Ser felices sin ser perfectos
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Ser felices sin ser perfectos

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Ser felices sin ser perfectos

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Todos anhelamos la felicidad, pero es evidente que no todo el mundo la alcanza. Todas las personas defienden su libertad, pero no todas la disfrutan. Hay personas que en vez de correr el riesgo de decidir libremente sobre su vida y ser felices en esa aventura, prefieren refugiarse en la tranquilidad –sucedáneo de la felicidad– prematura y esforzada de lo previsto y lo controlable, o se afanan en la inacabable perfección del deber cumplido.Es frecuente referirnos a estos hombres y mujeres como "obsesivos", "perfeccionistas", "cuadriculados" o "rígidos", resaltando así algunos de sus rasgos más característicos. Esta personalidad tan frecuente en nuestro entorno es sin embargo una de las que generan más ansiedad y estrés. Resulta paradójico que una personalidad conformada para ser eficaz pueda llegar a ser disfuncional en lo laboral y en las relaciones interpersonales, y predisponer a cuadros crónicos de ansiedad y depresión.En estas páginas se describen los rasgos que caracterizan a esta personalidad y su origen, así como estrategias útiles y sencillas para lograr disfrutar de esa felicidad y libertad anheladas.

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Información

Año
2016
ISBN
9788431355593
Categoría
Sociología

Un corazón con patas

Estas personas tienen una gran sensibilidad, aunque esté perfectamente disimulada
Uno de los rasgos esenciales de esta forma de ser es su gran sensibilidad emocional. Son personas con un gran corazón. Quizá te consideres una persona cerebral por el simple hecho de que tu cabeza no pare en ocasiones de dar vueltas al mismo tema, o porque tiendas a analizar las situaciones futuras, a veces hasta el agotamiento. O piensas que eres frío por tu tendencia a ceñirte a un orden demasiado estricto, por tu acusado sentido del deber, por ser en ocasiones algo descarnado y defiendas la letra por encima del espíritu… Nada de esto contradice que, dentro de tu pecho, lata un corazón muy sensible. Es esta gran sensibilidad la que te hace sufrir en exceso, cuando sufrir es justamente lo que tu corazón no quiere. No podrías tener esta forma de ser si no tuvieras esta gran sensibilidad, aunque la tengas perfectamente disimulada. No puedes sorprenderte, por tanto, de que como consecuencia de ella tiendas a protegerte de posibles daños o agresiones.
Si analizas esta gran sensibilidad desde el clásico patrón bio-psico-social, es muy probable que tu cerebro tenga una reactividad fisiológica elevada en parte heredada y relacionada con la ansiedad. Por otro lado tienes un componente psicológico que iremos viendo en este capítulo. Y también un componente cultural, que puede no aparecer tan patente en algunas personas. Por ejemplo, a primera vista se podría pensar que los latinos son los más sensibles, porque culturalmente tienden a expresar sus emociones o a dejarse llevar por ellas con facilidad. Pero el que piense que un alemán cumplidor, ordenado y autoexigente es una persona fría y cerebral, se equivoca de pleno. Como buen anancástico, seas de donde seas, pensarás con el corazón, o mejor dicho, con frecuencia te podrá el corazón aunque este empuje venga desde muy hondo. Es fácil que reconozcas que hay una desproporción entre tu modo de ver las cosas y el de los demás, entre el esfuerzo que dedicas y los beneficios que obtienes, etc. Pero hay un algo, una especie de pellizco interior que te hace mantener tu nivel de autoexigencia. El corazón tiende a imponerse. Son quizá parte de esas razones del corazón que la cabeza no entiende, como decía Pascal. Razones tan poco razonables como la presunción de que puedes controlar el futuro por el simple hecho de adelantarte a los acontecimientos y darle n vueltas a la cabeza a todo lo que podría ocurrir y cómo resolverlas. Y es que para un corazón sufridor como el tuyo, la tranquilidad puede llegar a ser el patrón oro. Quizá por eso prefieres pagar el precio del esfuerzo que haga falta aunque sea alto, con tal de mantener o recuperar la tranquilidad perdida.
El anancastico piensa con el corazón, o mejor, le puede el corazón

