Discurso y verdad
Seminario dictado en la Universidad de California en Berkeley, octubre-noviembre de 1983
Conferencia del 24 de octubre de 1983
El tema de este encuentro es la noción de parresia. En la literatura griega encontramos la palabra parresia a partir de finales del siglo V a.C., y también en los textos patrísticos de finales del siglo IV y del siglo V d.C. Aparece en la literatura griega por primera vez con Eurípides y la volvemos a encontrar con mucha frecuencia en la literatura cristiana de finales del siglo IV, por ejemplo en San Juan Crisóstomo.
Existen tres formas: la nominal parresia, la verbal parresiazein o, mejor, parresiazeisthai, y también el término parresiastes. Este último no es muy usual y no se encuentra en los textos clásicos; sólo se lo ve contadas veces en los escritos del período helenístico o grecorromano, en Plutarco, en Luciano. Este último, por ejemplo, tiene un diálogo donde aparece un personaje que se llama Parresíades.
En inglés parresia se traduce habitualmente como free speech, y en francés como franc-parler. Parresiazein o parresiazeisthai quiere decir “valerse de la parresia”, y el parresiastes es quien se vale de ella y dice la verdad.
Primera cuestión: en la primera parte del encuentro de hoy querría presentar un panorama general del significado de la palabra y de la evolución de ese significado a lo largo de la cultura griega y grecorromana. Para empezar, ¿cuál es la significación general de la palabra parresia? Etimológicamente, parresiazein o parresiazeisthai significan “decir todo”: pan, esto es, “todo”, y rema, “lo que uno dice” (esta misma raíz la encontrarán, por ejemplo, en “rétor” o “retórica”). Quien se vale de la parresia, el parresiasta, es alguien que dice todo lo que piensa. Dice todo, pan-resia, no oculta nada, abre su corazón y su mente a otras personas. Se espera que en la parresia las palabras, los discursos, den una descripción exacta, una expresión completa de lo que piensa quien habla, a fin de que el auditorio sea capaz de discernir con exactitud lo que dice. Esta es la primera característica de la parresia.
Así, como verán, la palabra parresia, la noción de parresia, remite a cierta relación entre quien habla y lo que este dice. En la parresia, quien habla hace manifiesto, claro y evidente que lo que dice es su propia opinión. Y lo hace manifiesto y claro al evitar cualquier tipo de forma retórica que pueda ocultar o disimular lo que él piensa. El parresiasta utiliza las palabras, las formas de expresión más directas que pueda encontrar. Desde luego, esto no quiere decir que no se preocupe por los efectos que su discurso puede tener sobre la mente de los otros. Pero en tanto la retórica proporciona a quien habla procedimientos técnicos para actuar sobre la mente del auditorio, sea cual fuere su opinión personal, en la parresia el que habla actúa sobre la mente de los otros al mostrarles con la mayor exactitud posible lo que él piensa.
Ya que hacemos una distinción entre el sujeto de la enunciación (el sujeto que habla) y el sujeto gramatical de la frase (de lo que se enuncia), podemos decir que hay un tercer sujeto, que es el del enunciandum, el sujeto de la creencia en la cosa enunciada, de la opinión sobre aquello a lo que se refiere el enunciado. Creo que, en la parresia, el que habla pone el acento sobre el hecho de que él es a la vez el sujeto de la enunciación y el sujeto del enunciandum, que es el sujeto de la creencia, de la opinión a la cual hace referencia. “Yo soy el que piensa esto y aquello”: ese es el acto de habla específico que hallamos en el enunciado parresiástico. Hasta aquí la primera cuestión.
Segunda cuestión: la parresia es más que la sinceridad o la franqueza, es algo más que la apertura mental. El parresiasta no dice todo lo que le viene a la mente. Seamos un poco más precisos. Hay dos clases de parresia.
