica, educación y algo más
  14. Referencias
  15. Cubierta posterior