El Quijote y la Biblia
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El Quijote y la Biblia

IV centenario de la muerte de Cervantes

  1. 224 páginas
  2. Spanish
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  4. Disponible en iOS y Android
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El Quijote y la Biblia

IV centenario de la muerte de Cervantes

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Información del libro

Editorial Clie ha querido unirse a la celebración IV centenario de la muerte de Miguel de Cervantes con este libro El Quijote y la Biblia. Del Quijote se han dicho muchas cosas, en toda época ha llamado la atención de historiadores, filósofos, literatos, religiosos, psicólogos y un largo etcétera que justifica la afirmación que "El Quijote es la Biblia española". Para Américo Castro, es: una forma secularizada de espiritualidad religiosa. Por el contrario, para Mariano Delgado, decano de la Facultad de Teología de Friburgo (Suiza): El Quijote es la defensa de un cristianismo místico-mesiánico.

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Información

Año
2016
ISBN
9788417131500
PRIMERA PARTE
EL QUIJOTE Y LA BIBLIA
SECCIÓN PRIMERA
de
EL QUIJOTE Y LA BIBLIA
Capítulo I
CERVANTES Y LA BIBLIA
Los estudios que se han llevado a cabo para determinar la cultura de Cervantes han dado lugar a posturas extremas y a conclusiones contradictorias. Tamayo de Vargas llamó a Cervantes «ingenio lego» y, por otro lado, José María Sarbi lo calificó de «teólogo». Para defender sus respectivos puntos de vista, ambos escritores se enzarzaron en polémicas interminables con todos aquellos que ponían en duda sus opiniones.
Ni lo uno ni lo otro. Ni fue Cervantes un simple lego ni tampoco fue un gran teólogo, aun cuando muestra gran afición por esta rama del saber y llama a la teología la reina de las ciencias. Se dice que la virtud está en el término medio; pero si nos obligaran a tomar partido por una de las dos suposiciones, nos inclinaríamos por la segunda, pues toda la obra de Cervantes refleja con claros destellos las preocupaciones de nuestro escritor por los grandes temas relacionados con el más allá y con nuestra conducta moral y religiosa en esta vida.
Don Marcelino Menéndez y Pelayo tomó cartas en esta debatida cuestión y llegó a escribir con mucho acierto: «Pudo Cervantes no cursar escuelas universitarias, y todo induce a creer que así fue… Pudo descuidar en los azares de su vida, tan tormentosa y atormentada, la letra de sus primeros estudios clásicos y equivocarse tal vez cuando citaba de memoria; pero el espíritu de la antigüedad había penetrado en lo más hondo de su alma».1
¿Qué se ha de entender por este «espíritu de la antigüedad»? Indudablemente, el conocimiento de esa rica sabiduría contenida en la literatura clásica. Cervantes supo asimilar perfectamente este tesoro y las verdades antiguas penetraron en el alma de nuestro autor en el curso de sus continuas y variadas lecturas. «Que Cervantes fue hombre de mucha lectura –apunta de nuevo don Marcelino–, no podrá negarlo quien haya tenido trato familiar con sus obras.» Entre la lectura de tantos y tantos libros sobre los más variados temas Cervantes no descuidó la meditación atenta del Libro de los libros: la Biblia.
Esto se advierte en cuanto nos ponemos en contacto con los escritos cervantinos. Rodríguez Marín, entre otros destacados cervantistas, ha puesto de resalto el considerable número de citas, alusiones y huellas de la Biblia que figuran en la producción cervantina. Unas veces se trata de citas explícitas, otras de alusiones veladas; en ocasiones cita a este o aquel personaje bíblico o se refiere a él sin nombrarlo. Todo esto demuestra que Cervantes era lector asiduo del Viejo y del Nuevo Testamento. Y no lector descuidado ni superficial, sino saboteador de las sagradas letras. Las lecciones divinas se hallaban bien encarnadas en su humanidad. Los textos de Mateo, Marcos, Lucas, Juan y de Pablo acudían a su pluma con relativa facilidad, unas veces de propio intento, otras sin pretenderlo. Los Salmos de David y los Proverbios de Salomón se hallaban tan impresos en su mente, que a cada paso se encuentra uno con huellas y reminiscencias de los mismos en los escritos cervantinos.
Pero no queda ahí su conocimiento de la Biblia. Cervantes no se limitó a curiosear por los jardines de la poesía bíblica, ni se contentó con pasear su mirada por los senderos agradables y fácilmente digeribles, en cuanto a literatura de los dichos del Señor y de las narraciones de sus apóstoles. Llegó más lejos en su meditación de las Escrituras, con su escrutadora mirada por los intrincados caminos del Antiguo Testamento y se introdujo por los laberintos de las leyes y prohibiciones mosaicas, penetrándolo todo en su avidez de conocimientos bíblicos, escudriñándolo todo.
