Capítulo 1
La unidad en la fase preespeculativa (1770-1800)
La letra con sangre entra.
Goya
1. El método y el sentido
Se trata de pensar, en primer lugar, el problema de los métodos de estudio de la filosofía y, en particular, de los posibles modos de abordar un texto filosófico “de alto vuelo”. Planteado como pregunta, el asunto consiste en indagar ¿desde dónde es posible comprender “filosóficamente” una obra maestra de este tipo de saber y forma de la cultura que llamamos filosofía?, ¿son suficientes sus propias técnicas para poder concebir de manera interna un momento decisivo de su historia? Estas preguntas preliminares demandan la necesidad de reflexionar ante todo sobre las cuestiones del método y el sentido general de este trabajo.
1.1. Sobre el método
El primer criterio para comprender históricamente una obra filosófica consiste en poder leer a la luz del contexto preciso en que ella fue escrita, reconstruyendo así el mundo y la época en la que fueron elaboradas sus ideas. De esta manera, el investigador en filosofía ejercería además el oficio de historiador, en la medida en que reescribe para el lector las tendencias generales que condicionaron la senda del filósofo; los acontecimientos decisivos y sus efectos experimentados en el camino de su vida. Escudriñar las relaciones de fuerza que ocuparon la función del mundo vital para un autor permitirá la comprensión de los motivos que volvieron necesaria la génesis de sus obras.
He aquí entonces el trayecto que tomará esta investigación, a saber, la exposición de un concepto central de la filosofía hegeliana, el concepto de unidad, a través de un estudio de su desarrollo que contiene en su interior la serie de diversas configuraciones y cambios de fórmulas que registró tal elaboración desde sus primeros inicios hasta el lugar que este concepto ocupa en su obra definitiva, a la manera de una genética del pensamiento filosófico.
Investigar el pensamiento y la vida de Hegel implica así asumir la premisa que de hecho él mismo usó para poder construir su historia de la filosofía. Dicha premisa no es otra que aquella que terminó por catapultarlo a la categoría de filósofo universal, esto es, el asunto de la relación entre la lógica y sus célebres Lecciones. En efecto, es aquí donde encontramos al maestro de filosofía, enseñando las coordenadas del método maduro de su pensamiento.
El propósito de este método radica entonces en poder dar con una suerte de “biografía del pensamiento”, en la cual la historia del individuo que ha pensado quede disuelta; no una historia pues en la que el individuo queda puesto como el “prócer” de los contenidos que en ella acontecen, sino más bien una en la que los objetos en sí mismos pasan a ser momentos del pensar. Será así la historia aquella que permitirá llevar el género literario de la biografía hasta el “reino del pensamiento”, haciendo de ella un aspecto de la tarea filosófica. El pensamiento en sí mismo será por lo tanto el “héroe” de esta historia.
Sin embargo, para hacer comprensible este tránsito es preciso considerar antes en qué pensaba el propio Hegel cuando nombraba la palabra historia. Para ello una noción tardía, escrita en la introducción a sus Lecciones de filosofía de la historia universal, durante el invierno berlinés de 1830-1831, podrá servir bien a este respecto. Allí dice el Suabo:
Historia une en nuestra lengua el lado objetivo con el subjetivo y significa tanto la Historiam rerum gestarum cuanto la Res gestas misma, tanto los propios relatos históricos diferentes como lo sucedido, los hechos y los acontecimientos mismos. La unificación de ambos significados tenemos que verla como algo más que una contingencia externa; significa que la narración histórica aparece al mismo tiempo que los hechos y acontecimientos propiamente históricos; es un fundamento común interno el que los hace surgir juntos.
Al tomar este extraordinario desarrollo filológico como nuestro primer foco de atención se vuelve posible dimensionar el tipo de influencia que ejercerá el pensamiento hegeliano para la posteridad, esto es, aquella lógica de superación de presuposiciones que aparecen como antinómicas, incompatibles o dicotómicas, tan reconocible en el ánimo que mueve su pensamiento. Para este caso, probablemente su “dicotomía preferida”, aquella en la que él veía resumida la totalidad de oposiciones precedentes, la de sujeto-objeto, aparece aquí superada en el concepto de historia, por cuanto ésta contiene en sí tanto aquello que ocurrió de hecho, el acontecer de las cosas en sí mismo, como la experiencia de este acontecer de las cosas, recogida y puesta en registros y relatos.
