Dios y el sufrimiento del mundo
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Dios y el sufrimiento del mundo

  1. 170 páginas
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¿Dónde está Dios en el sufrimiento? ¿En el corazón, en medio, en el seno del propio sufrimiento? ¡Resultaría tan fácil colocarse "enfrente", delante, por encima, en una palabra, al lado del sufrimiento con tal de no mancharnos las manos! Porque el sufrimiento es sucio y feo.Ir al corazón del sufrimiento -o al menos acercarse a él- representa una aventura más que arriesgada. En efecto, el sufrimiento mina las seguridades, derriba las certezas: uno ya no es "el mismo hombre". La experiencia del sufrimiento hace tambalearse al ser más protegido, porque no obra contra él, sino en él. Es más devastadora que la tempestad.Este libro da en el clavo. Provoca la reflexión: no piensa por el lector, no esquiva los interrogantes. Se atreve a sobrepasar las representaciones estereotipadas, porque no establece ninguna estrategia de defensa. Sobre un tema tan delicado, sus autores exponen cómo avanzan en su propia vida. No solo invitan a leer, sino también a vivir.

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Información

Editorial
PPC Editorial
Año
2015
ISBN
9788428828420
1

¿QUÉ DECIR DE LA DESGRACIA?

JDT: Ayúdeme a entender mejor la diferencia que hay para usted entre la desgracia y el mal.
TN: La desgracia, el infortunio, etimológicamente es la «mala fortuna», la «mala suerte», lo que ocurre sin que podamos anticiparlo, lo que se impone sin que podamos ni siquiera opinar, sin que entre en juego directamente nuestra responsabilidad. Realmente, hablar del infortunio es abordar la dura realidad del sufrimiento desde la perspectiva de lo que escapa a nuestro control, a nuestra voluntad propia; es hablar de lo que no dominamos, por más que nos esforcemos; de lo que no podemos prever, a pesar de todos nuestros sesudos cálculos, de los conocimientos técnicos y científicos. Pero lo cierto es que, cuando sufrimos y decimos: «Me duele» o «esto me duele», no diferenciamos mucho la desgracia del mal padecido imputable al ser humano...
JMP: Hablar del mal es algo que sabemos hacer; disertar sobre el sufrimiento, también. ¿Y la desgracia? Es terrible confesarlo, pero a la teología le horroriza la desgracia. No habla de ella, rehúye el tema o lo esquiva. Y, sin embargo, todos tenemos en nuestra memoria palabras y discursos que intentan dar explicaciones o justificar lo injustificable. Personalmente, cuando estaba siendo ordenado como diácono en 1968, recibí como un mensaje decisivo estas palabras del cardenal Veuillot, arzobispo de París, que se estaba muriendo de cáncer: «Sabemos hacer hermosas frases para hablar del sufrimiento. Yo mismo le he dedicado palabras cálidas. Decidles a los sacerdotes que no digan nada de él: ignoramos lo que es, lloré por ello». ¿Por qué lloró? De dolor, sin duda. Por haber dicho palabras vanas o abstractas también, sin duda. No obstante, aun cuando las realidades que evocamos sobrepasen a la persona y la aplasten, ¿obliga esto a que calle el filósofo o el teólogo condenando a las víctimas al silencio?
Tengo la certeza de que los gestos, la presencia silenciosa, dicen mucho más que las palabras, pero también tengo la convicción de que las palabras dichas y oídas con humildad y desposeimiento nos humanizan.
TN: Recogiendo la distinción que realiza Paul Ricoeur, en su obra El mal. Un desafío a la filosofía y a la teología6, queremos afrontar la realidad del mal padecido, de ese mal del que no somos objetivamente responsables, de ese mal que se nos viene encima sin que sepamos por qué, ¡y que, precisamente por ello, es mucho más temible que el mal cometido!
JDT: ¿Diría usted que la desgracia es imputable a la fatalidad?
JMP: En cierto sentido sí, en la medida en que nuestra responsabilidad no está en juego. Recordemos Haití en 2010, Japón en 2011... Las convulsiones de la tierra y del cielo, los terremotos, los huracanes, los tsunamis, las inundaciones, los gigantescos incendios que, en unas pocas horas, a veces en cuestión de minutos, lo destruyen todo, se llevan por delante años de trabajo, devastan ciudades y países, traen muerte y destruyen todos los lazos de amor y amistad, esto es la desgracia. Las enfermedades, los accidentes, las minusvalías de todo tipo, genéticas o no, cerebrales o motrices, a veces ambas, las formas incurables de la demencia, eso es la desgracia. Todo lo que escapa al ingenio del ser humano, a su control de la naturaleza y lo hiere o aplasta, eso es la desgracia. La muerte de un niño o de un adolescente, el sufrimiento de los ancianos desvalidos, eso es la desgracia. Georges Hourdin, hablando de su hija –aquejada de síndrome de Down– hablaba de «la desgracia inocente», pero no hay desgracia culpable. Ante la desgracia, todos somos inocentes. A menudo escucho que la muerte es la figura suprema del mal o de la desgracia. No es verdad. Las condiciones de la vida antes de la muerte, de la vida ante la muerte, son las que a menudo tienen el rostro de la desgracia. La muerte, para muchos, es liberación… De modo que la desgracia tiene mil rostros, pero cada vez que nos alcanza es única y no se justifica. ¿A quién le echamos la culpa?
TN: Ante este interrogante, Dios mismo puede parecernos extrañamente silencioso, hasta el punto de que podemos concluir que es indiferente a nuestra desgracia, o incluso sospecharemos de su complicidad perversa con la desgracia que nos golpea… Una complicidad que también lo convierte en el responsable obvio de nuestras desgracias. Es la gran pregunta del libro de Job7, de ese hombre aporreado por la desgracia y que, desde su situación, intenta comprender, se interroga, ¡e interroga a su Dios!