En Los trabajos de Persiles y Segismunda alude a uno de los libros menos leído del Antiguo Testamento, al Levítico, lo que prueba que le era conocido: «En verdad, señora –responde Mauricio a Constanza–, que no estuviera enseñado en la verdad católica y me acordara de lo que dice Dios en el Levítico: “No seáis agoreros ni deis crédito a los sueños, porque no a todos es dado el entenderlos”».2
Pero donde Cervantes hace verdadera gala de sus conocimientos bíblicos es en El Ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha. En el escrutinio de la biblioteca del caballero manchego, que para la señora condesa de Pardo Bazán es, entre otras cosas, «una clasificación perfecta de la literatura de ese período, que va de la lírica a la épica, desde el Amadís a la Araucana»,3 no figura la Biblia, tampoco Don Quijote la cita más de cinco o seis veces en el curso de sus andanzas por las páginas sublimes de la ficción. Sin embargo, Don Quijote piensa con la Biblia, la Biblia forma parte de su propia sustancia, y tanto él como los demás personajes de la novela, entremezclan en sus discursos, sin llegárselo a proponer, frases enteras o simples ideas que proceden de las Escrituras.
La abundancia de huellas bíblicas en el Quijote queda bien patente en el estudio que forma la segunda parte de este libro. Y, como advertimos en el prólogo, creemos que estos pasajes podrían aumentarse si lleváramos a cabo nuevas exploraciones en el texto cervantino. La influencia de la Biblia en nuestro genial escritor y los grandes conocimientos que de ella tenía, según se desprende de la lectura del Quijote, es mucho más importante de lo que a simple vista parece. Aunque en esto, como en otras muchas cosas, «el famoso Todo», según lo llamó Astrana Marín, guardara una discreta reserva, no haciendo jamás gala de estos conocimientos con frecuentes citas bíblicas, a la manera de otros escritores contemporáneos.
En el prólogo a la primera parte del Quijote, estando nuestro hombre «con el papel delante, la pluma en la oreja, el codo en el bufete y la mano en la mejilla, pensando lo que diría», entró un amigo suyo a quien comunicó su preocupación por la escasez de citas y sentencias famosas con que adornar su obra. El amigo, «gracioso y bien entendido», entre otros aprovechables consejos, le dio éste: «En lo que toca al poner acotaciones al fin del libro, seguramente lo podéis hacer desta manera: si nombráis algún gigante en vuestro libro, hacedle que sea el gigante Golías, y con solo esto, que os costará casi nada, tenéis una grande anotación, pues podéis poner: el gigante Golías, o Goliat, fue un filisteo a quien el pastor David mató de una gran pedrada en el valle Terebinto, según se cuenta en el libro de los Reyes, en el capítulo que vos halláredes que se escribe».
Por esta cita pudiera colegirse que los conocimientos bíblicos de Cervantes eran mezquinos, pues ni señala el capítulo y versículos donde se encuentra la historia de Goliat, ni siquiera está seguro de cómo se ha de escribir el nombre del gigante. Pero esta aparente pobreza de conocimientos bíblicos se halla intencionadamente disfrazada. No muestra en absoluto la riqueza de su pensamiento. Sabido es que en este prólogo Cervantes se burla muy finamente de aquellos autores que atiborran sus obras con citas y anotaciones farragosas en los márgenes. Por el contrario: el lenguaje bíblico en toda esta parte del prólogo es clarísimo, como lo es en otros lugares de la novela.
En el capítulo XXVII de la segunda parte, en el discurso que Don Quijote pronunció para hacer desistir de sus pendencias a los del pueblo de los rebuznadores, hay un pasaje donde, sin mencionar a ninguno de ellos, concurren citas de San Mateo, San Juan y San Pablo, maravillosamente enlazadas para formar una amonestación bíblica que no mejorarían nuestros escrituristas contemporáneos: «A estas cinco causas, como capitales, se pueden agregar algunas otras que sean justas y razonables y que obliguen a tomar las armas; pero tomarlas por niñerías y por cosas que antes son de risa y pasatiempo que de afrenta, parece que quien las toma carece de todo razonable discurso; cuanto más que el tomar venganza injusta, que justa no puede haber alguna que lo sea, va derechamente contra la santa ley que profiramos, en la cual se nos manda que hagamos bien a nuestros enemigos y que amemos a los que nos aborrecen, mandamiento que, aunque parece algo dificultoso de cumplir, no lo es sino para aquellos que tienen menos de Dios que del mundo, y más de carne que de espíritu; porque Jesucristo, Dios y hombre verdadero, que nunca mintió, ni pudo ni puede mentir, siendo legislador nuestro, dijo que su yugo era suave y su carga liviana; y así no nos había de mandar cosa que fuese imposible el cumplirla. Así que, mis señores, vuesas mercedes están obligados por leyes divinas y humanas a sosegarse».
Tanto impresionó este lenguaje al bueno de Sancho, que exclama entre sorprendido y admirado: «El diablo me lleve si este mi amo no es teólogo; y si no lo es, que lo parece como un güevo a otro».
