Se vale ser frágil
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Se vale ser frágil

Cuando la vida pierde peso y gana sentido

  1. 242 páginas
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Se vale ser frágil

Cuando la vida pierde peso y gana sentido

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Entiendo que diariamente cometemos violencia hacia nosotros mismos, vamos matando poco a poco nuestra esencia al ceder a las pretensiones externas de ser como deberíamos ser o al como se espera que seamos. De esta forma abandonamos, marginamos, callamos y descuidamos ese ser que sí necesita nuestra atención: nosotros mismos. Seguramente, responder a esas necesidades nos haga colapsar con las pretendidas expectativas ajenas, y podemos caer en la adaptación emocional y disfrazarnos de un falso yo. Lo único que puedo asegurar es que si mantengo por mucho tiempo esa adaptabilidad y fórceps emocional, terminaré queriendo quitarme la vida, porque es una vida que no me queda bien, que me genera angustia.Parece que en la vida tenemos eternas deudas que nos imponen o nos imponemos y dejamos todo, literalmente todo, para pagarlas. Yo no es necesario. Es tiempo de recuperar nuestra vitalidad, nuestro tiempo, nuestras emociones y el sentido de nuestras vidas; no allá afuera y en los demás, sino es uno mismo, es la esencia de la cual fuimos creados. No es fácil la tarea, pero es necesario comenzarla. de otra manera, seguiremos la vida de otros.Las palabras, historias y reflexiones de este libro están dedicadas a quienes desean permitirse-y permitir a otros- ser frágiles, porque se vale.Tengo miedo. Tengo vergüenza. Tengo culpa. Tengo desilusiones. Tengo bronca. Tengo ansiedad. Tengo tristeza. Tengo hambre. Tengo sed. Tengo frío. Tengo dolor. Tengo sueño. Tengo odio. Tengo amor. Tengo fe. Tengo esperanza. Tengo aburrimiento. Tengo cansancio. Tengo lástima. Tengo indiferencia. Tengo apatía. Tengo empatía. Tengo calor. Tengo picazón. Tengo ganas. Tengo ganas de vivir. Tengo ganas de morir. Tengo algo de amor. Tengo necesidad de que me amen. Tengo mugre. Tengo que bañarme. Tengo bondad. Tengo maldad. Tengo más amor. Tengo más ganas de que me amen. Tengo seguridad. Tengo ilusión. Tengo enojo. Tengo ganas de tirar todo por la ventana. Tengo ganas de ir a buscar lo que tiré. Tengo salud. Tengo gripe. Tengo odio. Tengo tiempo. Tengo soledad (o ella me tiene). Tengo lágrimas. Tengo gritos en el bolsillo de mi alma. Tengo humor. Tengo malhumor. Tengo terror. Tengo dinero. Tengo deudas. Tengo proyectos. Tengo una familia. Tengo una nueva camisa. Tengo que tirar la basura. Tengo desconcierto. Tengo energía. Tengo la piel erizada. Tengo cosas a las que no sé ponerles nombre. Tengo fragilidad (de eso estoy seguro). Tengo ganas de pensar. Tengo ganas de mirar a la nada. Tengo dinero. Tengo deudas. Tengo un bolsillo vacío. Tengo otro roto. Tengo sucios mis pantalones preferidos. Tengo que lavar. Tengo que lavarme de mis broncas. Tengo que secar mis lágrimas. Tengo nuevas lágrimas. Tengo que decir que no. Tengo que saber decir que no.

