Los Maestros
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Los Maestros

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"El Gimnasio Moderno vuelve a publicar las obras de Agustín Nieto Caballero con el objetivo de indagar en muchas de sus páginas el verdadero e inequívoco espíritu del maestro, de aquel que entrega con generosidad su saber y su experiencia en la formación de otros. El maestro despierta en sus estudiantes el interés por preguntar, por investigar, por descubrir mundos insospechados sencillamente porque lo inspira con su pasión, con su manera personal de mostrar el mundo. Don Agustín buscaba desarrollar en los maestros una actitud crítica y abierta frente a los programas y currículos de educación. Este libro, Los Maestros, expresa, desde entonces, la síntesis del pensamiento de Don Agustín y como queda expresado en esta obra, representa la voz del gran maestro que nos aconseja y acompaña de manera pulcra y sincera. Esta es la herencia imperecedera de quienes en la incertidumbre de estos tiempos, atribulados por los conflictos y como testigos de la gran diversidad humana, pretenden continuar con sus enseñanzas en los salones y las casas.

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Información

La educación en la América hispana

No puede ser sin honda emoción como los educadores de las cinco partes del mundo vuelven a tomar contacto, después de seis años de forzado aislamiento. Muchos conceptos hicieron quiebra en este lapso; principios que considerábamos intangibles, vinieron a tierra como ídolos que de la noche a la mañana hubieran perdido el fundamento mágico que los sustentaba; monumentos de cultura milenaria, y obras de la más refinada civilización, fueron barridos para siempre de la faz de la tierra por el vendaval de la guerra.
Esto, y más, ocurrió, pero quedaron en pie, y no solo intactos sino reforzados, los ideales que nos unían antes de la catástrofe: ideales de servicio a los altos intereses del espíritu, de respeto por la persona humana, de libertad dentro del orden; ideales de progreso cultural, y de buen entendimiento entre los pueblos. Todos estos nobles anhelos se resumen para los educadores, como es obvio, en un amplio y fervoroso ideal de educación.
Nuestros colegas de allende el mar harán el replanteo del problema educativo en aquella parte del mundo. A nosotros se nos pide que reservemos sucintamente lo que en la materia corresponde al conjunto de las naciones de la América española. No se trata de estudiar aisladamente el estado de la educación y los actuales móviles de acción de cada una de las veinte repúblicas iberoamericanas. Esto sobrepasaría las proporciones de un artículo de síntesis. Se trata únicamente de enunciar los puntos básicos sobre los cuales se apoya la realidad educativa de estos veinte países en la hora presente.
Desde luego conviene destacar la circunstancia de ser este continente de la América Latina el único gran territorio del mundo que contempló de lejos la guerra, y apenas si fue afectado por ella.
En reciente viaje de largo recorrido —desde Inglaterra hasta Grecia— pudimos darnos cuenta de la magnitud de esta inenarrable catástrofe que sembró la muerte, la ruina, la miseria y la desolación, de uno a otro extremo del continente. Ante aquel espectáculo de abatimiento y de dolor —destruidas las ciudades, abandonados los campos, desgarrados los hogares—, teníamos que pensar en el contraste que aquel panorama ofrecía con el de nuestros países americanos, pletóricos de vida, con sus ciudades intactas, sus campos cultivados, sus hogares felices o no más infelices de lo que pudieran estarlo en los años anteriores al conflicto mundial. Allá el infierno de la guerra con todo su lastre de horrores, con el saldo humano de sus hombres baldados y de sus huérfanos en desamparo, con el espanto del hambre, de la enfermedad y del frío y, bajo el rescoldo de esa tragedia, el odio y los rencores crepitantes e inextinguibles, y la angustia siempre latente, de nuevos conflictos. Acá, si no el Edén, al menos la paz sin zozobra en los hogares, la tierra generosa que da el sustento suficiente a sus pobladores, los hombres empuñando los instrumentos de labranza o de trabajo en vez de los fusiles. Años de feroz destrucción allá; años de incesante construcción acá.
Tan protuberante es esta realidad que el viajero desprevenido, que en estos días venga de Europa a América, advertirá desde la llegada al primer puerto o a la primera capital, cualesquiera que estos sean, cómo los años de esa arrasadora devastación de allá, la mayor de cuantas conociera la humanidad, fueron precisamente los años de más intensa renovación entre nosotros. Si gran número de nuestras ciudades importantes dan, ellas también, la Impresión de ciudades bombardeadas en sus centros vitales, es justamente por efecto de lo que pudiéramos llamar un bombardeo constructivo: es la ráfaga del progreso urbano que amplía calles, abre avenidas, traza parques y jardines, derriba viejas edificaciones, y levanta, por todas partes, modernas estructuras arquitectónicas. Los esqueletos metálicos que surgen maltrechos en medio de las ruinas de las ciudades europeas sobre las que pasó una tromba de metralla y fuego, son los esqueletos de las mansiones que fueron; los esqueletos que se levantan acá, son los de las mansiones que serán en un futuro inmediato. Esta es la diferencia sustancial.