Otro pasaje del Quijote donde se manifiesta ampliamente el espíritu religioso y bíblico de Cervantes, es en su disertación sobre la brevedad, vanidad y fragilidad de la vida humana, que con suma elegancia pone en boca de Cide Hamete, «filósofo mahomético»: «Pensar que en esta vida las cosas dellas han de durar siempre en un estado, es pensar en lo escusado; antes parece que ella anda todo en redondo; digo, a la redonda: la primavera sigue al verano, el verano al estío, el estío al otoño, y el otoño al invierno, y el invierno a la primavera, y así torna a andarse el tiempo con esta rueda continua; sola la vida humana corre a su fin ligera más que el tiempo, sin esperar renovarse si no es en la otra, que no tiene términos que la limiten. Esto lo dice Cide Hamete, filósofo mahomético; porque esto de entender la ligereza e inestabilidad de la vida presente y la duración de la eterna que se espera, muchos sin lumbre de fe, sino con la luz natural, lo han entendido; pero aquí nuestro autor lo dice por la presteza con que se acabó, se consumió, se deshizo, se fue como en sombra y humo el gobierno de Sancho» (Don Quijote, II, LIII).
El señor Clemencín critica un tanto desfavorablemente la redacción de este pasaje diciendo que «no se concibe cómo la vida pueda correr más ni menos ligera que el tiempo»; y yo no concibo por qué el genial comentarista arremete contra las figuras empleadas por Cervantes, cuando tantos precedentes tenemos del uso de imágenes semejantes en la Biblia y fuera de ella.
Escritores de todos los tiempos han usado de comparaciones y metáforas parecidas a las que emplea Cervantes cuando han querido hablarnos de la brevedad de nuestra vida. La «comparó Homero a las hojas de un árbol, que, cuando mucho, duran un Verano. Y pareciéndole mucho a Eurípides, dijo que la felicidad humana bastaba que tuviese nombre de un día. Mas juzgando esto por sobrado, dijo Demetrio Falereo que le bastaba llamarse no hora, sino momento. Platón tuvo por demasía darle algún ser, y así se lo quitó, diciendo que era sueño de despierto. Y teniendo esto por mucho San Juan Crisóstomo, lo corrigió, diciendo que era no sueño de gente despierta, sino de dormida».4
Los escritores bíblicos usan, asimismo, de estas metáforas: Job dice que «son una sombra nuestros días sobre la tierra» (8:9), y agrega: «Mis días corrieron más rápidos que la lanzadera» (7:6). David dijo en uno de sus Salmos: «Se desvanecen como humo mis días» (102:4). Y en otro: «Has reducido a un palmo mis días, y mi existencia delante de ti es la nada; no dura más que un soplo todo hombre» (39:6). En el único salmo que lleva su nombre, Moisés emplea cuatro bellas imágenes para ilustrar la brevedad de la vida. Dice que nuestros años son «como una vigilia de la noche», «como sueño mañanero», «como hierba verde» y «como un suspiro» (Salmos 90:1-9). Y, en fin, el profeta Isaías, por no dar más citas concluye que «toda carne es como hierba, y toda su gloria como flor del campo» (40:16).
¿A qué viene, pues, la censura del señor Clemencín? Nadie puede pretender que se haya de leer literalmente lo que en sentido metafórico escribió nuestro Miguel de Cervantes. Todas las figuras que se emplean en el pasaje referido fueron tomadas de la Biblia, y en el libro de Dios se usan como simples metáforas.
En el encuentro con aquellos que llevaban a su aldea las imágenes de los Santos (Quijote, II, LVIII), Cervantes habla de San Pablo en términos que demuestran su perfecto conocimiento de las Epístolas a los Corintios. También en la carta que Don Quijote escribe a Sancho Panza, gobernador de la Ínsula la Barataria (Quijote, II, LI), puede advertirse el lenguaje bíblico que domina la misma, con huellas de los Salmos, de Job y del libro de los Proverbios.
Es en el Quijote, ciertamente, donde abundan con más profusión las citas, referencias y reminiscencias bíblicas. Pero en el resto de la obra cervantina se advierte, aunque en menores proporciones, idéntica influencia. Sería interesante hacer y publicar un estudio completo donde se mostrara la influencia de las Sagradas Escrituras en toda la producción literaria de Cervantes. El investigador descubriría, con singular placer, hasta qué punto el espíritu sensible de Cervantes se hallaba influenciado por la palabra de Dios y cómo deja huellas profundas de esta influencia en sus comedias y entremeses, en sus novelas ejemplares y en su poesía, en todos sus escritos, tanto en prosa como en verso.
El ya citado franciscano Teófilo Antolín dice a este respecto: «Desde la grave y ungida doctrina de la misericordia de Dios en la conversión de los pecadores (El rufián dichoso, jorn. 2ª), con la frecuente alusión a la parábola de la oveja descarriada en varios otros lugares, hasta ciertas escenas bíblicas descritas en El retablo de las maravillas, o hasta ciertas...

Índice

  1. Título
  2. Derechos de autor
  3. Contenido
  4. Prólogo a esta edición
  5. Prólogo al IV Centenario de la publicación de El Quijote
  6. Primera Parte - El Quijote y la Biblia
  7. Segunda Parte - Don Quijote en Barcelona