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Información

Editorial
Noubooks
Año
2018
ISBN
9788415404798
m
UNA PEQUEÑA ALDEA

En una pequeña aldea existían dos iglesias.
Una de ellas estaba casi vacía de feligreses, donde su pastor era un hombre ya anciano y que hacía más de cinco décadas que pastoreaba en esa aldea. En ella se reunían tres señoras de más de setenta años, diez jóvenes y unas dos o tres familias. Su edificio no era de gran envergadura —de hecho, era una pequeña capilla del siglo XVIII—.
Del otro lado de la pequeña calle que separaba al pueblo estaba la iglesia «La familia de Dios». Su pastor era un hombre joven, de unos cuarenta años. Su congregación era casi todo el pueblo, unas cuatrocientas personas (menos los veinte miembros de la otra iglesia), y tenían una agenda increíblemente ostentosa con actividades para todos y espacios de servicios para cada persona que allí asistiera.
Un día, un forastero (que en realidad era el obispo principal del país, que estaba disfrazado) se acercó a la aldea y decidió pasar por ambas iglesias. A ambos pastores, con quienes se entrevistó, decidió hacerles las mismas preguntas: ¿Por qué debería ser parte de su comunidad? ¿Qué pueden ofrecerme? ¿Qué puedo sumar a esta comunidad?
Primero se dirigió a la iglesia del joven pastor, a la que casi todo el pueblo iba. Fue recibido con cierta displicencia, sabiendo que era un simple forastero y que seguramente no se congregaría en esa aldea. Estuvo en la sala de espera durante media hora hasta que el pastor lo atendió. Su secretaria le pidió que se limpiara los pies antes de entrar a la oficina.
Finalmente ingresó a la oficina y se encontró con el joven pastor. Hablaron por un largo rato y luego pasó a las preguntas que tenía preparadas.
¿Por qué debería ser parte de su comunidad? —dijo el forastero.
—Porque somos una comunidad con valores claros, con una posición teológica fuerte y convincente. Hemos generado un grupo donde compartimos principios y nos hacemos fuertes frente a los ataques del enemigo, del mundo y de todos los que quieran infectar nuestras sanas costumbres. Esta comunidad le asegura que, mientras sea parte de nuestras reuniones, podrá alcanzar el propósito de Dios para su vida y ser feliz. Somos sal de un mundo perdido, sobre todo en esta aldea que está llena de brujería y mala gente.
¿Qué pueden ofrecerme? —continuó el forastero disfrazado.
—Una gran propuesta de actividades para toda la familia. Si es miembro activo también podemos visitarlo, asistirlo en sus necesidades y estar orando por usted y los suyos. También tenemos sermones que van a elevarlo a otro nivel espiritual y van a desafiarlo a servir al Señor con toda su vida dentro de esta congregación. Por último, nunca dejaremos de amarlo como lo haría Jesús, porque somos su cuerpo y a eso nos dedicamos. Es nuestra obligación como iglesia.
—¿Qué puedo sumar a esta comunidad? —preguntó el extraño.
—Después de un período de conocimiento, luego de ser bautizado y de ser miembro activo de esta comunidad, lo invitaremos a realizar los veintidós cursos de membresía, donde usted podrá entender cuál es su llamado. A partir de eso, tendrá un tiempo de dos años aprendiendo de otros para después tener un período de tres años orando para entender realmente su llamado. Cuando así sea, veremos dónde puede servir dentro de la comunidad. Mientras tanto, su aporte monetario y tareas simples serán parte de su generosidad; también su buen testimonio, por supuesto, en medio del pueblo. Es importante para nosotros no criticarnos ni hablar mal los unos de los otros. Nos cuidamos de los de afuera, sobre todo de lo que dirán los de la otra iglesia (que, de paso, creemos que no es bendecida por el pastor que tienen y por la liviandad en su fe). Ellos se dicen a sí mismos «los grises», una forma de justificar que son tibios seguramente.
El forastero le agradeció su tiempo y salió limpiándose los pies nuevamente.
Cruzó la calle y sin pedir entrevista previa golpeó la puerta de la iglesia pequeña. No había nadie evidentemente, pero un cartelito le dio la pista de dónde podría estar el pastor, ya que decía: «Si busca al pastor, vaya a su casa y llame a su puerta». En el mismo cartel estaba la dirección de su casa.
El forastero inmediatamente se dirigió a la casa del anciano. Al llegar, se encontró con una casa a medio hacer, con varios perros en el jardín y con música bastante elevada de volumen que salía de las ventanas. El forastero no tuvo más remedio que gritar, y al llamado de «¡Pastor!» respondió un hombre que estaba detrás de la ventana bailando con la que parecía su nieta. Al verlo, el anciano salió disparado al encuentro del forastero.
—Adelante, buen hombre, no lo tengo visto de por aquí. Venga a tomar algo que acabo de preparar —dijo el anciano pastor.
—Muchas gracias —asintió el forastero.
—¿Cómo es su nombre?
—Me llamo Juan, y vengo de lejos –afirmó.
—¿Y qué lo trae por acá?
—Vengo para conocer la aldea y ver la posibilidad de instalarme aquí.
—¡Qué bueno! Nuestra aldea está llena de gente linda. Sin ir más lejos, nosotros tenemos unos vecinos muy divertidos.
—Tengo algunas preguntas para hacerle –siguió el extraño.
—Ningún problema, joven, puedes preguntarme lo que desees, aunque no sé si podré responderte –dijo con una sonrisa el anciano.
Comenzaron a tomar una infusión que había preparado el anciano y su pequeña nieta trajo unas galletas que ofreció al forastero, sentándose en las piernas del mismo, con total confianza.
—¡Eres cariñosa! ¿Cómo te llamas?
—Me llamo Sofía, que significa «sabiduría» —dijo la niña, orgullosa de su nombre.
—Escucho la primera pregunta, querido visitante —dijo el anciano.
—Mi primera pregunta es: ¿por qué debería ser parte de su comunidad?
—¿Ser parte de mi comunidad? No, no debes ser parte. Ya eres parte, quieras o no.
El forastero se quedó perplejo frente a la respuesta y no pudo más que tratar de entender.
—¿Qué significa eso? —inquirió.
—No existe un «nosotros» y un «otros», estimado joven. Entendemos que todos somos parte de una familia llamada humanidad y que una pared no va a dividirnos. Sé que es divertido separarse por paredes, por teologías, por posturas, por formas y miles de cosas más; sin embargo, Dios nos ve más allá de las paredes, nos ve como su mundo creado, y punto. No somos mejores unos que otros, ni peores. Al fin y al cabo, somos todos grises.
En ese momento, el forastero recordó que el pastor de la iglesia anterior le había nombrado esa palabra: «grises»....

Índice

  1. PORTADA
  2. PORTADA INTERIOR
  3. DEDICATORIA
  4. ÍNDICE
  5. Nota del editor
  6. Prólogo del autor
  7. a. Papas fritas
  8. b. Lenguas y dientes
  9. c. El jardín del autoengaño
  10. d. Violación del alma
  11. e. Cuida tu música
  12. f. Caminos de compasión
  13. g. Cansado de los miedos
  14. h. Salir del escenario
  15. i. No me prendas fuego
  16. j. Laberinto de la culpa
  17. k. El sótano de la fragilidad
  18. l. Fragilidad compartida
  19. m. Una pequeña aldea
  20. Notas
  21. Gabriel Salcedo
  22. Créditos
  23. Comentarios