La casa amarilla y otros cuentos
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La casa amarilla y otros cuentos

  1. 140 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
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La casa amarilla y otros cuentos

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Índice
Citas

Información del libro

Las historias aquí contadas tratan de los grandes temas humanos: el amor, el dolor, la amistad, la traición, la muerte. De una manera que hará que lo ordinario y común se vuelva sublime y excepcional. En "La casa amarilla" se producen transformaciones misteriosas en los personajes y en los lectores de este relato. Quién tenga la llave podrá abrir la puerta que jamás imaginó. Conocerá un futuro brillante en algún lugar del pasado y nunca más volverá. Los cuentos los harán descubrir conejas entrando por la ventana azul del patio trasero, en búsqueda de una porción de tiempo, que no es poco. Amarán a Encarnita y Alicia. Sabrán de los miércoles de Gloria y de sus pasiones tormentosas, como antes, como todas las tardes. Vivirán el último día de una vida. Renegaran junto al Yeti y reirán con Dulce y el vendedor de biblias. Una lágrima rodará por sus mejillas con María Cristina y el Polaco. Finalmente gozarán de Calisto, el rito y el gato.

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Información

Año
2020
ISBN
9789878361772
Edición
1
Categoría
Literatura
El gato
El celular comenzó a sonar justo cuando estaba en la cocina frente a la olla con los fideos casi a punto. Me gustan al dente. No los quería dejar pasar. Decidí ignorar el llamado. El aparato estaba lejos, en el escritorio, junto a la computadora donde escribía el relato para el taller de los martes. Ya tendría tiempo de fijarme quién llamaba y, según quién fuera, contestarle. Probé la pasta y apagué el fuego. Vertí el contenido en el colador, escurrí y los pasé al plato. Era la porción exacta para almorzar solo como todos los días. Les agregué manteca, queso rallado y los llevé a la mesa. Llené por la mitad una copa con vino tinto, bebí un sorbo y disfruté la comida. Pensé que quizás me llamaban para ofrecerme el trabajo que buscaba. Luego de dos años de jubilado, aburrido de hacer las tareas del hogar, las compras en los negocios del barrio y las caminatas por la plaza, había repartido currículos para volver a trabajar. Angelina, mi esposa me ayudó a repartirlos. Ella es menor que yo, bastante menor, le llevo veinte años. Nos casamos hace seis. Es abogada, socia en un estudio importante y tiene buenos ingresos. Dice que no es necesario que salga a trabajar. Que con lo que cobro de pensión más lo que ella gana de honorarios nos arreglamos bien. Pero que haga lo que quiera. Que si encuentro una ocupación me va a hacer bien.
Después de comer puse la vajilla en la lavadora y acomodé cada cosa en su lugar. Limpié bien la cocina, tendí la ropa al sol, entré las camisas que ya estaban secas y me dispuse a plancharlas. En eso estaba cuando sonó de nuevo el teléfono. Me había olvidado por completo de su existencia. Desenchufé la plancha y fui hasta el escritorio para atenderlo. Era Angelina.
—Hola ¿estás bien? —noté preocupación en su tono.
—Hola Ángel. Sí, estoy bien. ¿Y vos?
— ¿Qué hacías?
—Planchaba las camisas.
— ¿A esta hora?
—No sabía que hay un horario para planchar —me senté y cambié de oído el celular.
—Te llamé antes y no atendiste.
—Estaba cocinando unos fideos y no llegué.
— ¿Y por qué no llamaste?
Suspiré. No tenía ganas de decirle que me había olvidado y escuchar el reproche. Miré la hora, eran las dos de la tarde.
—Qué raro llamás a esta hora. ¿Pasó algo?