JDT: Pero esta pregunta es de siempre... ¿Piensa usted que hoy se plantea de otro modo?
JMP: Pese a todos los olvidos, a todas las escapatorias, ¡sí se plantea! Entiendo que, después de tantas novelas, tantos dramas y libros de filosofía o teología escritos sobre el tema, podamos preguntarnos si no está todo dicho ya. Pero después de tantos libros, tantos poemas y canciones, tantas películas que hablan del amor, ¿hemos de escribir aún más? El sufrimiento tanto como el amor están en el núcleo y en la médula de toda existencia humana y no acabamos de hacernos preguntas al respecto, nunca terminaremos de formularlas… A pesar de todas las pruebas, la gente no dejará de amar; a pesar de todo continuará luchando contra el sufrimiento. Si un día pudiera con ellos la desesperanza en estos dos frentes de su vida, no quedaría nada de su humanidad. Es un deber de fraternidad vivir compasivamente, buscar comprender, luchar juntos contra lo que machaca a la humanidad y compartir, pese a todo, las razones para la esperanza.
Al inicio del texto dedicado por el Concilio Vaticano II a la Iglesia en el mundo de nuestro tiempo, leemos estas líneas:
Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias del hombre de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son también los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no tenga resonancia en su corazón8.
JDT: Pero, ¿por qué la pregunta sobre el sufrimiento habría de sonar de manera nueva en nuestra época? ¿Acaso la humanidad, por medio de sus conocimientos científicos y sus capacidades técnicas, no ha reducido considerablemente el alcance de la desgracia?
JMP: Es muy cierto... Pero si no hemos renunciado a cualquier posibilidad de creer en Dios, en especial en un Dios creador y amo de la historia, la pregunta sobre la desgracia sigue pendiente. Hace un momento, Thierry aludía al libro de Job. Tenemos que ser conscientes de que este libro se escribió en una sociedad religiosa, es decir, en una sociedad donde la religión estaba por todas partes, porque era la clave de todo; en ella la existencia de Dios era evidente, la fe se daba por sentada. Entonces Job, asaltado por la desgracia, puede luchar con Dios para comprender. Pero en una sociedad que se ha vuelto irreligiosa, como la nuestra, en la que la cuestión misma de la existencia de Dios es un interrogante, el escándalo de la desgracia se ha convertido en un obstáculo, un muro de hormigón que cierra el camino que podría orientar al ser humano hacia Dios. Por eso la pregunta por la desgracia tiene más fuerza, de algún modo, que la pregunta por el mal.
TN: En efecto, aquí importa entender algo capital: cuando, en una sociedad como la nuestra, se plantea la pregunta por la existencia de Dios, la manera de representárselo se convierte en algo decisivo. Y frente a la desgracia y el mal no tenemos para nada la certeza de que las representaciones de Dios que heredamos aguanten el tirón. En una sociedad «religiosa», la de toda la Biblia tanto como la de numerosos pueblos de hoy en día, el debate entre el ser humano y Dios se centra en la manera de conciliar el poder de un Dios todopoderoso (ya que es el creador del universo) con su justicia y su bondad (porque es la Providencia de la historia humana), y, en fin, con su inteligibilidad o su comprensión. De modo que, salvo excepción, en un mundo en que la existencia de Dios se da por sentada, los creyentes, que no pueden renunciar a su poder absoluto ni a su justicia, acaban por admitir que los designios de Dios, y Dios mismo, son incomprensibles. Es duro tener que escucharlo, pero es aceptable y no cuestiona su existencia. Por otra parte, es lo que se puede leer en el catecismo distribuido a los jóvenes participantes en las Jornadas Mundiales de la Juventud en Madrid:
Dios ha creado el mundo de la nada. Es el Señor de la historia. Gobierna todas las cosas y lo puede todo. Ciertamente es un misterio cómo emplea su omnipotencia. No es raro que las personas pregunten: «¿Dónde estaba Dios?». A través del profeta Isaías Dios nos dice: «Porque mis planes no son vuestros planes, vuestros caminos no son mis caminos» (Is 55,8)9.
De modo que, cuando no solo las personas, sino una sociedad como la nuestra, una cultura en su totalidad, cuestionan la existencia de Dios, si queremos atender a esa pregunta, ya no podemos admitir o defender que, ante el sufrimiento, Dios sea incomprensible.
JMP: Y hemos de caer en la cuenta de que la pregunta sobre Dios siempre viene precedida, se quiera o no, de su «huella», de las representaciones de Dios que vehiculan las religiones, los ritos, las teologías. Incluso los ateos heredan de las representaciones de Dios a las que se oponen...
JDT: Y al cargar las tintas sobre la desgracia, ¿no ...

Índice

  1. Portadilla
  2. Prólogo
  3. Presentación
  4. Introducción
  5. 1. ¿Qué decir de la desgracia?
  6. 2. La desgracia antes del mal
  7. 3. Huir de la desgracia por todos los medios...
  8. 4. Culpables a cualquier precio, víctimas que no dejan de serlo...
  9. 5. La grandeza del hombre: levantarse contra el sufrimiento
  10. 6. ¿Se puede explicar la desgracia?
  11. 7. ¿Recurrir a Dios?
  12. 8. La vía de Jesús
  13. 9. Un Dios al revés
  14. 10. El Dios que se implica
  15. 11. Vivir como discípulos de Jesús
  16. Apertura
  17. Contenido
  18. Créditos
  19. Notas