Genuinamente feliz

Tener un corazón capaz de amar, un corazón que puede conocer la ansiedad y el sufrimiento, que puede afligirse y conmoverse, es la característica más específica de la naturaleza humana, señala Von Hildebrand. Sin embargo, quizá se te haya escapado alguna vez una exclamación del estilo de ¡Ojalá no tuviera tanto corazón!, expresando así un anhelo inalcanzable. Tener gran corazón, ser más sensible, no es ni bueno ni malo en sí mismo. Te ayuda a disfrutar más de las cosas que te gustan o ilusionan, y en cambio lo pasas peor con lo que te desagrada o contraría. Tener una piel más fina afecta tanto a las caricias como a los arañazos. En la salud y en la enfermedad. Quizá pienses que son más frecuentes los arañazos que las caricias, probablemente porque nos acostumbramos más fácilmente o hay más tolerancia a lo bueno que a lo malo. Esta impresión es mayor en las personas como tú también por la tendencia al perfeccionismo, el exceso de juicios y valoraciones, la escrupulosidad, etc. No parece razonable por tanto pensar que la felicidad consista precisamente en conseguir evitar las emociones negativas. De hecho, si ese fuera tu objetivo y empeño, estarías autolimitando tu capacidad de felicidad. Digamos que la sensibilidad emocional –las emociones– tienen un precio que hay que asumir y pagar. Si no las asumes con esa naturalidad, puedes acabar enredado en ellas y víctima del emotivismo o sentimentalismo. Como decía Oscar Wilde en De Profundis: Un sentimental es sencillamente alguien que desea gozar del lujo de una emoción sin tener que pagar por ello.
Tener una piel más fina afecta tanto a las caricias como a los arañazos
La realidad es que la hipersensibilidad emocional es junto con la inseguridad y una cierta baja autoestima uno de los tres pilares sobre los que se construye tu forma de ser. Y de los tres, el menos modificable. Formaría parte de lo que clásicamente se ha llamado el temperamento, algo que has heredado y en este sentido inmutable. Precisamente por formar parte del temperamento, esta dificultad para el cambio no debería ser el problema. Es frecuente que, en contraste con otros rasgos de personalidad, este tipo de personas reconozcan fácilmente durante una entrevista: yo es que soy muy sensible… No pocas veces piensan que ésta es la única razón de sus sufrimientos. En todo caso, una cosa es que te reconozcas hipersensible y otra que te aceptes como tal, convivas con ello y lo valores como algo positivo. Si hemos dicho que este rasgo forma parte del temperamento, del código genético anancástico, y por tanto es una pieza más de tu manual de funcionamiento, se supone que no solo no es un obstáculo, sino que más bien es uno de los ingredientes de tu proyecto de felicidad. La persona –afirma Simone Weil– tiene que desplegar su libertad, y nadie es feliz si no actúa libremente. Pero la libertad humana tiene dos caras, como un Jano bifronte: la libertad de elegir, y la libertad de aceptar. Y tal vez, esta segunda sea la más decisiva en orden a nuestra felicidad. ¡Qué importante es comprender que en la vida hay que aceptar como decisión libre, muchas circunstancias que no podemos cambiar! Es más, si quieres tener una vida lograda, has de contar con esa mayor sensibilidad emocional y que esta sea una de las guías para el desarrollo y maduración de tu personalidad. Aquí radica su sentido positivo, al margen de que pueda resultarte más gratificante en determinadas ocasiones. Como dice J. Burggraf, somos más fuertes cuanto más somos nosotros mismos, cuando asumimos nuestra realidad.
La hipersensibilidad emocional es un elemento necesario para tu felicidad, y no un obstáculo
Por tanto, que tomes conciencia de tu hipersensibilidad, aceptarte como tal, y luego esforzarte por desarrollar tu proyecto vital teniéndolo en cuenta, será básico para que no intentes proteger tu corazón ocultándolo bajo una coraza de perfeccionismo.