— ¿Sabes escribir poesías?
— ¡Poesía! —dije asombrado.
—Un cliente edita una revista literaria y necesita un poeta. El que tenía renunció. Paga bien y te puede interesar. Es un trabajo sencillo y con el tiempo te pueden dar para escribir en otras áreas.
— ¿Un trabajo sencillo? No sé escribir poesía y no es nada fácil hacerlo. Muchas gracias por el ofrecimiento pero no acepto.
— ¿No te enseñaron a escribir poemas en el taller literario?
—En el taller aprendo a escribir cuentos. Nunca escribí poesías y no tengo la menor idea de cómo se hace.
— ¿Ah sí? Bueno está bien. Como te parezca. ¿Y Tomás? ¿Ya volvió?
¡El gato! No me había acordado de él en toda la mañana. Hacía una semana que faltaba de casa.
—No. Todavía no volvió.
— ¿Por qué no te fijás en la casa abandonada? Esa que está a una cuadra por la Calle 18. Allí se juntan muchos gatos.
—Me fijo. Cuando vaya al supermercado paso.
—Bueno. Te dejo. Nos vemos a la noche. ¿Hacés algo rico para comer? —y cortó sin esperar una respuesta.
Me quedé mirando el celular. ¿Poesía? ¡Qué ocurrencia! Trabajé toda mi vida como contador en el Ministerio de Economía. No sabía hacer otra cosa. Buscaba ser ayudante en algún estudio contable. En varios presenté mis antecedentes pero hasta el momento ninguno me había llamado. Iba al taller a aprender a escribir cuentos. Me gustaba y creía que tenía muchas cosas para contar. Pero no entendía de poesía.
Hice la lista de las compras y salí para el autoservicio. Antes de llegar, pasé por la casa abandonada. Existía en el barrio desde siempre, cuando nos mudamos ya estaba allí. Desconocía quienes habrían sido sus dueños y el porqué del abandono. Ocupa media manzana, tiene rejas en el frente y un paredón rodea el resto del perímetro. Parece una edificación muy antigua. No se puede distinguir bien. Está oculta por la maleza y las ramas de los árboles que crecen de una forma desordenada y exuberante. Me acerqué a la verja y miré detenidamente tratando de descubrir algo con forma de gato.
Tom había llegado a nuestras vidas de una forma inesperada. Lo encontré abandonado en la plaza, con hambre y mucho frio. Ángi lo amó al instante de conocerlo, le dio leche con una mamadera, lo abrigó y llevó a la cama. Pasados unos días se transformó en un espléndido animal. Tiene un color amarillo con rayas oscuras, como un tigre. Enigmáticos ojos verdes, y es cariñoso por demás. Lo quiero mucho y estoy preocupado por su desaparición, aunque lo disimule para no asustar a mi esposa. Como todos los gatos machos suele desaparecer por dos o tres días. Nunca por tantos.
Lo llamé por su nombre varias veces. Di la vuelta siguiendo el muro y lo llamé, cada dos pasos: Tom, Tomi, Tomás. Nada. Dos pasos más y volvía a llamar. Y así toda la cuadra. Di la vuelta en la esquina, por los fondos de la casa, junto a la pared. Casi gritaba su nombre y no respondía con un maullido, como siempre lo hacía cuando yo lo buscaba. Por suerte no pasó nadie. Si alguien me hubiese visto seguro habría pensado que era un loco. Desistí porque de haber estado adentro, en alguna parte, hubiese escuchado y contestado.
Decepcionado por el fracaso, fui al supermercado. Compré lo necesario para preparar la cena, más papel higiénico y servilletas, dos cosas que me di cuenta en la mañana ya estaban por acabarse en casa. Regresé, guardé el pescado en la heladera, las servilletas en la alacena y el papel en el baño. Junté la ropa seca. Preparé un té y me senté en el sofá a leer mientras escuchaba música. No tenía ánimo para escribir. Cuando terminé la infusión me recosté para estar más cómodo y me quedé dormido.