La historia es aquí entonces el centro que reúne (vereinigt), desarrollando el germen especulativo que supera lo dividido, tanto en el orden de lo subjetivo como en el de lo objetivo, haciendo justicia con ello a ambos momentos, por cuanto ella no renuncia a ninguno de los dos, sino que más bien impulsa a cada una de sus existencias, desplegándose como el fundamento interior a ambos.
De esta manera, en la historia quedan integradas las dimensiones divididas en la forma de las cosas dadas, y del relato sobre tales cosas. Sin embargo, y en esto la enseñanza de Hegel es estricta y sin concesiones, tal unificación (Vereinigung) de lo subjetivo y lo objetivo no puede ser concebida como un mero acto de contingencia, sino más bien como el ejercicio de un basamento que forja a ambos momentos, y que los muestra estando unidos y a la vez siendo autónomos. Gracias a lo que acontece es posible por tanto elevar el género de la biografía, que a su tiempo está llamada a desarrollar el momento subjetivo de la historia, hacia el de un aspecto del ejercicio filosófico. Pero es finalmente la filosofía la que permite aquí el juego integrador de lo biográfico y lo histórico, por cuanto en ella reside la comprensión de la unidad en movimiento de ambos, esto es, la idea de que lo subjetivo y lo objetivo se desenvuelvan como el impulso de superación de cada uno en la realidad del otro. El resultado de este desarrollo mutuo constituirá finalmente la biografía histórica de una génesis filosófica.
La posibilidad de llevar a cabo una tarea de este tipo supone en principio poder conectar todos estos momentos, examinando el camino del pensar de Hegel en estricta consonancia con el mundo de aquellos tiempos; sólo así podrá ser comprendido el sentido interno de sus trayectorias y giros posteriores.
Sobre esta base, resulta valiosa la sentencia de que Hegel sea un “hijo” de la era de las revoluciones modernas, o de aquello que Eric Hobsbawm ha llamado la “doble revolución” franco-inglesa, y a la que habría que agregar, como tercera pieza del cuadro, la revolución del pensamiento crítico en Alemania, debiéndose hablar por ello más bien de una triple revolución que cambió para siempre la faz del mundo conocido.
El inicio de este trayecto pasa entonces por comprender la importancia fundamental que tuvo la industrialización en la época que ve nacer a Hegel. De hecho, para este tiempo la revolución industrial en Inglaterra se encontraba ya en pleno movimiento. Y si bien es cierto que Alemania estuvo siempre en la retaguardia de este movimiento, tampoco es menos cierto que el “mundo germano” miraba expectante el comienzo de la interconexión general del orbe, preludio del modo de vida global.
En el norte de América, las batallas de Lexington y Concord del 19 de abril de 1775 dan inicio a la revolución estadounidense, que traerá por resultado el denominado Tratado de París del 3 de septiembre de 1783. Comenzará la emancipación estadounidense del imperio británico, abriéndose de este modo el primer destello de las guerras revolucionarias independentistas. Entre ellas, la revolución librada en Francia será decisiva para el pensamiento posterior acerca de los modelos de la política moderna.
Estos elementos preliminares forman parte del paisaje que dará la bienvenida al joven Hegel; en él será desarrollada la escisión primordial entre el “antiguo régimen” y la revolución. Hegel y sus contemporáneos son todos resultados de esta misma escisión, en el sentido de que la vida como conjunto quedó finalmente condicionada por aquellos acontecimientos que ponían a la vista los inicios de la nueva era.
A este respecto, y sobre la base de la documentación que ofrece la inmejorable biografía de Terry Pinkard, es posible sostener con él que Hegel es un filósofo que hizo de la Modernidad el centro principal de su pensamiento. No es posible entonces comprender a Hegel sin tener en cuenta la cadena de acontecimientos que suponen estos procesos revolucionarios.
