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CRONOS Y KAIRÓS DEL TIEMPO EDUCATIVO
¿Qué es el tiempo?
Si nadie me lo pregunta, yo lo sé para entenderlo;
pero si quiero explicarlo a quien me lo pregunte,
no lo sé para explicarlo.
SAN AGUSTÍN
–¿Has terminado de copiar el horario?
–Sí, profe. Pero, ¿a qué hora reímos?
–No te entiendo, María.
–Que, en este horario, ¿a qué hora reímos?
ÓSCAR M., maestro de Primaria
Esta mañana, al entrar en el colegio me encontré con Óscar, un joven maestro compañero de claustro, y me confesó que iba como una centella buscando tiempo para completar los informes y las evaluaciones entre mirada y mirada a los ojos de los niños. Reconozco que me enterneció verlo tan serio en su agobio de profesor novato. Como él, al llegar la primavera, todos los docentes solemos encontrarnos a punto de estallar, estresados, afónicos y, con frecuencia, insomnes. Son nuestros trastornos de la estación, cuando la sucesión de festividades y puentes nos echa encima el temario sin acabar y las calificaciones finales de los alumnos nos sitúan ante dudas que dejan chiquitas las de Hamlet. En esos momentos solemos olvidar una certeza: ejercemos una profesión llena de sentido que por sí misma es capaz de producir una felicidad profunda, a pesar de su enorme exigencia. Así que también en primavera los profesores estamos encantados de la vida, aunque a veces no tengamos la suficiente perspectiva como para darnos cuenta.
Mientras veía alejarse a mi joven compañero de claustro entraron en el aula mis alumnos. Un flash de la memoria me trajo la imagen de su primer día de clase, en septiembre, cuando no nos conocíamos aún y ellos se mostraban expectantes ante mí, que disfrazaba de seriedad mi propia expectación. Entre aquel recuerdo y estos chicos y chicas que hoy están hechos, en diferente proporción, a mi imagen y semejanza han pasado nueve meses, la duración de un curso entero, con sus días lectivos recorridos uno por uno. De este período intenso solo puedo evocar fragmentos sueltos, como si mi memoria –tal vez la cualidad más limitada– renunciara de antemano a descubrir los secretos del tiempo. Sin embargo, desde un lugar más profundo que esta pobre memoria, desde un lugar sin nombre, me llega la seguridad de que ese período al que artificiosamente llamo «curso» ha modificado mi realidad y la de los chicos. El tiempo ha pasado, sí, pero a nuestro favor. Sin que pueda fecharlo, hubo un momento en que la mutua expectación se convirtió en empatía; un momento en que renuncié a lograr todo lo me propuse en septiembre; otro en que el progreso de mis alumnos sobrepasó mis objetivos; un momento en que comprendí que el curso había terminado, dijera lo que dijera el calendario; un momento en que fui capaz de lograr la alquimia de la comunicación personal. En alguno de esos instantes, un niño o una niña me abrieron su corazón y entonces atisbé, deslumbrada, el secreto de la felicidad.
El tiempo es el marco de referencia de cada vida concreta. Por eso cualquiera puede escribir un grueso tomo sobre el calendario, la medición de los lapsos físicos a lo largo de la historia, la relación entre las fechas y las actividades humanas o el concepto de lo efímero, pero nadie puede escribir un libro sobre el tiempo. Y de lo que no se puede hablar es mejor callar, como decía el sabio Wittgenstein, aunque él se refería a la ética. Pero es lo mismo. Al fin y al cabo, la ética es la comprensión de lo que significa de verdad una vida.
La prisa de mi compañero Óscar, la memoria del progreso de mis alumnos y las expectativas que yo albergo están relacionadas con el tiempo, un don que nos ha sido otorgado para vivir. Sin embargo, como la palabra «tiempo» en lengua española tiene muchos significados, me gustaría imitar a los antiguos griegos y distinguir, como ellos, entre tres variables: cronos, aión y kairós.
Cronos es el tiempo externo y uniforme cuya medida es el movimiento de los astros. Es la arena que cae en la clepsidra, el tictac que no cesa. Cronos pasa y no vuelve, se mide y se pierde. Aión es la duración de la vida, por fuerza incognoscible. Kairós es un diosecillo capaz de enlazar a los dos anteriores porque es el momento presente, el más real. En la traducción literal del griego, kairós es la oportunidad.
Cada ser humano posee un tiempo delante de sí mismo y un tiempo en su interior, por eso pudo decir Nietzsche: «En un instante feliz está la justificación de todo lo pasado y lo futuro»1. Ese instante del kairós nos configura como una persona determinada, siempre la misma, pero nunca igual.
El secreto para entender el tiempo educativo es reconocerlo como kairós. Hay una manera consciente de ser docente. Es posible concentrarse más en ese privilegio, vivirlo con los ojos más abiertos, controlar mejor el tiempo y sus tiempos. Más allá de que, efectivamente, hay que programar la duración física de las clases y la distribución del temario a lo largo del curso, existe otra dimensión que espera nuestra capacidad de estimarla y disfrutar de ella.
La primera clave del kairós en educación estriba en distinguir lo superfluo de lo importante. La segunda, en la capacidad de congelar un momento concreto de cada día de clase, un aquí y ahora, una vivencia, para saborearla en el presente, mientras está sucediendo, y para que vaya formando parte de la historia que nos contemos al llegar a la meta. Porque ser docente va de historias. La mía con mis alumnos; la de cada profesor con los suyos; la de los alumnos con nosotros también, por supuesto, pero esa se la contarán a sí mismos. Érase una vez el tiempo…
La tercera clave del kairós en educación es su relación directa con la ética. Los docentes no podemos resignarnos a permanecer atrapados en una sola dimensión temporal, aquella que nos constriñe en un planeta chato de timbres que suenan y burocracia. Aunque ese planeta sea inevitable, debemos encontrar un momento de la convivencia diaria con los alumnos para vivirlo a cámara lenta. Y es que enseñar no consiste en resolver la fórmula «alumno x = tiempo requerido para obtener tal resultado» Se trata de transmitir a la gente joven sentido crítico, valores «empoderantes», conocimientos sobre el presente y el pasado, y apertura mental para que ellos mismos puedan diseñar el futuro que deseen.
El tiempo –esta vez referido a la época en que vivimos– nos obliga a una evoluci...