Una borrachera emocional

Son muchos los autores que han señalado como una de las características de nuestra sociedad actual la hipertrofia de lo emocional. Este corazón con patas, como le hemos definido más arriba, es un continuo surtidor de emociones de todo tipo, tanto de las que se pueden calificar como positivas como de las negativas. En la medida que una persona es sensible, detrás de una noticia, de un estímulo, y por supuesto, de una valoración, siempre brotará una emoción. Para evitar ese empacho emocional, es importante que aprendas a manejar bien tus emociones.
El secreto para convivir mejor con tus emociones es avalorarlas
Entre un desencadenante y la emoción consecuente se supone que hay un margen para la inteligencia y la libertad. Pero con frecuencia compruebas que este margen es extremadamente estrecho. Entonces, ¿cómo puedes defenderte mejor? Quizá, como en otros aspectos de la vida, no se trata tanto de intervenir directamente sobre la lesión. Con frecuencia, ante un dolor articular, basta fortalecer la musculatura cercana para que el dolor remita. En el caso que nos ocupa, un modo de actuar podría ser justamente el paso posterior a la emoción. Ya has tomado conciencia de la emoción negativa. Puede que incluso hayas tenido también una primera reacción negativa. En ese momento, estarás en condiciones de empezar a valorar en su justa medida dicha emoción. Así, es propio de esta forma de ser hacer valoraciones dicotómicas (blanco/negro), o la tendencia al pesimismo, y que esto genere cambios en los estados de ánimo. Un modo de convivir con esas emociones, más productivo que reprimirlas o negarlas, es avalorarlas. Es frecuente en el lenguaje común decir que una opinión es muy válida para señalar que se puede expresar, como otra cualquiera; de ahí a que sea tan válida como otra hay un trecho. Tendrá más valor si está más fundada, por ejemplo. Las emociones son válidas porque son tuyas y reflejan cómo te ha afectado algo. Pero el valor se lo has de dar con la cabeza, con una valencia positiva o negativa si fuera el caso, y por su puesto con la importancia que quieras darle. Para eso necesitas un mínimo de tiempo, pararte, y que intervenga la cabeza. Las cosas pasan, y las emociones también pasan. Del mismo modo que si juegas al futbol y te llega un balón en malas condiciones, te ayudará controlarlo y aprovechar esos instantes para mirar y decidir qué salida darle. En esta validación es importante tener en cuenta que si tras analizar racionalmente lo sucedido tu respuesta emocional te sorprende, es muy probable que hayas de buscarle una explicación emocional. Estas explicaciones estarán relacionadas con las experiencias y el aprendizaje emocional pasado, probablemente durante la infancia. Serán estilos de respuesta emocional aprendidos de niño que brotan de manera automática cuando el estímulo se asemeja a lo que provocó aquellas emociones hace tantos años. Ese temor actual a la valoración negativa externa que entiendes es desproporcionado, bien puede ser el eco emocional de situaciones vividas en tu infancia al percibir quizá la reacción de tus padres o figuras de autoridad ante los resultados obtenidos, sin necesidad de que puedan ser calificadas como traumáticas. Dicho de otro modo, lo que estás recordando del suceso de ayer realmente ocurrió ayer, pero lo que estás sintiendo, puede que en gran parte te ocurriera hace muchos años.
Entre un estímulo y la emoción consecuente, hay un margen para la inteligencia y la voluntad, aunque sea muy estrecho
Si después de un...

Índice

  1. Introducción
  2. ¿Cómo has llegado hasta aquí?
  3. Un corazón con patas
  4. El valor de adaptarse
  5. Marcos, un tipo duro
  6. Un equilibrio inestable: la baja autoestima
  7. Del sentido del deber al sentido del querer
  8. Cómo deshacerse del perfeccionismo sin que se dé cuenta
  9. Marcial, un hombre de una pieza
  10. El rayo que no cesa
  11. Entre la dependencia y la ambivalencia
  12. Aurora la sufridora
  13. ¿Qué problemas puede ocasionar esta forma de ser?
  14. Bibliografía recomendada