La mala –y en este caso la parresia consiste en decir todo lo que uno tiene en mente, sin distinción alguna, sin cuidarse de lo que dice–; en esta acepción, valerse de la parresia no está muy lejos de “parlotear”. Este uso peyorativo de la palabra parresia es poco habitual en los textos clásicos; se lo encuentra a veces en Platón para caracterizar la mala constitución democrática, en la que cualquiera puede dirigirse a los ciudadanos y decirles lo que se le ocurra, aun las cosas más estúpidas o más peligrosas para la ciudad. Este significado peyorativo de la palabra también se encuentra, con más frecuencia, en los textos cristianos, la literatura cristiana, donde la mala parresia se opone al silencio, al silencio como disciplina o al silencio como condición para la contemplación de Dios: en este caso la parresia es un obstáculo a la contemplación de Dios. En cuanto actividad verbal que refleja todos los movimientos de la mente y del corazón, la parresia es sin lugar a dudas un obstáculo a la contemplación. Este es el lado malo o la mala forma de la parresia.
Pero en la mayoría de los casos, en los textos clásicos la parresia no tiene este significado peyorativo; al contrario, tiene uno positivo. Parresiazein o parresiazeisthai es “decir la verdad”. Pero esto no es del todo claro: ¿el parresiasta dice lo que cree verdadero o lo que es realmente verdadero? La respuesta es que dice lo que es verdadero porque cree que lo es, y cree que es verdadero porque lo es realmente. El parresiasta no sólo es sincero, no sólo dice con franqueza cuál es su opinión, sino que esta es igualmente la verdad; él dice lo que sabe verdadero. En la parresia hay una coincidencia, una coincidencia exacta, entre creencia y verdad. Esta es la segunda característica importante de la parresia.
Me parece que sería interesante comparar la parresia griega y la evidencia moderna, cartesiana. Para nosotros, desde Descartes, la coincidencia entre creencia y verdad debe adquirirse en determinada experiencia mental que es la evidencia. Para los griegos, la coincidencia entre creencia y verdad no se produce en una experiencia mental como la evidencia, se produce en una actividad verbal, y esa actividad es la parresia. En todo caso, podrán ver que la parresia hace referencia a una suerte de relación entre el sujeto y la verdad, y que esa relación entre el sujeto y la verdad se establece por medio de una actividad verbal.
Tercera cuestión: en la parresia hay algo más que esa relación, esa coincidencia entre creencia y verdad, y algo más que la relación entre sujeto y verdad. Uno hace uso de la parresia, claro está, cuando dice la verdad porque está seguro de que es la verdad. Pero se dice de alguien que hace uso de la parresia y que merece ser considerado un parresiasta si y sólo si, al decir la verdad, existe para él un riesgo, un peligro. Por ejemplo, desde la perspectiva de los griegos, según su punto de vista, un profesor que enseña gramática dice la verdad a los niños a su cargo, y no duda de la verdad de lo que enseña. Pero, pese a ello, pese a esa coincidencia entre creencia y verdad, no es un parresiasta. Y un griego jamás podría decir que un profesor es un parresiasta, al menos no en condiciones normales de enseñanza. Pero cuando un filósofo se dirige a un rey, a un soberano, a un tirano, y le dice que la tiranía no lograría hacerlo feliz porque no es compatible con la justicia, en ese caso el filósofo dice la verdad, en ese enunciado hay una coincidencia exacta entre creencia y verdad y, aún más, el filósofo corre un riesgo, porque el tirano puede encolerizarse, puede castigarlo, exiliarlo, matarlo. Exactamente esa fue la situación de Platón con Dionisio de Siracusa, y hay interesantes referencias a todo esto en la carta VII del propio Platón y en la Vida de Dion de Plutarco. Estudiaremos estos textos más adelante.
Como verán, el parresiasta es alguien que corre un riesgo. Este riesgo, claro está, no siempre es uno de vida o de muerte. Cuando, por ejemplo, vemos a un amigo actuar mal y nos arriesgamos a que se encolerice al decirle que se equivoca, somos parresiastas: no ponemos en riesgo nuestra vida pero podemos herir a nuestro amigo y, por ende, nuestra amistad puede resentirse. En un debate político, si el orador se arriesga a perder su popularidad porque su opinión es contraria a la de la mayoría, se vale de la parresia. Así, como se darán cuenta, la parresia está ligada al peligro, está ligada al coraje. Es el coraje de decir la verdad a pesar del peligro. En la parresia, decir la verdad se inscribe en el juego de la vida y la muerte. Esta es su tercera característica.