Esta arista involucra el problema de la división de lo biográfico y lo histórico. En concreto, ambos momentos sólo son distinguibles cuando se piensa “analíticamente”, y por ello, en relación con una cuestión que refiere no tanto al modo de investigar cuanto más bien al modo de exponer lo investigado. En definitiva, aquello que en el ejercicio de Pinkard fue denominado capítulo “técnico” o “puramente «filosófico»”, y por otro lado, capítulo de “historia biográfica” o “consagrados a su vida”, serán aquí concebidos como momentos del relato que habrán de ser debidamente intercalados durante el transcurso de la exposición.
El motivo de este criterio no es otro que la voluntad de reconstruir de la manera más vívida posible los trayectos de un concepto primordial que acabará siendo un acontecimiento definitivo en la historia del pensamiento moderno. Semejante criterio de investigar reflejando la composición efectiva, que en la realidad de una época emerge como la vida y el pensamiento de un autor, presenta al escrito el problema metódico de la jerarquía entre los distintos niveles de análisis de la investigación. Dicho en breve, el pensar y la vida de Hegel pondrán aquí en relación el elemento histórico-biográfico con la filosofía, de tal manera que la vida terminará al fin y al cabo siendo disuelta en la esfera de la obra filosófica.
Emerge así la pregunta acerca de ¿por qué no es posible separar sin más lo biográfico de lo filosófico al estudiar a Hegel? Una respuesta plausible radica en que de hecho él mismo pensaba que tanto lo biográfico como lo filosófico cobran sentido únicamente a través del trayecto (y una vez al final) de su desarrollo. Debido a esto, la obra en sí misma no puede volverse efectiva, y por ello no puede cumplirse, sino al cabo de todo su cometido. Por lo mismo, todo aquello que quiera ser pensado –ya sea de lo biográfico o de lo filosófico– debe ser puesto en primer lugar a la luz de la procesión que deja ante nosotros la extensión completa de todos los elementos. Luego, el desarrollo histórico-biográfico y el desarrollo filosófico coinciden aquí en la forma de una totalidad concreta.
El futuro de este trabajo dependerá entonces de poder mostrar que la actitud de Hegel ante el problema de la relación entre la vida y la doctrina filosófica es menos estática de lo que ha sido heredado hasta aquí. Menos estática en el sentido de que ante todo será aquí buscado aquel lugar móvil, que fundamenta el rol de la vida en la obra filosófica. La tarea expositiva consistirá así en hacer oír una determinada confluencia de voces que hablen desde ambos momentos, es decir, de aprender a escuchar la voz de la vida en el camino del pensar, y la voz del pensar en el camino de la vida. Hay por esto un cruce de influencias entre los diversos niveles de análisis de este escrito, ya que la obra nace en el camino del pensar, y allí es determinada por la experiencia incorporada a través del camino de la vida; pero a su vez, tal experiencia de vida se halla también directamente determinada por el contexto de la época.
En cuanto a este punto, y en una obra clásica de la literatura especializada en lengua castellana, José María Ripalda ya consideró en La nación dividida al conjunto del Idealismo alemán como un fruto del contexto de escisión general de la sociedad moderna. El problema de la división o del estado de desgarramiento, condición primordial de la Modernidad, fue estudiado allí como un problema fundamental no sólo para el joven Hegel, sino para toda una serie de tradiciones de pensamiento que condicionarán fuertemente el desarrollo intelectual del filósofo naciente.
En efecto, dicho texto ha mostrado con solvencia que la filosofía de Hegel es heredera de una doble tradición de pensamiento –que por cierto se encuentra bastante más unida de lo que suele apreciarse en las historias oficiales del pensamiento–, a saber, la versión alemana de la Ilustración –la denominada Aufklärung– y la tradición del pre-Romanticismo alemán, conocida habitualmente como la generación del Sturm und Drang. La tesis consiste aquí en que únicamente la contemplación de estas dos tradiciones permite el conocimiento cabal de las búsquedas y los desarrollos intelectuales de Hegel, pero además, que sólo a través de esta detención pensante en el contexto general que ve nacer a ...