La verdad es que jamás se trabajó en estas tierras americanas con mayor ímpetu constructivo que en aquellos años de la guerra. Lo que ya no podía venirnos del extranjero tuvimos que fabricarlo. Éramos, en general, gente que hasta entonces solo producía materias primas que enviábamos al exterior para que de allí nos fueran devueltas en artículos manufacturados. Y aun para la extracción, y acondicionamiento para la exportación, de esas materias primas, empleábamos técnicos extranjeros. Todo cambió. Nos hicimos empresarios y fabricantes. Minas, caídas de agua, ganadería, agricultura, fertilizantes, en acelerado proceso de industrialización, dieron nuevos rumbos a nuestra actividad. Y lo que es más importante, comenzamos a tener fe en nuestras propias fuerzas. Empezamos a mirar hacia nosotros mismos. La guerra nos puso en el obligado aprieto de ensayar en toda su magnitud nuestra capacidad creadora. El aislamiento en que nos mantuvo la gran contienda mundial nos hizo pensar y obrar por cuenta propia. Sometidos a la prueba de la encrucijada aguzamos la inteligencia, multiplicamos los esfuerzos, las iniciativas, los ensayos, para buscar una salida, y encontramos que eran muchas las que estaban al alcance de nuestras posibilidades.
No abandonamos por esto los intereses de la cultura ni renegamos del extranjero. Por el contrario: abrimos nuestras fronteras a un buen número de hombres de pensamiento y de ciencia, de aquellos que no pudiendo pensar libremente en sus países de origen, buscaron el amparo de estas tierras libres. Si no fuera despiadado y horrendo hablar de beneficios de la guerra, podríamos decir que esta inmigración de gentes de alta cultura fue un inesperado beneficio que nos trajo esta catástrofe.
A este respecto cabe decir que nosotros entendemos la cultura como un bien universal que no es privilegio de ningún pueblo, de ninguna raza, de ninguna zona de la tierra, sino que a todos nos pertenece y que todos hemos de saber aprovechar. De ahí el que haya sido habitual en nosotros abrir nuestras puertas a cuanto pueda llegarnos de fuera para nuestro avance. En esto somos semejantes los pueblos de América. España nos legó su idioma, su religión, sus tradiciones, pero, a la par de ella, Francia e Inglaterra, y también Italia y Alemania, en sus horas de libertad democrática, han sido nuestras educadoras.
Existen fundamentales diferencias entre los países hispanoamericanos, diferencias provenientes de los distintos tipos de españoles que descubrieron y conquistaron estos territorios, y de los distintos tipos de aborígenes que en ellos se encontraban. La variedad de zonas determina, como es obvio, diferencias que también son fundamentales. Mas no es este el sitio, ni es esta la oportunidad, para ahondar en tal suerte de disquisiciones. Lo que importa en la reseña que hacemos es destacar la semejanza de nuestros problemas sociales y de nuestras inquietudes en los campos de la cultura.
En detenido viaje de estudio por los países de la América del Sur, pocos años después de la Primera Guerra Mundial, advertíamos esta extraordinaria similitud de aspiraciones espirituales y la casi identidad de preocupaciones educativas: analfabetismo, falta de locales escolares adecuados, excesivo número de alumnos para cada maestro, escuela primaria como única instrucción para las clases populares, deficiente formación del magisterio, carencia de escuelas técnicas, segunda enseñanza encaminada únicamente hacia la universidad; instrucción libresca; desvinculación entre la escuela y la vida, ya fuese aquella escuela, la rural, el liceo o la universidad.
En nueva correría, veinte años después, encontrábamos que se mantenía la semejanza de problemas, y hoy, con oportunidad de la visita que acabamos de realizar a las capitales de siete repúblicas americanas, en conversación con los dirigentes de la enseñanza, hemos podido darnos cuenta de que nuestros afanes culturales siguen siendo semejantes.
No hay país de América en donde no se hable en este momento de unas mismas reformas —la verdad es que en todo tiempo se ha hablado de reformas—, pero hoy esta es cuestión neurálgica en todo el continente, y, justo es reconocerlo, ya no solo se habla sino que se ejecuta, casi en todas partes. Se va salvando la etapa de la vana palabrería. Se construyen escuelas; se ensayan nuevos métodos; se crean institutos técnicos; se envían profesores en viaje de estudio al extranjero; se discute en conferencias de expertos, con método, acopio de datos y buen espíritu sobre proyectos de reforma; se remozan los programas de enseñanza; se da cabida en los planes de estudio a las disciplinas desinteresadas que son formativas de la personalidad. En esta hora la escuela que solo instruye no satisface; se exige que ella eduque también. Ya es algo más que una frase aquello de que el pueblo es el soberano y que hay que formar por lo tanto consciente y ampliamente a ese soberano. Se pone oído atento al clamor del pueblo, no únicamente con fines electorales. El hecho, y es un hecho de extraordinaria trascendencia, es que el pueblo va llegando a la escuela secundaria, a la universidad y al poder.
La guerra no causó ningún tropiezo para el progreso de la educación en esta parte del mundo. Antes bien, como hubo mayores recursos, con balances de pago favorables, se vio un mayor florecimiento en los campos educativos. Los presupuestos destinados a la cultura se duplicaron y triplicaron en más de una nación. Hubo países que construyeron más escuelas, crearon más bibliotecas y laboratorios y realizaron mayor labor de extensión cultural, en los cinco años de guerra que en las dos décadas anteriores.
Como déficit en la cultura solo se advirtió el cierre de las escuelas alemanas e italianas, pero tal déficit fue solo aparente, ya que tales escuelas, que en otra hora habían sido indudablemente valioso aporte cultural, comenzaban a ser en el momento de su clausura focos de propaganda política del todo contraria a los ideales defendidos categóricamente por los gobiernos de las naciones americanas, aun por aquellos cuyos procederes hacían contraste irrisorio con su predicación.
Parece pertinente anotar aquí que la guerra llevó a todos los países americanos a estatuir, como norma, los postulados de la educación democrática; en consecuencia, los gobiernos advirtieron al magisterio en forma clara y perentoria, que los principios totalitarios y sus prácticas quedaban abolidos.
Decíamos que los problemas culturales son semejantes en los países iberoamericanos. Ilustremos este concepto con algunos ejemplos.