Desperté por el sonido del celular. Por un instante pensé que era la alarma y estiré la mano para apagarla. Me di cuenta entonces que estaba en el sillón, no en la cama. Que era la tarde, no la mañana. Me incorporé y miré la hora: las siete. Había dormido mucho más de lo que hubiese deseado. Recordé lo último que había soñado: Tomás recitaba poesías parado sobre la mesa. Angelina lo aplaudía. Otra vez me olvidé del teléfono.
Fui a preparar la cena. Haría besugo a la vasca según la receta que vi en una revista. Llevaría mucho tiempo de preparación y Angelina volvía del trabajo con hambre ya que no almorzaba. Tenía que estar listo para la hora en que ella llegaba. Aunque cada día lo hacía más tarde. Había mucha tarea. Su ayudante se había ido y la reemplazante no sabía nada de nada.
Esa noche tardó mucho más de lo habitual en regresar. Tuve que dejar la comida en el horno para que no se enfriara. La mesa servida y yo sentado, esperando. Tenía apetito pero no iba a comer hasta que ella no llegara. Cuando apareció tenía cara de cansada, con grandes ojeras. Te llamé para avisarte pero no atendiste, dijo, y fue directo al baño a refrescarse el rostro y lavarse las manos. Vino a la cocina con el papel higiénico en la mano:
— ¿Y esto? ¿Por qué de color azul?
—Ni me fijé en el color. ¿No es lo mismo? ¿Qué diferencia hay si es azul o blanco?
—Y veo que compraste servilletas floreadas. ¿Por qué floreadas?
—¡Qué importa! Papel azul, servilletas floreadas, no hacen la diferencia. Comamos que se enfría.
—No me gustan. Además son más caros ¿alguna vez viste papel azul y servilletas floreadas en esta casa?
—No recuerdo. Creo que no.
—¡No prestás atención a lo que hago! Y no atendés mis llamados.
—Mañana lo cambio —no tenía ganas de discutir— Vamos a comer que está todo listo. Te preparé algo rico como pediste.
Comió en silencio, mirando el plato, sin levantar la cabeza. No quise molestarla con preguntas sobre su estado de ánimo. Ya se le va a pasar, pensé, cuando descanse. Pero cuando terminó preguntó por Tomás.
—No está en la casona. Lo llamé varias veces sin resultado. Debe andar por otro lado. Ya va a volver.
—¿Lo llamaste? ¿No entraste a mirar si estaba?
—No se puede entrar en una casa ajena por más abandonada que esté.
—Entonces no lo buscaste. No te importa un carajo el gato. Y sabés cuánto lo amaba.
Se levantó y fue a la sala. A oscuras ocupó un sillón. Me senté en el sofá frente a ella. Noté que lloraba en silencio.
—Seguro que está muerto —dijo en voz baja.
—¡Qué decís! Debe estar con una gata alzada. Cuando sea el momento va a volver como lo hace siempre.
—Siento que se está pudriendo entre los yuyos de la casona y vos no fuiste capaz de ir a buscarlo.
Suspiré y fui a la cocina. Levanté la mesa y lavé la vajilla. Acomodé todo en su lugar. Luego abrí la heladera y saqué una cerveza. Comencé a tomarla lentamente. Qué le vamos a hacer, pensé, hoy fue un día absurdo. Un día absurdo de un mes absurdo de un año absurdo.
En la cama, mientras ella dormía dándome la espalda, miraba el techo. No tenía sueño. Pensé en el gato, en el papel, en las servilletas, en la poesía, en los reproches. Quizás todo eso no fuera nada. Una nimiedad. Algo pasajero.
O tal vez era el principio de algo peor.

Índice

  1. Portadilla
  2. Legales
  3. Prólogo a “La Casa Amarilla”
  4. El Yeti
  5. La casa amarilla
  6. Calisto
  7. Como todas las tardes
  8. El vendedor de biblias
  9. El rito
  10. Alicia
  11. María Cristina y el Polaco
  12. Dulce
  13. Una porción de tiempo
  14. Encarnita
  15. Como antes
  16. Los miércoles de Gloria
  17. Último día de una vida
  18. La ventana azul del patio trasero
  19. El gato