Cuarta cuestión: la parresia no está ligada a cualquier tipo de peligro. Por ejemplo, si tenemos conocimiento de un secreto importante y lo revelamos por nuestra cuenta y riesgo, no somos parresiastas, aunque digamos la verdad y sea peligroso decirla. No somos parresiastas, al menos no en el sentido positivo del término. Si decimos algo que puede utilizarse contra nosotros –por ejemplo, en un proceso–, eso no es parresia, no es necesariamente parresia. En esta el peligro no deja de derivar del hecho de que la verdad que enunciamos es capaz de herir o encolerizar al interlocutor. La parresia siempre es un juego entre quien habla y su interlocutor. Por ejemplo, puede ser la revelación de una falta cometida por el interlocutor; puede ser un consejo sobre la necesidad de comportarse de tal o cual manera; puede ser la opinión de que él se equivoca en su manera de pensar o comportarse, etc. Y puede ser la confesión de lo que hemos hecho, en la medida en que hagamos esa confesión a alguien que está en condiciones de castigarnos por ello.
Como ven, la función de la parresia no es proporcionar una demostración de la verdad, no consiste en una discusión o una disputa con algún otro en torno de la verdad. La parresia siempre tiene una función de crítica, crítica de uno mismo, del que habla, o crítica del interlocutor: esto es lo que haces y piensas, y esto es lo que no debes hacer o pensar; esto es lo que hice, y me equivoqué al hacerlo cuando actué así, etc. La característica específica de la parresia es ese posicionamiento crítico. La parresia es una crítica, una autocrítica o una crítica dirigida a otros, pero siempre en una situación en la cual el que habla está en una posición de inferioridad con respecto al interlocutor. La parresia viene “de abajo” y se dirige hacia “arriba”. El parresiasta es menos poderoso que su interlocutor, más débil que aquel a quien dirige sus críticas. Por este motivo, un griego no diría que un profesor o un padre, cuando critica a un niño, se vale de la parresia: en esta situación no hay parresia. Pero cuando un filósofo critica al príncipe, cuando un ciudadano critica a la mayoría, cuando el alumno critica al profesor, entonces sí se valen de la parresia. De tal modo, esta, como advertirán, supone la sinceridad, supone una relación con la verdad, una coincidencia entre creencia y verdad; supone un riesgo, implica una crítica, un juego de crítica, en una situación en la cual el que habla está en posición de inferioridad con respecto al otro.
—Si la parresia puede ser una autocrítica, ¿por qué el criminal que confiesa su crimen no es un parresiasta?
—En ciertos casos los criminales, cuando confiesan lo que han hecho, se valen de la parresia. Cuando se los obliga a hacerlo –y este es el último punto–, por ejemplo bajo tortura, no se trata de parresia. Pero cuando, voluntariamente y haciendo uso de su libertad, deciden decir la verdad acerca de lo que han hecho, y se ven en una situación en la cual la persona ante la que confiesan está en condiciones de castigarlos o de ejercer en cierto modo una venganza contra ellos, entonces sí hay parresia. Lo veremos en un caso muy particular e interesante, la Electra de Eurípides: allí encontramos dos confesiones, una en situación de parresia y otra que excluye esta última. Su pregunta, por lo tanto, es muy buena.
—Mi pregunta tiene que ver con su cuarta cuestión. ¿El riesgo ligado a la parresia es inherente al contenido crítico de la declaración o proviene de la relación entre el que habla y su interlocutor, una relación que hace posible que dicha declaración se perciba como un insulto? En otras palabras, para que haya parresia, ¿debe haber una respuesta del interlocutor?
—¡Si mi respuesta no es la adecuada, dígamelo, por favor, y use la parresia! Es una cuestión de estatus, en virtud del cual uno es más poderoso que otro. Tenemos, por ejemplo, al filósofo y al rey. Veremos el caso de Electra y Clitemnestra: Clitemnestra es la reina y Electra, por ciertas razones, está en la situación de esclava. Es ella quien se vale de la parresia, no Clitemnestra. Esta situación del estatus social es la que crea el riesgo, el peligro, la posibilidad de venganza.
—Pero ¿la parresia está ligada a la declaración misma o es la reacción del interlocutor la que hace ...