Analfabetismo

Las estadísticas muestran que a excepción de tres o cuatro países latinoamericanos, todos los demás sufren de agudo analfabetismo en proporción que llega por lo general a más del 50 % de su población. Las causas de tamaño atraso son bien conocidas: tenemos una población que se halla dispersa en inmensos territorios, no todos accesibles por fáciles vías de comunicación; el labriego en nuestros campos y plantaciones reclama desde temprano la ayuda de los hijos, y no siente la necesidad de que estos aprendan a leer y a escribir, no teniendo luego, como ellos mismos dicen, qué leer ni a quién escribir; los gobiernos, por su parte, fueron habitualmente poco sensibles a esta urgencia de ilustrar a las masas, y aun cuando ya no queda ningún país de América en donde no se haya votado la ley de instrucción obligatoria, tal precepto se ha hecho en gran parte inoperante, en las zonas rurales por falta de medios para hacer efectiva esta obligación, y en las zonas urbanas porque las escuelas oficiales existentes, no obstante haber sido considerablemente aumentadas en los últimos años, no alcanzan todavía en muchos países a dar cabida a los que voluntariamente se encaminan a ellas.
Conscientes todos estos países de la gravedad del problema, intensifican en la hora presente su lucha por extirpar la oprobiosa lacra del analfabetismo. Para este efecto se han organizado escuelas ambulantes; construido edificios de concentraciones escolares en sitios estratégicamente colocados en las comarcas rurales; establecido servicios de transporte gratuitos para los habitantes de las veredas y los campos; repartido millares de cartillas; fundado clubes y patronatos de alfabetización; y para los analfabetos adultos se han multiplicado las escuelas nocturnas primarias y los cursos universitarios de extensión popular.
Se está haciendo, por otra parte, toda clase de esfuerzos para duplicar o triplicar la capacidad de las escuelas primarias congestionadas, en los sitios en donde existe abundante demanda popular. La solución más común es la de las escuelas alternadas: tres días para unos grupos, tres para otros; escuelas de mañana y de tarde; escuelas de tres turnos diarios.
El analfabetismo no es el mismo en las zonas urbanas que en las zonas rurales. En las urbanas no llega en la mayoría de los casos a más del 20 %, pero en las rurales sube con frecuencia este porcentaje al 80 y al 90 %, y en algunos sitios remotos es total.
Pero el analfabetismo no da un índice completo del atraso de los pueblos. Hay cosas que son más graves que la ignorancia: la falta de salud; las míseras condiciones de vida; la carencia de un sentimiento de decoro personal y de dignidad humana. Esto no lo da el alfabeto de por sí. Hay que ir más lejos de donde se alcanza con el solo aprendizaje de la lectura. Hay que llegar a la educación y a la asistencia social. Esto es precisamente lo que están haciendo varios países iberoamericanos. No es un consuelo para ellos el ver, por estadísticas recientemente publicadas, que más de la mitad de los pobladores del mundo no saben leer ni escribir y, lo que es peor, que no viven en condiciones que pudiéramos llamar humanas.

Escuelas rurales

Tres cuartas partes de la población iberoamericana es población campesina. La educación rural asume así en todos los países del continente una importancia capital. Por desgracia, los programas confeccionados para estas escuelas no consultaron casi nunca la realidad ambiente, y el labriego perdió por mucho tiempo su confianza en este tipo de escuela que nada le enseñaba al niño en relación con su vida. Las Escuelas Normales Rurales que preparan maestros con un nuevo espíritu vienen modificando desde hace algunos años esta situación. Los maestros que allí se forman saben que antes que enseñarle al niño a leer y a escribir es preciso enseñarle a vivir mejor de lo que habitualmente vive. Este nuevo tipo de maestro está ya preparado para enseñar al niño a conocer su medio y a servirse de él. Sabe, por otra parte —ojalá no existieran abundantes excepciones—, que la instrucción es solo una porción de su tarea, y reserva lo mejor de sus fuerzas para crear en sus discípulos hábitos fundamentales: hábitos de higiene, de orden, de trabajo; generoso espíritu de ayuda; disciplinas morales, y un fuerte sentimiento de dignidad personal.
El maestro rural ha de estar preocupado de la manera como vive el campesino, de sus costumbres, de su albergue, de su nutrición, de los problemas de su hogar. Su misión es apostólica. Así debe comenzar por entenderlo desde el propio día en que se hace cargo de la escuela que le corresponde dirigir.
Esto se dice fácilmente, y se realiza con dificultad, pero la tarea está en marcha en el continente, y sus resultados comienzan a destacarse en forma, no por discreta, menos sorprendente.
La lucha, en todo caso, habrá de ser constante y pertinaz. No sobre todas las cabezas de los maestros ha descendido la llama del Espíritu Santo, y no todas las autoridades deslumbran por su inteligencia, su celo y su eficacia.
Por el momento, los inspectores escolares velan por el buen rendimiento de la obra emprendida. Estos inspectores —hablamos de los que cumplen con su misión — no son ya los hirsutos fiscales que llegaban sorpresivamente a las escuelas al acecho de irregularidades, levantaban un acta que por lo general era cabeza de proceso, solo consideraban su misión cumplida cuando estaban seguros de haber logrado amedrentar al maestro visitado. Los inspectores de hoy tienen una misión distinta: son animadores y colaboradores de la acción de los maestros. No es necesario decir más para poner en evidencia el contraste entre estas dos políticas docentes.

El espíritu de las nuevas escuelas primarias

Aun cuando en algunos países se ha dado el nombre de revolucionaria a la nueva escuela de primeras letras, no se ha de entender por esto que la escuela ha de estar en revolución permanente. Todos sabemos que si de algo requiere la labor educativa es de acción ordenada y congruente. El nombre de renovadora se adapta quizá mejor a esta escuela de nuevos propósitos y nuevas modalidades. En efecto, lo que se busca es una nueva institución en permanente desarrollo. Una escuela cuyos maestros y alumnos estén siempre activos. Una escuela en la que se observe y se investigue. Una escuela con oportunidades de trabajo en donde los alumnos no estén repitiendo cosas de memoria que no entienden, sino disciplinando su inteligencia y su voluntad. Una escuela que no prepare exclusivamente para los exámenes sino, primordialmente, para la v...

Índice

  1. Portada
  2. Portadilla
  3. Créditos
  4. Prólogo
  5. Alfabeto y educación
  6. Educar, no solo instruir
  7. La educación en la América hispana
  8. Mensaje a los maestros
  9. Una dosis de veneno para los niños
  10. Análisis del magisterio
  11. Problemas y deberes del maestro
  12. Dos cincuentenarios
  13. María Montessori
  14. Ovidio Decroly
  15. Responsabilidad constructiva
  16. Un anhelo común
  17. Nuestra América
  18. Cuatro grandes educadores americanos
  19. La muerte de un maestro
  20. Nuestra América necesita educación
  21. Propósitos universales
  22. Un breviario de la educación
  23. La formación de la personalidad
  24. La escuela activa
  25. Una tarea por realizar
  26. Adolfo Ferriere
  27. Los métodos de lectura
  28. Objetivos de la primera enseñanza
  29. La televisión en la escuela
  30. Maestros y programas
  31. La escuela debe tener un espíritu
  32. La alegría en la escuela
  33. Día de reflexión